Isvaradeva accionó el comunicador. La voz del suboficial de comunicaciones de la Vajra le saludó desde el otro extremo de la línea.
—Hay un mensaje del comandante Gwalior —informó.
—Enterado. Pásemelo a mi camarote.
—Tendrá que conectar su monitor, mi Comandante. El mensaje viene con imágenes.
Isvaradeva asintió. Evidentemente, Gwalior estaba utilizando los aparatos de comunicaciones del Imperio. Miró hacia su monitor. En aquel momento lo ocupaba una imagen de la nave Imperial. Isvaradeva había permanecido las últimas horas dando vueltas por su nave, como un león enjaulado, preguntándose qué se estaría cociendo en el interior de aquel cascarón de juggernaut.
—El monitor ya está conectado. Páseme la comunicación —dijo con impaciencia.
La imagen cambió bruscamente. El impávido rostro de Gwalior sustituyó a la negra nave de fusión.
—Saludos, Comandante —dijo Gwalior—. Antes que nada, quiero advertirle que no tenemos ninguna duda de que esta conversación está siendo escuchada y registrada por los imperiales.
—Ya contaba con eso, Gwalior. ¿Algo que pueda decirme?
—Muchas cosas, Comandante. Y ninguna agradable.
Isvaradeva asintió. Negros pensamientos pasaron rápidamente por su mente. Pero ninguno de ellos era tan malo como lo que le faltaba por oír
—Los imperiales no se han tomado nada bien la coronación de Kharole. ¿Me equivoco?
—Negativo, Comandante. Pero hay más.
¿MÁS?
—Ordene que se dirijan los telescopios de la Vajra a esta posición… —leyó una serie de números que delimitaban unas precisas coordenadas espaciales.
Isvaradeva anotó rápidamente las cifras.
—Un momento, Gwalior —dijo. Y a través del intercomunicador se las pasó a los serviolas. Volvió con su Ayudante Mayor—. ¿Qué van a encontrar exactamente, Gwalior?
—Veleros solares… Una flotilla de veinte veleros se dirige directamente hacia nuestra posición.
—Oh, Krishna… —musitó Isvaradeva.
—Los imperiales han interpretado esto como un ataque por sorpresa de la Utsarpini hacia una de sus naves…
¿Qué otra cosa podrían deducir, si no? —pensó Isvaradeva.
—… están furiosos. Piensan que les hemos tendido una trampa… —y añadió con pesar—: Yo no he sido capaz de encontrar los argumentos adecuados para convencerles de lo contrario…
—Enterado, Gwalior —repuso Isvaradeva tristemente—. Lo importante ahora es averiguar lo que está pasando exactamente. Comunicaremos con Vaikuntha para que Kharole pueda explicarnos…
—No podemos comunicarnos con ningún sitio, Comandante. Los imperiales tienen bloqueadas nuestras transmisiones. Amenazan con disparar contra nosotros si lo intentamos.
—¿Disparar?
—Afirmativo. Ellos tampoco han jugado limpio. A pesar de las condiciones que les impuso Kharole, han traído armas atómicas.
—¿Sólo eso? —Isvaradeva se sentía abatido, superado por las circunstancias—. ¿No tiene ningún desastre más para comunicar?
—Por otro lado, el hombre que está al mando, pretende que continuemos con los planes de investigación previstos. Aparte de esto, nada más, mi Comandante.
Isvaradeva se despidió de su Ayudante y dejó que el torbellino de pensamientos que había estado conteniendo durante la conversación, se abatiera ahora sobre él.
¿Había sido traicionado por Kharole?
—Cuando se vieron en Vaikuntha le había prometido que ésta sería su última misión. ¡Y no bromeaba! Comprendió que había sido enviado a una misión suicida. Él era la mano que muestra libre el prestidigitador, mientras que con la otra realiza el truco. Khan Kharole, el mago, haciendo desaparecer naves y hombres, para sacárselos más tarde de la manga.
Recordó el final del almirante Niustand. Un títere más lanzado al vacío por Kharole, sacrificado para servir a sus complejos propósitos.
¡Y ahora le había tocado el turno a él!
Llamó a su segundo y le puso al tanto de las últimas novedades. Sirviera para algo o no, la nave debería de estar dispuesta para entrar en combate.