TRES

El asteroide-colmena flotaba frente a ellos, iluminado por la luz combinada del Akasa-puspa y la Galaxia. Parecía increíblemente cercano, apenas tendrían que saltar un par de kilómetros más para alcanzarlo.

Era una estructura ligeramente esférica de unos doscientos metros de diámetro. Visto desde fuera, no presentaba rasgos que indicaran el pequeño pero complejo microcosmos viviente que anidaba en él. Excepto por un detalle; los dos kilómetros y medio de espiga impulsora, con sus negras pantallas solares alineadas sobre él.

El sistema de propulsión era muy común en la Utsarpini: un impulsor de masas que eyectaba materia (cualquier materia) a gran velocidad, tras ser ionizada y acelerada en un campo magnético. La energía necesaria era de origen solar.

Lilith y Jonás sobrevolaron la casi interminable fila de placas fotovoltaicas colocadas sobre la larguísima espina del impulsor, a la manera de grandes velas rectangulares dispuestas sobre una gigantesca lombriz metálica.

Alcanzaron al fin el asteroide, y reptaron sobre su curva hasta encontrar la entrada. Los colmeneros habían colocado una serie de garfios estratégicamente dispuestos para permitir a los humanos asirse a ellos, y desplazarse sobre la irregular superficie.

La entrada-esfínter se dilató, y la pareja de biólogos accedió al interior.

La colmena estaba profundamente excavada formando galerías y pozos, donde se almacenaba la maquinaria, los pertrechos, y los sistemas de soporte vital.

Jonás flotó a lo largo de interminables corredores, siempre guiado por Lilith. De vez en cuando pasaba a su lado un colmenero a toda velocidad, como un meteorito con patas. Los corredores estaban iluminados con una fea luz amarillenta, colocada por los imperiales.

—Al menos podrían haber fijado trozos de roca coloreada, o cristales de gran tamaño —comentó Jonás observando con disgusto las frías paredes de roca—. Hasta las ratas decoran sus nidos. Quizás tengan razón los que piensan que son sólo animales.

La colmena estaba tallada en el pétreo corazón del asteroide, una roca de un verde negruzco, con minúsculos granos cristalinos. Los corredores estaban desprovistos de todo adorno. Globos de luz. Anónimas tuberías que discurrían por las paredes/suelos/techos, (Jonás ignoraba las convenciones), barandillas y asideros para la cero-g. De lo que no carecía era de sensaciones para el olfato. La colmena entera bullía de olores raros: a creosota, a jabón, a almendras amargas, a gasolina rancia, a acroleína, y otros más extraños que desafiaban a la pituitaria del más experto sabueso.

Jonás se preguntaba cómo les parecería a ellos el olor a ácido butírico que desprenden los mamíferos. Si tenían olfato, pues este sentido, en el vacío, les era más bien inútil.

Finalmente alcanzaron el núcleo del asteroide, una serie de cámaras blindadas con varias capas de material protector: allí se guarecían los colmeneros en caso de tormenta solar, y allí criaban a sus hijos.

Los retoños eran muy sensibles al vacío y a las radiaciones, puesto que carecían de cutícula protectora. A medida que crecían, ésta se desarrollaba, pero aún eran vulnerables, especialmente durante las mudas. Sólo los adultos podían soportar exposiciones al espacio casi indefinidas.

En el núcleo también se encontraba la despensa, y los almacenes de alimento.

Lilith hizo girar una manivela que les permitiría acceder al almacén principal. Jonás miró alrededor nervioso. Un grupo cada vez mayor de colmeneros les rodeaban observándolos con sus inescrutables rostros. Su armadura contra el vacío les daba un aspecto siniestro, como el de un guerrero de algún planeta yavana. La punta de su máscara se prolongaba hacia delante como el hocico de un cerdo. Sin embargo, los dos orificios cónicos al extremo de este «hocico», no eran para oler, eran dos auténticos ojos de infrarrojo. Todos aquellos ojos se clavaban ahora en la pareja de científicos. Los tentáculos de su espalda se agitaban espasmódicamente.

—Lilith… ¿crees que se molestarán si entramos aquí?

La científico miró alrededor.

—No te preocupes, son inofensivos. —Y entró en la cámara.

Jonás dirigió a los colmeneros una mirada de disculpa, y siguió a Lilith.

En el interior, el olor a rancio se sobreponía a cualquier otro aroma captado por Jonás en la colmena. Era una cámara casi cuadrangular, de unos cien metros cúbicos de capacidad. El hedor provenía de una serie de balas de color negruzco que se amontonaban llenando el noventa por ciento del espacio de la cámara.

—Ahí tienes tu juggernaut —dijo Lilith señalando las balas. Jonás se aproximó a la más cercana. Era un cubo, de aproximadamente un metro de lado. Estaba compactada con la ayuda de alambres.

Tomó un poco del material que contenían. Este se desmigó entre sus dedos en innumerables escamas que flotaron en torno a él.

—¿Qué es esto?

—Liofilizado —explicó Lilith—. Los colmeneros conservan las proteínas desecando los tejidos de juggernaut al vacío.

—¿Por qué has esperado hasta ahora para decírmelo? Podríamos habernos ahorrado el viaje.

—Quería que te convencieras por ti mismo. ¿Qué más podía hacer? Te relaté detalladamente nuestros intentos de infección. Tú mismo viste las películas… Además, quería que vinieses aquí para conocer a un personaje muy singular: el exobiólogo Ab Yusuf Rhon.

—¿Ab Yusuf Rhon?

—¿No lo conoces? En el Imperio es muy famoso. Ven, te gustará. En cierta forma es muy parecido a ti.