UNO

La imagen mostraba al rickshaw, diminuto, cerca del centro de la pantalla, recortándose como una mancha sobre el llameante fondo del Akasa-puspa. El cuerpo cilíndrico, pintado en brillantes franjas amarillas y negras, estaba tachonado por innumerables contenedores de carga, diminutas escotillas y garfios finos como espinas. La banda sonora de la película, se elevó sobre el ruido del motor del proyector:

«El rickshaw del Sistema Cadena[76], dado por desaparecido hace un año, ha sido encontrado navegando a la deriva a la velocidad de crucero de un cuarto de la velocidad de la luz, a 0.7 años luz de Vaikunthaloka. La detección fue debida a una sonda interestelar del Imperio dirigida hacia el espacio profundo…)»

—Una de sus sondas espía —aclaró con sorna Srila desde la penumbra.

«… y cuyo programa de misión fue reajustado para localizar el rickshaw, basándose en la idea de que una avería le impediría maniobrar, y proyectando su ruta por ordenador…»

Un violento zoom aproximó la imagen, permitiendo apreciar las verdaderas dimensiones. El rickshaw era un verdadero mundo artificial, que transportaba las riquezas de una docena de planetas. Las escotillas, que antes aparecían como cajitas de fósforos, eran enormes portalones de cincuenta metros. Las «espinas» medirían en realidad cien metros y eran formidables brazos de grúa. Los rickshaws eran «grandes».

Sin embargo, algo terrible había caído sobre éste, desgarrando sus entrañas. Srila observó los labios metálicos de la abierta herida, y le recordó la garganta de un phante destrozada por un perro rabioso. Una bomba de fusión hubiera reducido el rickshaw a partículas radioactivas. Un láser o un rayo de partículas lo hubieran partido en dos limpiamente. ¿Pero qué cosa podría haber causado semejante desastre…? Por otro lado, éstas eran armas del Imperio. Sólo él disponía de herramientas para la destrucción semejantes.

«… el examen de sonda muestra que el rickshaw sufre millares de inexplicables perforaciones en su casco; asimismo los módulos exploradores han descubierto que toda la materia orgánica, y parte de la estructura de aluminio, han sido disueltas…»

Srila avanzó cortando el haz luminoso del proyector. Durante un instante su cuerpo proyectó sobre la pantalla una sombra siniestra y retorcida, como la imagen de un demonio surgiendo de la oscuridad. Era un anciano encorvado, completamente calvo, nariz grande y aplastada, ojos hinchados, labios gruesos como libros entre los que se entreveían unos pocos dientes ennegrecidos. Podía resultar grotesco para algunos, pero si se limitaban a juzgarle sólo por su aspecto, acababan lamentándolo tarde o temprano.

—Eso es todo —dijo—. Hermano Dasa, puedes encender las luces.

Las luces se encendieron, mostrando una mesa oval en el centro de una ascética habitación de grises paredes de acero, sobre las que aparecían inscritos en relieve algunos versículos del Bhagavad-gita. Ni siquiera la furia destructiva de los Vaisyas había logrado borrar aquellas letras de indestructible metal gris.

Congregados en torno a la mesa, estaban los diez ulamas con más alto cargo de la recuperada Vaikunthaloka.

—Es muy extraño… —comentó Ibrahim Goswami desde su extremo. Tenía un rostro pequeño y oscuro, donde brillaban dos diminutos ojos de hurón—. Aparentemente el Imperio está destruyendo sus propios rickshaws. La pregunta es: ¿Por qué…?

Srila sonrió escéptico.

—Pero, Jagad-Guru, ¿quién sino ellos poseen la tecnología necesaria para hacer algo así? Sabemos que nosotros no hemos sido. Sabemos que la Utsarpini, o los Clanes tampoco… Si tuvieran algo como eso ya lo habrían usado. ¿Quién nos queda…?

—Antiguamente, en las guerras védicas se utilizaba el brahmastra[77] atómico. Y para contrarrestarlo, el ejército contrario tenía que utilizar un arma que lo transformara en agua. Pero, ¿dónde podríamos encontrar una Ciencia así hoy en día? —Prabhupada Shantya sacudió la cabeza como si no entendiera nada. Era tan viejo como el mismo Srila, pero en su aspecto no había nada de agresivo. Más bien parecía un pajarillo al borde del shock nervioso. Lo cierto era que, si Shantya había conseguido llegar a un puesto tan elevado en el escalafón de la Hermandad, era más gracias a lo avanzado de su edad que a sus dotes intelectuales. Y de una forma u otra, la senilidad ya había hecho presa en el anciano Hermano—. Han transcurrido trescientos años desde que el Imperio nos abandonó… Durante todo este tiempo los rickshaws han seguido ahí sin que nadie se preocupara de ellos. ¿Por qué ahora todo este jaleo? ¿Qué utilidad pueden tener ya… ?

Habel Swami era la antítesis física de Shantya. Joven, alto y corpulento, sus rasgos parecían haber sido cincelados en piedra. La larga y negra melena, símbolo de los Sikhs, colgaba sobre sus hombros. A los veintinueve años estándar, Swami seguía siendo enérgico y bullicioso, un individuo avasallador que irradiaba salud. Tenía una mirada recta y franca que iba directamente a los ojos de su interlocutor, y sin embargo poseía también algo indefinible y apenas perturbador que se ocultaba tras su franqueza. Cuando intervenía en una discusión, el resplandor combativo que iluminaba sus ojos sugería más bien un luchador de peso pesado que un ministro de Dios.

—Este es sólo un sector de paso para ellos. Los rickshaws no se mueven nunca en línea recta, ni utilizan el camino más corto. Describen amplísimas órbitas circundando el Akasa-puspa, variando infinitesimalmente sus trayectorias, apoyándose para ello en el núcleo magnético del Akasa-puspa. Ese rickshaw destruido unía precisamente la capital imperial, Cakravartinloka[78] con varias colonias imperiales situadas tras el Horizonte Estelar.

—Sinceramente, hermanos —dijo Shantya, confuso—, me cuesta hacerme a la idea. Durante todos estos años los rickshaws han estado ahí, y nadie ha hecho nada para controlarlos. Comprendo que los Clanes estuvieran demasiado ocupados luchando entre sí como para dedicarse a este tema, pero los Khan, o nosotros mismos… Y no me digáis que no tenían ningún interés. Algo deben de tener esos rickshaws cuando la pérdida de uno solo justifica el desplazamiento de un embajador Imperial de la categoría de Sidartani a lo que técnicamente es un campo de batalla.

—Eso es cierto, hermano, pero… bueno, yo también estoy sorprendido por la preocupación del Imperio. A fin de cuentas sólo han perdido un rickshaw…

—Ellos dicen que sólo han perdido un rickshaw —puntualizó Goswami.

—De todas formas, la utilidad práctica actual de los rickshaws es insignificante. Recordad que el Imperio ha perdido prácticamente la totalidad de las colonias tras el Horizonte Estelar.

—Y las pocas que le quedan, sin duda que no mueven un interés económico que justifique el acaloramiento de nuestro bienamado Sidartani.

—Exacto.

—¿Qué sucede, entonces…? ¿Por qué este repentino interés del Imperio por sus rickshaws…? ¿Hay algo sobre ellos que ignoramos…?

—Es posible que piensen que tarde o temprano recuperarán sus colonias perdidas en la zona…

Goswami levantó su voz.

—Yo pienso que están transportando tropas y armamento hacia sus colonias más exteriores. Preparan una maniobra envolvente contra nosotros, y contra la Utsarpini. ¡Y lo están haciendo ante nuestras narices!

—Vamos, hermano. Si eso fuera cierto, ¿tendrían la desfachatez de venir a pedirnos nuestra ayuda?

—Un momento, hermano Swami. ¿Puedes darnos la situación exacta en la que fue detectado el rickshaw destruido? —dijo Srila.

Swami accionó un interruptor que hizo descender una compleja esfera dorada sobre el centro de la mesa. La esfera era una joya invalorable proveniente del tesoro de la Hermandad. Había sido construida por algún anónimo artesano de Visloka mil años antes de la fundación del Imperio. Realmente, era un mapa tridimensional del sector. Las estrellas estaban representadas por rubíes engarzados en una estructura de oro. Además de su belleza, su valor cartográfico era inmenso. En todo el Límite ya no era posible conseguir cartas de una precisión equivalente.

Swami se inclinó sobre la esfera, y utilizando un compás calculó la posición del pecio.

—No hay planetas en el sector. El más cercano es Martyaloka.

—¿Nada más?

Swami estudió un momento un pesado libro de anotaciones, encuadernado con piel, y adornado con caracteres en pan de oro, que acompañaba a la esfera.

—Sí. Hay varias mandalas independientes en la zona… Habitadas por rebeldes jainistas[79]

—Jainistas… —Goswami silbó la palabra con odio. Todos miraban sorprendidos a Srila.

—Esos tirthikas ya se pusieron en contra nuestra en el pasado. Tal vez todo este asunto del rickshaw no sea otra cosa que un ardid imperial para tener una entrevista con nuestros enemigos.

—¿Por qué no? Antes os he sugerido que posiblemente ellos mismos han destruido su rickshaw. Ahora, de pronto, nos enteramos de que esta pérdida les preocupa muchísimo… ¿No estarán buscando una excusa para introducir tropas en nuestra zona…?

—Lo que sabemos actualmente sobre sus problemas de política interna parece contradecir esa posibilidad, hermano Goswami —dijo Srila—. Hermano Kovoor, como observador político, ¿qué opinas…?

—En estos momentos la situación no puede ser más confusa —dijo Moisés Kovoor—. En el Imperio tienen demasiados problemas internos como para que puedan plantearse la posibilidad de un ataque contra nosotros. Al parecer, existen rumores de que el joven Emperador ha sido asesinado. Nadie lo ha visto desde el pasado dashan. Y ha sido representado, por su madre, en todos los actos públicos celebrados en la Cakravartinloka.

—Probablemente ese tarado que tienen como Emperador estará en sus habitaciones. Oculto en una cama superpoblada. Todos conocemos su interés «científico» sobre el estudio del sexo en masa.

Todos rieron.

—Yo creo que esa ganika[80] de Whoraide ha asesinado a su hijastro, y estará buscando la forma de autoproclamarse emperatriz —dijo Shantha.

—No sería nada extraño. El árbol genealógico de la Familia Imperial tiene, por causas parecidas, muchos esqueletos colgando de sus ramas.

Srila, de pronto, parecía muy interesado.

—¿Qué sucedería entonces?

—¿Cómo, Jagad-Guru?

—Sí, ¿cuáles serían las consecuencias de algo así? ¿Qué pasaría si Whoraide se apoderara del trono…?

—Bueno, Jagad-Guru —dijo Kovoor pensativamente—. No lo sé exactamente. Pero es muy probable que eso llevara a una guerra civil. Los Grandes Clanes han estado últimamente muy ocupados peleando entre sí como para causarle problemas al Trono, pero el hecho de ver a una mujer como Whoraide sentándose en él, podría ser el catalizador que los uniera frente a la Cakravartinloka.

—Eso significaría que la Cakravartinloka quedaría aislada, enfrentándose ella sola al resto del Imperio… ¿Qué esperanzas de victoria tendría entonces?

—¿Con todo el Imperio contra la Cakravartinloka? Ninguna, ni siquiera contando con los poderosos tantrins imperiales. Cakravartinloka depende para su supervivencia de varios sistemas cercanos… La guerra cortaría las comunicaciones y… ¡Oh Jagad-Guru, ya veo dónde quieres ir a parar…!

—Exacto, hermano, los rickshaws podrían convertirse en la única fuente de víveres para la Cakravartinloka… en caso de guerra.

—Y esa guerra le parece muy posible a Whoraide, a juzgar por la rapidez con la que nos ha enviado a su lacayo Sidartani.

—La cuestión ahora es ver la manera de que la Hermandad pueda sacar beneficio de todo eso.

—Sidartani ha informado, también personalmente, al propio Khan. Al parecer, no quiere arriesgar nada.

—Y Khan no nos permitirá acceder al rickshaw siniestrado, si piensa que podemos obtener algún beneficio de ello.

—Probablemente tampoco le permitirá al Imperio introducir una de sus naves para investigar el rickshaw.

Swami rodeó la mesa y se aproximó a una pizarra.

—No tendrá más remedio, Jagad-Guru. —Swami volvió a usar la esfera dorada para subrayar su exposición—. Esta es la última posición donde fue detectado el rickshaw. Recordad que se está moviendo a un cuarto de la velocidad de la luz. Esta es nuestra posición, en Vaikunthaloka. Este rubí representa Martyaloka. Por un lado es sorprendente lo cerca que estamos, pero de todas formas Khan no posee naves capaces de interceptar el rickshaw y decelerarlo. Necesita una nave del Imperio para ello. Khan deberá permitir el paso de una de ellas, o el rickshaw escapará del Akasa-puspa, y se perderá en el vacío intergaláctico.

—Por lo que veo —dijo Srila—, el rickshaw fue interceptado por la sonda imperial en el espacio que media entre Vaikunthaloka y Martyaloka…

—Sí, Jagad-Guru. Más Cercano de Martyaloka que de nosotros en realidad… ¡Ah!, ya veo lo que propones… pero no es posible. A la velocidad a la que se mueven los rickshaws ni siquiera desde Martyaloka podríamos interceptarlos… No podríamos igualar velocidades, Jagad-Guru.

—No tengo intención de interceptar al rickshaw. Dejemos que el Imperio y Khan se ocupen del asunto. Nosotros llegaremos en el momento oportuno. y recolectaremos el fruto de su trabajo.

—No estoy seguro de entenderte, Jagad-Guru… —dijo Swami confuso.

—Partirás inmediatamente hacia Martyaloka. Allí te pondrás al mando de nuestra flota, y acudirás a la cita con Khan y el Imperio.

—Una cita a la que no hemos sido invitados… ¿Qué es exactamente lo que debo conseguir? ¿Y qué medios puedo utilizar para ello?

—Todo nuestro poder se basa en el control de las babeles. Nuestros misioneros en el Imperio tienen poco éxito, porque en él las babeles son innecesarias para salir de un planeta. Si los sueños de reconstrucción de Khan tienen éxito, es muy posible que pronto se conviertan también en artefactos inútiles en todo este sector, haciendo que nuestra estrella se extinga. Los rickshaws son una fuerza que no debemos menospreciar. La Hermandad debe controlar esta arma capaz de destruir rickshaws. También debemos controlar, si ello fuera posible, a los rickshaws mismos. Es importantísimo que así sea. Cualquier medio a tu alcance es bueno si obtienes a cambio ese secreto para nosotros.

—¿Cualquiera…?

—Cualquiera, hermano. Lo dejo a tu criterio.

—Pero…

—Parte inmediatamente, Swami. Toma la nave más rápida de que dispongamos hacia Martyaloka, y cumple tu misión. Nosotros desde aquí nos ocuparemos de las posibles consecuencias de tus acciones.

Swami se levantó, besó fraternalmente uno a uno a los allí reunidos (a Srila en las manos), y salió de la sala dirigiéndose hacia la estación de ascensores, mientras su lustrosa melena ondeaba a su espalda.

Hubo un instante de denso silencio tras su partida. Finalmente, Kovoor dijo casi en un susurro:

—Te das cuenta, Jagad-Guru, que esto podría significar la guerra abierta contra Khan, y posiblemente contra el Imperio.

—Concede un poco de perspicacia a este anciano, hermano…

—Sí, Jagad-Guru —se apresuró a decir Kovoor con humildad.

—… y prepárate para acompañarme en una visita a nuestro bienamado protector Khan… Ocúpate también de todas esas cuestiones de boato y pompa que tanto gustan a los no iniciados.

—Pero, Jagad-Guru —intervino Shantya—, las relaciones con Khan no son aún lo suficientemente distendidas como para…

—Precisamente por eso. Ya va siendo hora de que empiecen a serlo. Ocúpate de todo, hermano Kovoor.

Kovoor asintió. Los demás también aceptaron las órdenes de Srila. Todos sabían que el consejo de acaryas[81] era meramente consultivo, y que siempre, en última instancia, era responsabilidad del Jagad-Guru tomar las decisiones definitivas. Aunque éstas condujesen al desastre.