Seis meses después.
SANDY se miró en el espejo del baño. Aunque había parecido imposible, el vestido de dama de honor le sentaba bien. El color rosa le iba fenomenal con la palidez de su piel y el tono oscuro del pelo, y el escote bajo le realzaba el pecho. Por supuesto, tampoco molestaba lo de que hubiera perdido unos nueve kilos en seis meses. A lo mejor debería plantearse escribir un libro sobre cómo adelgazar mediante una estrategia basada en disfrutar de sesiones diarias de sexo fantástico.
Habían sido unos meses maravillosos. Había testificado ante el jurado de acusación que debía decidir si presentaba cargos de secuestro contra Cabrini y la habían escogido como testigo principal para el juicio cuando se celebrara.
Aunque había asistido a un par de sesiones de terapia después de todo lo ocurrido, se había recuperado antes de lo que nadie esperaba. Zeke la había cuidado como si fuera una gallina con su polluelo y la ternura de sus atenciones habían sido de gran ayuda para que se repusiera.
La puerta del baño se abrió y entró Tricia barriendo el suelo con la cola de su vestido de novia que llevaba por delante de ella.
—¡Ah! Estás aquí —exclamó al entrar—, mamá está buscándote.
—Genial, ¿y qué quiere ahora?
—No se lo he preguntado —su hermana sonrió—. Estaba demasiado emocionada ante la idea de que no estuviera centrada en mí en ese momento. Uno de los efectos secundarios de casarme es que está siendo encantadora conmigo, para variar.
—¡Qué suerte tienes! —suspiró Sandy—. Supongo que tendré que ir a ver qué quiere.
Se inclinó hacia el espejo y, después de sujetarse uno de los rizos, cogió su bolso y se volvió para marcharse.
—Espera, Sandy —pidió Tricia mientras detenía a su hermana con la mano en alto.
Ella miró a su hermana pequeña.
—¿Qué pasa?
—Nunca hemos hablado de lo de Josh y yo. Quiero decir que he querido hacerlo, pero tú nunca querías… —dudó un momento, claramente incómoda—. No planeé enamorarme de él, pero…
—Pero lo hiciste, y juntos hacéis una pareja estupenda. —Sandy abrazó a Tricia—. Josh te quiere a ti, no a mí. Y no pasa nada.
—Y tú quieres a Zeke, ¿no? —Tricia preguntó ansiosa mientras se apartaba para mirar a su hermana a los ojos.
Sandy asintió.
—Y él me quiere a mí. Así que todo ha salido como tenía que salir.
—Gracias, hermanita. Es el mejor regalo de boda que podrías hacerme —a Tricia se le llenaron los ojos de lágrimas—. Me alegro tanto por ti.
—Y yo por ti —Sandy sonrió—. Venga, vamos a buscar a mamá para que disfrute de su dosis mínima diaria de dar la lata.
Agarradas del brazo, las dos hermanas salieron del baño y regresaron al salón de baile, donde la celebración de la boda estaba en su mejor momento. No habían caminado mucho cuando Victoria Davis —impresionante en un vestido de corte imperio y color azul claro— las detuvo.
—Aquí estáis. Todo el mundo está buscándote, Patricia. La fotógrafa está esperando.
—Pues entonces mejor me voy a buscar a mi marido —dijo Tricia resplandeciente de orgullo al pronunciar aquella palabra—. Ahora os veo —le dio unos golpecitos a Sandy en el brazo y desapareció para cruzar la pista de baile.
Victoria se dirigió entonces a su hija mayor.
—Alexandra, no sé por qué te ha dado por llevar el pelo recogido con todos esos rizos colgando. Eres ya mayor para ir con ese peinado.
Sandy le dedicó a su madre una sonrisa.
—A mí me gusta, y a Zeke también.
—Y eso es otra cosa —Victoria entrecerró los ojos—. ¿Cuándo pensáis casaros? Alguien que se dedica al trabajo social como tú no debería vivir en pecado con un hombre. ¿No puedes hacer que te lo pida? —se encogió de hombros—. Aunque no sé por qué iba a hacerlo. Ya tiene la leche, así que para qué quedarse con la vaca —dejó de mirar a Sandy, dirigió la mirada por encima del hombro izquierdo de ésta y frunció el ceño.
Sandy empezó a perder la sonrisa. Antes de que pudiera pronunciar palabra, notó dos manos cálidas que la cogían de los brazos.
—Hola, cielo —era Zeke.
Sandy se volvió, aliviada, para mirarlo de soslayo.
—Mamá estaba preguntándome que cuándo nos casamos.
—¡Ah! —le acarició la oreja izquierda—. Ya le he pedido a Sandy que se case conmigo, y me ha dicho que sí.
Sandy se volvió para mirar a su madre de frente.
—No quería robarle a Tricia la primicia. Zeke y yo pensamos casarnos pronto. En cuanto decidamos la fecha, te la haremos saber —su voz sonaba tranquila y natural.
—Bueno, yo creo que… —Victoria empezó a hablar y Zeke la interrumpió.
—Con todos mis respetos, Victoria, no importa lo que usted crea. Lo importante es lo que piense Sandy. Venga, estoy listo para empezar con el bufet. ¿Vamos, cielo?
—Vamos —respondió Sandy mientras le acariciaba la mejilla—. Luego te vemos, mamá.
Cogidos de la mano, se alejaron de la madre de Sandy, que se quedó mirándolos atónita.
—Gracias —murmuró Sandy—, estaba a punto de perder los nervios justo cuando has aparecido.
—No, no ibas a hacerlo —la confortó—. Acuérdate de que ella es una arpía de mediana edad y tú, una joven preciosa. No hace falta que te enfrentes a ella. Ya la ganas.
Sandy se detuvo en medio de la sala y se volvió para mirar a Zeke.
—¿Te he dicho ya hoy que te quiero?
—Sí —sonrió Zeke—, pero aún no has hecho nada para demostrármelo.
—¿Y en qué estabas pensando? —preguntó Sandy con una sonrisa.
Zeke se inclinó para susurrarle al oído:
—Mientras estabas en el baño, he estado estudiando este lugar. Hay una escalera que lleva a las habitaciones de invitados. ¿Te apetece uno rápido?
Sandy se quedó mirándolo.
—¡Estás de broma!
—No —Zeke negó con la cabeza—. He estado repasando. Lo hemos hecho en un coche, en un avión, en el despacho de mi jefe, en tu despacho y en el jardín de casa de tu madre, pero en una escalera todavía no.
A ella le entró la risa.
—Seguro que nos pillan.
—Eso es lo que dijiste sobre las estanterías de la biblioteca —respondió con una amplia sonrisa—, y no nos pilló nadie.
Sandy notó enseguida aquella sensación familiar de calor entre los muslos.
—Vale, pero deprisa. No quiero faltar cuando corten la tarta.
Zeke la cogió de la mano y la sacó de la sala de baile por una estancia que llevaba hasta una pesada puerta de incendios.
Al otro lado, había un rellano de escalera de color gris. Sandy miró la escalera que llevaba hacia los pisos más altos. También había un tramo que bajaba hasta el sótano del hotel.
—No sé. Puede entrar alguien por la puerta, o bajar de arriba o subir de abajo. Me parece un poco arriesgado.
Él sacó la navaja multiusos que llevaba encima, seleccionó el destornillador y trucó la barra de hierro de la puerta.
—Ya está. He cerrado la puerta. Por ahí ya no vendrá nadie —luego se volvió hacia Sandy y preguntó—: ¿Qué llevas debajo del vestido?
Sandy se rió al escuchar la pregunta, ya tan familiar.
—Un liguero y unas medias. Nada más.
—Dios, nena…
La erección le dificultó a Zeke lo de desabrocharse los pantalones del traje gris y crema que llevaba puesto. Cuando por fin logró bajarse la cremallera, el pene apareció listo para la acción.
—Aquí está —susurró Sandy—, ¡pobre!, todo arrugado en ese horrible traje.
—Dale un beso para que se ponga mejor —sugirió él.
Sandy se miró el precioso vestido y, luego, la sucísima escalera.
—Sube tres escalones y lo haré. No quiero estropearme el vestido al arrodillarme.
Con las prisas, Zeke casi se tropezó al subir la escalera. Antes de dedicarse a él, Sandy dejó el bolso en el suelo. En aquella posición, Sandy podía acceder al pene con sólo inclinarse y apoyarse en las piernas de Zeke. Empezó a pasarle la lengua por la punta.
—Eso es, cielo —gimió él con los ojos cerrados—. ¡Dios, sí! ¡Qué bien!
Sandy se detuvo para mirarlo.
—Sólo acuérdate de que me debes una, ¿eh?, tiarrón.
Zeke abrió los ojos.
—Oye, esto es sólo para ponerme, ahora me ocupo de ti.
—Ya, promesas, promesas —susurró ella antes de abrir la boca e introducirse en ella el capullo del pene.
De repente oyeron una puerta que se cerraba y unos pasos que bajaban al trote por la escalera. Sandy se incorporó mientras Zeke la separaba. Para cuando los dos chavales llegaron al descansillo en el que estaban, ella ya estaba delante de él para tapar la bragueta abierta y el pene empalmado.
—Hola —saludaron los niños al pasar corriendo al lado de los dos adultos antes de dirigirse a la puerta de incendios.
—Está cerrada —avisó Zeke—, tendréis que bajar un tramo y salir por el sótano.
Los chicos no lo pusieron en duda y siguieron bajando golpeando en los peldaños con las suelas de las deportivas.
En cuanto oyeron la puerta del sótano cerrarse tras los chavales, a Sandy y a Zeke les entró un ataque de risa.
—Te lo dije —insistió ella mientras lo miraba. El pene de Zeke estaba caído frente al vestido de Sandy, que lo miró y empezó a reírse—: Está ridículo.
—Ya te daré yo ridículo —rugió Zeke antes de empezar a subirle la falda de seda a manos llenas.
—¡Espera! ¿Qué haces? —chilló.
Él metió por fin las manos bajo el vestido, le agarró las nalgas desnudas y, en un movimiento suave, levantó a Sandy.
—¡Zeke! —Sandy lo cogió por los hombros para sujetarse.
—Abrázame por la cintura con las piernas —le pidió.
Al darse cuenta de lo que pretendía hacer, Sandy accedió y pataleó para apartar los metros de tela que le impedían mover las piernas. Él se volvió y la apoyó contra la pared al tiempo que ella le rodeaba la cintura con los muslos. Aunque Sandy notó en los hombros desnudos la frialdad y la dureza de las paredes de cemento, tenía el coño ya húmedo y caliente, preparado para recibirlo.
Con la espalda de Sandy contra la pared, Zeke vio una de sus manos liberadas. Se agarró la polla y la introdujo en la hendidura. Los dos rugieron de placer cuando él empujó para meter su carne en el cuerpo de Sandy.
—¡Oh! —suspiró ella.
—¡Ah! —gimió él.
Zeke no esperó. Empezó a mover las caderas con rapidez en un movimiento mecánico y a empellones contra Sandy. Se agitó hasta que notó el golpeteo de sus propios testículos y entonces se retiró hasta casi salir del cuerpo de ella.
La combinación del roce de su enorme polla con la excitación de estar follando en un lugar público puso a punto a Sandy casi al instante. En aquella posición, el pecho le quedaba a la altura de la cara de Zeke. Con una mano, se retiró la parte superior del vestido y se pellizcó el pezón derecho. Cuando él lo mordió, Sandy chilló y se corrió.
El orgasmo de Sandy llevó a Zeke hasta el borde de la tensión. Se introdujo en ella una última vez, se tensó y estalló lanzando toda la leche caliente dentro de Sandy, que se derrumbó hacia delante y apoyó la barbilla en la cabeza de Zeke. Notaba aún la cara de éste sobre el pecho y el calor de sus jadeos sobre la piel.
Y así permanecieron, con los cuerpos contra la pared, bañados por la tenue luz del descansillo, jadeantes y satisfechos.
Cuando Sandy recuperó el aliento, bromeó diciendo:
—Bueno, pues ya podemos tachar la escalera de esa lista que estás haciendo.
—Sí —confirmó Zeke—. Ahora, a por el restaurante.
—¿Cómo? ¿Estás tarado? No podemos follar en un restaurante.
—Eso mismo dijiste de la biblioteca y del descansillo de la escalera.
A Sandy le entró la risa.
—Bájame al suelo, anda, maníaco sexual.
Zeke dio un paso hacia atrás y sacó la polla del calor de Sandy.
—Vaya… —lamentó en cuanto notó la ausencia de Zeke—. Odio cuando nos separamos.
—Yo también —coincidió él antes de dejarla en el suelo—. Por eso quiero casarme contigo. ¿Qué te parece, mi pequeña espía? Se acabó lo de darme largas. Te quiero y quiero pasarlos próximos cincuenta años contigo.
—Vale —suspiró Sandy—, me casaré contigo este otoño, en el aniversario de nuestra primera cita. —Se recolocó el pecho en el sujetador del vestido.
—¡Este otoño! Ni de broma. Para eso quedan seis meses. Si espero mucho, vas a encontrar otro hombre y me mandarás a la porra.
—Eso no va a ocurrir, Prada. Ya estás atrapado —Sandy recogió el bolso que había dejado en las escaleras—. Si aceptas lo de celebrar la boda en septiembre, te dejo elegir el destino del viaje de novios —luego le besó la barbilla—. ¿Te parece?
—Me parece. Si el juicio empieza en junio, Cabrini debería estar ya en la cárcel para entonces —Zeke sonrió—. Aunque… antes de casarnos tenemos que follar en un cine y en una tienda.
Él le cubrió el pómulo de besos.
—Sólo si el cine tiene palco —Sandy se separó de él y señaló la salida de incendios—. Deben de estar a punto de cortar la tarta. Vamos.
Zeke abrió la puerta con el destornillador de la navaja. Cogidos de la mano, él y Sandy volvieron a la sala.