CUATRO

—¿Todavía no hay respuesta?

—Nada, mi Comandante. En ninguna de las bandas. Este lugar parece estar muerto.

La Vijaya se deslizaba por el interior de la Esfera como una mosca atrapada en una botella de luz. Esta era una imagen tentadoramente gráfica para Jonás. La nube de asteroides que orbitaban la estrella amarilla en apretadas y perfectísimas órbitas tenía el aspecto de un velo semitransparente al ser contemplado desde fuera. Pero una vez dentro la cosa cambiaba. Gracias a la tenue vegetación plateada que las recubría, cada roca reflejaba una gran parte de la luz que caía sobre ella. Los resplandores se fundían en una única pared luminosa que parecía abarcar el Universo entero.

En el puente de la Vijaya todo el mundo contemplaba el espectáculo ofrecido por la pantalla geodésica en un respetuoso silencio. Pero el ordenador de la nave, durante toda la aproximación, había emprendido una frenética cantinela en todas las frecuencias y bandas posibles, buscando desesperadamente comunicarse con los hipotéticos habitantes de la Esfera.

La Esfera, lógicamente, era producto de una tecnología superior a la alcanzada jamás por el Imperio. Se imponía, por tanto, que la Vijaya procediera con precaución.

Dohin había sugerido que sin duda poseerían sistemas detectores de cometas y desechos espaciales, pero con un suficiente grado de complicación para distinguir las naves de los asteroides interestelares. Por tanto, al entrar en ella, habían mantenido una deceleración regular mientras inundaban todas las bandas de radio con cientos de miles de mensajes amistosos en todas las lenguas conocidas en Akasa-puspa.

Ante la falta de respuesta a las señales, Prhuna decidió adoptar precauciones incluso mayores. ¿Era posible que los Esferitas hubieran abandonado la radio y las señales luminosas ya en la época en que construyeron el caparazón? ¿Y cuánto tiempo habría transcurrido desde entonces…?

—¿Es posible que estén tan avanzados que, simplemente, no sientan interés alguno por nosotros?

—Eso, Comandante, sería más bien un signo de regresión que de progreso —apuntó Lilith.

—Si la misma Esfera ha llegado a estar superpoblada, y la civilización se ha venido abajo, los supervivientes podrían encontrarse en un estado de salvajismo similar al que hemos encontrado en tantos planetas de la periferia de Akasa-puspa —sugirió Dohin.

—El hecho de que la Esfera continúe existiendo nos demuestra que sus sistemas todavía funcionan, incluido probablemente el de defensa. Quizás de una manera completamente automática —replicó Lilith. Tras una pausa, añadió—: Claro que a ese nivel de progreso, tal vez no seamos capaces de distinguir a quien tengamos enfrente: sus sistemas automáticos podrían parecerernos seres vivos dotados de gran inteligencia.

—Entonces, ¿por qué no hemos detectado ninguna señal de civilización, ningún mensaje de radio?

—No hemos buscado donde deberíamos. Es posible que en estos momentos nuestra situación se parezca a la de esos salvajes de Anandaloka, que se comunican con sus vecinos tocando el tambor, pero que ignoran el vasto tráfico interfónico que va por encima, alrededor, y a través de ellos.

—¿Qué sugieren entonces? —pregunto Prhuna impaciente. Parecía al borde del agotamiento físico. Desde que entraron en la Esfera no había abandonado en ningún momento su puesto de mando. Su Segundo había acudido a relevarlo en dos ocasiones, y en ambas había permanecido en el puente, pero sin llegar a asumir el mando.

—¿A qué se refiere, Comandante?

—¿Qué sería más seguro para la nave? ¿Debemos interrumpir la aproximación, y proceder al envío de sondas no tripuladas?

—¿Qué solucionaría eso? Las sondas podrían engañarnos de la misma forma que nuestros instrumentos de largo alcance. Nos guste o no, al final tendremos que arriesgarnos a una aproximación física.

—Al menos, todavía no han dirigido un haz de partículas contra nosotros —comentó Yusuf—. Esa sería una forma muy desagradable de entrar en contacto.

A nadie pareció gustarle aquella broma.

—¿Es posible que toda la Esfera esté deshabitada? —preguntó Jonás.

—¿Por qué no? Esta cosa pudo ser construida hace millones de años —respondió alguien.

Yusuf se aproximó al sillón de mando de Prhuna.

—Comandante, ¿han probado en la frecuencia usada por los colmeneros?

—Tiene usted razón, doctor. ¿Sabe en qué bandas debemos buscar?

Yusuf asintió y leyó los números al oficial técnico de comunicaciones. El oficial pidió al ordenador que buscara en aquella banda y…

—¿Ha encontrado algo? —preguntó Prhuna al contemplar la expresión de asombro de su oficial.

—Sí…, mi comandante —respondió éste, confuso.

—Bien, páselo a los altavoces.

Un súbito estampido de chillidos, gorgojeos, trinos y silbidos llenó el puente.

—¡Por el Sagrado Lingam, baje el volumen de esto!

El sonido se redujo hasta casi desaparecer.

—¿Alguien había dicho que este lugar estaba muerto? —bromeó Gwalior.

—Colmeneros… Estamos escuchando la frecuencia a la que se comunican los colmeneros… —dijo alguien.

—Evidentemente —añadió Jonás—. Sabemos que los juggernauts provienen de aquí. Y los colmeneros nunca andan muy lejos de los juggernauts.

—Todos esos asteroides… —dijo Lilith—. ¡Deben de estar infestados de colmeneros!

—Exacto.

—Todo esto es un maldito galimatías, Jonás. ¿Qué significado tendría que alguien se hubiera tomado todas esas molestias sólo para procurarles un hábitat a esos animales?

—En la banda de radioemisión señalada por el doctor Yusuf —anunció Ban Cha, que acababa de reincorporarse a su puesto de guardia tras cumplir su período de descanso, ahora de cuatro horas por cada cuatro de servicio—, el ordenador ha conseguido detectar una zona donde la emisión de los Colmeneros parece situarse a varios miles de kilómetros más cerca de nosotros que el resto.

En la pantalla geodésica del puente aparecieron unas raras formaciones situadas en la zona señalada por el teniente.

—Parecen nubes… —dijo Lilith, muy consciente de lo absurdo de su comentario.

¿Cómo puede haber nubes en el vacío? —se preguntó Jonás— ¿Tal vez serán nubes de polvo?

Pero no. A lo que Lilith se había referido era precisamente a nubes de agua. Lo que estaban viendo en aquellos momentos era muy parecido a una imagen del suelo contemplada desde un ascensor en una babel. Las formaciones nubosas se deslizaban perezosamente sobre las tierras y los campos de algún planeta habitado, proyectando su sombra sobre las irregularidades del terreno.

Aquello no podía ser real. Jonás trató de recordar la escala. Una vez más eran engañados por la incapacidad de su mente para interpretar fenómenos tan enormes. Ante éstos, sus subconscientes buscaban frenéticamente lugares y situaciones semejantes con los que orientarse.

—Quiero una ampliación de eso —ordenó Prhuna.

Las nubes crecieron ante sus ojos como si fueran pájaros abalanzándose hacia ellos.

Jonás había empezado a acostumbrarse a las sorpresas, y creía que éstas ya no podían afectarle. Estaba, por tanto, mentalmente preparado para cualquier cosa, menos para lo que apareció ante sus ojos. Quizás lo único que, en buena lógica, debía de haber esperado.

Las nubes estaban formadas por…

—¡Juggernauts…!

—Exacto, una gigantesca manada de nuestros viejos conocidos… —dijo tranquilamente Lilith. ¿Quizás ella si lo había esperado?— Debe de haber miles de millones… y tal vez «nubes» como ésas se pueden encontrar a lo largo de toda la Esfera…

Los juggernauts se movían perezosamente ante sus ojos; a Jonás le vino la imagen de un rebaño de vacas ramoneando en un prado infinito.

—Bien, ya sabemos con seguridad de dónde viene —añadió Yusuf—. Debe de haber millones de colmeneros viajando con ellos… Pero, claro, aún estamos demasiado lejos para poder distinguirlos.

—Comandante —dijo Lilith—, ahí tenemos la respuesta al problema de los cintamanis. Sólo necesitamos capturar uno de esos juggernauts, y someterlo a observación para saber cómo controlar la plaga que está destruyendo nuestros rickshaws.

—En ese caso nos dirigiremos hacia ellos, doctora —replicó el Comandante tras repartir las correspondientes órdenes a los pilotos y técnicos.

Diez horas después, la Vijaya seguía deslizándose por el interior de la Esfera, mientras el ordenador de a bordo intentaba desesperadamente orientarse sobre un fondo tan confuso y mutable como era la «cáscara». Los técnicos del radar especulaban con aprensión sobre las mil y una formas en que les podría sobrevenir un ataque. Estar encerrados en el interior de un espacio tórico, aunque fuera de aquellas dimensiones, no era una experiencia habitual para ningún navegante estelar.

Pero súbitamente las cosas se precipitaron…

El primer planeta apareció en la pantalla de radar como una mota solitaria que se desplazaba sobre el fondo luminoso, a 150 millones de kilómetros de la estrella. El ordenador calculó rápidamente el plano de la órbita y ésta resultó ser casi perpendicular con respecto al ecuador de la Esfera. Esto significaba que una vez por año el planeta pasaría cerca de las aberturas polares del cascarón. A partir de aquí, empezaron las sorpresas; el ordenador detectó ciertas inexplicables alteraciones en el movimiento del planeta, y esto le llevó a descubrir un segundo mundo, viajando por la misma órbita pero unos millones de kilómetros por delante del primero. Y un tercero aún más adelantado.

Con estos tres mundos, el ordenador formuló una predicción: debían hallarse tres planetas más, equidistantes en los vértices de un hexágono perfecto. En muy poco tiempo la Vijaya obtuvo las sorprendentes imágenes de seis mundos viajando por una misma órbita. De repente, se contaba con más información de lo que cualquiera hubiera imaginado. Información que debía de ser tratada y procesada. La Esfera empezaba a convertirse en algo mucho más complejo de lo que incluso los más imaginativos habían osado aventurar.

Un inconmensurable cascarón formado por rocas voladoras cubiertas de bosques plateados, una estrella amarilla con una composición química similar a las estrellas de la Galaxia, nubes de millares de millones de juggernauts, colmeneros omnipresentes y parlanchines, y ahora seis mundos situados en los puntos troyanos del sistema, formando una estable roseta hexagonal.

El comandante Prhuna convocó a todos los científicos en una reunión en la sala de conferencias de su nave.