Phores Sdebar salió de las duchas y caminó por el curvado y estrecho corredor del sollado, a ambos lados del cual se alineaban las apretadas filas de literas. El corredor era tan estrecho que si se cruzaba con algún compañero, uno de los dos debía de encogerse contra una litera para dejar pasar al otro. Después de tres meses en el espacio esto solía constituir un motivo suficiente para promover múltiples discusiones y peleas. Pero en aquel momento Phores tenía pocas ganas de meterse en problemas.
Acababa de salir de su período de ocho horas de servicio, y quería meterse en su litera para dormir otras ocho. Ocho y ocho, ése era el simétrico día de la Marina. A cualquiera que hubiera viajado en una nave de guerra le costaba luego adaptarse a los inconstantes e imperfectos días planetarios.
Como veterano disfrutaba de un coy colocado en dirección de giro, lo que le evitaba todas las molestias producidas por la coriolis. Trepó por el entramado de hierro hasta alcanzarla. Era la última, pegada claustrofóbicamente al techo, y a la pared de estribor. También esto era una ventaja, pues evitaba que nadie tuviera que pasar sobre él para llegar a su coy.
El techo del sollado era una auténtica despensa. De él colgaban diversas variedades de embutidos y grandes pedazos de pan seco, lo que, unido al constante olor a transpiración humana, daba a la sala su aroma característico.
Se podría pensar que cualquiera podría caer en la tentación de alargar un brazo, y apropiarse de una ración extra. Pero a Phores ni siquiera se le había pasado esto por la cabeza. Allí estaban los alimentos que deberían de consumir entre todos a lo largo del viaje, y si alguien intentaba tomar más de lo que le correspondía… Bueno, aquellos hombres tenían un reglamento particular que no constaba en ninguna parte del oficial. Todas sus reglas se podían resumir en una sola: «No perjudicarás al compañero.» Por menos de eso uno podía amanecer con la garganta abierta, y nadie sabría lo que le había sucedido.
Localizó una pequeña bolsa de lona, oculta entre los embutidos, y extrajo de ella un cuaderno de cartas.
Phores dedicaba un tiempo de esas ocho horas libres a escribir. Le gustaba escribir, llenaba largas y torpes cartas contando todo cuanto le sucedía día a día. Por supuesto, jamás podría mandarlas: la energía necesaria para enviar un mensaje estaba fuertemente racionada, y no la desperdiciarían con la carta de un marinero. Pero eso no parecía importarle a Phores, que solía enviarlas todas juntas apenas recababan a algún planeta.
Levantó un momento la vista de lo que estaba escribiendo, y vio llegar a Mohamed por el pasillo central. Llevaba un libro en su mano derecha.
Mohamed ocupaba el coy inferior al suyo, y al igual que él, en aquel momento, debía de acabar de salir de su servicio.
Oyó crujir el lecho de su compañero bajo él, y de pronto se dio cuenta de algo muy extraño. Se inclinó, colgando boca abajo, y contempló un espectáculo insólito. Sí, no había duda, había visto a Mohamed con un libro, ¡y lo estaba leyendo!
Era un libro delgado, sin duda de la biblioteca de la nave, y estaba por tanto muy manoseado, con las páginas amarillentas, y erosionadas en los bordes, prácticamente desencuadernado, con el lomo suelto mostrando una telilla blanca manchada de cola.
—¡Nunca te había visto leyendo…! —dijo Phores, recordando que cualquier marino sabe leer. Al menos, en el ejército les enseñaban la cultura suficiente para enterarse del orden del día.
—Tú te debes de creer un intelectual…, sólo porque escribes una de esas absurdas cartas de vez en cuando.
Phores ladeó la cabeza para poder leer el título del libro.
—«MONSTRUOS DEL ESPACIO INTERESTELAR, GUÍA DE AVISTAMIENTOS.» —La edición estaba profusamente ilustrada. Phores alcanzó a ver, en la página que estaba leyendo Mohamed, un grabado que representaba a una especie de serpiente gigantesca enrollada en torno al impulsor de masas de un velero semejante a la Vajra—. ¡Vamos, Mohamed, eso es una basura!
—No pensarías igual si supieras lo que yo sé… —replicó enigmáticamente.
—¿Sí? ¿Qué te ha pasado, encontraste un chinche más grande de lo normal en tu litera?
—Escucha, sabihondo, hace una hora yo estaba de servicio en la sala de comunicaciones… Y entonces fue recibido el mensaje de rigor…
—Y…
—No sé si debería contártelo. Después de todo, tú no crees en estas cosas.
—Me estás tomando el pelo. Esos mensajes se reciben cifrados, y tú no tienes ni idea de…
—Sí, pero el oficial de comunicaciones lo descifró allí mismo, y yo tuve tiempo de echarle una ojeada antes de que se lo llevase al Comandante.
—¿Lo leíste? ¡Has perdido el juicio! Un día tu curiosidad te va a meter en líos.
—Ya veo, a ti no te interesa en absoluto el destino de esta nave.
—Todos sabemos el destino de la Vajra. El Comandante leyó las órdenes. Nos dirigimos a algún sector en el confín del Límite. Debemos averiguar lo que le pasó a ese rickshaw… —De pronto comprendió, con un estremecimiento, dónde quería ir a parar Mohamed— …¡destruido!
—Exactamente. Yo ya sé lo que le sucedió al cacharro ese…
Pasó rápidamente las páginas del libro hasta encontrar una que tenía señalada.
Le pasó el libro a Phores.
Este observó con un estremecimiento la lámina. Era a doble página, una aerografía a color elaborada con una maestría tal, que podía pasar por una fotografía. Representaba una especie de mastín gigantesco, con tentáculos en lugar de patas, y una brillante piel listada en rojo y negro. Había saltado sobre una nave mercante, atrapándola con su triple hilera de dientes, y la sacudía exactamente igual como un perro jugueteando con un hueso.
—Vamos, tú no puedes creer en esto —pero su voz no le sonaba convincente ni a él mismo.
—No soy yo quien lo piensa, sino alguien que sabe bastante más de todo esto que nosotros…
—¿Quién?
—Los romakas…
—¿Los romakas?
—Exactamente. Ellos llevan ya varios meses estudiando el pecio del rickshaw.
—Bueno, ¿y qué decía el mensaje? ¿Ya saben qué fue lo que atacó al rickshaw?
—Por supuesto que lo saben… Ahora yo también lo sé.
Phores suspiró. Cuando Mohamed se lo proponía, podía llegar a alcanzar cotas de estupidez inmejorables.
—¿Vas a decírmelo, o no? Se me está subiendo la sangre a la cabeza.
Esto no era cierto. Con la débil gravedad de la Vajra cualquiera podría soportar aquella posición durante horas.
—¿No te lo imaginas ya? ¿No has oído hablar de los animales adaptados al vacío de esa zona del Límite? Son famosos en toda la Utsarpini… monstruos de un kilómetro de largo… ¡Y la Vajra, sin contar las velas ni el impulsor, sólo mide setenta metros de proa a popa! ¡Seríamos apenas un aperitivo para uno de ellos!
—¿Quieres decir que los romakas están ya seguros de que una de esas bestias fue la causante de la destrucción del rickshaw?
—Eso decía el mensaje. No dejaba lugar a dudas… ¡Te lo juro por el Lingam[114] Sagrado!