El interior de la cápsula personal de lord Sidartani era como una suite en un hotel de lujo. Paredes recubiertas de tapices y cuadros de alguna escuela hiperrealista, muebles de maderas oscuras, que albergaban jarros y vasos de metal o fragmentos de piedras raras: ónix, berilio, jaspe, ópalo, malaquita, tallados en forma de ceniceros, pisapapeles o, simplemente, tal y como salieron de la mina. No era tanto el lujo ostentoso como el buen gusto lo que caracterizaba a lord Sidartani, aunque Srila, habituado al barroco esplendor de la corte de Kharole, lo encontraba un tanto desangelado. El propio Embajador vino a su encuentro.
En tiempos del viejo Patrihara VIII, las relaciones de la Hermandad y el Imperio eran prácticamente nulas. Ocasionalmente, un enviado de la Corte se dejaba ver en Krishnaloka, expresaba las reclamaciones de siempre: control de la elección de Varisthas[41] de babel, impuestos sobre el tráfico interestelar, el derecho de los jagad-seth[42] al cobro del sardesmukhi[43] y de la jizya[44]… La lista no había variado en quinientos años. El Jagad-Guru[45] de turno contestaba con una rotunda negativa, cuyo texto se venía repitiendo también desde hacía quinientos años. Era algo casi ritual.
El nuevo Emperador, Patrihara IX, era poco más que una percha donde colgar la Corona. Los subandhus eran los verdaderos amos en un Imperio donde la feudalización avanzaba más y más. La desunión haría más débil al conjunto, y nada hacía pensar que sus relaciones con la Hermandad fuesen diferentes…
Pero sí lo fueron. Lord Sidartani había sido nombrado nuevo adhyaksa. Estableció su residencia permanentemente en Krishnaloka. Y sus palabras fueron amables y conciliadoras. Era el azúcar que disimulaba el veneno.
En el curso de una entrevista que se empeñó en que fuera lo más secreta posible, Sidartani le había ofrecido («No son palabras mías, sino de mi Soberano») unas condiciones generosas a cambio de eliminar a Kharole… o, si el ahimsa[46] se lo impedía, a denunciarlo como tirthika. Las condiciones imperiales equivalían a una autonomía casi total.
Tan generosas fueron, que Srila meditó cuidadosamente la cuestión… y mientras la meditaba, se desencadenó el infierno.
Lord Sidartani se inclinó levemente y recitó unas formales frases de salutación, a las que Srila respondió con una bienvenida de igual formalidad.
Era un hombre alto y delgado, de mirada afable y modales exquisitos, que ocultaban la astucia de una serpiente de Strirajyaloka[47]. Su voz era suave y armoniosa, su cráneo estaba coronado por un krobilo[48]. En su rostro, adornado por una fina perilla teñida de oro, lucía el tatuaje multicolor de un remolino situado entre las cuidadas cejas azules.
Sus ropas habían sorprendido a Srila cuando se vieron por vez primera: era una versión del hábito de la Hermandad, confeccionado con una extraña y sedosa tela azul pálido, producto de la tecnología Imperial. No lucía ningún adorno ni joya, excepto un disco de cobalto del tamaño de una moneda sobre el pecho y un costoso reloj digital de acero en la muñeca.
Por su parte, Srila vestía un jersey de lana color azafrán debajo del hábito blanco de la Hermandad. De su cuello colgaba una bolsa de nylon rojo, adornada con plumas de pavo real, conteniendo las Sastras y los utensilios rituales para su Sagrada Lectura.
—Kalyanam[49], subandhu Sidartani.
—Santam, Sivam, Adwaitam[50], Srila.
—¿Y bien…? —suspiró Srila—. ¿A qué debo este intenso honor…? Imagino que te darás cuenta de que mi presencia aquí me compromete gravemente.
—Esta nave es el único lugar del planeta completamente a salvo de micrófonos o escuchas. Creo que aquí podremos hablar en libertad, sin temor a que nuestra conversación quede registrada. Aunque esto pudiera despertar suspicacias en tu amigo Kharole.
—Entre Kharole y yo sólo existe el mutuo respeto… Pero mis enemigos podrían darle a este encuentro intenciones insospechadas…
—Claro, con respeto las tropas de Kharole rodearon tu palacio en Gamaloka[51]. Con sumo respeto fuiste sacado de la cama a altas horas de la noche. Con inmedible respeto fuiste arrojado a una oscura celda esperando una respetuosa ejecución.
—La ironía no te favorece demasiado, Sidartani —replicó Srila fríamente—. Todo lo que hay en este enojoso asunto es sencillo. Una camarilla de subandhus que no recibieron tierras en concepto de jargir en los planetas recién conquistados, urdieron una red de calumnias y falsedades. No se puede reprochar a Khan Kharole haber sido víctima de un engaño. Además, ¿de quién fue la voz misteriosa que reveló a estos subandhus nuestra entrevista?
—Oh, quién sabe —Sidartani hizo un elegante gesto de desdén ondeando la palma de la mano—. Un doméstico, un tantrín con una copa de más, un dasyu[52]… No debió ser un personaje muy encumbrado, cuando Kharole no pudo averiguar nada de lo tratado. Y eso que usó métodos muy enérgicos, según dicen —se permitió una risita—. Kharole no ha oído hablar del tusnimdanda[53], evidentemente.
—Por el contrario, yo creo que fue alguien de tu séquito… y no poco encumbrado, pienso —clavó su mirada en los ojos de aquel perfumado nagaraka[54]. Sidartani le devolvió la mirada sin la menor expresión.
—Una pregunta, Srila, ¿que hacían mientras tanto tus fieros guerreros adhyátmicos[55]…?
Srila sonrió tiburonescamente.
—Putana[56] era una terrible asura[57] enviada por Kamsa[58] para matar a Dios en su avatar[59] de Krishna. Ella untó un veneno mortal en su pecho y se lo ofreció al Niño Krishna para que lo chupara. Krishna, muy consciente de sus intenciones, le absorbió el shakti y la mató. No voy a ser yo quien chupe el veneno que me ofreció Kharole. —Srila se detuvo y miró significativamente al adhyaksa—. Sabes que la intervención de los soldados adhyátmicos sólo hubiera provocado un inútil baño de sangre. Y las posiciones de Kharole y las de la Hermandad se hubieran visto enfrentadas para siempre. En cambio ahora Kharole sabe que la opinión pública está de mi parte. Sabe que no puede dominarme mediante amenazas. Se ha convertido en un perfecto aliado.
—Pero, después de eso, ¿crees realmente que la alianza con Kharole puede serte, a la larga, de alguna utilidad? Permíteme recordarte algo —Sidartani elevó un largo y delgado dedo índice—. Los Kharole eran asaf-ja[60], al servicio del Imperio, hasta que se nos fueron de las manos.
El Jagad-Guru se encogió de hombros.
—Lo que para unos es veneno, para otros es comida.
Recordó como, hacia la época en la que él fue elegido como Jagad-Guru, el viejo Abdula Kharole nombró como sucesor a su hijo Khan Kharole. De una forma u otra había tenido la necesidad de definirse por uno u otro bando.
—¿Acaso no ves las intenciones últimas de los Kharole? No te dejes engañar por las ventajas donadas por Abdula a la Hermandad. Los terrenos en torno a las babeles, y todo eso. Khan no permitirá que acumuléis tantos privilegios que le impidan destruirnos cuando lo crea conveniente.
Srila sonrió ahora con lástima.
¿Era acaso el Imperio un aliado más recomendable? ¿Cómo habían llegado a manos de Kharole los documentos secretos que en otro tiempo Srila había cruzado con la embajada Imperial en Gamaloka? Documentos altamente comprometedores para su persona, que habían supuesto para Khan la excusa perfecta para su encarcelamiento.
—«El que acaba de volver del destierro es desterrado de nuevo. El que estaba desterrado vuelve. El hombre corriente se alza sobre el distinguido. Una estirpe se alza contra otra. Los soberanos se arrebatan mutuamente los vasallos…» —recitó Sidartani con gesto cansado, abriendo un pequeño maletín de piel de serpiente—. Pero no es de esto de lo que quería hablarte.
El adhyaksa sacó un grupo de fotografías. Srila observó detenidamente cada una de las imágenes. Manejándolas torpemente con sus dedos deformados por la artritis.
—Parece una maqueta destrozada de uno de vuestros rickshaws[61]… ¿Es eso…?
—Casi. Sólo que no es una maqueta. Se trata de un rickshaw real. Un kilómetro de longitud en su eje mayor.
—Oh…
Sidartani se inclinó hacia Srila mientras acariciaba su perilla.
—Dime, Srila, ¿por qué pensaste que era una maqueta? ¿Por qué?
—La forma en que está destrozado… Es extraño, parece como si alguien lo hubiera masticado y escupido… ¿Qué clase de arma podría hacer algo así…?
—Eso mismo nos estamos preguntando nosotros —suspiró Sidartani—. Sea lo que sea tiene un poder destructivo enorme.
—¿No tenéis ni idea de lo que pueda haber sido? ¿Ninguna teoría?
—Nuestros científicos están desconcertados. Posiblemente tras un examen más detallado in situ… Algunas de sus teorías son de lo más pintoresco: alienígenas inteligentes hostiles, o monstruos espaciales…
—¿Monstruos espaciales…? —Srila pensó que el adhyaksa le estaba tomando el pelo.
—El rickshaw fue atacado por… por lo que fuese, mientras atravesaba una zona del Límite[62] famosa por su fauna espacial. Monstruos de hasta un kilómetro de longitud, adaptados a la vida en el vacío…
—¿Has dicho el Límite?
—Precisamente. Es por este detalle por lo que tú y yo estamos sosteniendo esta agradable conversación en estos momentos. —Sidartani no lo dijo, pero silenciosamente pareció afirmar que de no ser porque el Límite estaba fuera de la zona de influencia del Imperio, la Hermandad jamás hubiera tenido noticias del asunto.
—¿Qué podemos hacer nosotros? Nuestros recursos tecnológicos son limitados, como bien sabes.
—Te hablaré con claridad, Srila. No queremos que nuestros problemas políticos se mezclen con este asunto. Tampoco deseamos que la actual tensión existente entre Kharole y tú…
—No sé a qué tensión te refieres exactamente…
—… pueda provocar conflictos de competencia en torno a este tema. Mira, el rickshaw es cosa nuestra, del Imperio, y no queremos que nada pueda interferir en las labores de rescate.
—¿Labores de rescate? ¿Cómo?
—Kharole ha accedido a la petición del Imperio de permitirle el paso a una de sus naves de fusión de alcance ilimitado.
Entonces —pensó Srila— ¿era eso lo que había motivado la entrevista en el espacio entre Sidartani y Kharole, de la que le habían informado sus espías? Últimamente había estado muy preocupado por ese asunto. Tras los sucesos en Gamaloka, un acercamiento entre Kharole y el Imperio era lo último que podía desear.
—¿Una nave de fusión de alcance ilimitado? —exclamó Srila con sorpresa.
—Sí, un aparato de gran autonomía, que en caso de necesidad podría repostar directamente de cualquier gigante gaseoso que hallara en su camino. —Y añadió con ironía—: Imagina, Srila, en lo que una nave así podría convertirse… si cayera en malas manos.
—Podría desnivelar la balanza entre Kharole y la Hermandad…
—Exactamente. Y eso es algo que el Imperio no desea que suceda bajo ningún motivo.