CUATRO

Entraron en otra de las cámaras del núcleo aclimatadas para humanos. Esta le recordó la enfermería de la Vajra. Era un hospital en miniatura, concentrado en una pequeña habitación semiesférica de no más de veinte metros cúbicos de capacidad.

El centro de la cámara estaba ocupado por una mesa de disección, sobre la que destacaba un objeto rojizo. Cuatro hombres embutidos en batas de laboratorio trabajaban sobre este «objeto» bajo la potente luz de una batería de focos situada en el techo de piedra.

El contraste entre la heterogeneidad de la roca, y la aséptica pulcritud del resto de utensilios que los humanos habían añadido a la estancia, le daba a ésta un aspecto tétricamente surrealista.

Uno de los cuatro hombres levantó la vista, y sonrió al ver a Lilith. Era más alto que los demás y enfermizamente delgado. Tenía el aspecto de olvidarse habitualmente de comer durante varios días. Su rostro, surcado por una cantidad increíble de arrugas, estaba enmarcado por una aureola de revueltos cabellos blancos, que se movían como tentáculos bajo la ingravidez. Evidentemente, aquel hombre no hacía uso de las técnicas de cirugía estética imperiales. Jonás tampoco pudo apreciarle ningún tipo de maquillaje corporal.

—¡Lilith, cariño! ¡Cuánto tiempo! Había empezado a considerar la posibilidad de que os hubierais largado sin mí.

—¿Has hecho los ejercicios? —preguntó la biólogo con su habitual frialdad.

—¿Qué? Ah, no; aún no.

—Pues hazlos. Corre por ahí un rato. No tengo ganas de cargar con más casos de osteoporosis.

Ab Yusuf Rhon se dispuso a correr por la cámara.

—¡Aquí no, estúpido! —bromeó Lilith—. En el juggernaut. Allí encontrarás espacios lo suficientemente grandes. Corre por las paredes; haz un poco de motorista en el muro de la muerte. Pero muévete bien. Llevas demasiados meses a cero g. He encontrado un exceso de calcio en tus análisis de orina.

El exobiólogo simuló estar asombrado.

—Increíble —dijo—. Miss Iceberg preocupándose por mi.

Jonás observaba a la pareja de imperiales asombrado, comprendiendo sólo a medias la conversación entre ambos. Finalmente, Lilith reparó en él, y le presentó al exobiólogo.

Lilith había tenido razón. A los cinco minutos de conversar con el científico imperial se sintió como si fueran camaradas de toda la vida. Jonás reconoció inmediatamente en aquel hombre el mismo afán de saber, la misma curiosidad insaciable, que lo dominaba a él.

Hablaron del estado de la Ciencia en el Imperio, y lo compararon con la Utsarpini. Por mucho que esto sorprendiera a Jonás, los científicos de la Utsarpini disfrutaban de más libertad que los imperiales. También hablaron de los juggernauts, de los rickshaws y del Cúmulo. Al igual que él Yusuf era un ferviente defensor de la idea de que la raza humana, y la fauna emparentada con ella, había colonizado Akasa-puspa desde la Galaxia. Les habló de los libros que había publicado sobre el tema en Vaikunthaloka, y cómo esto provocó las iras de la Hermandad.

—¿Cuál es aquí tu campo de interés, Yusuf? —preguntó Jonás. Había hablado demasiado sobre sí mismo, y ya era hora de conocer más datos sobre el exobiólogo.

—En estos momentos, única y exclusivamente los colmeneros. ¿Te sorprende…?

—No, ¿por qué?

—Yusuf ha dado por imposibles a los cintamanis —explicó Lilith.

—Por supuesto —dijo Yusuf, enrojeciendo de ira—. ¿Qué diablos esperan que haga yo con todo ese galimatías? Si tu tractor se contagia de la gripe, ¿a quién debes llamar? ¿Al médico o al mecánico? Y luego el fracaso de Lilith al intentar activar los… ¿cómo les llamáis ahora?

—Cintamanis.

—Cintamanis… ¡ah! Algún día tendremos la clave de todo esto, pero dudo que para entonces nos quede algún rickshaw del Sistema Cadena. Mientras tanto yo aprovecharé las confusas circunstancias que me han traído hasta aquí, y efectuaré la única investigación seria de los colmeneros.

—¿La única?

—Sí, fíjate que he dicho «la única», y no «la primera».

—No te entiendo. —Aquello era nuevo para Jonás.

El exobiólogo juntó los dedos y miró hacia el abovedado techo de piedra.

—Hace años empecé a interesarme por los colmeneros. Los colmeneros son, a su manera, unas adaptaciones al vacío tan sorprendentes como el resto de la espacio-fauna del sector… Intenté reunir toda la información posible sobre estas criaturas, pensaba que dado lo asombroso de una ecología basada en la vida en el espacio, la documentación sería abundante.

—¿Y te equivocabas…?

—Sí. Apenas logré reunir cuatro generalidades… Parecía que nadie se había interesado jamás por estos seres.

—¿Nadie?

—Encontré muy pocos datos, como ya te he dicho.

—Eso no es tan extraño. El interés del Imperio por la Ciencia ha tenido fluctuaciones. Creo que hacia la época en la que el Imperio abandonó el sector, lo que estaba realmente de moda era la Religión…

—Sí, también pensé en eso. Pero incluso en las épocas más oscuras, siempre ha habido individuos aislados interesándose por la Ciencia. Pero en este caso era como si alguien hubiese intentado conscientemente borrar todas las huellas.

»En los primeros siglos de colonización, cuando el Imperio controlaba el sector, los recién llegados vieron la solución a muchos de sus problemas: adiestrar a los colmeneros como cazadores de juggernauts. Proporcionarles armas y equipo. Comprar la proteína como valiosa fuente de alimento para las mandalas del sector, como fertilizante, o como materia prima para sintetizar productos.

»¿Cómo es posible que entonces nadie sintiera siquiera un ápice de curiosidad? Los tenían al alcance de la mano, ¿por qué nadie intentó saber más sobre ellos?

—Al retirarse el Imperio —intervino Lilith—, las mandalas fueron presa fácil de los angriff que exterminaron a la mayor parte de los colonos del Límite.

—Sí —corroboró Jonás—. Cuando las tropas de Kharole reconquistaron la zona, se sorprendieron al comprobar que los colmeneros seguían vivos. De algún modo se las arreglaron para sobrevivir, conservando la maquinaria que poseían en funcionamiento hasta el regreso de los humanos. ¿Es posible que durante el interregno se perdiera la información?

—¿De los bancos de datos de la Universidad Imperial?

—Sí.

—No —Yusuf agitó una mano como si intentara alejar aquella idea de la mente de Jonás—, no lo creo, al menos si quieres decir que se perdieron de forma no premeditada. Hay una «inteligencia» tras esa pérdida.

—¡La Hermandad! —Afirmó Jonás.

—No. Es posible que la Hermandad parezca muy poderosa vista desde la Utsarpini. Pero en el Imperio no goza de la fuerza suficiente como para acceder a millones de ordenadores, y hacer desaparecer datos de ellos como si nunca hubiesen existido.

—¿Entonces…?

—No lo sé. Este es un punto que sigue intrigándome. Sin embargo, puedo asegurarte que mi trabajo aquí en los últimos meses, va a arrojar una luz muy reveladora sobre los colmeneros.

Jonás casi no podía disimular que el científico imperial había despertado, con sus palabras, un vivo interés sobre los resultados de sus investigaciones. Sin embargo, se mostró cauto y reprimió la oleada de preguntas que afluían a su boca. Tal vez el exobiólogo recelaría de él si empezaba a bombardearlo con preguntas. Además, era posible que no hiciera falta; Yusuf parecía ansioso de hablar y contrastar sus teorías con un nuevo biólogo.

—Échale un vistazo a esto —dijo misteriosamente, y se impulsó con un débil salto hasta la mesa de disecciones. Los ayudantes de Yusuf, que hasta ese momento habían permanecido trabajando en silencio sobre ella, se hicieron a un lado.

Jonás le siguió, y una vez estuvo lo suficientemente cerca comprobó que (tal y como ya se había figurado) lo que había sobre la mesa era el cadáver de un colmenero, convenientemente despiezado.

El colmenero muerto estaba bajo una especie de cúpula transparente; Yusuf introdujo sus manos por unos guantes adosados a la cúpula, y tomó un bisturí de su interior.

Jonás adivinó la función de este artilugio. A cero g, la sangre que manaría de los cortes practicados al cadáver formaría burbujas que serían atrapadas por la cúpula y evacuadas mediante algún sistema de succión.

Yusuf hurgó con el bisturí en la rosada carne.

—Fíjate en esto…

Jonás tragó saliva, sintiendo que se le revolvía el estómago.

—¿No les molesta que les hagas eso? —preguntó.

—Amigo mío, a éste ya no le molesta nada.

—Me refiero a los demás… ¿Saben lo que se hace en esta cámara?

—Por supuesto. Pero ellos carecen de costumbres funerarias. No tienen tabúes religiosos al respecto. En realidad, no parecen tener religión alguna. Cuando uno de ellos muere, lo arrojan al secadero.

Jonás recordó las escamas de carne liofilizada, y volvió a sentir un estremecimiento en el estómago. Miró a Lilith, que flotaba frente a ellos y que parecía disfrutar con sus apuros.

Pero Yusuf volvió a requerir la atención de Jonás sobre el cadáver del colmenero.

Cortó un complejo paquete muscular hasta dejar al descubierto…

—¿Qué crees que es eso?

—Parece un fémur —aventuró Jonás.

—Es un fémur.

—Pero…

—¡Huesos! —exclamó Yusuf—. Uno podría dejarse engañar por el insectoide aspecto externo del colmenero, pero, como puedes ver, por debajo de su armadura cutánea tenemos un ser vivo, de sangre caliente, tan complejo al menos como nosotros… Fíjate en la delicada estructura de su columna vertebral…

Jonás observó confuso, mientras el exobiólogo practicaba cortes con maestría en los tejidos del colmenero.

¿Era aquella masa gris lo que quedaba del hepato-páncreas? ¿O era algún tipo de depósito de reservas? Aquellos filamentos blanquecinos podían ser parte del aparato circulatorio… o nervios. Un gran anillo lobulado, cerca de la base del cráneo, parecía un plexo nervioso sometido a deformación…

—Lo siento —dijo al fin—, pero creo que me estoy haciendo un buen lío. No entiendo lo que quieres mostrarme.

Yusuf pareció salir de un trance. Se volvió hacia Jonás.

—Claro, disculpa. He olvidado que yo llevo meses con esto, y tú sólo unos minutos. —El exobiólogo sacó sus manos de los guantes adosados a la cúpula—. Fíjate, el grado de adaptación de los colmeneros al espacio es asombroso, hasta el último detalle.

»Son criaturas de sangre caliente… ¿te has fijado en sus curiosos hocicos…?

—Si, son ojos infrarrojos. ¿Me equivoco?

—No. Están dispuestos al final de esas especies de trompas, para evitar ser engañados por el propio calor corporal del animal.

—Entiendo. Es como si nosotros intentáramos ver con nuestros cuerpos irradiando una potente luz.

—Exacto; la trompa (o el hocico, como quieras llamarle) está rellena de un esponjoso tejido aislante. ¿Puedes imaginar una adaptación más perfecta? En el vacío los infrarrojos son diez veces más efectivos para la visión que en una atmósfera planetaria.

—Oh…

—¿Y su capacidad de contener el aliento por espacios de tiempo casi ilimitados? Si tienen oportunidad de respirar oxígeno, lo almacenan en sus tejidos preparándose para futuros paseos espaciales. Incluso cuando se les agota, pueden aún sobrevivir varias horas por medio de la fermentación de los alimentos… ¿Sus cerraduras esfínter para la boca y el ano…?

—Sí, conozco todas esas características. Pero no veo que…

—Escucha, antes te has dejado confundir por el aspecto caótico de la disección…

—Sí.

—Entonces, quiero que veas esto.

Yusuf se aproximó a un pequeño ordenador personal, situado en un rincón de la cámara, entre papelotes y restos medio secos de pasadas comidas. Tecleó rápidamente, y la pantalla se iluminó mostrando un dibujo tridimensional increíblemente detallado de un esqueleto.

—Es una simulación de la estructura ósea de los colmeneros, obtenida a partir de los datos que he ido introduciéndole durante estos meses.

En la pantalla, la figura simulada giró sobre sí misma hasta mostrar el lado que Yusuf deseaba.

—Fíjate en esa pelvis… Parece diseñada para contener el peso del paquete visceral. Y en esa columna vertebral… ¿qué necesidad tiene de algo tan complejo un ser que jamás va a sufrir el tirón de la gravedad?

A Jonás se le iluminó el cerebro de pronto.

—Entiendo. ¿Para qué necesita un esqueleto una criatura que evolucionará en el espacio?

—Exacto. Lo cierto, es que en estos momentos, como puedes ver, los huesos han quedado reducidos a su mínima expresión. Hasta los huesos de los pájaros parecen vigas de acero comparados con ellos. Su función ha quedado reducida a una percha a la que los músculos puedan agarrarse. Si sometiéramos a un colmenero a un campo gravitatorio, por débil que éste fuera, moriría aplastado por su propio peso. Sin embargo, ahí están… fíjate en esto. —Tecleó algo, la zona de la simulación correspondiente a la parte superior del tórax se amplió hasta llenar la pantalla—. ¿No dirías que esas depresiones, situadas donde deberían estar los hombros, son los restos de una articulación?

—Brazos —comprendió Jonás—. Los colmeneros tenían brazos, como nosotros, cuatro miembros en vez de los dos que aún les quedan… Pero eso significa… ¡No es posible!

—Sí, adelante. ¿Qué ibas a decir?

—Los colmeneros son originarios de algún ambiente con gravedad. Algún planeta… De alguna forma evolucionaron para adaptarse a la vida en el espacio. ¿Pero qué circunstancias podrían provocar que un ser vivo sufriera cambios tan drásticos?

—Ninguna. Un pez puede evolucionar hasta adaptarse a la vida en tierra. Puede transformar sus aletas en patas, sus branquias en pulmones… Pero tierra y mar están íntimamente unidas… ¿Qué clase de planeta permitiría un acceso tan rápido al medio espacial?

—Sácame de dudas. ¿Tienes o no alguna teoría sobre cómo evolucionaron los colmeneros?.

—Sólo pudo ser de una manera. ¿Recuerdas a los juggernauts?

—¿Cómo iba a olvidarlos?

—¿Crees que ellos sí evolucionaron en el espacio?

—No… no lo sé. Parecen más extraños.

—Pero volvemos a la misma cuestión: ¿Puede una criatura evolucionar en el espacio por sí misma?

—Parece ser que no. Pero ahí están, ¿no?

—Ni siquiera allí. Es un medio demasiado hostil, que da muy pocas oportunidades a los seres vivos más simples para poder llegar a un estado de complejidad que les permita la vida en el vacío…

—Pero…

—Sí, ya se. Están ahí. Por mucho que nos empeñemos en decir que es imposible, ahí los tenemos. Imposible, sí. No pudieron evolucionar por sus propios medios… Por sus propios medios

—Espera, ya sé dónde quieres ir a parar… Pero…

—Creo que los juggernauts son seres artificiales, Jonás —dijo Yusuf con lentitud—. Creados hace millones de años por una raza superinteligente, para que sirviesen de alimento, de astronave, o ambas cosas.

—Parece increíble.

—¿Por qué? Es la única forma en que pudo aparecer la vida en el espacio. ¿Te parece absurdo? Tal vez algún día hagamos lo mismo, cuando la genética molecular avance bastante. Crearemos organismos que crezcan en cometas o asteroides, que fabriquen aire, calor y alimento para nosotros. Entonces, colonizaremos realmente Akasa-puspa, sin depender de mandalas, astronaves o escafandras.

—¿Y los colmeneros son los descendientes de los amos…? —preguntó Lilith, no muy convencida.

—Sí. Modificados genéticamente para adaptarse a la vida en el espacio. Uno puede ver claramente que la mano que estuvo hurgando en sus genes, fue la misma que transformó a los juggernauts…

—Al igual que uno puede reconocer a un artista por el cuadro que pintó —añadió Jonás.

—Precisamente. Sin embargo, actualmente todo parece indicar que los colmeneros han degenerado como consecuencia de su extraño medio ambiente. Ya no recuerdan su pasado glorioso…

Jonás observó ahora a aquellos animales de aspecto ridículo de un modo completamente nuevo. Sus antepasados podrían haber sido los creadores de aquellas moles vivientes viajeras por el espacio llamadas juggernauts. Podrían haber poseído una tecnología que ni la Utsarpini ni el mismísimo Imperio podrían llegar a soñar jamás… Tal vez algún día respondieran a muchas preguntas. Aunque en aquellos momentos Jonás se conformaría con que le dijeran cómo detener la plaga de cintamanis.

Jonás comentó estos pensamientos con el exobiólogo.

—Puede que les hagas tú mismo esas preguntas antes de lo que piensas —fue la sorprendente respuesta de Yusuf.

Abrió una alacena y extrajo de ella un frasco de formol. Se lo mostró a Jonás. En el interior del líquido conservante flotaba un curioso órgano procedente, sin duda, de algún colmenero viviseccionado en el pasado.

—¿Qué es?

—¿Qué te parece a ti que es?

Jonás lo observó con detenimiento. El órgano constaba de un bulbo central, rodeado de una espiral de tubos semejantes a los canales semicirculares de un oído humano.

—Parece un oído interno diseñado por algún dios borracho.

—Estupendo. Casi has acertado. De hecho, mi teoría es que fue diseñado a partir de un oído… En un colmenero se encuentra ubicado en el área parietal de su cráneo. Escucha esto…

Yusuf se había aproximado al receptor de radio. Lo conectó, e hizo girar el dial.

Una algarabía de trinos, chasquidos y pitidos llenó la estancia. Parecía una reunión de grillos compitiendo por vez quién era capaz de producir el sonido más extraño.

—¿Qué es eso? —pregunto Jonás.

—Ssssh. Escúchalo, es muy importante.

—¿Es una grabación?

—No, es algo que está sucediendo en estos momentos…

—Pero…

—Estás escuchando el parloteo de la colmena en pleno.

Jonás levantó el frasco a la altura de sus ojos. ¿Sería posible que…?

—¿Radio? —musitó como si temiera decir algo que fuera ridículo.

—Increíble, ¿verdad? Esto es un aparato de radio orgánico…

—¿Es eso posible?

—Lo tienes en tus manos. Volvemos al capítulo de las adaptaciones milagrosas. En el vacío del espacio, ¿se te ocurre un mejor sistema de comunicación? Alguien ha estado jugueteando con los genes de esas criaturas. Alguien que dejaría al mejor ingeniero genético del Imperio a la altura de un brujo de tribu.

—Pero, entonces, ¿la teoría de que se comunicaban usando de sus tentáculos estaba equivocada? ¿Cómo es posible que nadie captara antes sus emisiones?

—Mi teoría es que ellos utilizan los tentáculos al igual que nosotros usamos nuestras manos, y también para la comunicación cercana. Piensa que el alcance de una emisión de radio es mucho mayor que el de la voz humana… Por otro lado no es extraño que nadie captara antes sus emisiones. Fíjate, trabajan en una onda muy larga, incluso para la Utsarpini.

—Y también cabe la posibilidad de que si alguien los detectó en el pasado, esta información se haya perdido como tantas otras referentes a los colmeneros… —apuntó Lilith.

Pero, ¿quién pudo manipular el ADXN de los colmeneros? —se preguntó Jonás. Sobresaltado, se dio cuenta de que había empezado a pensar como un paranoico. Como Jai Shing.

El exobiólogo le dirigió una mirada divertida.

—Sin embargo, te he guardado lo mejor para el final. Pregunta: ¿Por qué infieres que los colmeneros tienen ADXN? ¿Sólo porque ellos y los juggernauts son criaturas adaptadas a la vida en el espacio…?

—Un momento —dijo Jonás lentamente—. ¿Estás intentando decirme que los colmeneros poseen un ácido nucleico distinto al de los juggernauts?

—Sí, muy distinto. Los colmeneros poseen el mismo tipo de ADN que los perros, gatos, ratas, y… que nosotros mismos. Los religiosos dirían que los colmeneros son «criaturas de Dios», para diferenciarlos de aquellos seres que no comparten nuestra herencia. Según nuestros propios términos, los colmeneros están emparentados con la raza humana, de una forma u otra.

»Son vida buthani…