TRES

El autogiro privado de Su Divina Gracia se puso en marcha, despegando desde un punto cercano a la base de la babel.

Kovoor miraba distraído por la ventanilla. Srila suspiró, y le preguntó directamente:

—Tu reticencia no me ha pasado desapercibida. ¿Tienes alguna duda, hermano Kovoor?

—Ninguna, Jagad-Guru. Tú no puedes equivocarte, porque el mismísimo Dyaus Pitar[89] habla por tus labios. Sin embargo…

—Sin embargo…

—… los ecos de Su Voz llegan distintos a mis oídos.

La risa de Srila resonó en la sala como la de un muchacho de quince años.

—Es lo que ocurre cuando no se tiene línea directa. ¿Y qué te dicen esos ecos…?

Kovoor carraspeo.

—En estos momentos Kharole desconfía abiertamente de la Hermandad, y especialmente de Su Divina Gracia. De no ser por nuestro ascendiente entre el pueblo, el asunto hubiera acabado mucho peor. Sin duda que daría cualquier cosa por ver a cualquier otro al frente de la Hermandad.

—¿Quién sabe lo que este hombre tendrá en su cabeza? «…Como un elefante furioso —dijo Srila recitando el Arthasastra— que montado por un borracho aplasta todo a su paso, así se ha alzado este rey, que no posee el ojo del Libro de la Doctrina y que es ciego, para destruir a las gentes de la ciudad y el campo. Sólo es posible dañarle soltando contra él otro elefante…»

—¿El Emperador…?

—El Emperador —asintió Srila—. Y el rickshaw destruido será la espuela con la que azuzaremos este elefante.

—¿Por qué complicar las cosas? Lo tenemos todo a nuestro favor. Hemos de suponer que Kharole no se siente muy feliz con la presente situación. Ha intentado someter a Su Divina Gracia por la fuerza, y su jugada se ha vuelto contra él. No sería extraño que esperara represalias por parte de la Hermandad.

—Represalias que por otro lado contarían con el apoyo de los Clanes subandhus sometidos —Apuntó Srila.

—Sin duda, Jagad-Guru. Podríamos presentarlo como tirthika, lo que haría que incluso sus subandhus más fieles le abandonasen. O, simplemente, denunciarlo como usurpador, cosa que tendría el mismo efecto, pues (en teoría) es al Imperio a quien pertenece el reino de Kharole. No es que los nobles respeten al Emperador, claro está, pero qué duda cabe que éste sería el pretexto ideal para campar a sus anchas… Lo bueno, es que cualquiera de estas acciones contaría con la simpatía del Imperio, que, sin duda, nos concedería a cambio la autonomía que deseamos.

—¿Es así como pensáis todos? —preguntó vivamente Srila.

—Sí, Jagad-Guru. Pensamos que un acercamiento a Kharole no resultaría consecuente en estos momentos.

—¿Crees que nos beneficiaría más acercarnos al Imperio? —preguntó Srila. No esperaba una respuesta, y no la hubo.

—No permitas que tu reciente victoria moral frente a Kharole pierda su poderoso significado —Añadió Kovoor, tras una pausa—. Si sabemos jugar ahora nuestras piezas, antes de un año nos haremos con el control total de los territorios de la Utsarpini. El Imperio está buscando desesperadamente nuestra amistad. No le provoquemos mezclándonos en todo este oscuro asunto del rickshaw. Tal vez seria conveniente tener una nueva entrevista con Sidartani antes de que…

—No. —Srila no reía ahora—. Lo que propones desencadenaría una guerra civil por la sucesión… Una guerra civil en el Límite sería rápidamente aprovechada por el Imperio para «salvar a la Sagrada Hermandad, amenazada por un sanguinario yavana usurpador». Y si algo no deseamos es la intervención Imperial en el Sector. Eso no haría otra cosa que cambiar un problema por otro peor. Al menos tenemos a Kharole cerca, y siempre podemos tratar con él, pero, ¿cómo influir en la política imperial distante un año luz de donde nos encontramos?

—¿Cómo evitarás ser destituido por Kharole, si llegara el caso?

Srila adoptó la pose de un prestidigitador a punto de extraer un conejo de su chistera.

—Le invitaremos a la próxima ceremonia del Vedi[90]… —Esperó hasta ver la estúpida expresión de asombro que se reflejó en el rostro de Kovoor al comprender el alcance de sus palabras— …Como todo el mundo sabe, no se permite el paso de los no iniciados a este sacro ritual. Con Kharole haremos una excepción, pero deberá acudir solo…, y desarmado.

—Kharole no es estúpido. Jamás aceptará una invitación así —dijo Kovoor.

—No podrá negarse a un honor tan grande sin ponerse en evidencia.

—Luego piensas que asesinar a Kharole es la única solución.

—¿Quién ha hablado de asesinar a Kharole? Creía que me conocías más profundamente, hermano. Personalmente, siempre he detestado la violencia innecesaria.

—Entonces…

—Recuerda dónde estamos. En Vaikunthaloka. Esta babel fue el templo donde tradicionalmente se coronaba a los emperadores del pasado. Desde este punto de vista la corona Imperial está vacante. Coronaremos a Kharole como Emperador, a la usanza antigua. Será el Cakravartin[91].

—No puedes hablar en serio… —se apresuró a decir Kovoor horrorizado.

Srila levantó las manos pidiendo silencio.

—¿Has considerado por un momento lo que eso significaría realmente para nosotros?

—Sí, la guerra con el Imperio.

—No lo creo. Las consecuencias serían otras, y muy distintas: Primera —Srila levantó un huesudo dedo—, colocaríamos a Kharole en una situación inferior, pues recibiría su Corona por graciosa condición de la Hermandad, que dado el caso, también tendría poder para retirársela.

»Segunda, puesto que yo, personalmente, le he hecho tan gran honor, destituirme sería una acción que Kharole se vería incapaz de enfrentar. En realidad (y ésta es la ironía) Kharole estaría en deuda conmigo, y por extensión con toda la Hermandad.

»Tercera, trasladaríamos la hostilidad de Kharole hacia nosotros, dirigiéndola hacia el Imperio, que sin duda estaría más molesto ahora con Kharole que antes. Resultado, la alianza con la Hermandad se vería reforzada.

»Cuarta: el Imperio lo tomará como un insulto. Cuanto más energías empleen contra Kharole, menos se preocuparán de nosotros.

»Quinta, y última. La Hermandad seguirá conservando su autonomía. Este será nuestro precio por ayudar a Kharole en su lucha con el Imperio.

»Como ves, tendremos todas las ventajas de una alianza con el Imperio, y ninguno de sus inconvenientes.

—Admiro tu plan, Srila —dijo Kovoor—. Sin duda es digno de ti. Pero, me temo que Kharole no aceptará la Corona…

—No podrá negarse, porque no sabrá nada hasta el mismo momento de ser coronado…, ante las cámaras de televisión. Tampoco podrá rechazarla después, porque a Kharole le interesa también ser coronado Emperador. Esto dotaría a su causa de un prestigio que le permitirá ser más fácilmente aceptado como raja tiraja[92] por los pueblos de planetas que, en teoría, siguen siendo súbditos del Imperio.

»Tarde o temprano él mismo hubiera acabado por coronarse Emperador. Si rechaza la Corona de nuestras manos, cerrará para siempre esa puerta. No, hermano, no le gustará en absoluto recibirla de esta forma, y en este momento, pero no podrá hacer nada por evitarlo.

»“El Señor que está en los corazones por su milagro maya hace que bailen todos los seres como marionetas en una cuerda…” —añadió citando el Bhagavad-gita—. Kharole es un hombre fuerte, y nunca llegaremos a controlarlo completamente, pero sus descendientes serán simples títeres en manos de la Hermandad…

Se volvió para contemplar la Sagrada babel que iba quedando atrás, mientras el autogiro seguía su viaje.

Srila recordó su impresión, cuando era un joven mumukshu[93], al ver por primera vez aquella misma babel. Les llevaron, a él y a otros, por las aguas del río Dikim. Srila, que entonces aún se llamaba Juban Sonnot, había yacido en la cubierta del vapor, fascinado ante la visión, sin poder apartar los ojos de ella. Luego, una nube oscureció el cielo y la magia se desvaneció.

Rahu se elevaba de nuevo sobre el horizonte, bañado con su roja luz, para repetir el ocaso.

Setenta años atrás, cuando Srila apenas contaba diez y hacía menos de cinco que sus padres le hicieran ingresar en el Seminario, la Hermandad había sido arrojada de Vaikunthaloka.

Las escenas de la ahora llamada «Toma de la Babel» habían quedado indeleblemente grabadas en su mente infantil. Sólo su corta edad le salvó de la matanza; al ceder su sed de sangre, los Vaisyas permitieron la evacuación de los Hermanos supervivientes a Vaipusaloka. Allí creció, y su piedad y afición al estudio del Bhagavad-gita le valieron rápidos ascensos: Variyan[94] en primer lugar, Varishta[95] pocos años después, un puesto influyente como mahattara del Mahasabha[96] más tarde…

Casi al instante se apoderó de él un extraño pensamiento. ¿El círculo se había cerrado…? ¿Debía retirarse en este mismo momento y esperar la muerte rodeado sólo de paz?

Entonces recordó con rabia la humillación a la que su «aliado» Kharole le había sometido sólo unos meses atrás. Recordó los días de encarcelamiento y la amenaza de muerte que pesó sobre su cabeza.

Su residencia en Krishnaloka custodiada por soldados… La capital prácticamente tomada… La escolta de Hermanos apresada y desarmada. Tres de ellos ofrecieron resistencia y fueron muertos.

No, no podía ceder ahora, cuando la victoria estaba tan próxima.