10

ZEKE se quedó mirándola, cautivado al verla allí colgada, indefensa. Tuvo que contenerse para no agarrarle las piernas, enganchárselas alrededor de la cintura y penetrarla directamente. Resultaba de lo más excitante; era como si Sandy se exhibiera en un mercado de esclavos y él pudiera hacer con ella todo lo que le apeteciera.

Cuando ella había mencionado lo del juego de dominación, a él no le había parecido excitante. Como poli, había conocido a tantas mujeres violadas que lo de obligar a una mujer a follar con él no le resultaba agradable, ni siquiera aunque fuera algo fingido en un juego erótico. Había presenciado muchas escenas en las que las prostitutas, o sus chulos, aparecían encadenados a una cama o a una mesa en habitaciones de motel, de modo que lo de atar a una mujer a un somier no le llamaba demasiado la atención. Esto, en cambio…

—Ahora mismo vuelvo —dijo.

—¡Zeke, espera! ¡No me dejes así!

—No, tranquila, vuelvo en un segundo. —Zeke quería que se quedara un rato pensando en la idea de estar encadenada y absolutamente a su merced.

Fue al cuarto de estar y recogió los juguetes que había seleccionado de la caja, de donde también provenían las viejas esposas niqueladas que la Unidad Policial de Dallas había desechado para pasar a emplear, en su lugar, tiras de plástico, más modernas, en la detención de sospechosos. Al preparar la caja, había metido sus dos pares de viejas esposas.

Cogió también las pinzas de los pezones, una venda y una larguísima pluma de color morado. También había un instrumento con forma de mariposa azul, pero aquello prefería reservarlo para más adelante.

Se dirigió a la cocina y llenó un cuenco con hielos.

—¡Zeke! —gritó Sandy.

«Estupendo, se está impacientando».

—Ya voy —respondió.

Cuando regresó, notó que Sandy estaba nerviosa. Había salido de la bañera y estaba de pie sobre la alfombrilla del baño.

—¿Dónde estabas? —se quejó.

—Buscando los accesorios que vamos a emplear —contestó él mientras colocaba todo en la encimera del lavabo.

Deseosa de enterarse de lo que preparaba, Sandy deslizó las esposas a lo largo de la barra de la ducha para poder verlo mejor. Él se hizo con uno de los cubitos de hielo y se dio la vuelta hacia ella.

—¿Qué vas a hacer?

—Lo que me dé la gana.

Sandy abrió los ojos y se alejó de él hasta toparse con la bañera.

—Zeke, ¡no!

—Sandy, ¡sí! Voy a repetir tus palabras: «Alguna vez me he preguntado cómo sería someterme a los deseos de un hombre, dejar que él tomara el control de mi cuerpo». Bien, encanto, pues aquí estoy. A veces se obtiene lo que se desea.

Sandy se mordió el labio superior, en un claro signo de preocupación. Zeke le pasó un brazo por la cintura para atraerla hacia él y presionarle el pecho izquierdo con el cubito de hielo. Sandy suspiró antes de que un escalofrío la atravesara de la cabeza a los pies. Él no quiso creer que aquella reacción proviniera exclusivamente de la temperatura del cubito, el cual continuó girando en círculos cada vez más cerrados a medida que se aproximaba al centro. El pezón aumentó de tamaño y se oscureció hasta adquirir un suave tono violeta. Zeke escuchaba la fuerte respiración de Sandy, consciente de la tensión en que estaba sumida. Luego tiró el cubito y, con los dedos índice y pulgar, empezó a retorcerle el pezón.

—Mmmm —suspiró ella.

Zeke bajó la cabeza y se introdujo el otro pezón en la boca. Lo mordisqueó, primero con suavidad y luego con algo más de energía. La respiración de Sandy cada vez era más entrecortada mientras él combinaba aquel jugueteo con el balanceo de sus piernas, de modo que apretaba su erección contra el vientre y las caderas de su prisionera.

—Zeke, por favor… —rogó Sandy con los ojos cerrados.

Él liberó el pezón y la miró.

—Por favor, ¿qué?

—Más —pidió ella.

Zeke atravesó la habitación para coger la venda.

* * *

Aunque a Sandy empezaron a dolerle los brazos de tenerlos por encima de la cabeza tanto tiempo, la molestia quedaba compensada por el placer que Zeke le proporcionaba con las manos y la boca. A pesar del frío del cubito, el pecho le ardía tanto como la entrepierna, ya incandescente.

Sandy le había rogado que continuara cuando él se había retirado y se había alejado de ella. En cuanto abrió los ojos, él le colocó la venda sobre los ojos.

—¿Qué estás haciendo?

—Relájate, cielo. Ya verás qué bien.

La venda no era más que un par de parches de nailon unidos por medio de unas tiras elásticas que se ajustaban alrededor de la cabeza.

—¿Qué vas a hacer?

—Confía en mí.

Sin pararse siquiera a pensarlo, Sandy replicó:

—Ya confío en ti; más de lo que confío en ningún otro hombre.

Notó enseguida que se quedaba paralizado y sintió que se le encogía el corazón. «No tendría que haber dicho eso. Qué tonta soy».

Zeke le acarició la mejilla con la mano.

—Gracias.

Sandy apartó la cara.

—Lo siento. No tendría que haber dicho nada.

Él le tomó el rostro con ambas manos.

—Eso no es cierto. Sé exactamente cómo te sientes porque yo me siento igual. —La besó en los labios con extrema delicadeza—. Es como sí te conociera de toda la vida. Pondría la mano en el fuego por ti —dudó un segundo y añadió—: Y el corazón.

A Sandy se le engrandeció el alma.

—Me encantaría poder verte la cara.

Zeke la besó de nuevo.

—Pues está muy bien que no puedas, porque yo creo que no me habría atrevido a decirte lo que acabo de decir si hubiera estado mirándote a los ojos —de inmediato cambió su tono de voz—. Bien, y deja de distraerme que tengo cosas que hacer por aquí.

Sandy esperó, nerviosa, y se recordó a sí misma que había sido ella la que había sacado a colación lo de los juegos de dominación. Escuchó un ruido extraño, como de cadenas. Sintió que algo le rozaba el pecho y se dio cuenta de que Zeke estaba colocándole una de las pinzas para los pezones. Y lo hizo de modo que aunque notó el pequeño pellizco, no fue como si se cerrara de golpe. Sandy se retorció por la presión que ejercía aquel aparato sobre el pezón.

—¿Tan estupendo es? —quiso saber él al tiempo que le pinzaba la otra en el otro pecho.

—Sí —suspiró ella.

—Muy bien. Quiero que abras las piernas tanto como puedas —aunque Sandy trató de seguir las instrucciones, las esposas limitaban su capacidad de movimiento—. Así está bien —dijo satisfecho mientras le acariciaba las caderas—. Eso es.

«¿Así está bien? ¿Para qué? ¿Qué es lo que pretende hacer?».

Aunque el primer contacto con el frío del hielo en el seno derecho la sobresaltó, pronto se relajó en cuanto reconoció el cubito, que Zeke arrastró hasta conseguir que también hiciera contacto con la pinza, de modo que el metal bajó enseguida de temperatura hasta resultar casi doloroso. Sandy serpenteo ligeramente con la intención de escapar de aquel clip congelado.

—Zeke… —gimió.

Él no respondió, pero retiró el hielo. Acto seguido Sandy notó el tacto ligero de una pluma. La suavidad de la caricia eliminó de inmediato el dolor provocado por el frío del hielo. La combinación de sensaciones físicas en la piel era impresionante: la presión de la pinza, el frío del metal y ahora la delicadeza de la pluma, que Zeke paseó por sus axilas, su vientre, por detrás de las rodillas…

—Pareces una diosa pagana, con la piel tan blanca y tan suave… No deberías taparte nunca, todo el mundo debería tener derecho a verte tal y como te estoy viendo yo ahora mismo.

A pesar del frío del hielo, Sandy se sintió invadida por una oleada de calor que se extendió hasta el ombligo y los senos. Las extremidades perdieron su fuerza y se le hicieron extrañas, como si ya no pudiera dominarlas. Aunque se fiaba de Zeke, sentirse tan indefensa le resultaba un poco aterrador. Si él se marchaba en ese momento del piso, ella se quedaría allí hasta que… hasta que mandaran a alguien del trabajo a ver si pasaba algo cuando no apareciera por la oficina el lunes por la mañana. O hasta que se pusieran en contacto con la persona cuyos datos había facilitado al rellenar el formulario de solicitud de empleo para los casos de urgencia… «¡Dios mío: mamá!».

La idea de que fuera su madre quien la encontrara de esa forma, desnuda y atada, le resultaba demasiado horrible como para planteársela. Apartó aquel pensamiento de su mente y se centró en escuchar. ¿Qué hacía Zeke ahora?

Un cambio en las corrientes de aire hizo que cayera en la cuenta de que se había arrodillado delante de ella. Primero le colocó las manos en la parte interna de los muslos y le separó aún más las piernas, y luego hizo lo mismo con los labios de su sexo. Sandy se quedó esperando, convencida de que iba a empezar a acariciarle el clítoris. Enseguida notó la calidez de sus labios sobre su sexo.

—¡Oh…! —gimió antes de gritar—: ¡Ay! —el tacto inesperado de un cubito de hielo en el clítoris la llevó a separarse de Zeke de un salto.

Él sabía que reaccionaría así. Le recogió las nalgas con una mano y la acercó de nuevo mientras, con la otra, volvía a localizar el punto de placer. Sandy experimentó de nuevo la calidez de su lengua.

Alerta ahora, permaneció tensa a la espera de que abriera la boca para rozarle el maldito hielo. No tuvo que esperar mucho. Los labios de Zeke se retiraron y a continuación notó el frío del cubito medio derretido entre los labios de su sexo.

Como esta vez ya lo esperaba, Sandy no dio un salto al notar la gélida presión. Él contó hasta tres antes de volver a besarle el clítoris.

Sandy comprendió entonces el ritmo que Zeke quería marcar, y se relajó. Calor, frío. Frío, calor. El contraste era… estimulante. Calor, frío. Frío, calor. Empezó a mecerse adelante y atrás en un movimiento que contrarrestaba el de la boca de Zeke. La temperatura de su sexo aumentó y él pareció percibirlo a juzgar por el sonido del hielo que dejó caer en la bañera. Retomó de inmediato la tarea de lamerle y succionarle el clítoris con avidez. Con sus enormes manos le masajeó los glúteos mientras empleaba la lengua para juguetear con el pequeño pliegue superior de los labios de su vulva.

Sandy comenzó a jadear al tiempo que le apretujaba el pubis contra la cara. El clítoris, ya completamente erecto, sobresalía como si se tratara de un minúsculo pene que Zeke se introdujo en la boca. Sandy tiró de las esposas, agitada por el orgasmo.

Él tensó los brazos al abrazarla por las caderas justo cuando ella perdía el control de las piernas. En aquella posición, con las manos enganchadas, y sostenida por el abrazo de Zeke, resultaba imposible que se cayera. Durante el tiempo que duró la explosión de placer, cegada por los chispazos, Sandy se contrajo arropada por Zeke antes de dejar caer la cabeza con todo su peso.

Sandy no fue del todo consciente de que Zeke le retiraba las pinzas y abría las esposas. Se dejó caer sobre él, que la cogió en brazos y la trasladó hasta el dormitorio, la depositó en la cama y le retiró la venda.

—Hola —dijo al abrir los ojos.

—Hola —respondió él mientras le apartaba el pelo de la frente—, ¿qué tal estás?

—Genial.

—¿Hemos satisfecho la fantasía? —preguntó con una sonrisa.

—Yo diría que sí. —Sandy cerró los ojos de nuevo.

—Oye, no te me quedes dormida —protestó Zeke. Luego le dio unas palmaditas en la mejilla—: Aún no hemos comido.

—¿Comer? ¿Qué hora es?

—Ya es más de la una. ¿Adónde te apetece que vayamos?

Sandy se dio un minuto para pensarlo.

—¿Qué tal el Gemima’s? Está en la otra manzana y tienen un patio, así que podemos sentarnos fuera.

—Pues al Gemima’s —dijo él tomándola de las manos para ayudarla a incorporarse.

—Cuidado —protestó Sandy—, que todavía me duelen las muñecas y los brazos.

—Vaya, lo siento. No me he dado cuenta. ¿Te doy algo a ver si te alivia?

—No, no pasa nada —lo tranquilizó ella—. Con que no me tires de ellos es suficiente.

—De acuerdo. —Zeke le dio unas palmaditas en el hombro—. Voy a vestirme. ¿Y tú qué vas a hacer?

—Vestirme, si es eso lo que quieres —dijo ella dirigiendo la mirada al pene de Zeke, que, si bien no estaba totalmente empalmado, aún no había perdido totalmente la erección.

Él sonrió.

—Por una vez, tengo más apetito de comida que sexual. Suelo tomar desayunos más consistentes que el que me has preparado.

Sandy le devolvió la sonrisa.

—Vale, vale, ya lo he pillado. Voy a vestirme.

—Ponte falda.

—¿Y eso? —Sandy frunció el ceño sorprendida por su tono imperativo.

—Es que me gustan tus piernas —dijo, y luego se dio la vuelta y se dirigió al cuarto de baño.

Aunque, encantada con el piropo, Sandy se quedó mirándolo fijamente hasta que se distrajo con la visión de sus nalgas. «¡Madre mía! ¡Si es que está como un queso!».

En cuanto lo oyó cerrar la puerta, se levantó y se dirigió al armario. Le gustaba que él se hubiera fijado en sus piernas, que ella consideraba una de sus mejores bazas.

Zeke reapareció con vaqueros, camisa y chaqueta. Sandy, por su parte, llevaba una falda de colores y una blusa blanca, de mangas anchas y holgada que le dejaba los hombros al descubierto.

—Muy, muy guapa —alabó él.

—Te has afeitado —apreció Sandy.

—Sí. Espero que no te moleste que haya usado tus cosas.

—¡Qué tontería! Aunque no me disgustaba ese look de chico malo que te daba la barba incipiente.

—Sí, claro, me lo cuentas esta noche otra vez cuando te raspe con ella. —Zeke observó a Sandy con detenimiento—. ¿Llevas algo debajo de la falda?

Ella sonrió, coqueta.

—Nada de nada. ¿Te gusta?

—Sí me gusta, sí —respondió él con una sonrisa—. Va a quedar estupendo con lo que voy a regalarte.

—¿Otro regalo?

Zeke miró a su alrededor para buscar la venda de nailon, que encontró sobre la cama. Luego se acercó a Sandy, que retrocedió.

—Ni en broma, Zeke. Ya he tenido bastante.

—Pero si sólo es un regalo. Te prometo que va a gustarte.

No demasiado convencida, Sandy accedió a que le colocara la venda sobre los ojos.

—Vale, ahora quédate ahí. Vengo enseguida.

Lo oyó salir del dormitorio y pensó que estaría rebuscando en la caja de juguetes sexuales. Sin embargo, luego se dio cuenta de que estaba en su cuarto de baño. Al cabo de un momento reapareció, se agachó y le tocó una de las pantorrillas.

—Levanta la pierna, cariño —dijo. Sandy subió la pierna derecha y le pareció notar que Zeke le pasaba algo por encima—. Ahora, la otra —le pasó dos cintas por los muslos y, al hacerlo, le levantó la falda— sujétala, por favor —le pidió al pasarle la tela arrugada para que la sostuviera.

—¿Qué estás haciendo?

—Una cosa estupenda, ya lo verás.

La abrazó mientras le subía las tiras hasta pasárselas por encima de las caderas desnudas. Aquello era una especie de arnés con una tira que le pasaba entre las piernas. Le separó los muslos y situó sobre el pubis algo que parecía hecho de plástico, le abrió los labios del sexo y le introdujo el objeto, que le apretaba el clítoris y la hendidura.

—Pero ¿se puede saber qué es eso?

—Tú fíate de mí, Sandy. Sé que te va a gustar. —Zeke le retiró la venda—. Ya está, échale un vistazo.

Con la falda aún levantada. Sandy miró hacia abajo. Descubrió una pieza de plástico de color azul colocada de modo que le cubría todo el vello. Se giró para mirarse en el espejo del vestidor: el objeto tenía forma de mariposa, y era azul, al igual que las tiras. Parecía más bien la braga de un biquini. Luego se tocó la parte que Zeke le había introducido entre los pliegues.

—¿Es un vibrador?

Zeke sonrió y asintió.

—¿Cómo se enciende? —preguntó ella con el ceño fruncido.

La sonrisa de Zeke se tornó burlona.

—Así —respondió mientras se daba unos golpecitos sobre el bolsillo de la chaqueta.

—¿Tiene mando a distancia? —en cuanto se imaginó lo que eso significaba, Sandy se quedó alucinada—. ¿Quiere eso decir que puedes encenderlo cuando estemos por ahí comiendo?

—Sí —respondió absolutamente encantado con la idea.

Sandy lo miró a los ojos y luego volvió a observar la mariposa azul en el espejo. La idea de que el vibrador empezara a funcionar mientras estaban fuera hizo que le aumentara la temperatura corporal.

—¿Nos vamos? —preguntó él al tiempo que le tendía la mano.

Sandy se bajó la falda y aceptó la invitación. Se entretuvo un segundo para coger el bolso y luego, tras cerrar la puerta con llave, echaron a andar hacia el ascensor. Los señores Guzmán estaban esperándolo también. Sus caniches, Sasha y Gigi, se movían inquietos. Jacob Guzmán les dedicó una sonrisa a Zeke y a Sandy.

—Mira, Lois, es Sandy con su nuevo novio.

La joven se sintió emocionada al oír que se referían a Zeke como a «su novio». Él le apretó la mano. Sandy sonrió y dio paso a las presentaciones:

—Señores Guzmán, éste es Zeke… —de repente se le trabó la lengua al darse cuenta de que no recordaba su apellido.

La mirada de Lois Guzmán se volvió inquisitoria.

—Zeke Prada —continuó él al rescate antes de extender la mano para saludar—. Siento mucho haberlos despertado anoche.

Jacob Guzmán correspondió a su saludo.

—No pasa nada. Lois y yo también fuimos jóvenes hace tiempo —Jacob le dio un codazo a su mujer—, ¿verdad, cielo?

Ella continuaba escrutando a Zeke como si fuera una jueza que observa a un acusado de asesinato. Sandy apretó el botón de bajada, impaciente porque llegara el ascensor.

—¿A qué se dedica usted, señor Prada? —preguntó Lois.

—Soy policía, señora Guzmán —dijo con una sonrisa triunfal.

—¿Ah, sí? —el tono de la anciana se dulcificó considerablemente.

Por fin se abrieron las puertas y Sandy dejó escapar un sonoro suspiro de alivio. Las dos parejas y los perros se subieron al ascensor, que volvió a cerrarse silenciosamente.

Sandy se esforzó en buscar algún tema de conversación inocuo que pudiera evitar el interrogatorio de Lois. Sin embargo, antes de que pudiera abrir siquiera la boca dio un salto, sobresaltada. Zeke había puesto en marcha el vibrador plateado.