EPÍLOGO

El Universo de Noche fue clausurado y ya no volvió a abrir jamás. En su lugar, algún tiempo después, la maquinaria de derribo aplanó un solar, lo valló y así permaneció durante algunos meses. Actualmente, un enorme cartel de una conocida empresa constructora anuncia la eminente edificación de pisos de lujo con condiciones de financiación ventajosas.

Arcadio Peña, el dueño nominal de El Universo de Noche, está en la cárcel. Según mis últimas noticias, vive feliz y sin problemas. Parece ser que «dentro» goza de la benevolencia de la mafia carcelaria, que le protege de cualquier contingencia. A intervalos regulares recibe toda clase de provisiones, incluidas la visita de alguna puta que le hace la vida más soportable, aunque ahora debe conformarse con productos de la tierra. Evidentemente, durante el juicio se declaró culpable de todos los cargos que se le imputaron y no creo equivocarme si afirmo que se hubiese declarado culpable de unos cuantos más, si eso hubiese sido necesario. Respecto al verdadero dueño del negocio, ¿ustedes bien?

Él también, gracias.

Del tipo de la carísima cazadora de cuero, ni palabra. En las habitaciones de la guardería, cuando hizo acto de presencia la policía, los únicos ocupantes eran niños casi incapaces de expresarse en castellano. La gente que puede comprarse ese tipo de prendas acostumbra a tener suerte en la vida.

Dios con minúscula estaba presente en todos los archivos policiales del país. Nadie reclamó sus restos y fue enterrado sin honor. No resucitó al tercer día ni ningún otro, gracias a Dios.

Al comisario de la Brigada de Homicidios, Miguel Jareño, le fueron cursadas toda clase de felicitaciones. Una mención honorífica consta desde hace poco en su hoja de servicio. Si recibió algún otro tipo de mención, menos oficial, lo desconozco y supongo que no lo sabré nunca.

El Sargento García se retiró el mes pasado con todos los honores y la pensión completa, aunque no fue a petición propia, parece que le fue recomendado encarecidamente y de forma imperiosa. Ahora cuando el comisario Jareño tiene algún muerto en la «nevera», inevitablemente debe esperar el informe del departamento de Balística y el del forense para determinar la causa de la muerte y el tipo de arma empleada.

Tuve una idea genial que concernía al Sargento García: le propuse que se asociase con Billy Ray y conmigo.

Recuerdo exactamente cuáles fueron sus palabras:

—Mira, Humphrey, si alguna vez me necesitas, llámame y acudiré, pero no me pidas que te vea cada día; no podría soportarlo.

Fue una conversación corta. Al Sargento y a mí mantener una conversación en la que dejemos entrever cierto afecto nos emociona, y ninguno de los dos quiere demostrarlo.

Respecto al tipo alto y delgado con la mirada tan fría como la de un pez muerto que Maruchi me señaló como posible asesino a sueldo cuando yo le requerí noticias sobre algún forastero sospechoso, finalmente logramos ubicarle con precisión. De hecho, fue Maruchi quien consiguió la información, como no podía ser de otra manera. El tipo era un jugador profesional, momentáneamente «quemado» en su hábitat natural, Madrid, que decidió probar suerte en provincias.

El hombre se dedicó a efectuar el correspondiente estudio del terreno. Participó en un par de partidas de poca monta y perdió adrede de forma convincente para ganarse la confianza de los demás jugadores. Una vez consiguió la información del lugar y el momento en que debía celebrarse una partida de importancia, se presentó con el aval conseguido en las partidas anteriores y se dispuso a dejar sin blanca a la panda de incautos de provincias. Perdió de forma involuntaria la totalidad de su volátil fortuna. De hecho, uno de los macarras principiantes que participaban en la partida le compró a buen precio el Rolex de acero y oro, con lo cual pudo regresar a Madrid en clase business manteniendo un convincente aspecto de acaudalado hombre de negocios. Durante el trayecto, con un vaso de whisky en la mano y mirando de cuando en cuando y con absoluta frialdad a sus compañeros de viaje, meditó con amargura sobre el indiscutible hecho de que provincias ya no era lo que acostumbraba a ser.

Hace pocos días volví a ver al Tío Matías. Afortunadamente, en esta ocasión fue en la pantalla de un televisor. El hombre encabezaba una manifestación de los gitanos del barrio en la que exigían la erradicación de la droga en nuestras calles. Lucía el sombrero cordobés que ya le conocía, y la blancura de su camisa resplandecía por contraste con el negro del chaleco, se cubría con un chaquetón de piel de oveja sin curtir y toda su figura rezumaba integridad campesina, honestidad de pueblo no contaminado. A sus espaldas, el guaperas de la navaja y el macizo comedor de ajo oficiaban como portadores de una inmensa pancarta negra que, en grandes letras amarillas, rezaba: «Nuestros hijos dicen no a la droga. Lucha tú también por un barrio más limpio».

¿Qué quieren que les diga? Casi lloro de la emoción. Billy Ray, que estaba a mi lado, sufrió un acceso de tos cuando el café con leche que en aquel momento se llevaba a los labios se coló por propia iniciativa en sus pulmones. El pobre hombre se largó rezongando furiosamente algo acerca de las virtudes de los medios de comunicación en relación con la puta madre que parió a no sé quién.

No hemos vuelto a comentar el tema.

Sorprendentemente, Billy Ray Cunqueiro se ha destapado como un excelente hombre de negocios. La agencia, enriquecida gracias a la nueva actividad, empieza a generar beneficios. Nunca hubiese dicho que en este país se producían más impagados que cuernos, pero los hechos están ahí para demostrarlo y, evidentemente, yo no soy nadie para ir contra los hechos, en especial cuando los hechos generan beneficios. De cualquier forma, yo no me inmiscuyo en el asunto de los impagados y los informes más o menos oficiales. Me aburre. Lo mío sigue siendo la persecución subrepticia, artera e indigna. La gente a la que llego a conocer por este procedimiento es más interesante que la que se puede conocer en una sala de reuniones.

Aunque, pensándolo bien, quizás el secreto radique en que los conozco en circunstancias más acordes con la verdadera naturaleza del ser humano.

No he vuelto a ver a Maruchi la Desdentá con los dientes navegando en un vaso de agua. Me refiero a que el destino no ha querido que coincidiésemos en la misma cama, aunque ahora ella se ha añadido a la larga lista de personas a las que les debo algo. Cuando nos vemos sigue preguntándome: «¿Qué, Humphrey, sigues siendo virgen?». Y yo, como no podría ser de otra manera, le respondo: «Claro, mi amor, estoy esperando el día en que tú decidas perder tu pureza».

El discurso es el mismo de siempre, pero no podemos evitar que un cierto deje de ternura acompañe la vieja broma. Aunque eso sí, evitamos que se note en demasía. No se puede estar trabajando duro durante años para conseguir una excelente mala fama de duro o de mal bicho para que un momento de debilidad te convierta en un ser humano tan vulnerable como el resto de los mortales.

En ocasiones pienso que sería una excelente idea emborracharme de vez en cuando con Maruchi. Ella no se ha vuelto a ofrecer, por lo que imagino que esta vez me toca a mí dar el primer paso. Las putas también tienen su orgullo, aunque lo pierdan fácilmente ante un billetero abierto.

Ángela me envió una carta. Mi primera intención fue romperla, pero desistí de hacerlo ya que romper una carta de alguna manera es abrirla. Y yo no quería abrirla. La tiré directamente al cubo de los desperdicios sin abrirla. Estuvo allí un par de días, pues no me atrevía a tirar la bolsa para no perder la carta, por más que seguía firme en mi intención de no abrirla.

¿Se han preguntado alguna vez cómo se podría definir a un tipo duro? No se rompan la cabeza, yo se lo diré.

Un tipo duro es aquel que conserva en su balcón durante una semana una apestosa bolsa llena de basura y finalmente acaba con los dedos pringados de toda clase de residuos hogareños buscando la carta de un antiguo amor que no se atreve a abrir.

La carta contenía una sola frase: «Fue maravilloso, Humphrey».

Estoy convencido de que ahora ustedes esperarán que yo haga una larga y dolorosa exposición, matizada con las pinceladas poéticas al uso, de las evocaciones que la frase desencadenó en mi mente.

Pero no lo haré; la partitura con la música la tienen ustedes, pónganle la letra si quieren.

Quise que Billy Ray me acompañase el día que me reuní con Mediahostia para proceder al pago del primer plazo de nuestra deuda con él. Mi socio escuchó las peroratas de Enrique Valles en un silencio casi religioso. Cuando salimos a la calle, permaneció meditabundo durante un buen rato. Finalmente me miró, movió la cabeza admirativamente y soltó lo que hacía rato que llevaba rumiando:

—¡Hostias, Humphrey, qué idioma más complicado tenemos en este país!

El timbre del teléfono estuvo resonando en mi cabeza unos segundos antes de que lograra despertarme. La voz de Billy Ray vibraba de excitación al contarme que debía apresurarme a mirar por la ventana de mi habitación ya que estaba nevando copiosamente y la nieve estaba empezando a cuajar. En esta ciudad la excitación es enorme cuando nieva. Yo, que he pasado la práctica totalidad de mi vida en Barcelona, solo recuerdo haber visto nevar en tres ocasiones, o tal vez cuatro, pero no más.

Mi primera intención fue salir al balcón, que lucía con orgullo un respetable manto blanco de textura algodonosa, pero luego recordé el repelente aspecto líquido que adquiere la nieve blanda una vez pisada y me conformé con mirar a través de los cristales el insólito aspecto que ofrecían los árboles del Poble Sec con las ramas decoradas por los copos, que en su caprichoso amontonamiento componían extrañas formas que cada uno de nosotros traduciría en la imagen que le dictase su imaginación. Los primeros valientes ya habían salido a la calle y se aprestaban a intentar elaborar un muñeco de nieve y fotografiarse junto a él. Otros amasaban fríos proyectiles que, con un poco de suerte, impactarían en la espalda de algún transeúnte desprevenido.

Volví a la cama deseando que lloviera enseguida y así desapareciera el tan admirado manto blanco, ya que, en caso contrario, en pocos minutos las calles se convertirían en un escenario encantador para los amantes de los resbalones, un pastizal de color gris humo que paralizaría la normal actividad de esta ciudad tan poco preparada para convivir con la nieve.

Apagué la luz e intenté dormir de nuevo, apartando de mi mente el mensaje que algún rincón de mi cerebro emitía: este iba a ser el año que nevó en Barcelona, no el año en que un camarero homosexual y la gorda encargada de la limpieza de un local nocturno habían sido asesinados.

Este sería para siempre el año en que la nieve cubrió durante unas horas Barcelona, no el año en que Humphrey se había enamorado.

Pero así son las cosas y ni ustedes ni yo vamos a cambiarlas.

Además, no tiene sentido hacer dibujos en el agua.