DOS

Una nave de guerra sólo puede transportar un número limitado de víveres, y el espacio… Bueno, Jonás ya se había dado cuenta de los problemas de espacio. Todos se veían en la obligación de arrimar el hombro, y pluriemplearse.

Quizás la única ventaja había sido la cómoda gravedad inducida por giro que disfrutaba la Vajra. Apenas un décimo de G en los niveles inferiores. Jonás había arrojado sus prótesis metálicas a un oscuro cajón de su camarote apenas puso un pie en el velero de la Utsarpini. Desde entonces había experimentado la agradable sensación de caminar como un hombre normal. Incluso sus delgadas y sarmentosas piernas parecían fuertes y ágiles en aquella gravedad.

El arqueobiólogo hubiera deseado dedicar más tiempo al estudio, pero no podía dejar de lado todas las labores rutinarias que le había encargado la Marina. El control del aire respirable entre otras muchas.

La Vajra estaba dotada de una planta para la obtención de aire mediante tratamiento químico.

El oxígeno era el elemento más común en las rocas asteroidales, y la Vajra transportaba abundantemente este material compactado en ladrillos de treinta centímetros de longitud. Al igual que Jonás y el resto de las cosas-personas relacionadas con la Marina, estos ladrillos debían cumplir múltiples funciones. Eran introducidos en un reactor de silicatos, al que se añadía metano, y calentados mediante concentración de luz solar por la vela. La reacción producía monóxido de carbono e hidrógeno. Estos gases eran enfriados en un radiador y pasaban a otro reactor, donde el monóxido de carbono reaccionaba con hidrógeno reciclado y producía vapor de agua. Estos pasaban a través de un refrigerador, y a continuación por un separador que aislaba el metano, y lo devolvía al reactor primario. El agua condensada fluía a través de una unidad de electrólisis accionada por energía solar.

El oxígeno resultante era almacenado en estado líquido, mientras que el hidrógeno se reciclaba en el sistema.

Más tarde, tras haber sido sometida a este proceso, la escoria que contenía silicio y óxidos metálicos sería usada en el impulsor de masas.

Para tranquilidad de Jonás el sistema estaba maravillosamente atendido por un numeroso grupo de técnicos especializados, y su misión era sólo la de tomar una medición de la calidad y presión de la atmósfera cada seis horas, en distintos puntos de la nave.

El biólogo no podía por menos que admirar la compleja ecología cerrada que era la Vajra. Todo se aprovechaba una y mil veces. Nada se desperdiciaba. Uno pronto se descubría amando a aquella nave. En una ocasión, uno de los suboficiales de aireación le había comentado:

—La Vajra no es una nave, mi oficial. Es una chica preciosa.

Jonás pensaba que aquella nave era un bote de café perdido en el vacío. Pero las paredes de aquella lata eran lo único que se interponía entre él y la fría negrura interestelar. Una diminuta isla de vida rodeada por una inmensa y estéril vastedad. A la fuerza uno debía de sentir cierto cariño por aquel bote.

Quizá fue por eso por lo que el biólogo dedicó muchos de los pocos ratos libres realizando detallados dibujos de las salas y rincones de la nave. Llenó un bloc con ellos.

En la enfermería intentó, a la vez, cumplir lo mejor posible con su trabajo. Preguntó a uno de los asistentes por el número de vendas que tenían almacenadas, y éste sólo le respondió con ambigüedades; ordenó que se hiciera una relación del material sanitario que transportaban. Estaba dispuesto a introducir un poco de método científico en aquella sección. Sin embargo, esta idea no prosperó. Cuando el teniente Ajmer regresó un día a la enfermería y se encontró con los armarios vacíos (y su contenido esparcido por el suelo, donde unos enfurecidos asistentes lo catalogaban con desgana, para volverlo a introducir acto seguido en los armarios), pasó su brazo por encima del hombro de Jonás y le recomendó muy serio que no se tomara las cosas tan a pecho.

Mientras tanto, los meses a bordo de la Vajra seguían arrastrándose con lentitud.