UNO

Gwalior observaba a Jonás con aspecto cansado, sus ojos expresivos como dos botones de vidrio.

Se encontraban en la habitación que los imperiales habían acondicionado para ellos. En ella, los tres hombres de la Utsarpini disponían de suficiente espacio y comodidades para despertar las envidias de sus compañeros de la Vajra. Sin embargo, no se dejaban engañar por esto; aquello era poco menos que una cárcel, por muy cómoda que resultase.

Jonás había intentado ponerle al corriente del estado actual de las investigaciones. De vez en cuando tropezaba con conceptos biológicos que al militar se le escapaban, pero generalmente demostraba ser un hombre capaz de aprender, y comprender rápido.

—Me temo que los científicos romakas han llegado a un callejón sin salida. Saben lo que produce la destrucción de los rickshaws…

—Ese organismo… ¿Cómo lo llaman?

—Cintamani.

—Sí, ¿cómo es posible que una criatura de apenas quince centímetros de longitud acabe con una estructura metálica de un kilómetro?

—¿Cómo es posible que algo tan pequeño, y tan simple, como el virus de la rabia acabe con un organismo de la complejidad de un ser humano?

—¿Cómo pueden confundir un rickshaw con un juggernaut?

Jonás se encogió de hombros.

—No han descubierto ningún tipo de órgano especializado en los cintamanis activos, ni en las cápsulas. ¿Cómo detectan a sus presas? Probablemente se fijen a todo lo que tenga unas características generales, de tamaño y forma, semejantes a las de un juggernaut vivo. Tal vez la mayor parte de los cintamanis se pierden fijándose a asteroides, o cosas por el estilo. Eso justificaría su elevada tasa reproductora. Lilith ha calculado que de un solo juggernaut pueden partir cinco mil millones de cintamanis.

—¿Lilith?

—Sí, es la bióloga romaka. Una persona muy competente…

—De acuerdo, me decía que los romakas ya tienen aislado el causante. ¿Qué problema les puede quedar entonces? ¿No es posible crear una sustancia que…, por ejemplo, inhiba la reproducción de los cintamanis?

—Ese es el callejón sin salida del que le hablaba. Nada de lo que han intentado hasta el momento ha sido capaz de activar un cintamani. Básicamente, son grumos de ADXN encapsulados… mucho más complejos que los virus, a pesar de todo. Recuerde que necesitan reproducirse por millones, devorando un juggernaut, salir al vacío rompiendo el cascarón del animal, viajar por el espacio, localizar otro juggernaut, adherirse a él, y activarse. Todas estas acciones han sido ya explicadas por los romakas, excepto la última. Devoran a sus presas segregando ácido fluorhídrico, disolviendo sus tejidos, y asimilándolos entre todos los cintamanis. Cuando han completado su ciclo, se encapsulan y salen al espacio. Viajan colgados de un largo hilo, que hace las veces de vela de luz. Se adhieren al juggernaut magnéticamente, gracias a este mismo hilo, y… eso es todo. Los romakas no saben cómo se activan. Está claro que infectan al animal, y se reproducen. Pero, ¿qué los activa? —terminó Jonás mientras sonreía de oreja a oreja.

—Usted tiene aspecto de saberlo.

—Creo que lo sé.

—Estupendo. En ese caso, ¿por qué no comparte sus conocimientos con el resto? Eso podría ayudar, que entre otras causas es por lo que está aquí.

Jonás enrojeció. No tenía previsto informar de momento a Gwalior del tema de los colmeneros, ni de su sorprendente conversación con el exobiólogo imperial… Pero de todas formas, el Ayudante Mayor hubiera acabado por enterarse, y entonces Jonás hubiera tenido que dar cuenta de los motivos por los que no puso inmediatamente al tanto a su superior.

De modo que Jonás relató, lo mejor que pudo, todos los detalles de su entrevista en la colmena.

—Yusuf parece pensar que existe una «mano negra» tras la desaparición de los datos sobre los colmeneros. Personalmente creo que está «viendo enanos». Pero el resto de sus apreciaciones me parecen muy correctas.

»Estas criaturas pudieron transportar nuestra herencia genética a través del vacío que nos separa de la Galaxia. Ellos están adaptados de tal forma al espacio que un viaje así no representaría prácticamente ningún cambio en su rutina diaria. El objetivo final del viaje, apenas importaría para miles de generaciones de colmeneros…

—No. No lo creo. ¿Tiene idea de lo que está hablando? Cruzar un vacío de miles de años luz. ¿Cómo, con las colmenas?

—Con los juggernauts. Los juggernauts son auténticas astronaves vivientes. Imagínese un rebaño de millones de juggernauts encaminándose hacia Akasa-puspa, los colmeneros saltando entre ellos, viajando sobre ellos, alimentándose de su carne. Un viaje así pudo durar miles de millones de años si fuera necesario.

—Sí, parece que tiene sentido.

—Más que eso. Es la única manera realmente posible. ¿Qué otra cosa nos queda? ¿Viajes más rápidos que la luz? Absurdo. ¿Naves generacionales? ¿Cómo evitar que una ecología tan reducida se mantuviera estable durante millones de años?

—Esto que dice me recuerda… ¿Conoce el planeta Asuraloka?

—Sólo por referencias. ¿Es un mundo completamente helado?

—Sí, estuve allí en una ocasión. Visto desde el espacio es como una gran bola de nieve. Al girar, el lado que mira hacia su estrella está a unos diez grados bajo cero, y la zona de sombra desciende por debajo de los -30. Los habitantes de Asuraloka no tienen más remedio que llevar una vida nómada. Continuamente están viajando, huyendo del lado frío hacia el cálido. Utilizan para ello trineos tirados por cabras de los hielos. Las cabras les transportan, y les sirven de alimento. De esta forma llevan cientos de años recorriéndose el planeta de arriba a abajo.

—Es el mismo principio. ¿Se da cuenta de las implicaciones de esto?

Jonás mismo había empezado ahora a verlas. En su cabeza giraban imágenes confusas de la migración de los colmeneros.

Una hazaña que quizá jamás sería igualada de nuevo: cruzar el inmenso vacío que separaba Akasa-puspa de la Galaxia… Millones de juggernauts conducidos por millones de pastores colmeneros con un destino prefijado… ¿Por quién?

—Sí. A la Hermandad no le va a gustar. ¿Cree que fueron ellos los que destruyeron la información sobre los colmeneros?

Jonás dudó un momento.

—Sería lo más lógico, desde mi punto de vista. Yusuf, en cambio, no lo cree posible.

—¿Por qué?

—Piensa que la Hermandad no ha podido tener acceso a los ordenadores imperiales. Lo cierto es que, con lo que sabemos, me parece que no les faltarían motivos a los religiosos para emprender una acción así. Si se demuestra que la raza humana llegó a Akasa-puspa de esa forma, bueno, usted lo sabe; será un duro golpe para ellos.

A Gwalior se le ocurrió de pronto algo.

—¿Y toda la diversidad de razas que comparten nuestro ADN, a lo largo de todos los planetas de Akasa-puspa, provienen de los colmeneros? ¿Qué ha pasado entonces con los eslabones intermedios de vida bhutani? ¿Por qué nunca habéis encontrado nada, ningún resto, los que habéis estudiado el tema? ¿O sí los habéis encontrado, y soy yo quien lo desconoce? No soy un experto, como ya sabe.

Jonás pensó que Gwalior estaba más enterado de todos estos temas de lo que él se hubiera imaginado. Sin duda que su trabajo reclutando científicos para las naves de guerra de la Utsarpini le había obligado a instruirse.

El militar había hallado el punto débil de la teoría. Allí por donde hacía agua. Jonás había pensado mucho sobre aquello, sin haber encontrado una solución aceptable.

—Quizás se extinguieron por la dura competencia de los habitantes originarios del cúmulo. No lo sé. Lo cierto es que acabamos de abrir una caja de sorpresas. Lo que averigüemos en los próximos años al respecto, cambiará toda la concepción que tenemos de nosotros mismos y de lo que nos rodea. Pero, bueno, de momento todo esto me ha dado una nueva clave a la hora de interpretar el problema de los cintamanis…

—Adelante. Diga de qué se trata.

Jonás levantó las manos en un gesto conciliador.

—Lo siento, comandante Gwalior, pero ya le he dado todas las claves para que llegue a las mismas conclusiones a las que yo he llegado. Lo que le he dicho, es lo que sabemos positivamente; el resto son especulaciones mías, y no las voy a arriesgar hasta que Lilith me entregue ciertos análisis.

—Ya veo. ¿Y cuándo tendrá esos análisis?

—En cuanto hable con Lilith. Con la tecnología del Imperio, creo que podremos tenerlos en unas horas. Entonces, puede que podamos descansar todos… ¿Cuánto tiempo llevamos aquí?

—Mañana se cumplirá una semana.

—Bien, pues yo, desde que he llegado, apenas he dormido tres o cuatro horas diarias.

—No se queje, Jonás; éste tampoco ha sido un viaje de placer para mí.

—¿Sabe algo más sobre lo que piensan hacer los romakas?

Gwalior se encogió de hombros.

—Ese eunuco es un maldito hijo de puta —repuso tranquilamente.

Jonás miró nervioso en torno suyo. ¿Se había vuelto loco Gwalior? Sin duda que los romakas habían infestado aquella habitación de micrófonos.

—De todas formas —siguió diciendo—, la cosa parece más distendida. Hoy han aprobado recibir a un nuevo grupo de nuestros hombres.

—¿De veras? Eso sí que es una noticia. ¿Se sabe ya a quién más van a enviar?

—Sólo hay uno seguro, de momento.

—¿Quién?

—Hari Pramantha.