ONCE

El rostro del comandante Prhuna apareció en los monitores del puente de la Vajra.

Parecía tan joven como el propio Isvaradeva, pero éste sabía que el aspecto físico nunca es un indicativo de la edad entre los ciudadanos del imperio.

—¿Hasta cuándo espera seguir con esta locura, comandante? —preguntó Prhuna con evidente cansancio en su voz.

—Las acciones desesperadas siempre pueden parecer locuras, comandante —replicó Isvaradeva.

—Debo admitir que he sido cogido por sorpresa. Nunca hubiera imaginado que un soldado de la Utsarpini, con el elevado sentido del Honor Militar que dicen poseer, emprendiera un acto así.

—Mí sentido del honor me obliga principalmente a regresar a casa con todos mis hombres.

—¿Aunque para ello haya tenido que incurrir en una acción de piratería?

—Usted lo llama piratería. Yo lo llamo defensa propia.

—¿Mezclando a civiles? ¿Escudándose tras ellos? ¿Utilizándolos como a rehenes a los que se les ha prometido la muerte? ¿En qué código de honor podría caber algo así?

—No fuimos nosotros los que metimos a los civiles en esto. Hasta este momento teníamos entendido que toda la misión estaba supervisada por un civil. Un civil del que sólo hemos recibido amenazas, y por el que fuimos tratados como prisioneros desde el primer momento.

—Nadie ha atentado contra su vida.

—¿Debemos de creerle a usted o al gramani? Se nos ha incomunicado por la fuerza del resto de la Utsarpini. Alejándonos de cualquier posibilidad de pedir ayuda. Contra esto, sólo tenemos su palabra asegurándonos sus buenas intenciones. ¿Qué garantía es ésa? ¿Qué valor real tiene? ¿Se jugaría usted su nave, y su tripulación, a unas cartas tan impredecibles?

Prhuna se frotó los ojos y durante un instante pareció mucho más viejo.

—Si sus hombres cumplen sus amenazas, y ejecutan a los rehenes, ¿de qué les servirá? La Vijaya sigue siendo una nave superior a la Vajra. Acto seguido su nave sería reducida a partículas por mis baterías de proa. ¿Quiere usted cargar con la responsabilidad de esas muertes para todo el samsara?

—Si usted ordena a sus artilleros disparar contra mi nave, la responsabilidad será tan suya como mía.

—No, eso no es cierto. No intente engañarse con esa mentira. ¡Si yo ordeno a mis artilleros que abran fuego, estaré cumpliendo con mi deber! Si usted da la orden de que se asesine a los rehenes, no.

—¿Cree usted que hubiera emprendido una acción como ésta sin haber sopesado previamente todas las implicaciones morales que entrañaba? —dijo Isvaradeva con amargura.

—Pero, ¿qué posibilidades de victoria tiene? El resultado de todo esto sólo puede ser un baño de sangre que no beneficiará a nadie.

—Creo que en ese punto estamos completamente de acuerdo. ¿Qué propone?

—Ordene a sus infantes que entreguen sus armas…

—Olvídelo.

—Muy bien, de acuerdo. Pídales simplemente que regresen a la Vajra

—¿Para ponerse al alcance de sus baterías de proa?

—Le doy mi palabra de honor de que…

—Lo siento, comandante. Pero lo que está en juego es mi nave. Usted también tiene esa responsabilidad, y sabe que cualquier otra consideración es secundaría. En otras circunstancias no dudaría de su palabra, pero usted mismo ha observado que los acontecimientos pueden llevarnos a emprender acciones que pueden incluso atentar contra nuestro honor.

—¿Me está diciendo que no hay solución? ¿No tenemos otra salida que la violencia?

—Acaben el bloqueo de comunicaciones a que nos han sometido. Permítanos comunicar con nuestro Alto Mando, y si ellos me ordenan que les entregue mi nave, lo haré sin dudar. Pero tiene que comprender, que en el estado de aislamiento en que me encuentro, mi única consideración debe de ser la de mantener la integridad de mi nave a toda costa.

—Lo que dice es bastante razonable, pero… —Prhuna se volvió y consultó algo con alguien situado fuera de la pantalla—. Discúlpeme, comandante. Necesito solucionar un problema… Le volveré a llamar en unos minutos.

La pantalla quedó en blanco. Isvaradeva hizo girar su silla de mando hasta quedar enfrentado con su Segundo.

—¿Qué opina, Gorani?

—No me gusta este repentino silencio. ¿Qué estarán tramando los romakas en estos momentos?

Isvaradeva decidió que a él tampoco le gustaba. ¿Pero qué podría hacer para evitarlo? Él era casi un espectador en todo aquello. La auténtica acción se estaría desarrollando en el interior del juggernaut.

—¿Todavía no tenemos noticias de los infantes? —preguntó al oficial de comunicaciones.

—La línea sigue bloqueada, mi Comandante.

—Es probable que la situación en el juggernaut haya dado un giro contrario a nosotros —aventuró Gorani.

—Si así fuera, lo sabremos muy pronto. —Llamó a la cámara de misiles de proa.

Le respondió la voz del artillero jefe.

—Atkha, ¿tenemos la nave romaka perfectamente cubierta?

—Sí, mi Comandante. Una orden suya, y vaciaremos sobre ellos todo nuestro arsenal.

—¿Está pensando lo que creo que está pensando, Comandante?

—Sólo como último recurso, Gorani. En un duelo de misiles con la Vijaya llevaríamos todas las de perder, pero no me gusta la idea de dejarme conducir al matadero sin oponer algo de resistencia…

La señal de llamada de la Vijaya le interrumpió.

—Voy a proponerle un trato, comandante —dijo Prhuna reapareciendo en la pantalla.