UNO

El C.I.C. (Centro de Información y Combate) estaba situado, al igual que el puente, y por motivos de seguridad semejantes, cerca del eje de giro de la nave. El noventa por ciento del espacio disponible en la sala estaba ocupado por la gigantesca computadora, las terminales y los teclados de ésta.

En aquel lugar hacía un calor infernal. Los dos técnicos de la armada que servían al cerebro electrónico parecían estar dispensados de cualquier uniformidad. Sólo llevaban puesta la ropa interior de sus uniformes. Jonás les envidió: su propia ropa empezaba a estar empapada de sudor.

—Espere un minuto, mi oficial —dijo uno de los técnicos. El súbito repiqueteo de las tarjetas perforadas al salir de las fauces del ordenador le obligaba a levantar la voz—. El teniente Hari saldrá en un instante.

Jonás miró alrededor buscando el lugar donde podría encontrarse el oficial. ¿En el servicio?

Gwalior Indraprastha le había informado sobre los pormenores de las causas que lo habían conducido a bordo de la Vajra. Le explicó con detalle el caso del rickshaw misteriosamente destruido en el sector del Límite hacia el que se dirigían, y los acontecimientos que se habían desencadenado tras la visita del adhyaksa imperial, Lord Sidartani.

—Una nave científica del Imperio —le había relatado Gwalior— se encuentra en estos momentos en camino hacia el lugar del accidente, para interceptar y decelerar el rickshaw errante. Chattapatri Kharole ha enviado a la Vajra con la misión de acudir a la cita con los romakas[112].

»Esta es una nave de guerra que, como ya habrá comprobado, sólo transporta su dotación habitual de marinos e infantes. Necesitábamos a un científico con urgencia, alguien muy versátil, capaz de entender de diversos campos de la ciencia a la vez… Fue una suerte dar con usted antes que lo hiciera la Hermandad.

A su pesar, Jonás se sintió halagado.

—¿Qué se supone que tendré que hacer cuando nos reunamos con los romakas?

Gwalior se encogió de hombros.

—Su misión será la de ayudarles en lo que le sea posible, y también… —Gwalior enarcó las cejas para subrayar la frase— comprobar si los resultados de sus investigaciones se ajustan a los intereses de la Utsarpini. ¿He sido claro en este último punto?

Muy claro —pensó Jonás—. Quieren que les sirva de espía de los científicos romakas

—Sin embargo —dijo—, cuando alcancemos su posición, ellos llevarán ya varios meses investigando…

—No podemos hacer nada contra eso, pero… ¿Conoce al teniente Hari Pramantha?

—No…

—Bien, no es extraño. Es un hombre muy reservado para algunas cosas. Que yo sepa, nunca ha acudido al comedor de oficiales, pero es un magnífico experto en computadoras. Tenemos mucha suerte de tenerlo en la Vajra a cargo de nuestro ordenador. Póngase en contacto con él, pídale información. ¿Sabe cómo llegar al C.I.C.?

Y allí estaba, asándose de calor y esperando encontrarse con aquel oficial.

Una puertecita se abrió en la base del cuerpo principal del ordenador. Un hombre de unos cincuenta años pasó agachándose por el hueco. Tenía el pelo inmaculadamente blanco, cortado al estilo militar, y un fino bigote cano adornando su labio superior. Su indumentaria (o mejor, la falta de ésta) era similar a la de los dos técnicos. Las insignias de teniente colgaban de su cuello al final de una cadena. ¿Hari Pramantha?

Se puso en pie. Era incluso más alto que Jonás. Llevaba un bulto oscuro y peludo en cada mano.

¡Ratas! —pensó Jonás—. Ratas carbonizadas.

—Aquí tiene su avería, Bhatu —dijo, dirigiéndose al técnico que había hablado con Jonás. Dejó caer a los roedores sobre una de las mesas—. Mordieron uno de los cables y la subsiguiente descarga las dejó fritas al instante. Tendrá que mandar buscar a los gatos de la cocina.

—A la orden, mi oficial. —Se volvió hacia Jonás. Les presentó.

—Sí, ahora recuerdo que el Comandante me avisó que usted vendría. Tengo que proporcionarle todos los datos de que dispongamos sobre la región a la que nos dirigimos.

—¿Cree que tendrá suficiente información?

El teniente se encogió de hombros.

—Alimentamos a la «bestia» —dijo señalando al ordenador— con todo lo que sabíamos sobre nuestro destino antes de partir. Pero no sé hasta qué punto encontrará usted interesante la información de que disponemos.

El hombre se sentó frente a una terminal, y empezó a teclear. Uno de los técnicos salió de la sala en busca de los gatos. Regresó al cabo de unos minutos con dos felinos. Abrió la trampilla por la que había salido el oficial, e introdujo a los dos animales.

—¿Tienen muchos problemas con las ratas? —preguntó Jonás.

—Inmensos —dijo, sin levantar la vista del teclado ni abandonar su trabajo—. Son una verdadera plaga. Y poco podemos hacer contra ellas en este lugar.

—¿Por…?

Levantó la vista y señaló la máquina.

—No sé si sabe que funciona a base de válvulas de vacío… ¿Está muy enterado en electrónica?

—No mucho, lo imprescindible. Sé que generan grandes cantidades de calor…

—Precisamente. Mucho calor. Podemos exterminar las ratas del resto de la nave haciendo el vacío. Pero el ordenador lo enfriamos mediante un sistema de refrigeración por convección del aire. Si hiciéramos el vacío en esta sala, se fundiría al instante.

—¿No pueden apagar el ordenador mientras lo limpian?

—En teoría, sí. En la práctica, no nos fiamos de los bancos de datos. Podríamos perder toda la información almacenada. Lo cierto es que los ordenadores de las naves de la Utsarpini constituyen una auténtica reserva de ratas. Ahí dentro ellas están a sus anchas, cómodas y calientes. Aunque de vez en cuando alguna se tueste por morder donde no debe… Bien, listo. Ya está.

La impresora empezó a moverse ruidosamente sobre el papel pautado.

Jonás ojeó los datos conforme iban siendo impresos. Historia y funcionamiento del Sistema Cadena… una lista de rickshaws destruidos o perdidos en el pasado… mandalas cercanas a aquel sector… De pronto algo llamó su atención.

—¿De dónde provienen esos datos? —preguntó Jonás señalando uno de los apartados.

Hari buscó al final del informe.

—Se trata de referencias de avistamientos de juggernauts. Casi todos han sido realizados por los colmeneros.

Jonás también había recibido abundante información sobre aquellos curiosos alienígenas seminteligentes, que vivían en colmenas horadadas en el interior de pequeños asteroides. No era extraño que los colmeneros fuesen la principal fuente de datos sobre los juggernauts, los colmeneros los cazaban. Se alimentaban con su carne, y vendían los excedentes a algunas mandalas humanas de aquella zona.

—¿No tiene nada más sobre este tema? —Hari repasó el catálogo de la memoria.

—Nada más. ¿Es importante?

—No, no creo.

Hari tomó sus ropas de una percha.

—Iremos a comprobar los datos a un sitio más fresco —dijo mientras se vestía.

Unos minutos después estaba correctamente uniformado de acuerdo con las normas de la marina, pero lo que sorprendió a Jonás fue la insignia dorada prendida en su pecho, que representaba la Rueda, la Cruz y la Media Luna entrelazadas. Bajo ellas se podía leer su nombre: HERMANO, HARI PRAMANTHA.

—¡Usted es un sacerdote! —dijo.

—Por supuesto, ¿no lo sabía? Capellán, y oficial analista. Ser el capellán no me exime de cumplir otras misiones.

—Pero… ¿Se supone que es usted a quien han asignado para ayudarme en todo este trabajo?

Pramantha parecía más divertido que molesto con la actitud del biólogo.

—¿Por qué no?, ambos somos hombres de ciencia. ¿Acaso se extraña de que alguien dedicado a una vida religiosa pueda manejarse bien con la lógica y los ordenadores?

—Puesto que lo dice usted… sí. Religión y Ciencia se autoexcluyen. Son términos antagónicos. No creo que alguien pueda jugar a las dos barajas, y no hacer trampa.

—Muy ingenioso, Jonás. Pero lamentablemente éste es un lugar muy incómodo para mantener una discusión teológica. ¿Me permite invitarle a mi camarote? En mi seminario pasaba por preparar el mejor té de la Hermandad, pero me interesaría contar con la opinión de un carvaka.

Se dirigieron hacia el camarote de Hari. Una vez en su interior Jonás buscó con la vista donde sentarse.

—Siento no poder ofrecerle una silla, pero como puede ver, si metiéramos una en el camarote, tendríamos que salirnos nosotros.

El religioso desplegó su litera, e invitó a Jonás a que se sentara en ella. De un cajón extrajo un mechero de alcohol, una tetera, y una bolsa de té, que empezó a preparar inmediatamente.

Jonás hojeó los pliegos mientras el agua empezaba a hervir.

«…esta espacio-fauna —leyó— es un ejemplo perfecto de adaptación a un medio tan aparentemente hostil a la vida orgánica, como el espacio interestelar…»

«…su química está basada en el carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno: los mismos elementos constitutivos de cualquier organismo vivo encontrado, hasta el momento, por el Hombre.»

«…los “juggernauts” son criaturas fusiformes de un kilómetro de longitud, con una boca esfínter en un extremo, y en el otro un orificio eyector de hidrógeno caliente, como medio de propulsión. El hidrógeno es calentado mediante una configuración de tejidos reflectantes que rodean esta zona de cuerpo, y concentran sobre ella la luz de cualquier estrella cercana.»

«La teoría más popular dice que los juggernauts viven cerca de algún sol durante incontables años, acumulando energía fotoeléctrica en sus “cloroplastos”. Luego, gracias al chorro, cambian su órbita hasta convertirla en una elipse muy excéntrica que les lleve lejos, al Núcleo de Akasa-puspa. Es de suponer que allí encuentran agua, metano o amoníaco congelados que pueden metabolizar, en mayor abundancia que en el Límite…»

Jonás levantó la vista del papel nada convencido por este argumento. En el Núcleo, los juggernauts no sólo encontrarían estos elementos, sino también energía en abundancia. Entonces, ¿por qué moverse de él? ¿Superpoblación? En el espacio eso era absurdo… Por otro lado, el informe no aclaraba de qué estrella del Límite eran originarios los juggernauts…

—¿Cómo pueden evolucionar los animales nacidos en un planeta para adaptarse al vacío? —le preguntó Hari mientras servía dos tazas de humeante té.

—No lo sé —tuvo que reconocer Jonás.

—¿No demostraría eso que la evolución es un bulo? Después de todo, no hay nada comprobado al respecto —dijo Hari.

—Es la mejor teoría de que disponemos…

—Yo tengo una mejor. Tal vez no tan complicada, quizás demasiado clara, incluso para la gente simple, pero mejor.

—¿Dios?

—Dios.

Jonás tomó un sorbo. Hari no exageraba, preparaba un té excepcional.

—En principio —dijo Jonás— podría pensarse que cada especie animal o vegetal es fija: cada individuo se reproduce produciendo descendientes semejantes a él. Pero ésta no es toda la historia: fíjese que las especies pueden agruparse según sus semejanzas anatómicas en grupos, éstos a su vez en otros, etc.

—Eso no demuestra nada —replicó Hari escéptico—. Todas las criaturas están hechas por el mismo Creador.

—¿Y llevan la misma marca de fábrica? Bueno, podría ser. Pero, ¿por qué habría de dotar el Creador del mismo tipo de mano al hombre y al murciélago, siendo criaturas destinadas a vivir en medios distintos? Y las aves, que vuelan como los murciélagos, tienen la estructura de sus alas bastante distinta a la del murciélago.

—¿Qué sabemos de los designios de Dios? Pudo hacerlos así… bueno, porque quiso.

—Ese es un argumento irrefutable. Porque quiso.

El religioso elevó las cejas.

—¿Quiere decir que me da la razón?

—No. Solamente digo que su argumento no se puede poner a prueba. Cualquier pregunta que pudiera formularse tendría la misma respuesta. La voluntad de Dios. Una teoría científica puede ser falsa, pero si es así, hay medios para ponerla a prueba, y proponer otra mejor.

—De todos modos —replicó Hari—, si las especies evolucionasen, deberían haber dejado pruebas fósiles. Y no las encontramos. En la mayoría de los planetas de Akasa-puspa no hay otros organismos que la vida humana y las especies bhutani[113], los seres vivos relacionados con ella. Los fósiles que conocemos sólo muestran a criaturas totalmente distintas, abhutani. ¿Por qué?

—¿Lo sabe la Hermandad?

—Por supuesto. Dios decidió borrar tales abortos de la Naturaleza.

—Admito que es un punto fuerte en su favor. Pero precisamente en ésos que llama «abortos» sí existe un registro fósil continuo.

—Lo cual prueba mi punto de vista: la vida humana es de Creación Divina.

—Sí, Dios se impacientó ante la lentitud de la evolución y decidió ocuparse del asunto personalmente… —comentó el biólogo con sarcasmo—. Pero, ¿no le llama la atención el hecho de que precisamente la vida humana sea la única universal en Akasa-puspa y la única que no ha dejado fósiles? No, no conteste eso de la creación divina. ¿Tanto cree que nos diferenciamos de las otras formas de vida? Nacemos, crecemos, nos reproducimos. Las mismas leyes debían regir para ambos, creo yo.

—Posiblemente.

—¿Sólo posiblemente? Escuche, ¿ha oído hablar de la ley de diversidad decreciente?

—Pues… no, no recuerdo.

—¿Sabía que, a lo largo de todo Akasa-puspa, el número de especies varía? Es máxima en el lado que apunta hacia la Galaxia, y mínima en el opuesto. ¿Es que Dios se cansó de crear? Puesto que los motivos de Dios son inescrutables, quizás eso fue lo que pasó.

Hari juntó las manos.

—¿Qué explicación propone?

—Que la vida humana procede de algún lugar bien concreto, y que en el remoto pasado se expandió de una estrella a otra. A mayor distancia, menor diversidad.

—Bueno, pero eso no prueba la evolución. Sólo probaría que Dios creó la vida en un planeta dado, quizás hoy desaparecido, y le permitió expandirse.

—Sus maestros proclaman firmemente que Dios creó la vida humana por doquier, al tiempo que las babeles.

—Como dice el Bhagavad-gita en el capítulo catorce: «Sarvayonisu kaunteya murtayah sambhavantí yah tasam brahama mahad yonir aham bijapradh pita…»

—Lo siento, no entiendo el sánscrito.

—Dice: «Todas las especies de vida aparecen mediante su nacimiento en esta naturaleza material, ¡oh, hijo de Kunti!, y Yo soy el padre que aporta la simiente…» Quizás no hayamos interpretado…

—¿Interpretado bien los textos sagrados? Pero, amigo, si las Sastras son tan fáciles de malinterpretar, ¿son una guía segura al conocimiento? Escuche, una vez pregunté a un erudito de la Hermandad si la mecánica cuántica está en el Bhagavad-gita. Y me dijo tan campante: «Sí, si se lo sabe interpretar» ¿No se da cuenta que el razonamiento y la observación permiten descubrir cosas que la autoridad desconoce? Ningún examen de las Sagradas Sastras le dirá nada sobre esto. Y lo que dice es tan vago que puede tener cualquier interpretación.

—Bueno, pero aún tiene que demostrarme lo que dice.

—Bien, si los animales y plantas evolucionaron después de creados, según dice, ¿qué prueba tiene de que fueron creados? ¿No podrían haber estado evolucionando antes? ¿No podrían haber llegado a Akasa-puspa de otra parte, y por eso no hay pruebas fósiles?

—Soluciona el problema proponiendo que la vida humana vino de no sabemos dónde. Debería poder señalar un punto en el cielo y decir: «De allí vinimos». ¡Ahora no soy yo el que propone teorías que no se pueden poner a prueba!

—Bueno, admito que esta teoría es difícil de probar. Pero no imposible, porque podemos poner a prueba sus consecuencias. Por ejemplo… si es cierta, debería existir un mecanismo por el cual las especies se diversifican en otras. ¿Ha oído hablar de las mutaciones?

—Claro que sí. ¿Pero qué prueba eso? Creo recordar, y corríjame si me equivoco, que las mutaciones son un suceso aleatorio. ¿Cómo puede el azar producir criaturas vivas tan complejas?

—Por selección natural.

—Y, si hay una selección, ¿quién selecciona? Supongamos que un pez pone mil huevos, de los que sobrevive uno por pura suerte. ¿Significa que es superior? ¿Y cómo es posible que la vaca y el caballo, que viven en el mismo medio, no se hayan eliminado uno a otro?

—En el caso de vacas y caballos, no es un argumento, ya que ambos son animales domésticos… aunque creo recordar que una vez se halló un planeta donde habían vacas y caballos salvajes. Los caballos vivían en estepas áridas. Las vacas, en praderas húmedas.

»En cuanto a su primer argumento… un colega mío hizo experimentos a pequeña escala. Colocaba insectos de la misma especie, pero de dos variedades, digamos A y B, en un frasco de cultivo. Había cien de cada variedad, pero sólo se ponía comida para la mitad. Al cabo de unos meses, una de las dos variedades o se había extinguido, o escaseaba mucho en número.

—¿Y qué prueba? Seguían siendo la misma especie, ¿no?

—Prueba que la selección por el medio ambiente existe, cosa que sus maestros niegan con ahínco. Oh, claro que la suerte interviene en algunas etapas. Pero eso sólo indica que hay un elemento de azar, como en la mecánica cuántica, no el caos.

—Cambiando, pero dentro de la misma especie —insistió tercamente el religioso.

—¿Y dónde está la frontera que separa una especie de otra? Tomemos el caso de Nirgunaloka… es un planeta muy alejado del Límite. Hay, digamos, unas diez mil especies animales en el planeta. Herbívoros, carnívoros, voladores, saltadores o corredores. Algunos son acuáticos y otros trepadores, etcétera.

»Pero lo asombroso es ¡que todos son de dos especies! Mejor dicho, dos superespecies que se asemejan entre sí, divididas en una multitud de especies menores. Una es semejante a la rata y otra a un insecto. Le asombraría verlos. ¿Por que Dios se sintió tan tacaño que sólo creó dos grandes especies, y tan fantasioso a la hora de asignarles aletas, garras, uñas, cascos, cuernos, patas, alas, etcétera, a cada especie? Y además, de una forma distinta según el hábitat. Dentro de cada uno de estos grupos, una especie es fértil con otras varias, algunas decenas. Estas varias son fértiles con otras especies, que no obstante son estériles con la primera. Y así sucesivamente. ¿No se da cuenta de que todo señala hacia lo mismo? Que los seres vivos evolucionan. Y no es eso todo: aun en un mismo planeta, puede darse el caso de islas separadas por unos pocos kilómetros de mar, cada una con especies propias. Tan diferentes entre sí como las de diferentes planetas. Y ahora, aquí tiene el caso de los juggernauts, adaptados a un medio tan hostil como el vacío…

—¿Le apetece un poco más de té? —preguntó Hari con una sonrisa conciliadora. Jonás se sintió avergonzado. Durante un momento se había olvidado de todo, y había levantado la voz. ¿Tal vez Hari había empezado a considerarle un fanático de sus ideas? Pero, ¿en qué estaba pensando? Creer en la Ciencia, como algo por encima de la superstición, jamás es fanatismo.