El deseo amoroso de una mujer es tabú en Afganistán, está prohibido tanto por el estricto código de honor de los clanes como por los ulemas. La gente joven no tiene derecho a encontrarse, a amarse o a elegir. El amor no es un idilio normal, sino más bien lo contrario: puede ser un crimen grave que se castiga con la muerte. Los indisciplinados son asesinados a sangre fría, y cuando sólo es castigado uno de los dos amantes, siempre se trata de la mujer.
Las jóvenes son ante todo un objeto de intercambio o de venta. El casamiento es un contrato hecho entre las familias o dentro de la familia. Su utilidad para el clan es un factor decisivo, y los sentimientos rara vez son tomados en cuenta. Durante siglos, las mujeres afganas han tenido que aguantar la injusticia de la que son víctimas. Existen, no obstante, testimonios de su disconformidad en forma de cantos y poemas secretos, cuyo eco permanece en las montañas o en el desierto.
Las mujeres protestan con «el suicidio o el canto», escribió el poeta afgano Sayd Bahodin Majruh en un libro sobre la poesía de las mujeres pashtun. Con la ayuda de su cuñada, Majruh, que murió en Peshawar en 1988 asesinada por los fundamentalistas, logró recuperar varios de estos poemas pertenecientes a la tradición popular que se han ido transmitiendo en torno al pozo de agua, en los caminos rurales, alrededor del horno… Evocan los amores prohibidos, donde el amante nunca es el marido, y hablan del odio hacia este marido, a menudo mucho mayor; pero también expresan el orgullo y la valentía de las mujeres. Esta poesía se llama landay, que significa «breve», y limitada a unos pocos versos consta de poemas cortos y rítmicos como «un grito, un furor, un navajazo», en palabras de Majruh:
Gente cruel, queréis que un viejo
me lleve a su cama.
¡Y preguntáis por qué lloro y me tiro del pelo!
¡Ay, Alá!, me mandas de nuevo a la noche tenebrosa,
y de nuevo tiemblo de la cabeza a los pies
porque tengo que subir a la cama que odio.
Sin embargo, las mujeres en estos poemas también pueden ser rebeldes y arriesgar la vida por el amor en una sociedad donde la pasión está prohibida y el castigo es despiadado.
Dame tu mano, mi amor, y vámonos al campo
para amarnos o caer juntos bajo los navajazos.
Me lanzo al río, la corriente no me arrastra.
Mi horrible marido tiene suerte: siempre soy devuelta a la ribera.
Mañana por la mañana me matan por ti;
tú por tu parte no digas que no me has querido.
La mayoría de estos gritos evoca la decepción de una vida mutilada. Una mujer reza a Alá para que en su próxima vida le deje ser una piedra antes que una mujer. Ninguno de estos poemas aborda el tema de la esperanza; al contrario, en todos ellos reina el desaliento. El hecho es que estas mujeres no han vivido lo suficiente, no han sacado suficiente provecho a su belleza o a su juventud y no han conocido debidamente los placeres del amor.
Yo era más bella que una rosa.
Bajo tu amor, me he vuelto amarilla como una naranja.
Antes yo desconocía el sufrimiento;
por eso crecí recta como un abeto.
Los poemas también están llenos de dulzura. Con una brutal sinceridad, la mujer glorifica su cuerpo, el amor carnal y la fruta prohibida como si quisiera escandalizar a los hombres y provocar su pasión:
Pon tu boca sobre la mía,
pero deja libre mi lengua para que te hable de amor.
Cógeme primero en tus brazos, sujétame,
sólo luego puedes atarte a mis muslos de terciopelo.
Mi boca es para ti, devórala, no tengas miedo.
No es de azúcar que se pueda disolver.
De buena gana te doy mi boca,
pero ¿por qué traer mi jarro si ya estoy mojada?
Te harás ceniza al instante
si yo fijo mi mirada embriagadora en ti.
El suicidio y el canto.
Poesía popular de las mujeres pashtun,
de Sayd Bahodin Majruh, Gallimard, 1994