UNO

La nave con la que Jonás cubrió la última parte de su viaje era uno de los botes de desembarco de la Vajra, una lanzadera espacial alada con una superficie inferior plana de material ablativo desechable, capaz de soportar las temperaturas de una reentrada en la atmósfera, pero que habitualmente era utilizada para el transporte en órbita alta. Tenía la forma general de una flecha de papel, de color negro, construida con acero inoxidable. Los filos delanteros y el borde de ataque estaban protegidos con grafito, para evitar que la ablación modificara las características aerodinámicas de la nave.

Finalmente Jonás había averiguado su destino, y el verdadero objetivo de su viaje. Apenas el transbordador partió de la estación geosincrónica de la babel, un suboficial se le había acercado llevando un sobre cuidadosamente lacrado.

—¿Alférez Jonás Chandragupta…? —preguntó respetuosamente.

Jonás tardó un instante en reaccionar. Tendría que acostumbrarse a eso.

—Yo soy.

—Traigo unos documentos para usted, mi oficial.

—¿De qué se trata? —preguntó con curiosidad.

—No lo sé, mi oficial. Sólo me ordenaron que se lo entregara en cuanto estuviéramos en el espacio.

Jonás abrió el sobre y leyó su contenido. El suboficial se retiró tras de haber cumplido con el inevitable saludo militar.

Se trataba de los pormenores de su misión. Allí tenía la explicación de por qué la Marina había requerido los servicios de un científico civil.

Siguió leyendo, enterándose de que un rickshaw había sido destruido en una zona remota del Límite, y él debería de colaborar con los científicos imperiales que iban a investigar las causas de esa destrucción.

Evidentemente, ahora que era demasiado tarde para volverse atrás, era cuando la Marina de la Utsarpini había decidido confiar en él. ¡Todo un detalle! Jonás pensó que estaba más atrapado que nunca, pero al mismo tiempo sintió el aguijoneo de la curiosidad: ¿Qué podría haber acabado con un rickshaw de la forma en que aquel informe le describía?

Le habían asignado un asiento situado junto a una diminuta tronera, y a través de ella observó la aproximación del transbordador a la nave de guerra que sería su hogar durante los próximos dos años: la Vajra.

Su aspecto externo recordaba a un espermatozoide introduciendo su cabeza por un anillo. El anillo contenía las velas convenientemente plegadas, la cola era un largo acelerador lineal.

Una gran superficie reflectora, desplegada frente a una estrella, era un verdadero propulsor. Este era el principio que movía la Vajra. En cierta forma era una nave auténticamente adaptada a su medio, con una perfección en su simplicidad que ni tan siquiera los navíos del Imperio habían conseguido igualar. Para empezar, era mucho más económica, puesto que no necesitaba motor ni carburante. Incluso los sistemas de propulsión eléctrica por conversión de la luz eran más caros. Después, dado que el impulso no cesaba jamás, el navío a vela resultaba maniobrable según los mismos principios que un velero en alta mar. En particular, podía barloventear en la radiación, y remontar a contraviento hacia el sol. O, por el contrario, navegar con la estrella a su espalda para alejarse.

El velamen de la Vajra, estaba constituido por doscientos pétalos inmensos, de un superligero material aluminizado, de apenas 2,5 micras de espesor, unidos a un anillo que rodeaba el auténtico casco de la nave.

Esas doscientas alas servían al propio tiempo para propulsar el velero, gracias a la presión de la radiación, y ayudaban a su control gracias al efecto giratorio engendrado por la rotación del conjunto. La fuerza centrífuga era la encargada de mantener extendidas las velas, en vez de recurrir a una estructura metálica como la de algunas naves de carga.

El conjunto era perfecto. La misma rotación, que procuraba la gravedad artificial al interior de la nave, largaba las velas y las mantenía tensas. El navío era fácil de controlar gracias a las velas oríentables alrededor de su eje, como las palas de un helicóptero.

Con naves como aquella inmensas hordas conquistadoras habían recorrido los planetas del Límite como marejadas de destrucción, saltando como pulgas de un perro a otro.

Las olas de civilización y barbarie se sucedían, ahora en ascenso, ahora en descenso, avarsarpini y utsarpini, mientras los hombres comunes como Jonás vivían sus breves vidas en sus flujos y reflujos.

Ahora, la Utsarpini de Khan Kharole pretendía volver a reunificar parte de aquel sector, y devolverle el esplendor que un día gozara bajo el Imperio.

Jonás no lo creía posible. El Imperio había tenido cinco mil años de continua expansión, abarcando más y más soles, hasta que sus líneas de comunicaciones se volvieron tensas e inestables. Prácticamente llegó a controlar la totalidad del cinturón de planetas habitables que salpicaban el ecuador de Akasa-puspa, y esto no evitó su decadencia final. Igual que un árbol que ha crecido demasiado, su propio peso fue su principal enemigo.

A lo largo de toda la circunferencia estallaron las rebeliones contra el poder central. Sofocarlas, transportar tropas leales a las zonas más alejadas, representaba una sangría de hombres y recursos, que pronto haría tambalearse su monolítico poder.

Y las comunicaciones se convirtieron en su mayor problema. Incapaz de mantener una flota de naves mercantes lo suficientemente compacta, el Imperio se veía, cada vez más a menudo, en la necesidad de alquilar los servicios de las cofradías de navegantes. Por muy ricos que fueran los recursos obtenidos en las colonias, Krishnaloka apenas alcanzaba a beneficiarse de ellos tras el pago de los portes. El resto del escaso beneficio se quemaba rápidamente al costear las expediciones policiales sobre los planetas rebeldes.

De esta forma, hacia el año 2000 después de su fundación, el Imperio se encontraba en una situación insostenible. Todo su poder residía en su viejo prestigio; monetariamente, estaba al borde de la bancarrota.

Se buscó desesperadamente una solución ante el desastre inminente, y esta solución fueron los rickshaws.

Alguien vio por fin al Imperio como lo que realmente era: un gigantesco ser vivo que estaba muriéndose por la falta de circulación sanguínea, por sus ineficaces y lentas sinapsis nerviosas, al igual que un miembro humano gangrenado.

Los rickshaws representarían un nuevo y estimulante sistema de circulación. Se construirían por cientos de miles, y recorrerían órbitas fijas, moviéndose como hematíes por la corriente sanguínea. Llevando la savia vivificadora a cada una de las ramas del Imperio.

Inmediatamente se construyeron miles de mandalas con la misión de producir rickshaws. El Sistema Cadena empezó a funcionar a pleno rendimiento doscientos años después. Cientos de miles de rickshaws se movían, uno tras otro, por invisibles circuitos, comunicando las colonias entre sí.

Funcionó bien, pero no pudo evitar la lenta caída del Imperio. Dos mil años tras su puesta en marcha, el Imperio abandonaría el Límite, incapaz de seguir manteniendo su influencia sobre aquel sector.

Aparentemente, los damaras siguieron ejerciendo en estos territorios las funciones Imperiales pero, en la práctica, se agudizó el proceso iniciado siglos antes, mediante el cual los grandes jagirdar[97] se desvinculaban del Imperio y lo suplantaron en sus posesiones convirtiéndose, al mismo tiempo, en damaras protectores de miles de sudras, sobre los que ejercían los derechos y atribuciones reservadas a los mahamatras delegados por el Emperador.

En el Límite, que durante mucho tiempo constituyó la frontera más extensa alcanzada jamás por las tropas imperiales, dejó tras de sí a algunos de estos subandhus leales al dinero imperial como asaf-jas de sus antiguas posesiones. Uno de estos Clanes de grandes damaras destacó sobre los demás y de hecho gobernó el planeta de Krishnaloka, antigua sede de la capital imperial, manteniendo la ficción de que gobernaba como albacea al sueldo del Imperio. Hasta que en el año 4951-dfi, el cabeza de Clan llamado Abdula Kharole acabó por independizarse finalmente de éste, haciéndose coronar por el Jagad-Guru tras hacer ver a éste la conveniencia de que el título pertenezca a quien tiene el poder. Fue un hombre extraordinario eclipsado por un hijo, Khan Kharole, llamado el Simha, aún más extraordinario.

Khan Kharole, padre de la idea de la Utsarpini, se puso en marcha con el empeño de volver a reunir a toda la humanidad de aquel sector bajo un mismo estandarte. Para ello no sólo tendría que enfrentarse con los semisalvajes angriff y los independientes rajanes[98] locales, sino también con el Imperio que poseía una tecnología que el sector había perdido tras trescientos años de oscurantismo político y religioso.

Aunque la lucha abierta entre el Imperio y la Utsarpini nunca llegó a producirse, las continuas intrigas e intervenciones de éste sólo iban encaminadas a dificultar el proceso unificador de Khan.

Frente a todo esto Khan apenas contaba con un único aliado: la Hermandad fundada por el legendario Gurjara Patrihara en los tiempos de Alikasudara Maha.

Un aliado que, en opinión de Jonás, podría llegar a ser mucho más peligroso que sus adversarios…