TRES

Lilith Firishta, la bióloga del Imperio, les había dejado en una sala de conferencias. Su centro estaba ocupado por una mesa oval con asientos para unas diez personas. Cada silla estaba equipada con una pantalla de vídeo, una terminal de ordenador y dispensadores de alimentos, adosados a la mesa.

Sentado en la cabecera les aguardaba un hombre grueso y de aspecto aceitoso, con un rostro blanco, de piel lisa, donde se veían un par de ojillos de cerdo, semicubiertos por los párpados, y que parecían no haber estado nunca totalmente libres de sospechas. Sus labios, cejas y uñas estaban pintados de un enfermizo color verde.

Cuando entraron, se limitó a lanzarles una mirada reprobatoria, e indicarles con una mano repleta de anillos y joyas que se sentaran.

—Mi nombre es Jai Shing —dijo a modo de presentación, pero continuó hablando antes de que ninguno de los recién llegados pudiera abrir la boca—. He sido delegado como gramani[115] de esta misión por el mismísimo Emperador de la Humanidad —remarcó ostentosamente las palabras «Emperador de la Humanidad».

Su voz era insólita. Era una voz infantil, como la de un niño de siete años.

Un eunuco —comprendió de pronto Jonás. Era lógico, por lo que sabía del Imperio. Los cada vez más débiles emperadores ya no confiaban en sus generales y militares. Colocaban a eunucos irreversibles al mando de expediciones de aquel tipo, pensando que un hombre incapaz de tener descendencia, incapaz de fundar una dinastía, no intrigaría para apoderarse del trono.

—¿Puedo saber a qué se deben todas estas medidas? —preguntó Gwalior muy tranquilo—. Le recuerdo que ustedes son invitados en territorio de la Utsarpini. Y actúan como si fuesen los amos, y nosotros los prisioneros.

—Son mis prisioneros —dijo el eunuco con evidente satisfacción.

Gwalior se levantó.

—No estoy dispuesto a…

—¡Siéntese, comandante! —su voz sonó como la de un niño malcriado, pero con los ojos hizo una señal a los guardias de la puerta, que avanzaron un paso.

El infante de marina miró alrededor, nervioso, sin saber qué hacer. Realmente, ¿qué podría intentar él solo y desarmado, contra los guardias imperiales? Por su parte, Jonás intentó pasar lo más desapercibido posible.

—Siéntese. Este ya no es territorio de la Utsarpini. ¿No lo recuerda? La Utsarpini ya no existe. Su glorioso líder, Kharole, se ha proclamado emperador. Lo malo es que el título ya estaba ocupado.

—Esos no son asuntos de nuestra incumbencia. Somos militares, no políticos. Y hemos venido a cumplir con una misión que no tiene nada que ver con todo ese asunto.

—¿De veras, comandante? —Shing se retorció las manos—. ¿Creen que pueden seguir manteniendo esa coartada?

—¿Coartada? No sé a qué se refiere. Nuestra misión es únicamente la de supervisar su trabajo en nuestra zona. Y la de ayudarles, en la medida de nuestras posibilidades, a esclarecer las causas de la destrucción de sus rickshaws.

—Su misión era la de apoderarse de una nave de fusión del Imperio…

—¿Nosotros…? —Gwalior casi se echó a reír. Tomó asiento ya más relajado. Aquel eunuco era simplemente un paranoico. Aquello podría resultar problemático, pero no algo que él no pudiera manejar—. ¿Cómo, con un solo velero contra toda su tecnología de fusión?

—No es necesario que siga fingiendo, comandante. Su mascarada ha quedado al descubierto. —El eunuco pulsó, con sus dedos gordezuelos, unos controles dispuestos frente a él.

Cada uno de los monitores de vídeo se iluminó con una cegadora vista del cúmulo. Jonás admiró la imagen. Era en color, a diferencia de los primitivos monitores a base de válvulas de vacío de la Utsarpini, e increíblemente detallada, a pesar del tamaño minúsculo de la pantalla.

—¿Qué me dice ahora, comandante? ¿Qué nuevo embuste está tramando ahora? —la voz chillona sonaba triunfal.

—Usted está loco —dijo Gwalior—. No sé qué quiere que vea en esta diapositiva de Akasa-puspa.

Jai Shing tomó lo que a Jonás le pareció un lápiz metálico, unido mediante un cable a su monitor, con el que garabateó sobre la pantalla de éste.

En los monitores de los tres hombres de la Utsarpini aparecieron varios círculos rojos remarcando algunas zonas. Lo contenido en el interior de los trazos se amplió rápidamente. Ahora la imagen era más borrosa, pero Jonás pudo distinguir varias manchas circulares de un negro profundo que contrastaban violentamente contra la blanca masa de estrellas que le servía de fondo. Jonás pudo contar veinte de aquellas manchas. Eran veleros solares.

—¿Esperaban no ser detectados hasta estar sobre nosotros, comandante? —los ojos del eunuco chispeaban triunfales—. Sin duda pensaban encontrar a una nave imperial desarmada, una presa fácil, ¿no?

—Si está insinuando lo que pienso —dijo fríamente Gwalior—, en ese caso le aseguro que…

—¿No se rinde nunca, comandante? No, a pesar de las evidencias intentará seguir manteniendo su postura contra viento y marea. Así son ustedes los yavanas, incapaces de dar su brazo a torcer.

—¿Usted afirma que ésas son naves de la Utsarpini?

—De la Utsarpini o de la Hermandad, qué más da. ¿No son ustedes aliados? ¿No son ustedes los únicos que utilizan ese tipo de navíos?

—También los subandhus rebeldes del sector poseen veleros.

—¿Y serían capaces de reunir una flotilla de veinte naves en un espacio de tiempo tan corto? No, no intente escurrirse, comandante. Nuestro adhyaksa sólo informó de nuestra posición a Kharole y a Srila en persona. ¿Y sería tan estúpido Kharole de poner sobre aviso a sus enemigos los subandhus? No, más bien Kharole es muy listo. Insistió mucho en que nuestra nave llegara completamente desarmada. Pero en eso se equivocó. Nos menospreció, tomándonos por idiotas. Cuando la flotilla alcance nuestra posición se encontrará frente a una nave de guerra imperial perfectamente armada con misiles de fusión.

—¿Ustedes han traicionado la palabra dada a Kharole? ¿Han introducido armamento atómico en nuestro sector? —La voz de Gwalior parecía tranquila, pero Jonás apreció una vena latiendo furiosamente en su cuello.

—Por supuesto. Y si somos atacados responderemos con la máxima dureza. Estamos preparados para ello. ¿Su misión era introducirse en nuestra nave, e intentar apoyar desde dentro el ataque de sus veleros?

Gwalior no respondió.

—¿Se le han acabado los argumentos, comandante? No importa. Desde este momento son ustedes mis prisioneros. Por supuesto tienen totalmente prohibido el acceso a nuestra nave de fusión. Pueden cumplir, si así lo desean, la misión que les ha servido de tapadera, pero si intentan comunicar con la flotilla… repito, si intentan advertir a sus camaradas, reduciremos su nave a partículas elementales, antes de que tengan tiempo para darse cuenta. Esto no es una amenaza, comandante. Advierta a su superior de su nave. No podrían mandar mensajes, de todas maneras; tenemos bloqueada su radio. Pero si lo intentan… Adviértale.

No dijo nada más. Se levantó y salió de la habitación, mientras sus fofas carnes se estremecían a cada paso bajo la débil gravedad.

Los tres hombres quedaron solos. Durante un par de minutos nadie dijo nada. Finalmente, Jonás estalló.

—¡Muy bien! ¡Estupendo! ¿Dónde nos deja esto? —gritó— ¿Y ahora qué…

—Cállese, Jonás.

—… vamos a hacer? Nos la ha jugado bien ese bastardo de Kharole…

—¡Alférez! —Gwalior elevó su voz por encima de la de Jonás.

—… cebos. Hemos sido usados como cebos. Para distraer a los imperiales del verdadero ataque…

—¡SILENCIO! ¡CÁLLESE, ESTÚPIDO! —Jonás se interrumpió de golpe. Nunca habla visto a Gwalior tan furioso. Su aparentemente inamovible calma parecía haberle abandonado—. Escúcheme, ahora usted es un oficial de la Marina de la Utsarpini. Quiero que esto le entre en su cabezota de civil de una vez para siempre. Está bajo el Reglamento militar. Le guste o no. Si vuelvo a escuchar de su boca palabras ofensivas para nuestro senapatis supremo, o balbuceos histéricos como los de hace un momento… será encerrado en el más oscuro calabozo de la Vajra, para, a nuestro regreso, comparecer frente a una corte militar. ¿Me ha comprendido, alférez?

Jonás apretó los dientes y asintió con la cabeza.

—Ahora apártese de mi vista. ¡FUERA!

Jonás salió. Gwalior se volvió hacia el infante de marina. Ozman parecía intentar encoger su musculoso cuerpo hasta hacerlo desaparecer. Las discusiones violentas entre oficiales, como aquélla, caían fuera de su experiencia cotidiana, pero sabía lo suficiente sobre el tema como para comprender que si dos oficiales se trataban de aquel modo, cualquier soldado que anduviera cerca corría el peligro de pasarlo muy mal.

Gwalior sonrió para tranquilizarlo.

—Bien, soldado. Creo que es hora de que llamemos a la Vajra para informar.