James Reston escribió en el New York Times (7 de julio de 1957):
Un director de sanidad […] informó esta semana que un ratón, que presuntamente había estado mirando la televisión, atacó a una niña y a su gato adulto. […] Tanto el ratón como el gato sobrevivieron, y hacemos constar el incidente como una señal de que las cosas parecen estar cambiando.
Tras tres mil años de explosión, mediante tecnologías mecánicas y fragmentarias, el mundo occidental ha entrado en implosión. En las edades mecánicas extendimos nuestro cuerpo en el espacio. Hoy, tras más de un siglo de tecnología eléctrica, hemos extendido nuestro sistema nervioso central hasta abarcar todo el globo, aboliendo tiempo y espacio, al menos en cuanto a este planeta se refiere. Nos estamos acercando rápidamente a la fase final de las extensiones del hombre: la simulación tecnológica de la conciencia, por la cual los procesos creativos del conocimiento se extenderán, colectiva y corporativamente, al conjunto de la sociedad humana, de un modo muy parecido a como ya hemos extendido nuestros sentidos y nervios con los diversos medios de comunicación. Que la extensión de la conciencia, que tanto buscaron los anunciantes de determinados productos, sea «algo bueno» es una cuestión que no admite sino una amplia respuesta. Difícilmente podrían tratarse las cuestiones sobre las extensiones del hombre sin considerarlas todas a la vez. Cualquier extensión, sea de la piel, de la mano o del pie, afecta a todo el complejo psíquico y social.
Se estudian en este libro algunas de las principales extensiones, así como sus consecuencias psíquicas y sociales. La consternación manifestada por uno de los editores del presente libro da cuenta de la poca consideración que se dio a estas cuestiones en el pasado. Desolado, se dio cuenta de que «el setenta y cinco por ciento del material era nuevo. Un libro que pretende tener éxito no puede correr el riesgo de salir con más de un diez por ciento de material nuevo», Me pareció que valía la pena correr este riesgo, sobre todo ahora, cuando hay mucho en juego y cuando la necesidad de comprender los efectos de las extensiones del hombre se vuelve cada vez más imperiosa.
En la edad mecánica, ahora en recesión, podían llevarse a cabo muchas acciones sin demasiada preocupación. El movimiento lento aseguraba que las reacciones iban a demorarse durante largos períodos de tiempo. Hoy en día, la acción y la reacción ocurren casi al mismo tiempo. De hecho, vivimos mítica e íntegramente, por decirlo así, pero seguimos pensando con los antiguos y fragmentados esquemas de espacio y tiempo propios de la edad preeléctrica.
La tecnología de la escritura proporcionó al occidental la capacidad de acción sin reacción. Las ventajas de fragmentarse a sí mismo de esta manera pueden apreciarse en el caso del cirujano, que quedaría paralizado si tuviese que involucrarse en la operación en el plano humano. Hemos adquirido el arte de llevar a cabo las más peligrosas operaciones sociales con una objetividad absoluta. Pero esta objetividad no era sino una postura de no implicación. En la edad eléctrica, en la que nuestro sistema nervioso se ha extendido tecnológicamente hasta implicamos con toda la humanidad e incorporarla toda en nuestro interior, participamos necesaria y profundamente de las consecuencias de todos nuestros actos. Ya no es posible adoptar el distante y disociado papel del occidental alfabetizado.
El Teatro del Absurdo dramatiza este nuevo dilema del occidental, del hombre de acción que parece no estar implicado en la acción. Éste es el origen y el atractivo de los payasos de Samuel Beckett. Tras tres mil años de explosión especialista y de creciente especialización y alienación en las extensiones tecnológicas del cuerpo, nuestro mundo, en un drástico cambio de sentido, se ha vuelto agente de compresión. Eléctricamente contraído, el globo no es más que una aldea. La velocidad eléctrica con que se juntaron todas las funciones sociales y políticas en una implosión repentina ha elevado la conciencia humana de la responsabilidad en un grado intenso. Es este factor implosivo el que afecta a la condición del negro, del adolescente y de ciertos otros grupos. Ya no pueden ser contenidos, en el sentido político de asociación limitada. Ahora están implicados en nuestras vidas, y nosotros en la suya, gracias a los medios eléctricos
Ésta es la Edad de la Ansiedad, a causa de la implosión que empuja al compromiso y a la participación, muy independientemente de cualquier «punto de vista». En la edad eléctrica, ya no sirve el carácter parcial y especializado del punto de vista. A nivel de la información, se dio la misma perturbación con la sustitución de la imagen inclusiva por el mero punto de vista. Si el siglo XIX fue la edad del sillón editorial, éste es el siglo del sofá del psiquiatra. Como extensión del hombre, la silla es una ablación especializada de lo posterior, una especie de absoluto ablativo de lo posterior, mientras que el sofá extiende el ser integral. El psiquiatra recurre al sofá porque elimina la tentación de expresar puntos de vista personales y obvia la necesidad de racionalizar los acontecimientos
La actual aspiración a la totalidad, empatía y profundidad de la conciencia es un adjunto natural de la tecnología eléctrica. La edad de la industria mecánica que nos precedió encontró en la afirmación vehemente de la perspectiva individual un modo de expresión natural. Todas las culturas y edades tienen un modelo preferido de percepción y conocimiento que suelen prescribir para todo y a todos. La marca característica de nuestra época es su repulsión hacia las pautas impuestas. De repente, nos hemos vuelto ansiosos de que la gente y las cosas declaren su ser en su totalidad. Hay una fe profunda en esta nueva actitud, una fe que tiene que ver con la armonía última de todo ser. Y ésta es la fe con la que se ha escrito este libro. Explora los contornos de nuestro ser extendido por la tecnología, buscando el principio de inteligibilidad en todos y cada uno de ellos. Con la plena convicción de que puede obtenerse una comprensión de todas estas formas que las ponga ordenadamente en servicio, las he vuelto a considerar con una mirada nueva, quedándome con muy poco de la sabiduría convencional al respecto. De los medios, puede decirse lo que dijo Robert Theobald de las depresiones económicas: «Hay un factor adicional que ha ayudado a controlar las depresiones: el mejor conocimiento de su desarrollo». El examen del origen y desarrollo de las extensiones individuales del ser humano debería ir precedido de una ojeada a ciertos aspectos generales de los medios, o extensiones del hombre, empezando por el nunca explicado entumecimiento que cada una de dichas extensiones produce en el individuo y la sociedad.
En una cultura como la nuestra, con una larga tradición de fraccionar y dividir para controlar, puede ser un choque que le recuerden a uno que, operativa y prácticamente, el medio es el mensaje. Esto significa simplemente que las consecuencias individuales y sociales de cualquier medio, es decir, de cualquiera de nuestras extensiones, resultan la nueva escala que introduce en nuestros asuntos cualquier extensión o tecnología nueva. Así, por ejemplo, con la automatización, es cierto que los nuevos esquemas de asociación humana tienden a eliminar puestos de trabajo. Ése es el resultado negativo. El lado positivo es que la automatización crea funciones para la gente o, lo que es lo mismo, una intensificación de su implicación en su trabajo y asociaciones humanas, que la precedente tecnología mecánica había destruido. Mucha gente estaría dispuesta a decir que el significado o mensaje no es la máquina sino lo que se hace con ella. Respecto a las maneras en que la máquina ha modificado las relaciones con los demás y con nosotros mismos, no importaba en absoluto que ésta produjera copos de maíz o Cadillacs. La reestructuración del trabajo humano asumió formas impuestas por la técnica de la de fragmentación, esencia de la tecnología de la máquina. La esencia de la tecnología de la automatización es precisamente lo contrario. Es profundamente integral y anticentralista del mismo modo que la máquina era fragmentaria, centralista y superficial en su configuración de los esquemas de relaciones humanas.
En este sentido, es revelador el ejemplo de la luz eléctrica. La luz eléctrica es información pura. Es un medio sin mensaje, por decirlo así, a menos que se emplee para difundir un anuncio verbal o un nombre. Este hecho, característico de todos los medios, implica que el «contenido» de todo medio es otro medio. El contenido de la escritura es el discurso, del mismo modo que el contenido de la imprenta es la palabra escrita, y la imprenta, el del telégrafo. Si alguien preguntara: «¿Cuál es el contenido del discurso?» habría que contestarle: Es un verdadero proceso del pensamiento, que, en sí, es no verbal». Un cuadro abstracto representa una manifestación directa de procesos del pensamiento creativo tal y como podrían aparecer en un diseño por ordenador. No obstante, lo que estamos considerando aquí son las consecuencias mentales y sociales de los diseños o esquemas en cuanto amplifiquen o aceleren los procesos existentes. Porque, el «mensaje» de cualquier medio o tecnología es el cambio de escala, ritmo o patrones que introduce en los asuntos humanos.] El ferrocarril no introdujo en la sociedad humana el movimiento ni el transporte, ni la rueda, ni las carreteras, sino que aceleró y amplió la escala de las anteriores funciones humanas, creando tipos de ciudades, trabajo yacio totalmente nuevos. Ello ocurrió tanto si el ferrocarril circulaba en un entorno tropical o septentrional, y es un hecho totalmente independiente de la mercancía o contenido del medio ferroviario. Por otro lado, el avión, al acelerar la velocidad del transporte, tiende a disolver la forma ferroviaria de las ciudades, de la política y de las asociaciones, independientemente del uso a que se destine el avión.
Pero volvamos a la luz eléctrica. Poco importa que se utilice para alumbrar una intervención quirúrgica o un partido de béisbol. Podría argüirse que estas actividades son el «contenido» de la luz eléctrica, ya que no pueden existir sin ésta. Esta circunstancia no hace sino recalcar el hecho de que «el medio es el mensaje» porque es el medio el que modela y controla la escala y forma de las asociaciones y trabajo humanos. Los contenidos o usos de estos medios son tan variados como incapaces de modelar las formas de asociación humana. En realidad, lo más típico es que los «contenidos» de cualquier medio nos impidan ver su carácter. Sólo ahora las industrias han tomado conciencia de los distintos tipos de negocios en que están trabajando. IBM sólo empezó a operar con una visión clara cuando se dio cuenta de que su negocio no consistía en la fabricación de maquinaria para oficinas y empresas, sino en el procesamiento de información. Gran parte de los beneficios de la General Electric Company proviene de las bombillas y de los sistemas de alumbrado. Aún no ha descubierto que su negocio consiste en el transporte de información, casi tanto como el de la AT&T[7].
La luz eléctrica deja de llamar la atención simplemente porque carece de «contenido», Y esto hace de ella un ejemplo inapreciable de cómo los medios no se estudian en absoluto. La luz eléctrica no se considera un medio mientras no alumbre una marca registrada. Así, pues, lo que se nota no es la luz eléctrica, sino su contenido (que, en realidad, es otro medio). El mensaje de la luz eléctrica es parecido al mensaje de la energía eléctrica en la industria: totalmente radical, omnipresente y descentralizado! La luz y la energía eléctricas están separadas de su uso, y, sin embargo, eliminan factores temporales y espaciales de la asociación humana, como también lo hacen la radio, el telégrafo, el teléfono y la televisión, que crean implicaciones profundas.
Sería fácil elaborar un manual completo para el estudio de las extensiones del hombre con pasajes escogidos de las obras de Shakespeare. Muchos se pondrán a sutilizar si se refería o no a la televisión en estas conocidas líneas de Romeo y Julieta:
Pero suave, ¿qué luz trasluce de aquella ventana?
Habla, y sin embargo no dice nada.
En Otelo, que tanto como El rey Lear se preocupa por el tormento de las personas transformadas por ilusiones, están estas líneas que revelan la intuición que tuvo Shakespeare del poder transformador de los nuevos medios:
¿Es que no hay encantamientos
con los que la propiedad de la juventud y de la virginidad
puedan abusarse? Dime, Rodrigo, ¿no has leído
nada acerca de esas cosas?
En Troilo y Cressida, obra dedicada casi exclusivamente a un estudio tanto social como psicológico de la comunicación, Shakespeare declara su conocimiento de que la verdadera maniobra social y política depende de la previsión de las consecuencias de las innovaciones:
La providencia, siempre alerta,
sabe de la más diminuta pizca de oro de Plutus,
encuentra el fondo de abismos incomprensibles,
mora con el pensamiento, y casi como dioses,
se revelan los pensamientos en su torpe cuna.
Trasluce el creciente conocimiento de la acción de los medios, independientemente de su «contenido» o programación, en esta molesta y anónima estrofa:
En el pensamiento moderno (si no de hecho)
nada existe que no actúe,
y tilda de sabiduría lo que
describe el arañazo, pero no el picor.
El mismo tipo de conocimiento integral de la configuración que revela por qué el medio es socialmente el mensaje aparece también en las más novedosas y radicales teorías médicas. En Stress of Life. Hans Selye describe el asombro de un colega investigador al oír su teoría:
Cuando me vio enfrascado en otra exaltada descripción de lo que había observado en animales tratados con talo cual impureza o sustancia tóxica, me miró con ojos llenos de desesperada tristeza y me dijo con obvia desesperación: «Pero, Selye, ¡intente darse cuenta de lo que hace antes de que sea demasiado tarde! ¡Ha decidido dedicar toda su vida al estudio de la farmacología del polvo!»,
Hans Selye, The Stress of Life
Así como Selye contempla la situación ambiental entera en su teoría de «estrés» de la enfermedad, el último enfoque del estudio de los medios considera no solamente el «contenido», sino el medio y la matriz culturales en los que opera dicho medios El anterior desconocimiento de los efectos sociales y psicológicos de los medios puede ilustrarse con casi cualquier afirmación convencional.
Al recibir un título honorario de la Universidad de Notre Dame, hace unos años, el general David Sarnoff hizo la declaración siguiente: «Somos demasiado propensos a convertir los instrumentos tecnológicos en chivos expiatorios de los pecados de quienes los esgriman. Los productos de la ciencia moderna no son en sí buenos o malos; es la manera en que se emplean lo que determina su valor». Ésta es la voz del actual sonambulismo. Y si dijéramos: «La tarta de manzana no es buena ni mala en sí; es la manera en que la empleamos lo que determina su valor». O bien: «El virus de la viruela no es en sí ni bueno ni malo; es la forma en que se emplea lo que determina su valor». O incluso: «Las armas en sí no son ni buenas ni malas; es la forma en que se utilizan lo que determina su valor». Es decir, si las balas alcanzan a la persona correcta, entonces las armas son buenas. Si el tubo catódico de la televisión dispara la munición adecuada a las personas adecuadas, entonces es bueno. No me estoy poniendo perverso. Simplemente, no hay nada en la declaración de Sarnoff que pueda resistirse a un examen, porque pasa por alto la naturaleza del medio, de todos los medios, en el verdadero estilo narcisista de quien está hipnotizado por la amputación y extensión de su propio ser en una nueva forma tecnológica. El general Sarnoff siguió ampliando su actitud frente a la tecnología de la imprenta al decir que, si bien era cierto que la imprenta puso en circulación mucha basura, también había diseminado la Biblia y los pensamientos de sabios y filósofos. Nunca se le ocurrió que cualquier tecnología no podía sino añadirse a lo que ya éramos.
Economistas como Robert Theobald, W, W, Rostow y John Kenneth Galbraith han explicado durante años por qué la «economía clásica» era incapaz de explicar los cambios o el crecimiento. La paradoja de la mecanización es que, a pesar de que ésta sea, de por sí, la causa de los mayores crecimiento y cambio, su principio excluye la posibilidad misma de crecimiento o de comprensión de los cambios. La mecanización se logra con la fragmentación de un proceso cualquiera y la disposición en serie de los fragmentos así obtenidos. No obstante, tal y como lo demostró David Hume en el siglo XVIII, no hay principio de causalidad en la mera secuencia. El hecho de que una cosa siga a otra no explica nada. Nada sigue al seguir, excepto el cambio. El cambio de sentido más importante se dio con la electricidad, que acabó con la secuencia haciendo que todo se vuelva instantáneo. Con la velocidad instantánea, las causas de las cosas empezaron a asomarse en la conciencia, como habían dejado de hacerlo cuando las cosas se disponían secuencialmente en la correspondiente concatenación. En lugar de la pregunta ¿qué hubo primero, el huevo o la gallina?, de repente, la gallina empieza a parecerse a una idea del huevo para tener más huevos.
Cuando un avión se dispone a atravesar la barrera del sonido, las ondas sonoras se hacen visibles en las alas del avión. La repentina visibilidad del sonido en el momento en que éste termina es un ejemplo acertado de aquella gran pauta del ser que revela nuevas y opuestas formas justo en el momento en que alcanzan la cúspide de su desempeño. Nunca fue la mecanización tan vívidamente fragmentada o secuencial como en el nacimiento del cine, momento que nos trasladó más allá del mecanismo en un mundo de crecimiento e interrelaciones orgánicas. Las películas de cine, por pura aceleración de lo mecánico, nos trasladaron del mundo de la secuencia y las conexiones a un mundo de configuración y estructuras creativas. El mensaje del medio de las películas es uno de transición desde las conexiones lineales a las configuraciones. Es la transición que produjo la ahora muy correcta observación: «Si funciona, está obsoleto». Cuando la velocidad eléctrica sustituya aún más las secuencias mecánicas de las películas, entonces las líneas de fuerza en las estructuras y los medios se volverán claras y obvias. Estamos volviendo a la inclusiva forma del icono.
Ante una cultura altamente alfabetizada y mecanizada, las películas aparecieron como un mundo de ilusiones y sueños triunfantes que el dinero podía comprar. Fue en ese momento del cine que se dio el cubismo, que ha sido descrito por E. H. Gombrich (Art and Illusion) como «el más radical intento de erradicar la ambigüedad y de imponer una lectura del cuadro: la de una construcción hecha por el hombre, una tela coloreada». El cubismo sustituye simultáneamente todas las facetas de un objeto por el «punto de vista» o faceta de ilusión en perspectiva. En lugar de la ilusión especializada de una tercera dimensión en la tela, el cubismo instaura una interacción de planos y contradicciones o un dramático conflicto de motivos, luces y texturas que, mediante la implicación, «deja bien claro el mensaje». Muchos lo consideran no como una ilusión, sino como un ejercicio de pintura.
Dicho de otro modo, el cubismo, al rendir en dos dimensiones todo lo de dentro, fuera, arriba, abajo, delante, detrás y todo lo demás, abandona la ilusión de la perspectiva por una percepción sensorial instantánea del conjunto. El cubismo, al capturar la percepción instantánea y total, anunció de repente que el medio es el mensaje. ¿Acaso no es evidente que, en el momento en que la secuencia deja paso a la simultaneidad, se encuentra uno en el mundo de la estructura y de la configuración? ¿Acaso no es lo que pasó en la física y en la pintura? ¿Yen la poesía y en las comunicaciones? Se han mudado segmentos especializados de atención al campo total, y ahora podemos decir con toda naturalidad: «El medio es el mensaje». Antes de la velocidad eléctrica y del campo total, no era obvio que el medio fuera el mensaje. El mensaje, según parecía, era el «contenido», y la gente preguntaba de qué trataba un cuadro. Sin embargo, nadie preguntaba nunca de qué trataba una melodía, una casa o un vestido. En estos temas, se conservaba cierto sentido de conjunto, de la forma y de la función en una única entidad. En la edad eléctrica, esta idea integral de estructura y de configuración se ha vuelto tan predominante que la pedagogía teórica ha echado mano al asunto. En lugar de trabajar «problemas» especializados de aritmética, el enfoque estructural sigue ahora las líneas de fuerza del campo de los números y tiene a los niños pequeños meditando sobre la teoría numérica y los «conjuntos».
El cardenal Newman dijo de Napoleón: «Comprendía la gramática de la pólvora». Napoleón dedicó parte de su atención a otros medios de comunicación, como el telégrafo por semáforos, que le confería una gran ventaja sobre sus enemigos. Se le atribuye la frase: «Más temibles son tres periódicos hostiles que mil bayonetas».
Alexis de Tocqueville fue el primero en dominar la gramática de la imprenta y de la tipografía. Así pudo hacer una lectura del mensaje de los cambios que se avecinaban en Francia y América del Norte como si leyera en voz alta un texto que se le hubiese entregado. De hecho, si la Francia y los Estados Unidos del siglo XIX pudieron ser un libro abierto para Tocqueville, fue porque había estudiado la gramática de la imprenta. Aunque también sabía cuándo ésta no procedía. Cuando le preguntaron por qué no escribía un libro sobre Inglaterra, ya que conocía y admiraba dicho país, contestó:
Uno habría de tener un grado de locura filosófica poco común para creerse capaz de juzgar Inglaterra en seis meses. Un año siempre me pareció demasiado poco tiempo para apreciar correctamente los Estados Unidos, y es mucho más fácil adquirir nociones claras y precisas sobre la Unión Americana que sobre Gran Bretaña. En los Estados Unidos, todas las leyes se derivan, de algún modo, de la misma línea de pensamiento. La sociedad en conjunto, por decirlo así, está fundada en un único hecho; todo surge de un sencillo principio. Podrían compararse los Estados Unidos con un bosque atravesado por una multitud de caminos rectos que convergieran en un mismo punto. Sólo hay que encontrar el centro, y todo puede apreciarse con una única mirada. En cambio, en Gran Bretaña, los caminos se entrecruzan y sólo recorriéndolos todos puede uno hacerse una imagen del conjunto.
En una obra anterior sobre la Revolución Francesa, Tocqueville explica cómo fue la palabra impresa la que homogeneizó la nación francesa, gracias a la saturación cultural lograda durante el siglo XVIII. De norte a sur, los franceses eran un mismo tipo de gente. Los principios tipográficos de uniformidad, continuidad y linealidad habían recubierto y anegado las complejidades de la antigua, y oral, sociedad feudal. La revolución la hicieron hombres de letras y abogados.
Pero, en Inglaterra, tal era el poder de las antiguas tradiciones del derecho común, respaldado por la institución medieval del Parlamento, que no llegaron a imponerse del todo ni la uniformidad ni la continuidad de la nueva cultura visual de la imprenta. El resultado fue que el acontecimiento más importante de la historia de Inglaterra nunca se produjo; concretamente, una Revolución Inglesa, paralela a la Francesa. Aparte de la monarquía, la Revolución Norteamericana no tenía ninguna institución legal medieval que descartar o erradicar. Por otra parte, muchos han sostenido que la presidencia estadounidense se ha vuelto mucho más personal y monárquica de lo que pudo ser nunca ningún monarca europeo.
El contraste que Tocqueville señala entre Inglaterra y los Estados Unidos está claramente basado en el hecho de la tipografía y de la cultura de la imprenta, que crearon uniformidad y continuidad. Inglaterra, dice, ha rechazado este principio y se ha aferrado a la dinámica de la tradición del derecho común oral. De ahí la discontinuidad y el carácter imprevisible de la cultura inglesa. La gramática de la imprenta no puede traducir el mensaje de la cultura e instituciones orales y no escritas. Matthew Arnold consideró, acertadamente, a la aristocracia inglesa como bárbara porque su poder y su condición social no tenían nada que ver con la cultura alfabetizada o tipográfica. Cuando salió publicada la obra Decline and Fall de Edward Gibbon, el duque de Edimburgo le dijo: «¿Otro tocho, eh, señor Gibbon? Y dale que te garabateo, ¿cierto, señor Gibbon?». Tocqueville era un aristócrata muy versado en las letras y podía distanciarse de los valores y supuestos de la tipografía. Por eso fue el único en comprender la gramática de la tipografía. Y es únicamente de este modo, apartándose de toda estructura y medio, que pueden percibirse las líneas de fuerza. Cualquier medio tiene el poder de imponer sus propios supuestos al incauto. La predicción y el control consisten en evitar este estado narcisista subliminal. Y la mejor ayuda para lograrlo es el conocimiento de que el encantamiento puede darse en el acto, por simple contacto, como en los primeros compases de una melodía.
A Passage to India, de E. M. Forster, es un notable estudio de la incapacidad de la cultura oriental, oral e intuitiva, para coincidir con los patrones europeos de experiencia, racionales y visuales. Durante mucho tiempo, «racional» ha significado, para Occidente, «uniforme, continuo y secuencial». Dicho de otro modo, hemos confundido la razón con el saber leer, y el racionalismo con una sola tecnología. Así, en la edad eléctrica, el hombre parece volverse irracional para el Occidente convencional. En la novela de Forster, el momento de la verdad y de dislocación del trance tipográfico de Occidente se da en las cuevas de Marabar. El poder de raciocinio de Adela Quested no puede con el campo de resonancia inclusivo y total que es la India. Después de las cuevas, «la vida siguió como de costumbre, pero carecía de consecuencias, es decir, los sonidos no tenían eco, ni los pensamientos, desarrollo. Todo parecía cortado de raíz y, por lo tanto, infectado de ilusión».
A Passage to India (la frase es de Whitman, que vio que los Estados Unidos se volvían hacia el este) es una parábola del hombre en la edad eléctrica, y sólo de forma incidental se relaciona con Europa u Oriente. Hemos llegado al conflicto último entre la vista y el sonido, entre los tipos de percepción y organización escritos y orales. Puesto que la comprensión detiene la acción, como observó Nietzsche, podemos temperar la intensidad de dicho conflicto comprendiendo los medios que nos extienden y provocan esas luchas dentro y fuera de nosotros.
La descomposición de la tribu por la capacidad de leer y escribir y sus efectos traumáticos sobre el hombre tribal es el tema de un libro del psiquiatra J. C. Carothers, The African Mind in Health and Disease (Organización Mundial de la Salud, Ginebra, 1953), Gran parte de su material apareció en un artículo de la revista Psychíatry, de noviembre de 1959: «La cultura, la psiquiatría y la palabra escrita». Una vez más, es la velocidad eléctrica la que ha revelado las líneas de fuerza que, desde la tecnología occidental, operan incluso en los zonas más remotas de la sabana y del desierto. Un ejemplo de ello es el beduino montado en camello y escuchando la radio. Sumergir a los nativos bajo diluvios de conceptos para los que no han sido preparados es el efecto acostumbrado de toda nuestra tecnología. Pero, con los medios eléctricos, el occidental también experimenta los mismos diluvios que el remoto nativo. En nuestro entorno alfabetizado, no estamos más preparados para encontrarnos con la radio y la televisión que el nativo de Ghana para vérselas con la lectura, que lo saca de su mundo tribal colectivo y lo deja varado en el aislamiento individual. Estamos tan desamparados ante el nuevo mundo eléctrico como el nativo involucrado en nuestra cultura alfabetizada y mecánica.
La velocidad eléctrica mezcla las culturas de la prehistoria con la hez de la comercialización industrial, al analfabeto con el medio alfabetizado y el postalfabetizado. Colapsos mentales de varios grados de intensidad son un resultado muy frecuente del desarraigo y de la inundación con nueva información y un sinfín de nuevos patrones de información. Wyndham Lewis hizo de ello el tema de un grupo de novelas llamado The Human Age. La primera, The Childermass, trata precisamente del acelerado cambio de medios como una matanza de los inocentes. En nuestro propio mundo, a medida que nos volvemos más conscientes de los efectos de la tecnología en la formación y manifestación psíquicas, perdemos toda fe en nuestro derecho de asignar la culpa.
Las antiguas sociedades prehistóricas consideran patético el crimen violento. Consideran al asesino como nosotros al enfermo de cáncer. «Debe de ser terrible sentirse así», dicen. J. M. Synge desarrolla muy efectivamente esta idea en Playboy of the Western World.
Si se percibe al criminal como un inconformista incapaz de cumplir la demanda de la tecnología de un comportamiento conforme a pautas uniformes y continuas, el hombre alfabetizado se siente muy inclinado a tachar de patéticos a los que no pueden conformarse. En un mundo de tecnologías visuales y tipográficas, el niño, el disminuido, la mujer y la persona de color quedarán como víctimas de injusticia. Por otro lado, en una cultura que asigna a las personas roles en lugar de empleos, el enano, el disminuido y el niño se crean su propio espacio. No se espera que encajen en un nicho uniforme y repetible, que de todos modos no es de su talla. Considere la frase: «Es un mundo de hombres». Como observación cuantitativa repetida hasta la saciedad desde dentro de una cultura homogeneizada, se refiere a los miembros de una cultura de este tipo, que deben ser homogeneizados Dagwoods[8] para poder encajar. Es con nuestras mediciones del cociente intelectual que hemos producido la mayor inundación de estándares ilegítimos. Inconscientes de nuestro prejuicio cultural tipográfico, los que llevan a cabo las pruebas presuponen que unos hábitos continuos y uniformes suponen una señal de inteligencia y, de paso, dejan de lado al hombre oral y al hombre táctil.
En la reseña de una obra de A. L. Rowse (The New York Times Book Review del 24 de diciembre de 1961) sobre la política conciliadora de Gran Bretaña y el proceso que culminó en el Pacto de Munich, C. P. Snow se refiere a la inteligencia y a la experiencia de los dirigentes de la Gran Bretaña de los años treinta: «Tenían cocientes intelectuales más altos de lo acostumbrado en jefazos políticos. ¿Porqué, pues, fueron tan desastrosos?»… Según la visión de Rowse, que Snow respalda: «No oyeron las advertencias porque no querían escuchan». Al ser antirrojos, fueron incapaces de percibir el mensaje de Hitler. Aunque su fracaso no es nada comparado con el nuestro en la actualidad. La apuesta norteamericana por la alfabetización como tecnología o uniformidad aplicada a todos los niveles de la enseñanza, del gobierno, de la industria y de la vida social se ve seriamente amenazada por la tecnología eléctrica. Las amenazas que suponían Hitler o Stalin eran externas. La tecnología eléctrica ya está dentro de nuestros muros y estamos embotados, sordos, ciegos y mudos ante su encuentro con la tecnología de Gutenberg, en la que se fundamenta el estilo de vida norteamericano. No es, sin embargo, el momento de sugerir estrategias, ya que ni siquiera se ha reconocido la existencia de la amenaza. Me encuentro en la posición de Louis Pasteur cuando decía a los médicos que su mayor enemigo les era del todo invisible y desconocido. Nuestra respuesta convencional a todos los medios, de que lo que cuenta es cómo se utilizan, es la postura embotada del idiota tecnológico. Porque el «contenido» de un medio es como el apetitoso trozo de carne que se lleva el ladrón para distraer al perro guardián de la mente. El efecto de un medio sólo se fortalece e intensifica porque se le da otro medio que le sirva de «contenido». El contenido de una película es novela, obra de teatro u ópera. El efecto de la forma de película no guarda relación alguna con el programa contenido. El «contenido» de lo escrito y de lo impreso es discurso, aunque el lector apenas toma conciencia ni de lo impreso ni del discurso.
Arnold Toynbee pasa por alto cualquier comprensión de los medios y de la manera en que han modelado la historia, aunque rebosa de ejemplos que puede aprovechar el estudioso de los medios. Incluso llega a sugerir, muy en serio, que la escuela para adultos, como la Workers Educational Association[9] en Gran Bretaña, podría ser un útil contrapeso a la prensa popular. Toynbee considera que si bien todas las sociedades orientales han aceptado, en nuestra época, la tecnología industrial y sus consecuencias políticas, «en el plano cultural, sin embargo, no se ha dado una correspondiente tendencia uniforme» (Somervel1, I. 267). Es como la voz del individuo alfabetizado que, avanzando con dificultad en un entorno de anuncios, se jactara: «Personalmente, no presto atención a los anuncios». De nada les servirán a los pueblos orientales las reservas culturales y espirituales que puedan tener respecto a nuestra tecnología. Los efectos de la tecnología no se producen al nivel de las opiniones o de los conceptos, sino que modifican los índices sensoriales, o pautas de percepción, regularmente y sin encontrar resistencia. El artista serio es el único que puede toparse impunemente con la tecnología, sólo porque es un experto consciente de los cambios en la percepción sensorial.
La acción del medio dinerario en el Japón del siglo XVII tuvo efectos no muy distintos de la acción de la tipografía en Occidente. La penetración de una economía dineraria, escribió G. B. Sansom (en Japan, Cresset Press, Londres, 1931), «causó una lenta aunque irresistible revolución, que culminó en el desmoronamiento del gobierno feudal y la reanudación de las relaciones con países extranjeros tras más de doscientos años de aislamiento». El dinero sólo ha podido reorganizar la vida sensorial de la gente porque es una extensión de nuestra vida sensorial. Dicho cambio no depende de la aprobación o desaprobación de los que viven en dicha sociedad.
Amold Toynbee sugirió un enfoque del poder transformador de los medios en su concepto de «eterealización», que considera como el principio de simplificación y organización graduales de la tecnología. Típicamente, hace caso omiso del efecto del desafio de estas formas sobre nuestros sentidos. Se imagina que lo relevante en cuanto al efecto de los medios y de la tecnología en la sociedad es la respuesta de nuestras opiniones, «punto de vista» que, claramente, resulta del encantamiento tipográfico. Porque el hombre de una sociedad alfabetizada y homogeneizada deja de ser sensible a la diversa y discontinua vida de las formas. Adquiere la ilusión de una tercera dimensión y del «punto de vista individual» como parte de su fijación narcisista, y se cierra a la toma de conciencia de Blake, o del salmista, de que nos convertimos en lo que contemplamos.
Hoy en día, cuando queremos orientamos en nuestra propia cultura y necesitamos alejarnos de los prejuicios y presiones ejercidos por cualquier forma técnica de la expresión humana, sólo tenemos que visitar una sociedad en la que dicha forma particular no se ha dejado sentir, o un período histórico en el que todavía no se la conocía. El profesor Wilbur Schrarnm hizo uno de estos movimientos estratégicos en su estudio La televisión y La vida de nuestros hijos (Television and the Lives of Our Chíldren). Descubrió zonas en que la televisión no había penetrado en absoluto e hizo unas pruebas. Como no había hecho ningún estudio de la peculiar naturaleza de la imagen televisiva, dichas pruebas fueron de preferencias de «contenidos», de tiempo dedicado a ver la televisión y recuentos de vocabulario. En una palabra, su enfoque del problema fue literario, aunque de forma inconsciente. Por ello, no encontró nada que señalar. Si se hubiesen empleado sus métodos en 1500 para descubrir los efectos del libro impreso en las vidas de niños y adultos, no se habría descubierto ninguno de los cambios en la psicología individual y social que resultaron de la tipografía. La imprenta creó el individualismo y el nacionalismo en el siglo XVI. Los análisis de programa y de «contenido» no ofrecen ningún indicio de la magia de estosmedios ni de su carga subliminal.
Leonard Doob, en su informe Comunicación en Afríca, habla de un africano que, a pesar de no entender nada, se tomaba grandes molestias para escuchar cada tarde los informativos de la BBC. Para él ya era importante estar en presencia de estos sonidos todos los días a las siete de la tarde. Su actitud hacia el discurso se parece a la nuestra ante una melodía: las entonaciones retumbantes ya tienen suficiente sentido. Nuestros antepasados del siglo XVII todavía compartían la actitud de ese nativo hacia las formas de los medios, como se desprende del sentimiento siguiente, que expresa el francés Bemard Lam en The Art of Speakíng (Londres, 1696):
Es un efecto de la Divina Sabiduría, que creó al Hombre para la felicidad, que todo lo que pueda ser útil a la conversación (modo de vida) le resulte agradable […] porque son deliciosos todos los manjares que puedan ser nutritivos, mientras que son insípidas las otras cosas que no pueden ser asimiladas ni convertirse en sustancia nuestra. Un Discurso no puede agradar al Oyente, si no es agradable para el Hablante; ni puede pronunciarse fácilmente, a menos que sea oído con deleite.
He aquí una teoría del equilibrio de la dieta y de la expresión humanas que, incluso ahora, tras siglos de fragmentación y de especialización, todavía nos cuesta formular de nuevo para los medios. El papa Pío XII se preocupó mucho de que se hiciera un estudio serio de los medios en la actualidad. El día 17 de febrero de 1950, dijo:
No es ninguna exageración decir que el futuro de la sociedad moderna y la estabilidad de su vida interior dependen en gran parte del mantenimiento de un equilibrio entre el poder de las técnicas de comunicación y la capacidad de reacción del individuo.
[Durante siglos, el fracaso en este sentido ha sido total y típicamente humano. La aceptación dócil y subliminal del impacto de los medios los ha convertido en cárceles sin muros para sus usuarios humanos. Como recalcó A. J. Liebling en su libro The Press, un hombre no es libre si no puede ver adónde va, aunque disponga de un arma de fuego para llegar. Porque cualquier medio es además un arma poderosa con la que se puede destrozar a otros medios y grupos. El resultado es que la época actual ha sido un período de múltiples guerras civiles, que no se limitaron al ámbito del arte y del ocio. En War and Human Progress el profesor J. U. Nef afirma: «Las guerras totales de nuestros tiempos han sido el resultado de una serie de errores intelectuales».
Si resulta que el poder formativo de los medios son los mismos medios, entonces surge una multitud de cuestiones importantes que sólo pueden mencionarse aquí de pasada, aunque merecerían volúmenes enteros. En concreto, los medios tecnológicos son materias primas o recursos naturales, igual que el carbón, el algodón y el petróleo. Todo el mundo estará de acuerdo en que una sociedad cuya economía dependiese de una o dos materias primas como el algodón, los cereales, la madera, el pescado o el ganado, presentaría, en consecuencia, patrones obvios de organización social. La concentración en unas pocas materias primas básicas produce una tremenda inestabilidad en la economía, aunque también genera una gran capacidad de aguante en la población. Los sentimientos y estados anímicos del surde los Estados Unidos se inscriben en una de estas economías de recursos limitados. Una sociedad modelada por la dependencia de unos pocos bienes los acepta como vínculo social tanto como la metrópoli acepta la prensa. El algodón y el petróleo, como la radio y la televisión, se convierten en «costes fijos» para toda la vida psíquica de la comunidad. Este hecho generalizado es lo que crea el sabor cultural único de cada sociedad, que paga con el olfato y los demás sentidos todas las materias primas que modelan su vida.
En otra cuestión mencionada por el psicólogo C. G. Jung. puede percibirse que nuestros sentidos humanos, de los que los medios son extensiones, son también costes fijos para nuestras energías personales y que, además, configuran nuestra conciencia y experiencias:
Los romanos vivían rodeados de esclavos. El esclavo y su psicología reinaban en la Italia antigua, y los romanos se volvían; inconsciente y, por supuesto, involuntariamente, esclavos. Al vivir constantemente en un ambiente de esclavos, se contagiaban de su psicología a través del inconsciente. Nadie puede resguardarse de semejante influencia (Contributions to Analytical Psychology, Londres, 1928).
«El auge del vals fue un resultado de aquel anhelo de verdad, de sencillez, de proximidad a la naturaleza y de primitivismo que colmó los últimos dos tercios del siglo XVIII», explica Curt Sachs en World History of Dance. En el siglo del jazz, es probable que pasemos por alto la aparición del vals como una expresión humana caliente y explosiva, que atravesó las formales barreras feudales de bailes y música cortesanos.
Hay un principio básico que distingue un medio caliente como la radio, de otro frío como el teléfono; o un medio caliente como la película de cine de otro frío como la televisión. El medio caliente es aquel que extiende, en «alta definición», un único sentido. La alta definición es una manera de ser, rebosante de información. Una fotografía es, visualmente, de alta definición. La historieta es de «baja definición» simplemente porque aporta muy poca información visual. El teléfono es un medio frío, o de baja definición, porque el oído sólo recibe una pequeña cantidad de información. El habla es un medio frío de baja definición por lo poco que da y por lo mucho que debe completar el oyente. Un medio caliente, en cambio, no deja que su público lo complete tanto. Así, pues, los medios calientes son bajos en participación, y los fríos, altos en participación o compleción por parte del público. Es obvio que, para el usuario, un medio caliente como la radio tiene efectos diferentes de un medio frío como el teléfono.
Un medio frío como la escritura jeroglífica o con ideogramas tiene efectos muy distintos a los del medio caliente y explosivo del alfabeto fonético. El alfabeto, llevado hasta un alto grado de intensidad visual abstracta, se convirtió en la tipografía. En la Edad Media, la palabra impresa, con su intensidad especializada, hizo estallar los vínculos entre las cofradías corporativas y los monasterios, y creó pautas de empresa y monopolio sumamente individualistas. Pero la inversión típica se dio cuando los extremos del monopolio trajeron de vuelta las corporaciones, con su dominio impersonal sobre muchas vidas. El calentamiento del medio escritura hasta la intensidad repetible de la imprenta desembocó en el nacionalismo y las guerras de religión del siglo XVI. Los medios pesados y poco moldeables como la piedra suponen sujeción temporal. Empleados para la escritura, de hecho son muy fríos y sirven para unificar las épocas; en cambio, el papel es un medio caliente que, sirve para unificar horizontalmente los espacios, y tanto en los dominios polfticos como del ocio.
Un medio caliente permite menos participación que uno frío: la lectura deja menos lugar a la participación que un seminario, y un libro menos que un diálogo. Con la imprenta, fueron eliminadas de la vida y del arte muchas formas anteriores y otras muchas se vieron dotadas de una extraña y nueva intensidad. Nuestra época también está repleta de ejemplos del principio de que los/medios calientes excluyen y los fríos incluyen. Hace un siglo, cuando las bailarinas empezaron a bailar de puntillas, se sintió que el arte del ballet había alcanzado una «espiritualidad» nueva. Esta nueva intensidad excluyó del ballet a los varones. El papel de la mujer también resultó fragmentado con la llegada de la especialización industrial y la explosión de las tareas domésticas en lavanderías, panaderías y hospitales ubicados en la periferia de la comunidad. La intensidad, o alta definición, engendra especialización y fragmentación, en la vida y en los entretenimientos; ello explica por qué una experiencia intensa ha de ser «olvidada», «censurada» y reducida a un estado muy frío antes de poder ser «aprendida» o asimilada. El «censor» freudiano es menos función moral que requisito indispensable para el aprendizaje. Si tuviéramos que recibir, plena y directamente, todos los choques contra nuestras diversas estructuras de conocimiento, acabaríamos nerviosamente destrozados, actuando con retraso y apretando cada cinco minutos el botón del pánico. El «censor» protege nuestro sistema central de valores, y nuestro sistema nervioso físico, con sólo enfriar considerablemente la manifestación de una experiencia. Este sistema de enfriamiento produce, en mucha gente, un estado psíquico vitalicio de rigor mortis, o de sonambulismo, muy fácil de observar en las épocas de innovaciones tecnológicas.
En The Rich and the Poor, Robert Theobald da un ejemplo del impacto perturbador de una tecnología caliente que sucede a otra fría. Cuando los misioneros dieron hachas de acero a los aborígenes australianos, se desmoronó su cultura basada en el hacha de piedra. Ésta, además de ser un bien escaso, siempre había sido un símbolo básico de la categoría e importancia de los varones. Los misioneros llevaron grandes cantidades de afiladas hachas de acero que repartieron a mujeres y niños. Los hombres tenían que pedírselas prestadas a las mujeres, y ello provocó el colapso de la dignidad masculina. Una jerarquía tribal o feudal de tipo tradicional se colapsa rápidamente al toparse con cualquier medio caliente de tipo mecánico, uniforme y repetitivo. Los medios del dinero, de la rueda o de la escritura, o cualquier otro medio especializado de intercambio e información, pueden fragmentar una estructura tribal. Asimismo, una gran aceleración, como la que produce la electricidad, puede restablecer pautas tribales de intensa implicación, como ocurrió en Europa con la introducción de la radio, y como está ocurriendo ahora en América del Norte con la televisión. La tecnología especializada destribaliza. La tecnología eléctrica no especializada retribaliza. El proceso perturbador que resulta de una nueva distribución de las aptitudes va acompañado de un fuerte retraso cultural durante el cual la gente se ve compelida a considerar las situaciones nuevas como si fuesen las antiguas, y a proponer ideas de «explosión demográfica» en plena época de implosión. En una época de relojes, Newton supo presentar el universo físico como un reloj. Pero poetas como Blake estaban mucho más adelantados que Newton en sus respuestas al desafío del reloj. Blake habló de la necesidad de liberarse «de una visión única y del sueño de Newton» sabiendo perfectamente que la respuesta de Newton al reto del nuevo mecanicismo no era sino una repetición mecánica de dicho reto. Blake veía a Newton, Locke y otros como Narcisos hipnotizados incapaces de superar el desafío del mecanicismo. W. B. Years dio la completa versión de Newton y de Locke según Blake en un famoso epigrama:
Locke se desmayó; el jardín murió; Dios le quitó la hiladora del costado.
Yeats presenta a Locke, el filósofo del asociacionismo mecánico y lineal, como hipnotizado por su propia imagen. El «jardín», o conciencia unificada, se acabó. El hombre del siglo XVIII obtuvo una extensión de sí mismo en la forma de la máquina de hilar a la que Yeats confiere un pleno significado sexual. Así, la mujer es vista como una extensión tecnológica del ser del hombre.
La estrategia de Blake para su época consistió en responder al mecanicismo con el mito orgánico. Hoy en día, en plena edad eléctrica, el mito orgánico es una respuesta simple y automática susceptible de ser formulada y expresada matemáticamente sin nada de la percepción imaginativa de Blake al respecto. De haberse encontrado con la edad eléctrica, Blake no habría respondido al desafío con una mera repetición de la forma eléctrica. Porque el mito es una visión instantánea de un proceso complejo que suele prolongarse durante un largo período. El mito es la contracción o implosión de cualquier proceso, y la velocidad instantánea de la electricidad confiere una dimensión mítica a las actuaciones industriales y sociales corrientes. Vivimos míticamente pero seguimos pensando de forma fragmentada y en planos únicos.
Hoy en día, los eruditos son perfectamente conscientes de la discrepancia entre sus maneras de tratar un tema y el tema en sí. Los expertos y estudiosos del Antiguo y el Nuevo Testamento dicen que, si bien su tratamiento ha de ser lineal, el tema no lo es. Dicho tema trata de las relaciones entre Dios y el hombre, entre Dios y el mundo y entre el hombre y su prójimo; todas estas relaciones subsisten juntas y actúan y reaccionan recíproca y simultáneamente. Los pensamientos oriental y hebreo abordan el problema y su solución nada más empezar la discusión, en una manera típica de las sociedades orales en general. El mensaje entero se traza una y otra vez en los círculos de una espiral concéntrica aparentemente redundante. Uno puede detenerse en cualquier punto y obtener el mensaje entero, siempre que esté preparado para «encontrarlo». Según parece, Frank Lloyd Wright se inspiró en un plano de este tipo a la hora de diseñar la Guggenheim Art Gallery en forma de espiral concéntrica. Es una forma redundante inevitable en la edad eléctrica, en la que las pautas concéntricas vienen impuestas por la instantaneidad de la velocidad eléctrica y por su recubrimiento en profundidad. La concentricidad, con su infinita intersección de planos, es necesaria para la comprensión intuitiva. De hecho, es la técnica de la intuición, y, como tal, es necesaria para el estudio de los medios, ya que ningún medio tiene sentido o existe a solas, sino solamente en interacción constante con otros medios.
La nueva estructura y configuración eléctrica de la vida se topa cada vez más a menudo con los antiguos procedimientos y herramientas lineales y fragmentarios de la edad mecánica. Cada vez más, nos apartamos del contenido de los mensajes para estudiar el efecto total.
En The Image, Kenneth Boulding trata este tema diciendo: «El significado de un mensaje es el cambio que produce en la imagen». La preocupación por el efecto en lugar del significado es un cambio básico de la edad eléctrica, ya que el efecto implica la situación total y no un único nivel de movimiento de informacióre Curiosamente, hay un reconocimiento de esta cuestión del efecto en la concepción británica de calumnia: «A mayor verdad, mayor calumnia».
Al principio, el efecto de la tecnología eléctrica fue la ansiedad. Ahora, parece crear aburrimiento. Hemos atravesado las tres etapas de alarma, resistencia y cansancio que se dan en todas las enfermedades o tensiones de la vida, tanto individuales como colectivas. Finalmente, nuestro hundimiento tras el primer encuentro con lo eléctrico nos ha predispuesto a esperar nuevos problemas. Sin embargo, los países atrasados que han experimentado poca penetración de nuestra cultura mecánica y especializada están mucho mejor preparados para enfrentarse a la tecnología eléctrica y para comprenderla. Las culturas atrasadas y no industriales no sólo no tienen que vencer hábitos especializados en su encuentro con el electromagnetismo, sino que conservan parte de su cultura oral tradicional que tiene el carácter de «campo» total unificado propio del nuevo electromagnetismo. Nuestras viejas regiones industriales, al haber desgastado automáticamente sus tradiciones orales, tienen que volver a descubrirlas para poder arreglárselas en la edad eléctrica
En términos de medios fríos y calientes, los países atrasados son fríos y nosotros, calientes. El «urbanita» es caliente y el rústico, frío. Pero, en términos de la inversión de procedimientos y valores en la edad eléctrica, la pasada edad mecánica era caliente, mientras que nosotros, en la edad de la televisión, somos fríos. El vals era un baile mecánico, rápido y caliente, adecuado para la época industrial y su estado anímico de pompa y circunstancias. En cambio, el twist es una clase de gesticulación improvisada, fría y comprometida. El jazz de la época de los nuevos medios calientes del cine y de la radio era jazz caliente. Sin embargo, el jazz en sí tiende a ser una forma de baile casual y dialogal que carece de las formas mecánicas y repetitivas del vals. El jazz frío apareció muy naturalmente una vez quedó asimilado el primer impacto del cine y de la radio.
El número especial de la revista Life del 13 de septiembre de 1963 dedicado a Rusia dice que en los restaurantes y salas de fiestas rusos, «si bien es tolerado el charlestón, el twist es tabú». Es decir, que un país en vías de industrialización tiende a considerar que el jazz caliente es coherente con sus programas de desarrollo. Al contrario, la forma fría y comprometida del twist chocaría en seguida en una cultura así por retrógrada e incompatible con su nuevo carácter industrial. En Rusia, el charlestón y su aspecto de títere movido por hilos resulta de lo más vanguardista. En cambio, a nosotros nos parecen de vanguardia lo frío y lo primitivo y sus promesas de implicación profunda y de expresión integral.
En la edad de la televisión, la venta «agresiva» y la línea «caliente» han quedado en mera comedia, y la muerte de todos los viajantes con un solo golpe del hacha televisiva ha convertido la caliente cultura norteamericana en una cultura fría que se desconoce a sí misma. De hecho, América del Norte parece atravesar el proceso inverso que Margaret Mead ha descrito en la revista Time (4 de septiembre de 1954): «Hay demasiadas quejas de que la sociedad tiene que moverse demasiado rápido para mantenerse a la altura de la máquina. El avance rápido presenta grandes ventajas, siempre que sea completo, siempre que los cambios sociales, educativos y recreativos se mantengan a la par. Ha de cambiar de una vez el patrón entero y el grupo al completo; la gente misma tiene que decidirse a avanzar».
Aquí Margaret Mead está pensando en el cambio como una aceleración uniforme del movimiento o un calentamiento uniforme de la temperatura en las sociedades atrasadas. Ciertamente, estamos llegando a un punto en el que podrá imaginarse un mundo tan automáticamente controlado que casi podríamos prescribir: «Seis horas menos de programas de radio en Indonesia la semana que viene; si no, habrá un bajón de la atención literaria». O bien: «Podemos programar veinte horas más de televisión en África del Sur para enfriar la temperatura tribal que la radio hizo subir la semana pasada». Podrían programarse culturas enteras para que se mantuviera estable su clima emocional, del mismo modo que empezamos a saber algo sobre el mantenimiento del equilibrio en las economías comerciales del mundo.
En la mera esfera particular e individual, se nos recuerda a menudo cuán necesarios son los cambios de tono y de actitud en distintos momentos y estaciones para seguir controlando la situación. En los clubes británicos, altamente participativos, se excluyó durante mucho tiempo y en nombre del compañerismo y de la amabilidad los temas calientes de la religión y de la política. En este mismo sentido, W. H. Auden escribió: «esta temporada, el hombre de buena voluntad no llevará el corazón en la mano […] hoy en día, el honesto estilo varonil sólo conviene a Yago» (en la introducción de Slick But Not Streamlined de John Betjeman). En el Renacimiento, a medida que la imprenta iba calentando muchísimo el ambiente social, caballeros y cortesanos (al estilo de Hamlet-Mercutio) adoptaron en contraste la desenfadada y tranquila indiferencia del ser superior y juguetón. La alusión de Auden a Yago nos recuerda que éste era el alter ego y asistente del intensamente fervoroso y nada indiferente general Otelo. Imitando al fervoroso y directo general, Yago calentó su propia imagen y mantuvo su corazón en la mano hasta que el general Otelo lo proclama, a viva voz, el «honesto Yago», hombre afín a su corazón horriblemente fervoroso.
A lo largo de The City in History, Lewis Mumford prefiere las ciudades frías, con una estructura más dispersa, a las calientes, muy compactas. Para él, el mejor período de Atenas fue cuando aún prevalecían la maY0IÍa de los hábitos democráticos de participación, propios de la vida aldeana. Entonces pudo manifestarse toda la variedad de la expresión humana de un modo que luego resultó imposible en los centros urbanos altamente desarrollados. Una situación altamente desarrollada es, por definición, pobre en oportunidades para la participación y rigurosa en sus exigencias de fragmentación especializada a aquellos susceptibles de controlarla. Por ejemplo, lo que hoy se conoce como «ampliación del trabajo» en los negocios y las empresas consiste en dejar más libertad al empleado para descubrir y definir su función. Del mismo modo, al leer una novela policíaca, el lector participa como coautor simplemente por lo mucho que se ha dejado fuera de la narración. Las medias de seda de rejilla resultan mucho más sensuales que las medias de nailon uniformes sólo porque el ojo debe ayudar a llenar y a completar la imagen, igual que en el mosaico de la imagen de televisión.
En The Fourth Branch of Government, Douglas Cater cuenta cómo el personal de las oficinas de prensa de Washington se deleitaba completando o rellenando los blancos en la personalidad de Calvin Coolidge. Como se parecía tanto a una caricatura, se sentían empujados a completar su imagen, para él y para su público. Es instructivo que la prensa lo calificara de «frío». En el sentido preciso de un medio frío, Coolidge carecía hasta el punto de articulación de datos en su imagen pública que sólo había una palabra para él. Era realmente frío. En los calientes años 20, el medio caliente de la prensa encontraba a Cal muy frío y se regocijaba de su falta de imagen, ya que obligaba a la participación de la prensa para completar su imagen ante el público. En cambio, F. D. Roosevelt era un agente de prensa caliente, él mismo un rival del medio de los periódicos, de los que gustaba de burlarse en el medio caliente y rival de la radio. Por otro lado, Jack Paar hacía una actuación fría para el frío medio de la televisión. La guerra entre Jack Paar y los redactores de los ecos de sociedad fue un extraño ejemplo de enfrentamiento entre un medio frío y otro caliente, como ocurrió con «el escándalo de los concursos televisivos apañados». La rivalidad entre los medios calientes de la prensa y de la radio, por un lado, y la televisión, por otro, por el dinero fácil de la publicidad contribuyó a confundir y recalentar aquellas cuestiones del asunto que implicaban a Charles van Doren.
Un artículo de la Associated Press de Santa Mónica, California, del 9 de agosto de 1962 cuenta que…
Unos 100 infractores de las normas de tráfico vieron hoy una película de la policía de tráfico a modo de expiación por sus infracciones. Dos de ellos tuvieron que ser atendidos por náuseas y trauma. […]
Se propuso a los interesados una rebaja de cinco dólares en sus multas si aceptaban ver la película, Seña 30, realizada por la policía de Ohio. En ella se veían cuerpos y vehículos destrozados y se oían los gritos de las víctimas.
Todavía queda por debatir si el medio caliente de las películas puede enfriar a los conductores calientes, aunque sí es de interés para cualquier comprensión de los medios. El efecto de un medio caliente no puede incluir nunca mucha empatía o participación. En este sentido, el anuncio de una compañía de seguros que mostraba a papá en un pulmón de acero en medio de una alegre reunión familiar sirvió más para infundir terror en el lector que todas las sabias advertencias del mundo. Ésta es una cuestión que se plantea respecto a la pena capital. ¿Son los castigos severos la mejor forma de disuadir la delincuencia grave? Y respecto a la bomba y a la guerra fría, ¿es la amenaza de represalias masivas la forma más eficiente de asegurar la paz? ¿Acaso no es obvio que en cada situación humana llevada hasta el punto de la saturación se da cierta precipitación? Cuando se han agotado todos los recursos y energías disponibles en un organismo o cualquier otra estructura, se da una especie de patrón de inversión. El espectáculo de la brutalidad empleado como disuasión puede embrutecer. La brutalidad empleada en los deportes puede humanizar, al menos en ciertas condiciones. Pero, respecto a la bomba y a las represalias, es obvio que el resultado de todo terror prolongado es la insensibilidad, hecho que se descubrió cuando se llevó a cabo el programa de refugios contra la lluvia atómica. El precio de la vigilancia permanente es la indiferencia.
De todos modos, hay una gran diferencia si un medio caliente se emplea en una cultura caliente o en una fría. El medio caliente de la radio empleado en una cultura fría no alfabetizada tiene un violento efecto, muy distinto del que causaría en Inglaterra o América del Norte, por ejemplo, donde la radio se percibe como un espectáculo. Una cultura fría o con un bajo nivel de alfabetización no puede tomar como espectáculo los medios calientes del cine o de la radio. Resultan, como mínimo, tan radicalmente perturbadores para ella como resultó el medio frío de la televisión en este mundo altamente alfabetizado.
En cuanto a la guerra fría y al caliente miedo a la bomba, la estrategia cultural que se necesita con urgencia es el humor y el juego. El juego enfría las situaciones calientes de la vida real imitándolas. Los deportes competitivos entre Rusia y Occidente difícilmente podrán cumplir esta función de relajación. Está claro que estos deportes son incendiarios. Y lo que vemos como un espectáculo o una diversión en nuestros medios, inevitablemente parece ser violenta agitación política en una cultura fría. Una forma de percibir las diferencias básicas entre los usos de medios calientes y fríos consiste en comparar y contrastar la difusión de la interpretación de una sinfonía y la difusión de los ensayos. Dos de los mejores programas jamás emitidos por la CBC fueron el proceso de grabación de unos recitales de piano de Glenn Gould, y los ensayos de Igor Stravinsky con la filarmónica de Toronto de una nueva obra suya. Un medio frío como la televisión, cuando es utilizado de verdad, requiere esta implicación en el proceso. El paquete ordenado conviene a un medio caliente, como la radio o el tocadiscos. Francis Bacon no se cansó nunca de contrastar la prosa caliente y la fría. Contrastaba el escribir «métodos» o paquetes completos, con el escribir aforismos, u observaciones individuales como «la venganza es un tipo de justicia». El consumidor pasivo quiere paquetes, sugería, pero los que se preocupan por la obtención de conocimientos y la búsqueda de causas recurrirán a los aforismos simplemente porque están sin acabar y requieren una participación en profundidad.
El principio que distingue los medios fríos y calientes queda perfectamente reflejado en la sabiduría popular: «Los hombres raramente se insinúan a mujeres que llevan gafas». Las gafas intensifican la visión hacia afuera y llenan en exceso la imagen femenina, pese a la bibliotecaria Marion. En cambio, las gafas oscuras crean una imagen inescrutable e inasequible que invita a mucha participación y compleción.
Una vez más, en una cultura altamente visual y alfabetizada, cuando conocemos a alguien por primera vez, su apariencia visual apaga el sonido de su nombre, y a modo de defensa propia añadimos: «¿Cómo se escribe su nornbre?». Mientras que, en una cultura del oído, el sonido del nombre de alguien es el hecho predominante, como bien lo sabía Joyce, cuando escribió en Finnegans Wake: «¿Quién te puso este muermo?». Porque el nombre es un golpe que deja anonadado y del que uno nunca se recupera.
Otro punto clave para apreciar las diferencias entre los medios fríos y calientes es la broma. El caliente medio literario excluye los aspectos participativo y práctico de las bromas hasta el punto que Constance Rourke, en su American Humor, ni siquiera las considera divertidas. Para la gente literaria, la broma, con su total implicación física, resulta tan desagradable como el juego de palabras que nos hace descarrilar del suave y uniforme progreso del orden tipográfico. De hecho, a la persona alfabetizada, totalmente ignorante del carácter intensamente abstracto del medio tipográfico, son las formas de arte más burdas y participativas las que le parecen «calientes», mientras que las formas abstractas e intensamente literarias le parecen «frías». Con una sonrisa de pugilista, dijo el doctor Johnson: «Tal vez se dé cuenta, señora, de que mi buena educación alcanza un grado de innecesaria escrupulosidad». Y el doctor Johnson tenía razón al suponer que «educado» había llegado a referirse a una insistencia estirada en el atuendo, que rivalizaba con el rigor de la hoja impresa. El «bienestar» consiste en abandonar la ordenación visual a favor de otra que permita la participación informal de los sentidos, estado excluido cuando cualquiera de los sentidos, y más en el caso de la vista, se calienta hasta el punto de dominar totalmente la situación.
Por otro lado, en los experimentos en que se elimina todo estímulo externo, los sujetos inician un frenético proceso de relleno o compleción de los sentidos que es alucinación pura. Así, el calentamiento de cualquiera de los sentidos tiende a ejercer un efecto hipnótico, y su enfriamiento tiende a provocar alucinaciones.
Un titular publicado el 21 de junio de 1963 decía:
DENTRO DE DOS MESES SE ABRIRÁ UNA LÍNEA CALIENTE ENTRE MOSCÚ Y WASHINGTON
Servicio del Times de Londres en Ginebra:
Charles Stelle, de los Estados Unidos y Semyon Tsarapkin, de la Unión Soviética, firmaron ayer un acuerdo para establecer una comunicación directa entre Washington y Moscú en caso de emergencia. […]
Esta línea de comunicación, conocida como la línea caliente, se abrirá dentro de dos meses, según la administración estadounidense. Empleará circuitos comerciales alquilados, uno por cable y otro inalámbrico, y equipos de teletipos.
La decisión de emplear el caliente medio impreso en lugar del frío medio participativo del teléfono es extremadamente desafortunada. No cabe duda de que dicha decisión fue provocada por el alfabetizado prejuicio de Occidente a favor del medio impreso, al ser éste más impersonal que el teléfono. La forma impresa tiene implicaciones muy distintas en Washington y en Moscú. Y lo mismo pasa con el teléfono. El amor que sienten los rusos por este aparato, tan congenial con su tradición oral, se debe a la rica implicación no visual que permite. Los rusos emplean el teléfono para conseguir el tipo de efectos que asociamos con la apremiante conversación de quien nos agarra de la solapa y nos acerca el rostro a un palmo de distancia.
El teléfono y el teletipo, como amplificaciones de los prejuicios culturales inconscientes de Moscú por un lado, y de Washington por el otro, son invitaciones a enormes malentendidos. Los rusos ponen micrófonos en las habitaciones y espían de oídas, encontrándolo muy natural. Sin embargo, nuestro espionaje visual les choca y les parece de lo más antinatural.
El principio de que, durante sus fases de desarrollo, todas las cosas se manifiestan en formas contrarias a las que finalmente asumirán es una doctrina antigua. El interés que suscita la capacidad de las cosas para cambiar de sentido por evolución puede apreciarse en una gran cantidad de observaciones serias y jocosas. Alexander Pope escribió:
El vicio es un monstruo de semblante tan aterrador, que sólo necesita ser visto para ser odiado; pero, visto demasiado a menudo, familiares con su rostro, primero lo sufrimos, luego lo compadecemos, y acabamos abrazándolo.
Se dice que una oruga, mirando una mariposa, exclamó: «Waal, nunca me alcanzarás con esos trastos».
A otro nivel, en este siglo hemos presenciado el cambio desde el despojo sentimental de los mitos y leyendas tradicionales hasta su respetuoso estudio. A medida que empezamos a reaccionar en profundidad a la vida social y a los problemas de la aldea global, nos volvemos reaccionarios. La implicación que acompaña nuestras tecnologías instantáneas convierte al más «socialmente concienciado» en conservador. Cuando el Sputnik fue puesto en órbita por primera vez, un maestro pidió a sus alumnos de segundo curso que escribieran un poema sobre este tema. Uno de los niños escribió:
Las estrellas son tan grandes, la tierra es tan pequeña… que se quede como está.
En el caso del hombre, sus conocimientos y el proceso de obtención del conocimiento tienen la misma magnitud. Nuestra capacidad para conceptuar tanto galaxias como estructuras subatómicas es un movimiento de facultades que las incluye y las trasciende. El niño de segundo curso que escribió aquel poema vive en un mundo mucho más extenso de lo que puede medir ningún instrumento científico o describir ningún concepto. Como escribió W. B. Yeats de dicha inversión: «El mundo visible ha dejado de ser una realidad, y el invisible, un sueño». Junto con esta transformación del mundo real en ciencia ficción, se está produciendo otro cambio de sentido, por el cual el mundo occidental se está volviendo hacia Oriente, al mismo tiempo que Oriente se gira hacia Occidente. Joyce codificó esta inversión recíproca en su frase críptica:
Occidente sacudirá a Oriente hasta despertarlo y, mientras, la noche será tu amanecer.
El título de su obra Fínnegans Wake es una serie de juegos de palabras en varios niveles sobre la media vuelta con la cual el occidental vuelve a entrar en su ciclo tribal (o Fino), siguiendo la pista del viejo Finn, pero completamente despierto, esta vez, al volver a entrar en la noche tribal. Es como nuestra conciencia contemporánea del Inconsciente.
El aumento de velocidad desde lo mecánico hasta la forma eléctrica instantánea invierte la explosión en implosión. En la actual edad eléctrica, las energías en implosión, o contracción, de nuestro mundo chocan con los antiguos patrones de organización, expansionistas y tradicionales. Hasta hace poco, nuestras instituciones y convenios sociales, políticos y económicos compartían un patrón unidireccional. Seguimos considerándolo «explosivo» o expansible; y, aunque hayan dejado de darse, seguimos hablando de la explosión demográfica y de la explosión de la enseñanza. De hecho, lo que genera nuestra preocupación por la población no es el aumento de las cantidades, sino el hecho de que todo el mundo ha de vivir en la más estrecha proximidad creada por nuestra implicación eléctrica y recíproca en la vida de los demás. Del mismo modo, en la enseñanza, no es el aumento del número de personas en busca de educación lo que provoca la crisis. Nuestra nueva preocupación por la educación surge tras el cambio a una interrelación en el saber, mientras que antes las materias del programa se habían mantenido separadas. En condiciones de velocidad eléctrica, las soberanías departamentales se han disuelto tan rápidamente como las soberanías nacionales. La obsesión por los antiguos patrones de expansión mecánica y unidireccional desde un centro hacia los márgenes ha dejado de tener relevancia en nuestro mundo eléctrico. La electricidad no centraliza sino que descentraliza. Es como la diferencia entre los ferrocarriles y una red de suministro eléctrico: los primeros necesitan estaciones y grandes centros urbanos. La energía eléctrica, disponible tanto en la granja como en el despacho de dirección, permite que cualquier lugar sea un centro y no requiere grandes agregados. El patrón del cambio de sentido apareció muy pronto en los electrodomésticos, y tanto en la tostadora como en la lavadora o la aspiradora. En lugar de ahorrar trabajo, estos aparatos permiten que todo el mundo haga el suyo. Lo que el siglo XIX había delegado a los criados y amas de llave, ahora lo hacemos nosotros. Este principio se aplica en su totalidad en la edad eléctrica. En política, permite a un Castro existir como núcleo o centro independiente. Permitiría que Quebec dejara la unión canadiense de una forma completamente inconcebible bajo el régimen de los ferrocarriles. Los ferrocarriles necesitan un espacio político y económico uniforme. En cambio, el avión y la radio permiten la máxima discontinuidad y diversidad en la organización espacial.
Hoy en día, el gran principio de la física, de la economía y de las ciencias políticas clásicas, es decir, el de la divisibilidad de todo proceso, se ha invertido, a fuerza de extensiones, en la teoría del campo unificado; y, en la industria, la automatización ha sustituido la divisibilidad del proceso por la interconexión orgánica de todas las funciones del complejo. La cinta eléctrica ha sustituido a la cadena de montaje.
En la nueva Edad de la Información eléctrica y de producción programada, los bienes mismos asumen cada vez más un carácter de información; esta tendencia se manifiesta sobre todo en los presupuestos cada vez más importantes para publicidad. De forma significativa, son precisamente los bienes que más se emplean en la comunicación social: cigarrillos, cosméticos, jabones (quita-cosméticos), los que sobrellevan la mayor parte de la carga del mantenimiento de todos los medios de comunicación en general. A medida que suban los niveles de información eléctrica, casi cualquier material servirá a todo tipo de necesidad o función, empujando cada vez más al intelectual hacia un papel de mando social y al servicio de la producción.
Fue el Great Betrayal de Julien Benda lo que ayudó a esclarecer la nueva situación en la que el intelectual se encuentra de repente, con la batuta en la mano. Benda se dio cuenta de que los artistas e intelectuales, que durante mucho tiempo fueron mantenidos lejos del poder y que, desde Voltaire, se encontraban en la oposición, habían sido llamados a filas en los más altos niveles de las tomas de decisiones. Su gran traición ha sido haber entregado su autonomía y haberse convertido en lacayos del poder, como el físico nuclear es ahora el lacayo de los señores de la guerra.
Si Benda hubiese sabido más de historia, no se habría quedado tan sorprendido ni se habría enfadado tanto. Porque siempre ha sido el papel de los intelectuales servir de unión y mediación entre los nuevos grupos de poder y los anteriores. El más conocido de dichos grupos fueron los esclavos griegos, que durante mucho tiempo fueron los maestros y secretarios confidenciales del poder romano. Y en el mundo occidental es precisamente este papel servil, de secretario particular a magnate —comercial, militar o político—, el que el educador ha seguido representando hasta el presente. En Inglaterra, los «Angries[10]» fueron un grupo de funcionarios que de repente surgieron de los escalones inferiores por la salida de emergencia de la educación. A medida que se adentraban en la parte alta del mundo del poder, se dieron cuenta de que el aire no estaba nada fresco ni tonificante. Perdieron los estribos incluso más rápidamente que Bernard Shaw. Como él, rápidamente optaron por la extravagancia y el cultivo de los valores del entretenimiento.
En su Study of Hístory, Toynbee observa numerosas inversiones de forma y de dinámica, como cuando, a mediados del siglo IV a. C., los germanos al servicio de Roma empezaron a sentirse orgullosos de sus apellidos tribales y a conservarlos. Este momento señaló una nueva confianza nacida de la saturación con los valores romanos, momento marcado, además, por el giro complementario de Roma hacia valores primitivos. (A medida que los norteamericanos se van saturando con valores europeos, sobre todo desde la aparición de la televisión, empiezan a reivindicar como objetos culturales las típicas lámparas de carruajes, los postes para atar los caballos y los utensilios de cocina coloniales.) Así como los bárbaros ascendieron hasta la cumbre de la escala social romana, los romanos se encontraron dispuestos a asumir los trajes y usanzas tribales, movidos por el mismo espíritu frívolo y esnob que impelía a la corte francesa de Luis XVI hacia el mundo de los pastores y pastoras. Debió de parecer un momento natural para que los intelectuales se hicieran con el poder mientras la clase gobernante estaba de viaje por Disneylandia, por así decir. Así debió de parecerles a Marx y a sus seguidores. Pero no contaron con la comprensión de las dinámicas de los nuevos medios de comunicación. Marx basó su análisis esencialmente en la máquina, justo cuando el telégrafo y otras formas implosivas empezaban a invertir la dinámica mecánica.
El presente capítulo pretende mostrar que, en cualquier medio o estructura, hay lo que Kenneth Boulding llama «un punto de ruptura, en que el sistema se convierte de repente en otro, o bien franquea un punto de no retorno en sus procesos dinámicos». Más adelante, discutiremos algunos de estos «puntos de ruptura», incluido el del paso del reposo al movimiento, y de lo mecánico a lo orgánico en el mundo de la pintura. Uno de los efectos de la fotografía fija fue suprimir el consumo ostentoso de los ricos, aunque el efecto de su aceleración fue proporcionar riquezas de fantasía a todos los pobres del globo.
Hoy en día, la carretera, al superar su punto de ruptura, está convirtiendo las ciudades en autopistas mientras éstas asumen cada vez más un carácter urbano continuo. Otro cambio de sentido característico más allá de un punto de ruptura de la carretera es que el campo deja de ser el centro principal del trabajo, y la ciudad el del ocio. De hecho, las mejoras en las carreteras y los transportes han invertido las pautas antiguas y convertido las ciudades en centros de trabajo, y el campo en un lugar de ocio y de recreo.
Antes de ello, el aumento de circulación que se produjo con la llegada del dinero y de las carreteras acabó con el estado tribal estático (como Toynbee llama a las culturas nómadas de cazadores recolectores). Muy característica de las inversiones que se producen en los puntos de ruptura es la paradoja de que el móvil nómada, el cazador recolector, es socialmente estático. Por otro lado, el hombre sedentario y especializado es dinámico, explosivo y progresivo. La nueva ciudad magnética o mundial será estática e icónica o inclusiva.
En el mundo antiguo, la percepción intuitiva de los puntos de ruptura como puntos de inversión y de no retorno se encamó en el concepto griego de bubrís[11] que Toynbee presenta en su Study of History bajo el encabezamiento de «La Némesis de la creatividad» y «La inversión de los papeles». Los dramaturgos griegos presentaron la idea de la creatividad como creadora también de su propia ceguera, como en el caso del rey Edipo, que resolvió el enigma de la esfinge. Es como si los griegos hubiesen sentido que el castigo por un adelanto era una cerrazón general a la conciencia del campo total. Una obra china, The Way and Its Power (traducción de A. Waley), cita una serie de ejemplos de medio recalentado, de hombre o cultura sobreextendida, y las peripecias de la inversión que inevitablemente sigue:
Aquel que está de puntillas no es firme en su postura;
aquel que da las zancadas más largas no es quien anda más de prisa;
[…]
aquel que se jacta de lo que va a hacer no tiene éxito en nada;
aquel que se enorgullece de su trabajo no logra nada que perdure.
Una de las causas de ruptura más comunes en cualquier sistema es la fertilización cruzada con otro sistema, como ocurrió con la imprenta al aparecer las imprentas de vapor, o con la radio y el cine, (que dieron lugar a las películas radiofónicas). Hoy en día, con los microfilmes y las microtarjetas, por no hablar de las memorias eléctricas, la palabra escrita vuelve a asumir gran parte del carácter artesanal del manuscrito. Pero la imprenta de tipos móviles fue, en sí, el mayor adelanto en la historia de la escritura fonética, del mismo modo que el alfabeto fonético fue el punto de ruptura entre el hombre tribal y el individualista.
Las constantes inversiones o puntos de ruptura que pasaron a las interacciones de las estructuras burocráticas y empresariales incluyen el punto en que los individuos empezaron a ser tenidos por responsables de sus «actos privados». Fue el momento del colapso de la autoridad tribal colectiva. Siglos más tarde, cuando más explosión y expansión hubieron agotado los recursos del acto privado, las empresas corporativas inventaron el concepto de deuda pública, haciendo al individuo privadamente responsable de los actos colectivos.
Mientras el siglo XIX caldeaba los procedimientos mecánicos y disociadores de la fragmentación técnica, toda la atención de los hombres se volvió hacia lo asociativo y lo corporativo. En la primera gran edad de sustitución del trabajo humano por la máquina, Carlyle y los prerrafaelitas promulgaron la doctrina del trabajo como comunión social mística, y millonarios como Ruskin y Morris hicieron de peón por motivos estéticos. Marx fue un receptor impresionable de estas doctrinas. La más extraña de todas las inversiones en la gran edad victoriana de mecanización y alta moralidad fue la táctica de Lewis Carroll y de Edward Lear, cuya absurdidad ha resultado sumamente duradera. Mientras los lord Carrigan tomaban su baño de sangre en el Valle de la Muerte, Gilbert y Sullivan anunciaban que acababa de franquearse el punto de ruptura.
El mito griego de Narciso atañe directamente a un hecho de la experiencia humana, como lo indica la palabra Narciso. Ésta proviene de la palabra griega narcosis o entumecimiento. El joven Narciso confundió su reflejo en el agua con otra persona. Esta extensión suya insensibilizó sus percepciones hasta que se convirtió en el servomecanismo de su propia imagen extendida o repetida. La ninfa Eco intentó cautivar su amor con fragmentos de sus propias palabras pero fue en vano. Estaba entumecido. Se había adaptado a su extensión de sí mismo y se había convertido en un sistema cerrado.
Ahora bien, el punto importante de este mito es el hecho de que el hombre en seguida se siente fascinado por cualquier extensión suya en cualquier material diferente de él. Ha habido cínicos que han afirmado que los hombres se enamoran más profundamente de las mujeres que les devuelven su propia imagen. Fuera lo que fuera, la sabiduría del mito de Narciso no conlleva ninguna alusión a que éste se enamorara de algo a lo que considerara como sí mismo. Evidentemente, de saber que la imagen era una extensión o repetición de él mismo, habría tenido sentimientos muy diferentes hacia ella. Tal vez sea revelador de los prejuicios de nuestra cultura intensamente tecnológica, y por lo tanto narcótica, el que durante mucho tiempo hayamos interpretado la historia de Narciso como si significara que éste se hubiese enamorado de sí mismo y que creyera que él era el reflejo.
Fisiológicamente, hay muchas razones que hacen que una extensión nuestra induzca un estado de entumecimiento. Investigadores médicos como Hans Selye y AdolpheJonas sostienen que todas nuestras extensiones, en la enfermedad y la salud, son intentos de mantener el equilibrio. Consideran cualquier extensión del ser como una autoamputación y que el cuerpo se vale de este poder o estrategia de autoamputación cuando su poder de percepción no puede localizar, o evitar, el origen de una irritación. El inglés tiene muchas expresiones que se refieren a esta autoamputación que nos imponen diversas presiones. Hablamos de «saltar fuera de su piel», de «salirse de su mente», y de «volcar la tapadera[12]». A menudo creamos situaciones artificiales, en las condiciones controladas del deporte y de los juegos, que igualan las irritaciones y tensiones de la vida real.
Aunque no era su intención justificar la inventiva y la tecnología humanas, Jonas y Selye nos han dado una teoría de la enfermedad (malestar) que llega muy lejos en la explicación de por qué el hombre se ve compelido a extender varias partes de su cuerpo mediante una especie de autoamputación. En caso de tensión física debida a varios tipos de estímulos excesivos, el sistema nervioso central actúa para protegerse con una estrategia de amputación o aislamiento del órgano, sentido o función ofensor. Así, el estímulo para inventar resulta de la aceleración del ritmo y del aumento de la carga. Por ejemplo, en el caso de la rueda como extensión del pie, la presión de cargas nuevas a consecuencia de la aceleración de los intercambios con los medios del dinero y de la escritura fue un pretexto inmediato para la extensión o «amputación» de esta función del cuerpo. A su vez, la rueda, como antiirritante contra las cargas cada vez más pesadas, genera una nueva intensidad de acción por su amplificación de una función separada o aislada (los pies en rotación). El sistema nervioso sólo puede soportar esta amplificación gracias al entumecimiento, o bloqueo de la percepción. Éste es el sentido del mito de Narciso. La imagen del joven es una autoamputación o extensión inducida por presiones irritantes. Como antiirritante, la imagen produce un entumecimiento generalizado, o choque, que evita el reconocimiento.
La autoamputación previene el reconocimiento de uno mismo.
El principio de la autoamputación como alivio instantáneo de una presión sobre el sistema nervioso central puede aplicarse muy fácilmente a los orígenes de los medios de comunicación desde el habla a los ordenadores.
Fisiológicamente, desempeña el papel principal el sistema nervioso central, esa red eléctrica que coordina los varios medios de los sentidos. Cualquier cosa que amenace su funcionamiento ha de ser contenida localizada o cortada, incluso a costa de cercenar el órgano ofensor cornpIeto. La función del cuerpo, como grupo de órganos para el sostén y la protección del sistema nervioso central, consiste en actuar como amortiguador ante las variaciones repentinas de estímulos del entorno físico y social. Un fracaso social repentino es un choque que ciertas personas «se toman muy a pecho», o que puede generar perturbaciones musculares que indican a la persona que se aparte de la situación amenazadora. La terapia, tanto física como social, es un antiirritante que contribuye al equilibrio de los órganos físicos que protegen el sistema nervioso central. Mientras que el placer es un antiirritante (por ejemplo, los deportes, los espectáculos, el alcohol), la comodidad es la eliminación de irritantes. Tanto el placer como la comodidad son estrategias de equilibrio del sistema nervioso central.
Con la llegada de la tecnología eléctrica, el hombre extendió, o instaló fuera de sí mismo, un vivo retrato del sistema nervioso central. Y lo es hasta el punto de que es un desarrollo que sugiere una autoamputación desesperada y suicida, como si el sistema nervioso central ya no pudiese depender de los órganos físicos como amortiguadores contra las piedras y flechas de un mecanismo ultrajador. Bien podría ser que las sucesivas mecanizaciones de los diversos órganos físicos desde la invención de la imprenta hubieran producido una experiencia social demasiado violenta y estimulada para que la pudiera soportar el sistema nervioso central.
Respecto a esta causa demasiado verosímil de dicho desarrollo podemos volver al tema de Narciso. Ya que, si bien Narciso es entumecido por su imagen autoamputada, existen buenas razones para ello. Se da un estrecho paralelismo entre las respuestas a choques o traumas psíquicos y físicos. Experimentan un choque el que pierde de repente a un ser querido y el que se cae de unos cuantos pies de altura. Tanto la pérdida de un ser querido como la caída física son ejemplos extremos de amputación del ser. Un choque induce un entumecimiento generalizado o aumenta el umbral de todas las percepciones. La víctima parece inmune al dolor o al sentido.
Se ha adaptado para la odontología un choque de combate generado por ruidos violentos, mediante un dispositivo conocido como audiac. El paciente se pone unos auriculares y con un mando aumenta el volumen hasta dejar de sentir el dolor de la fresa. La elección de un único sentido que será estimulado intensamente, o, en el caso de la tecnología, la de un único sentido que será extendido, aislado o «amputado», es en parte la razón del entumecimiento que la tecnología como tal produce en sus fabricantes y usuarios. El sistema nervioso central acomete una respuesta de entumecimiento general frente al desafío de una irritación especializada. La persona que se cae de repente se siente inmune a todo dolor o estímulo sensorial porque el sistema nervioso central ha de ser protegido de todo episodio agudo de intensa sensación. Sólo recobra poco a poco la sensibilidad normal de la vista y del oído y es entonces cuando empieza a temblar, a sudar y a reaccionar como lo habría hecho si su sistema nervioso central hubiese estado preparado de antemano para esa caída repentina.
Dependiendo de qué sentido o facultad es tecnológicamente extendida, o «autoamputada», es fácil vaticinar qué sentido experimentará esa «cerrazón» o búsqueda de equilibrio. Ocurre con los sentidos lo mismo que con los colores. Una sensación siempre es al ciento por ciento, y un color siempre es color al ciento por ciento. Pero la relación entre los componentes de la sensación de color pueden diferir hasta el infinito. No obstante, si por ejemplo se intensifica el sonido, también se ven afectados en el acto el sabor, el tacto y la vista. El efecto de la radio en el hombre alfabetizado o visual consiste en despertar de nuevo sus memorias tribales, y el efecto del sonido añadido a las películas de cine fue una reducción del papel de la mímica, del tacto y de la cinestesia. Así mismo, cuando el nómada se hizo sedentario y se especializó, también se especializaron sus sentidos. El desarrollo de la escritura y de la organización visual de la vida posibilitaron el descubrimiento del individualismo, de la introspección, etc.
Cualquier invento o tecnología es una extensión o autoarnputación del cuerpo físico, y, como tal extensión, requiere además nuevas relaciones o equilibrios entre los demás órganos y extensiones del cuerpo. Por ejemplo, no hay forma de evitar cumplir las nuevas relaciones entre los sentidos, o «cerrazón», suscitadas por la imagen televisiva. Pero los efectos de la aparición de la imagen televisiva variarán de una cultura a otra de acuerdo con las relaciones existentes entre los sentidos en cada cultura. En la Europa audio-táctil, la televisión ha intensificado el sentido de la vista, empujando a la gente hacia estilos norteamericanos de envoltorios y vestimenta. En América del Norte, cultura sumamente visual, la televisión ha abierto las puertas de la percepción audio-táctil al mundo no visual de las lenguas habladas, de la comida y de las artes plásticas. Como extensión y acelerador de la vida sensorial, cualquier medio afecta en seguida el campo entero de los sentidos, como explicó hace mucho tiempo el salmista en el Salmo 115:
Sus ídolos son de plata y oro,
obra de manos humanas.
Tienen boca, mas no hablan;
ojos tienen, mas no ven;
tienen oídos pero no oyen;
tienen nariz pero no huelen;
tienen manos pero no asen;
pies tienen, mas no andan;
ni tampoco palabra alguna sale de sus gargantas.
Los que los fabrican se volverán como ellos,
y todo el que tuviere fe en ellos.
El concepto de «ídolo» del salmista hebreo es muy parecido al de Narciso del creador de mitos griego. El salmista afirma que la contemplación de ídolos, o el uso de la tecnología, hace que los hombres se vuelvan como ellos. «Los que los fabrican se volverán como ellos». Se trata de una simple cerrazón de los «sentidos». El poeta Blake desarrolló las ideas del salmista en una completa teoría de la comunicación y del cambio social. En su extenso poema Jerusalén explica por qué los hombres se han convertido en lo que contemplaron. Lo que tienen, dice Blake, es «el espectro del Poder de la Razón en el Hombre» que se ha fragmentado y «separado de la Imaginación y encerrado a sí mismo como en acero». En una palabra, Blake ve al hombre fragmentado por sus tecnologías. Pero insiste en que éstas son autoamputaciones de los propios órganos. Una vez amputado, cada órgano se convierte en un sistema cerrado de grade y nueva intensidad que empuja al hombre «a martirios y guerras». Además, Blake declara que el tema de Jerusalén son los órganos de percepción:
Si varían los Órganos de la Percepción, parecen variar los Objetos de la Percepción,
Si se cierran los Órganos de la Percepción, parecen cerrarse también sus Objetos.
Para contemplar, utilizar o percibir cualquier extensión nuestra en su forma tecnológica, primero hay que abrazarla. Escuchar la radio o leer una página impresa supone aceptar estas extensiones de nosotros en el sistema personal y experimentar la «cerrazón» o desplazamiento de la percepción que automáticamente les sigue. Es este abrazo continuo de nuestra propia tecnología en su empleo de cada día lo que nos pone en el papel de Narciso de conciencia subliminal y de entumecimiento hacia la imagen de nosotros mismos. Al abrazar constantemente tecnologías, nos relacionamos con ellas como servomecanismos. Por ello, para poder utilizarlas, debemos servir a esos objetos, a esas extensiones de nosotros mismos, como dioses o religiones menores. Un indio americano es el servomecanismo de su canoa, como el vaquero es el servomecanismo de su caballo, y el ejecutivo, el de su reloj.
Fisiológicamente, el hombre, en su uso normal de la tecnología (o de su cuerpo diversamente extendido), es constantemente modificado por ella a la vez que descubre un sinfín de maneras para modificarla a ella. El hombre se convierte, por decirlo así, en los órganos sexuales del mundo de la máquina, como la abeja lo es en el mundo vegetal, y ello le permite fecundar y originar formas nuevas. El mundo de la máquina corresponde al amor del hombre cumpliendo sus deseos, es decir, proporcionándole riqueza. Uno de los méritos de la investigación de la motivación ha sido la revelación de la relación sexual del hombre con el automóvil.
Socialmente, es la acumulación de irritaciones y presiones del grupo lo que empuja a la invención y a la innovación, ya que éstas son antirritantes. La guerra y el miedo a la guerra siempre han sido considerados como los mayores incentivos para la extensión tecnológica del cuerpo. De hecho, Lewis Mumford, en The City in History, considera la ciudad amurallada como una extensión de la piel, del mismo modo que la ropa y la vivienda. Las repercusiones de una invasión son un período tecnológicamente rico, incluso más que la preparación para la guerra; en efecto, la cultura sometida ha de ajustarse, en todas sus relaciones entre los sentidos, para recuperarse del impacto de la cultura invasora. Es durante estos intensos intercambios híbridos y conflictos de ideas y de formas que se liberan las mayores energías sociales y surgen las mayores tecnologías. Buckminster Fuller ha estimado que, desde 1910, los gobiernos de todo el mundo se han gastado unos tres billones y medio de dólares en la aviación, cantidad equivalente a sesenta y dos veces las reservas mundiales de oro.
El principio del entumecimiento se manifiesta tanto con la tecnología eléctrica como con cualquier otra. Tenemos que entumecer nuestro sistema nervioso central cuando éste es extendido y expuesto; de no hacerlo, moriríamos. Así, la edad de la ansiedad y de los medios eléctricos es también la del inconsciente y de la apatía. Y también es, de forma llamativa, la edad de la conciencia de lo inconsciente. Con el sistema nervioso central estratégicamente insensibilizado, son transferidas a la vida física las tareas de conocimiento y de orden conscientes, de modo que, por primera vez, el hombre toma conciencia de la tecnología como extensión de su cuerpo físico. Según parece, ello no pudo suceder antes de que la edad eléctrica nos proporcionara las herramientas de la conciencia instantánea y total del campo. Con esta conciencia, la vida subliminal, privada y social, se ha colocado a la vista de todos, con el resultado de que se nos presenta la «conciencia social» como causa de los sentimientos de culpabilidad. El existencialismo ofrece una filosofía de estructuras en lugar de categorías, y de implicación social en lugar del espíritu burgués de existencia individual o de puntos de vista. En la edad eléctrica, llevamos a toda la humanidad como nuestra piel.
Les liaisons dangereuses[13]
«Durante la mayor parte de nuestra vida, una guerra civil ha estado haciendo estragos en el mundo del arte y de los espectáculos. […] Imágenes en movimiento, discos de gramófono, radio, cine hablado» Ésta es la visión de Donald McWhinnie, analista del medio radiofónico. Gran parte de esta guerra civil afecta en profundidad nuestra vida psíquica, ya que la libran fuerzas que son extensiones y amplificaciones de nuestro ser. De hecho, las interacciones entre medios no son sino otro nombre de esta «guerra civil» que hace estragos en nuestra sociedad y nuestra psique. Se ha dicho que «para los ciegos, todo es repentino». Los cruces o híbridos de medios liberan grandes cantidades de fuerza y energía nuevas, como ocurre en la fisión y la fusión. No cabe la ceguera ante estos temas una vez que se nos ha notificado que hay algo que observar.
Hemos explicado ya que los medios o extensiones del hombre son «agentes que hacen que algo suceda» y no «agentes que conciencian». La hibridación o combinación de estos agentes presenta una oportunidad, especialmente favorable, de examinar sus componentes y propiedades estructurales. «Así como el cine mudo pedía a gritos el sonido, pide ahora el color el cine sonoro», escribe Sergei Eisenstein en Notes 01 a Film Director. Este tipo de observaciones puede extenderse sistemáticamente a todos los medios: «Así como la imprenta llamaba al nacionalismo, la radio proclama el tribalismo». Estos medios, por ser extensiones de nosotros, también dependen de nosotros por sus interacciones y su evolución. El hecho de que no presenten interacciones ni produzcan nuevos descendientes ha causado asombro en todas las épocas. Para que deje de desconcertarnos, sólo tenemos que examinar a fondo su acción. Podernos, si queremos, pensar las cosas antes de expresarlas. Platón, a pesar de todos sus esfuerzos para imaginar la escuela perfecta, no reparó en que Atenas ya era una escuela mucho más grande que cualquier universidad con la que pudiera soñar. Dicho de otro modo, la mayor escuela ya se había manifestado para usufructo del hombre antes de ser concebida siquiera. Lo mismo es del todo cierto para los medios. Se despliegan mucho tiempo antes de ser concebidos. De hecho, este despliegue externo tiende a invalidar las posibilidades de que se los conciba.
Todo el mundo se da cuenta de hasta qué punto el carbón, el acero y el coche influyen en las disposiciones de la vida de cada día. Hoy en día, los estudios por fin se han vuelto hacia el medio del lenguaje en sí como modelador de la organización de la vida cotidiana, de modo que la sociedad empieza a parecerse a un eco lingüístico, a una repetición de normas de la lengua, hecho que perturbó profundamente al partido comunista ruso. Aferrados como están a la tecnología industrial del siglo XIX como base de liberación de clase, nada podía resultar más subversivo para la dialéctica marxista que la idea de que el medio lingüístico modelara el desarrollo social tanto como lo hacen los medios de producción.
De hecho, de todas las uniones híbridas que engendran tremendos cambios y liberaciones de energía, no hay ninguna que supere el encuentro entre una cultura oral y otra alfabetizada. El dar al hombre un ojo por un oído con la alfabetización fonética es, social y políticamente, la explosión más radical que pueda darse en cualquier estructura social. Esta explosión del ojo, a menudo repetida en «zonas atrasadas», la llamamos occidentalización. Con la alfabetización a punto de producir la hibridación de la cultura china, india y africana, nos disponemos a presenciar una liberación de fuerza humana y violencia agresiva tales que harán parecer especialmente tranquila la historia antes del alfabeto fonético.
Esto sólo ocurrirá en Oriente, ya que la implosión eléctrica está aportando al alfabetizado Occidente la cultura oral y tribal del oído. Ahora el occidental visual, especializado y fragmentado no sólo tendrá que vivir en estrecha relación cotidiana con todas las antiguas culturas orales de la tierra, sino que su propia tecnología eléctrica está empezando a devolver al hombre visual, o del ojo, a los patrones tribales y orales con su trama continua de vínculos e interdependencias.
Por nuestro propio pasado, conocemos el tipo de energías que se liberan, como por fisión, cuando la alfabetización hace estallar la unidad familiar o tribal. Pero ¿qué sabemos de las energías psíquicas y sociales que se desarrollan por fusión eléctrica, o implosión, cuando unos individuos alfabetizados se ven atrapados de repente en un campo electromagnético, como está ocurriendo en Europa con la nueva presión del Mercado Común? No nos equivoquemos: la fusión de pueblos que han conocido el individualismo y el nacionalismo no es el mismo proceso que la fisión de culturas orales y «atrasadas» que acaban de conocer el individualismo y el nacionalismo. Es la diferencia entre la bomba A y la de hidrógeno.
Esta última es más potente, y con mucho. Además, los productos de la fusión eléctrica son inmensamente complejos, mientras que los de la fisión son simples. La alfabetización crea tipos de gente mucho más simples que los que se desarrollan en la compleja trama de cualquier sociedad tribal oral. Porque el hombre fragmentado crea el homogeneizado mundo occidental, mientras que las sociedades orales están compuestas de pueblos diferenciados, no por sus aptitudes como especialistas o marcas visibles, sino por sus combinaciones emocionales únicas. El mundo interior del hombre oral es un laberinto de complejas emociones y sentimientos, que hace tiempo que el pragmático occidental ha desgastado o suprimido en aras de la eficiencia y del sentido práctico.
La perspectiva más inmediata para el occidental alfabetizado y fragmentado que se encuentra con la implosión eléctrica en su propia cultura es su firme y rápida transformación en un individuo complejo, de estructura profunda, emocionalmente consciente de su completa interdependencia con el resto de la sociedad humana. Incluso ahora, los representantes del antiguo individualismo occidental están asumiendo las apariencias, para bien o para mal, del general Bull Moose[14] de Al Capp o de los miembros de la Sociedad Jon Birch[15], tribalmente dedicados a oponerse a lo tribal. El individualismo alfabetizado, fragmentado y visual ha dejado de ser posible en una sociedad con patrones eléctricos y en plena implosión. ¿Qué debemos hacer? ¿Nos atrevemos a afrontar estos hechos a nivel consciente? ¿D es mejor tapar y reprimir estos temas hasta que un estallido de violencia nos libere de toda la carga? Un destino de implosión y de interdependencia es más terrible para el occidental que el destino de explosión e independencia del hombre tribal. Puede que sea un rasgo de carácter mío, pero encuentro que la comprensión y el esclarecimiento de las cuestiones alivian en parte la carga. Por otro lado, puesto que la conciencia parece ser un privilegio humano, ¿acaso no convendría extender esta condición a nuestros conflictos ocultos, tanto privados como sociales?
El presente libro, al intentar comprender diversos medios, los conflictos de los que surgen y los conflictos aún más importantes que originan, contiene la promesa de apaciguar dichos conflictos con un incremento de la autonomía humana. Veamos ahora algunos de los efectos de estos híbridos, o interpenetración, de los medios. En el Pentágono, la vida se ha complicado muchísimo por culpa, pongamos por caso, de los viajes en avión de reacción. Cada pocos minutos suena un timbre que conmina a muchos especialistas a dejar sus escritorios para escuchar un informe personal de un experto desde algún lugar remoto del mundo. Mientras tanto, en todas las mesas se va acumulando el papeleo sin hacer. Y, cada día, todos los departamentos despachan en avión a más gente a los lugares más remotos en busca de más datos e informes. Tal es la velocidad de este proceso de encuentro entre el avión de reacción, el informe oral y la máquina de escribir, que aquellos que van a los confines de la tierra suelen volver sin ser capaces de deletrear el nombre del lugar al que fueron destinados como expertos. Lewis Carroll señaló que, a medida que los mapas a gran escala se hacían cada vez más detallados e inclusivos, tendrían tendencia a incluir la agricultura y a provocar las protestas de granjeros. Así que, ¿por qué no utilizar la tierra de verdad como mapa de ésta? Hemos llegado a un punto similar de acumulación de datos cuando cada paquete de chicle que podamos coger es cuidadosamente anotado por un ordenador que traduce el menor gesto en una nueva curva de probabilidades o en cualquier otro parámetro de ciencias sociales.
Sólo por haber exteriorizado nuestro sistema nervioso en la forma de la tecnología eléctrica, nuestra vida privada y corporativa se ha convertido en un proceso de información. Ésta es la clave del asombro del profesor Boorstin en The lmage, or What Happened fa the American Dream.
La luz eléctrica acabó con el régimen del día y de la noche, del interior y del exterior. Pero sólo se libera una energía híbrida cuando la luz se encuentra con patrones preexistentes de organización humana. Los coches pueden viajar toda una noche; los partidos de fútbol, prolongarse toda la noche, y un edificio, carecer por completo de ventanas. En una palabra, el mensaje de la luz eléctrica es cambio total. Es información pura, sin ningún contenido que restrinja su poder informador y transformador. Con sólo meditar en el poder del medio de la luz eléctrica para transformar toda estructura de tiempo y espacio, de trabajo y sociedad en la que penetre, el estudioso de los medios tendrá la clave del poder que tiene todo medio para remodelar todas las vidas con las que entre en contacto. Excepto la luz, todos los demás medios vienen en pareja, actuando uno de ellos de «contenido» del otro y oscureciendo la operación de ambos.
Es una tendencia propia de quienes dirigen los medios por cuenta de sus propietarios la preocupación por el contenido de la radio, de la prensa o del cine. Los propietarios mismos se preocupan más por el medio como tal y no se sienten inclinados a ir más allá de «lo que quiere el público» cualquier otra vaga expresión. Los propietarios están conscientes de los medios como poder, y saben que dicho poder poco tiene que ver con el «contenido», o medios dentro de los medios.
Cuando la prensa tocó el teclado del «interés humano» después de que el telégrafo hubiese reestructurado dicho medio de la prensa, el periódico acabó con el teatro, así como la televisión ha dado un fuerte golpe al cine y a los clubes nocturnos. George Bernard Shaw tuvo el ingenio y la imaginación para devolver los golpes. Puso la prensa en el teatro, llevando al escenario las controversias y el mundo del interés humano de la prensa, como hizo Dickens con la novela. El cine se hizo cargo a la vez de la novela, del periódico y del escenario. Entonces la televisión penetró en el cine y devolvió el teatro al público. Lo que estoy diciendo es que los medios, como extensiones de los sentidos, establecen nuevas proporciones, no sólo entre sentidos por separado, sino también en conjunto, en sus interacciones. La radio modificó la forma del artículo de noticias tanto como afectó a la imagen cinematográfica en el cine sonoro. La televisión produjo cambios drásticos en la programación de la radio, en la forma de la cosa o novela documental.
Son los poetas y los pintores los que reaccionan instantáneamente a un medio nuevo como la radio y la televisión. La radio, el gramófono y el magnetófono nos devolvieron la voz del poeta como dimensión importante de la experiencia poética. Las palabras volvieron a convertirse en una especie de cuadro con luz. Pero la televisión, con su modo de participación profunda, hizo que los poetas noveles empezaran a o presentar sus poemas en los cafés, los parques públicos o cualquier otro lugar. Después de la televisión, sintieron de repente la necesidad de contacto personal con su público. (En Toronto, ciudad orientada a la imprenta, la lectura de poemas en los parques públicos es un delito público. Se permiten la religión y la política, pero no la poesía, como recientemente descubrieron muchos poetas jóvenes.)
El novelista John O’Hara escribió en la The New York Times Book Review del 27 de noviembre de 1955:
Uno obtiene una gran satisfacción con un libro. Sabe que el lector está cautivo entre las tapas, pero, como novelista, tiene que imaginar la satisfacción que está obteniendo. Pero en el teatro,… la verdad es que, en ambos montajes de Pal Joey, solía acercarme y mirar, que no imaginar, a la gente disfrutando con la obra. Con mucho gusto empezaría ahora mismo mi próxima novela —que trata de una pequeña ciudad— pero necesito la diversión de una obra de teatro.
Hoy en día, los artistas son capaces de mezclar su dieta de medios tan fácilmente como su régimen de libros. Un poeta como Yeats, a la hora de crear sus efectos literarios, aprovechó plenamente la cultura campesina oral. Muy temprano, Eliot tuvo un gran impacto con su cuidadoso empleo de las formas del jazz y del cine, The Love Song of J. Alfred Prufrock deriva gran parte de su poder de la compenetración mutua de los lenguajes del jazz y del cine. Pero dicha mezcla alcanzó su mayor poder en The Waste Land y Sweeney Agonistes. En Prufrock, emplea no sólo la forma del cine sino también un tema suyo, el de Charlie Chaplin, como hizo James Joyce en Ulises. La Bloom de Joyce es un apoderamiento deliberado a partir de Chaplin (o «Chorney Choplain», como lo llamó en Finnegans Wake). Así como Chopin adaptó el pianoforte al estilo del baile clásico, Chaplin dio con esa fantástica mezcla de ballet y cine cuando desarrollaba su alternancia a lo Pavlova entre el éxtasis y el contoneo. Adaptó los pasos clásicos del ballet a una mímica cinematográfica que reunía precisamente la combinación exacta de lírica e ironía que también se encuentran en Prufrock y en Ulises. Los artistas en diversos campos son siempre los primeros en descubrir cómo capacitar un medio para que emplee o libere la energía de otro. En su forma más sencilla, es la técnica empleada por Charles Boyer en su especie de mezcla franco-inglesa de delirio urbano y gutural.
El libro impreso había animado a los artistas a reducir en lo posible toda forma de expresión al único plano descriptivo y narrativo de la palabra impresa. El advenimiento de los medios eléctricos liberó en seguida a las artes de esa camisa de fuerza y creó así el mundo de Paul Klee, Picasso, Braque, Eisenstein, los hermanos Marx y James Joyce. Dice un titular de la The New York Times Book Review (16 de septiembre de 1962): «No hay nada como un éxito de ventas para hacer que Hollywood se estremezca».
Por supuesto, hoy en día, sólo se puede convencer a las estrellas del cine de que dejen las playas, la ciencia ficción o algún que otro cursillo de mejora personal con el señuelo cultural de interpretar un personaje de un libro famoso. Ésta es la forma en que la interacción de los medios afecta a muchas personas del mundo del cine. No tienen más comprensión de sus problemas con los medios que la Madison Avenue[16]. Pero, desde el punto de vista del propietario de la película y de los medios afines, el éxito de ventas es una especie de seguro de que se ha aislado algún tipo de gestalt o patrón en la psique pública. Es un descubrimiento de petróleo o una mina de oro que con toda seguridad generará una buena tajada para el operador cuidadoso y despabilado. Los banqueros de Hollywood, pues, son más listos que los historiadores de la literatura, porque éstos desprecian el gusto popular excepto cuando se ha filtrado desde las clases de literatura a las antologías literarias.
En Picture, Lillian Ross narra de forma sarcástica el rodaje de The Red Badge of Courage. Obtuvo una fama fácil con un libro ridículo sobre una gran película con sólo presuponer que el medio literario era superior al cinematográfico. Su libro despertó mucha atención como híbrido.
Agatha Christie superó su elevado nivel usual al escribir una serie de doce relatos cortos sobre Hércules Poirot llamada «Los trabajos de Hércules». Adaptando temas clásicos en razonables paralelismos modernos, pudo infundir a la historia policíaca una intensidad extraordinaria.
Éste fue también el método de James Joyce en Dublineses y Ulises, en los que los precisos paralelismos clásicos generan una verdadera energía híbrida. Baudelaire, dice el señor Eliot, «nos enseñó a conferir intensidad a la imaginería de la vida cotidiana». No se logra con una obvia demostración de fuerza poética, sino con una simple adaptación de situaciones de una cultura dada a una forma híbrida, con situaciones de otra cultura. Es precisamente de este modo que, en tiempos de guerra o de migraciones, se ponen de actualidad nuevos combinados culturales. La investigación operativa programa el principio híbrido como técnica de descubrimiento creativo.
Cuando el guión cinematográfico o historia gráfica se aplicó al artículo de opinión, el mundo de las revistas descubrió un híbrido que acabó con la supremacía del artículo corto. Cuando se alinearon dos ruedas, el principio de la rueda se unió al principio tipográfico lineal para crear el equilibrio aerodinámico. La rueda, cruzada con la forma industrial lineal, liberó la nueva forma del avión.
La hibridación o encuentro de dos medios es un momento de la verdad y de revelación del que surgen nuevas formas. El paralelismo entre dos medios nos mantiene en las fronteras de formas que nos despiertan de la Narciso-narcosis. El encuentro de varios medios es un momento de libertad y de liberación del trance ordinario y del entumecimiento que imponen a los sentidos.
La tendencia de los niños neuróticos a perder algunos rasgos neuróticos cuando hablan por teléfono ha supuesto un rompecabezas para los psiquiatras. Algunos tartamudos dejan de tartamudear al hablar un idioma extranjero. Que las tecnologías sean maneras de traducir un tipo de conocimiento en otro ya ha sido expresado por Lymnan Bryson en la frase «la tecnología es claridad y precisión». Así pues, dicha traducción consiste en el deletreo de las formas del saber. Lo que llamamos mecanización es una traducción de la naturaleza, y de nuestras propias naturalezas, en formas amplificadas y especializadas. De ahí que la ocurrencia en Finnegans Wake: «Lo que el ave hizo ayer, lo hará el hombre el año que viene» resulte ser una observación estrictamente literal del curso de la tecnología. El poder de la tecnología, como dependiendo de un asir y soltar alternativamente para ampliar su radio de acción, se ha equiparado a la capacidad de los grandes monos arborícolas en comparación con los que viven en el suelo. Elías Canetti hizo la correcta asociación entre ese poder de los monos superiores para asir y soltar y la estrategia de los especuladores en la bolsa. Todo ello ha quedado condensado en la variante popular de la cita de Robert Browning: «Lo alcanzable tiene que ser mayor que la mano del hombre, si no, ¿qué es una metáfora?», Todos los medios son metáforas activas por su poder de traducir la experiencia en nuevas formas. El habla fue la primera tecnología con la que el hombre pudo soltar su entorno para volver a asirlo de una manera nueva. Las palabras son una especie de recuperación de la información que puede abarcar con gran velocidad todo el entorno y el saber. Las palabras son complejos sistemas de metáforas y símbolos que traducen la experiencia en nuestros sentidos pronunciados o exteriorizados. Son una tecnología de lo explícito. Mediante la traducción de las experiencias sensoriales inmediatas en símbolos vocales, puede evocarse y recuperarse el mundo entero en cualquier momento.
En esta edad eléctrica, cada vez más, nos vemos traducidos en forma de información al mismo tiempo que nos acercamos a la extensión tecnológica de la conciencia. Esto es lo que queremos expresar al decir que cada día sabemos más sobre el ser humano. Lo que queremos decir es que, cada vez más, podemos traducirnos en otras formas de expresión que nos superan. El hombre es una forma de expresión de la que tradicionalmente se espera que se repita a sí misma y a las alabanzas de su Creador. «La oración», dijo George Herbert, «es un trueno al revés». Con la traducción verbal, el hombre tiene el poder de reverberar el trueno Divino.
Al situar el cuerpo físico dentro del sistema nervioso extendido con los medios eléctricos, hemos desencadenado una dinámica por la cual todas las tecnologías anteriores, que no son sino meras extensiones de las manos, de los pies, de los dientes y de la termorregulación —todas ellas, ciudades incluidas, extensiones de nuestro cuerpo—, serán traducidas en sistemas de información. La tecnología electromagnética exige del hombre una docilidad extrema y la quietud de la meditación, como corresponde a un organismo cuyo cerebro está fuera de su cráneo y cuyos nervios están por fuera de su piel. El hombre debe servir a su tecnología eléctrica con la misma fidelidad de servomecanismo con la que sirvió a la piragua, la canoa, la tipografía o cualquier otra extensión de sus órganos físicos. Pero con la diferencia de que las otras tecnologías eran parciales y fragmentarias mientras que lo eléctrico es total e inclusivo. Un consenso o conciencia externos resultan ahora tan necesarios como la conciencia individual. No obstante, con los nuevos medios, todo puede ser almacenado y transferido; en cuanto a la velocidad, no hay problemas. No cabe más aceleración de este lado de la barrera de la luz. Así como casi cualquier cosa puede servir de combustible, de materias primas o de materiales de construcción cuando aumentan los niveles de información de la física y de la química, con la tecnología eléctrica puede invocarse la aparición de todos los bienes tangibles, con circuitos de información ordenados según los patrones orgánicos que llamamos «automatización» y recuperación de la información. Con la tecnología eléctrica, toda la actividad humana se convierte en aprender y conocer. En términos de lo que todavía consideramos «economía» (palabra griega que se refería a una unidad familiar), significa que todos los tipos de empleo se convierten en «aprendizaje remunerado» y que todos los tipos de riqueza resultan de movimientos de información. El problema de encontrar ocupación o empleo puede resultar tan difícil como fácil resulta enriquecerse.
Durante mucho tiempo, hemos llamado «ciencias aplicadas» a la larga revolución por la cual el hombre intenta traducir la naturaleza en arte. «Aplicado» significa traducido o transferido de un tipo de material a otro. A quienes estén dispuestos a considerar el asombroso proceso de las ciencias aplicadas en la civilización occidental, la obra de Shakespeare As You Like It da mucho que pensar. Su bosque de Arden es un dorado mundo de ventajas traducidas y desempleo justo como aquel en el que estamos entrando ahora por el portal de la automatización eléctrica. No supera lo que cabía esperar de Shakespeare el que entendiera el bosque de Arden como un modelo adelantado de la edad de la automatización, en la que todo puede transformarse en cualquier cosa que se desee:
y así nuestra vida, lejos de los lugares frecuentados, encuentra lenguas en los árboles, libros en los arroyos, sermones en las piedras y bien en todas las cosas. No lo cambiaría por nada.
AMIENS:
Feliz es su Gracia, que puede traducir el empecinamiento de la fortuna en tan apacible y placentero estilo.
(As You Like It, II, i. 15-21)
Shakespeare habla de un mundo en el que uno puede remodelar, programándolos por así decir, los materiales del mundo natural en varios niveles e intensidades de estilo. En la actualidad, estamos a punto de hacerlo a gran escala con la electrónica. He aquí un retrato de la edad de oro como una época de metamorfosis completas, o de traducción de la naturaleza en arte humano, fácilmente asequible en la edad eléctrica. El poeta Stephane Mallarmé pensó que «el mundo existe para acabar en un libro». Ahora estamos en condiciones de poder ir más allá y de transferir todo el espectáculo a la memoria de un ordenador. Porque el hombre, como señala Julian Huxley, posee un aparato de transmisión y transformación basado en su poder de almacenar la experiencia. Y esta capacidad para almacenar, por ejemplo en el lenguaje mismo, es también un modo de transformación de la experiencia.
«y esas perlas que eran sus ojos».
Nuestro dilema puede volverse como el del radioyente que llamó a la emisora: «¿Es la emisora que da el doble de partes meteorológicos? Pues, ciérrela, me estoy ahogando».
O bien podríamos volver al estado del hombre tribal, cuyas «ciencias aplicadas» son los rituales mágicos. En lugar de traducir la naturaleza en arte, el nativo no alfabetizado procura conferir energía espiritual a la naturaleza.
Puede que algunos de estos problemas encuentren solución en la idea freudiana de que cuando no logramos traducir algún acontecimiento o experiencia en arte consciente, lo «reprimimos». Es este mismo mecanismo el que nos entumece en presencia de aquellas extensiones nuestras que son los medios estudiados en esta obra. Así como las metáforas transforman y modifican la experiencia, también lo hacen los medios. Cuando decirnos «me lo tomo como un pase por mal tiempo[17]», trasladamos una invitación social al terreno deportivo, intensificando la actitud convencional hasta dar una imagen de auténtica decepción: «Su invitación no es de esos compromisos de los que procuro librarme. Me produce la misma frustración que un partido interrumpido que no vaya poder seguir». Como en toda metáfora, intervienen complejas relaciones entre cuatro componentes: «Su invitación es con respecto a las demás invitaciones ordinarias lo que un partido con respecto a la vida social convencional», Es de este modo, viendo un conjunto de relaciones a través de otro conjunto, que almacenamos y amplificamos la experiencia en formas como el dinero. Porque el dinero también es una metáfora. Y todos los medios como extensiones nuestras sirven para proporcionar nueva conciencia y visión transformadoras. Bacon dijo: «Es una ocurrencia excelente que se dijera que Pan, o el mundo, escogiese sólo a Eco como esposa (antes que a cualquier otra voz o palabra) porque solamente ella es la verdadera filosofía que hace justicia a las palabras mismas del mundo».
Hoy Mark II está preparado para traducir las obras maestras de la literatura de cualquier idioma a cualquier otro idioma y vierte como sigue las palabras de un crítico de Tolstoi sobre «Guerra y Mundo (paz. […] Pese a la cultura) costes locales. Algo traduce. Algo imprime» (Boorstin, 141).
La palabra «captan» o «percibir» apunta al proceso de obtener algo a través de otra cosa, de manejar y sentir muchas facetas a la vez, y con más de un sentido a la vez. Empieza a ser evidente que el «tacto» no se debe a la piel sino a las interacciones entre los sentidos y que el «seguir en contacto» o el «ponerse en contacto» son el resultado de un encuentro logrado entre los sentidos, de la vista traducida en sonido, éste en movimiento, y el gusto en olfato. Durante muchos siglos se creyó que el «sentido común» era aquella peculiar capacidad humana de verter la experiencia de un solo sentido en todos los sentidos, presentando continuamente a la mente el resultado en forma de imagen unificada. De hecho, esta imagen de unificada proporción entre los sentidos fue considerada durante mucho tiempo como señal de racionalidad y fácilmente podría volver a serlo en la edad de los ordenadores. Porque ahora se puede programar una proporción entre los sentidos muy parecida a la condición de conciencia. Sin embargo, esta condición necesariamente habrá de ser una extensión de la propia conciencia, así como la rueda es una extensión de los pies en rotación. Después de haber extendido, o traducido, el sistema nervioso central en tecnología electromagnética, una fase posterior podría ser el verter también la conciencia en el mundo del ordenador. Entonces, por fin, podremos programar la conciencia de tal modo que no podrá ser entumecida ni distraída por las ilusiones narcisistas del mundo del espectáculo, que acosan al hombre cuando está extendido en sus propios artefactos.
Si la obra de la ciudad consiste en rehacer o transformar al hombre en una forma más conveniente que la que lograron sus antepasados nómadas, entonces, la actual transformación de toda nuestra vida en la forma espiritual de la información ¿no estaría convirtiendo el globo entero, y a la familia humana, en una única conciencia?
La Némesis de la creatividad
Fue Bertrand Russell quien declaró que el gran descubrimiento del siglo XX fue la técnica del juicio provisional. A. N. Whitehead, por su parte, explica que el mayor descubrimiento del siglo XIX fue el de la técnica de descubrir. Es decir, la técnica con la cual se empieza desde la cosa por descubrir y se remonta, paso a paso, como en una cadena de montaje, hasta el punto en que es necesario empezar para alcanzar el objeto deseado. En el arte, se refiere a empezar por el efecto e inventar luego un poema, cuadro o edificio que tenga precisamente ese efecto y ningún otro.
Pero la técnica del juicio provisional va más lejos todavía. Prevé los efectos de una infancia infeliz en el adulto, por ejemplo, y contrarresta dichos efectos antes de que se den. En psiquiatría, es la técnica de la permisividad total extendida como un anestésico para la mente, mientras son sistemáticamente eliminadas otras varias adhesiones y efectos morales de unos juicios falsos.
Esto es algo muy distinto del efecto embotador, o narcótico, de una nueva tecnología que adormece la atención cuando esta nueva forma cierra de golpe las puertas del juicio y de la percepción. Hace falta una cirugía social masiva para insertar una nueva tecnología en la mente del grupo, y esto se consigue con el dispositivo incorporado de entumecimiento descrito anteriormente. La «técnica del juicio provisional» brinda la posibilidad de rechazar el narcótico o de aplazar indefinidamente la operación de inserción de la nueva tecnología en la psique social. Se está preparando una nueva estasis.
Con The Pnysícist’s Conceptíon nfNature, Werner Heisenberg es un ejemplo del nuevo físico cuántico cuya conciencia global de las formas le sugiere que haría bien en mantenerse alejado de la mayoría de ellas. Añade que los cambios técnicos modifican no sólo los hábitos cotidianos, sino también los patrones de pensamiento y valoración, y cita con aprobación el sabio chino:
Mientras Tzu-Gung viajaba por las regiones al norte del río Han, vio a un anciano trabajando en su huerta. Había excavado un canal de riego. El anciano bajaba a un pozo y sacaba con las manos un recipiente lleno de agua que vertía en el canal. Si bien sus esfuerzos eran tremendos, los resultados parecían más bien escasos.
Tzu-Gung dijo: «Hay un modo de llenar cien canales de riego en un solo día y de conseguir mucho más con mucho menos esfuerzo.
¿Quiere que se lo explique?».
Entonces el campesino se levantó, lo miró y dijo: «¿En qué consiste?».
Tzu-Gung contestó: «Prepare un poste de madera delgado en un extremo y pesado en el otro. Así podrá elevar agua tan rápidamente que parecerá fluir. Se llama un pozo de balancín».
Entonces la ira invadió el rostro del anciano, que dijo: «Mi maestro decía que cualquiera que hace su trabajo con una máquina trabaja como una máquina; y que quien lleva en el pecho un corazón de máquina pierde su sencillez. Quien pierde su sencillez se vuelve inseguro en los esfuerzos de su alma. La inseguridad de los esfuerzos del alma es algo que no concuerda con el sentido de la honestidad. No es que no conozca esos artilugios: es que me da vergüenza utilizarlos».
Tal vez el aspecto más interesante de esta anécdota es que resulta atractiva al físico moderno. No habría despertado el interés de Newton o de Adam Smith, porque eran grandes expertos y abogados de los enfoques fragmentario y especializado. Es con una perspectiva muy afín a la del sabio chino que Hans Selye trabajó en su idea de la enfermedad como «tensión». En los años veinte, le había asombrado que los médicos siempre se centraran en el reconocimiento de enfermedades concretas y en los remedios específicos de las causas aisladas y que, al mismo tiempo, nunca prestasen atención al «síndrome de encontrarse mal». Quienes se preocupan por el programa «contenido» en los medios y no por el medio en sí parecen estar en la misma posición que aquellos médicos que hacen caso omiso del «síndrome de encontrarse mal». Han Selye, al emprender un enfoque total e inclusivo del campo de la enfermedad, inició lo que Adolphe Jonas continuó en lrrítatíon and Courüer-lrritation; es decir, la búsqueda de una respuesta a la herida, o a cualquier nuevo tipo de impacto. Hoy en día, tenemos anestésicos que nos permiten realizar, mutuamente, las más aterradoras operaciones físicas.
Los nuevos medios y tecnologías con los que nos amplificamos y extendemos constituyen una inmensa operación quirúrgica practicada en el cuerpo social con absoluto desprecio de los antisépticos. Si dicha operación es necesaria, debe considerarse la inevitabilidad de infectar todo el organismo en su transcurso. Al operar una sociedad con una tecnología nueva, no es el área de la incisión la más afectada. La zona del impacto y de la incisión es insensible. Es el organismo entero el que ha cambiado. El efecto de la radio es visual y el de la fotografía es acústico. Cada nuevo impacto modifica las proporciones entre los sentidos! Lo que buscamos ahora es o bien una forma de controlar las fluctuaciones de las proporciones sensoriales de la perspectiva psíquica y social o una manera de evitarlas del todo. Padecer una enfermedad sin presentar sus síntomas equivale a estar inmune. Ninguna sociedad consiguió saber lo bastante acerca de sus acciones como para desarrollar inmunidad a sus nuevas extensiones o tecnologías. Ahora hemos empezado a sentir que el arte bien podría proporcionar dicha inmunidad.
En la historia de la cultura humana, no hay ejemplo de ajuste consciente de los diversos factores de la vida privada y social a las nuevas extensiones, excepto los endebles y periféricos esfuerzos de los artistas. El artista capta el mensaje del desafío cultural y tecnológico décadas antes de que se produzca su impacto transformador. Entonces, construye modelos, o arcas de Noé, para enfrentarse al cambio que se acerca. «La guerra de 1870 no se habría librado de haber leído la gente mi Educación sentimental», dijo Gustave Flaubert.
Es éste el aspecto de arte nuevo cuyo cuidadoso estudio recomienda Kenneth Galbraith a los hombres de negocios que quieran seguir en los negocios. Porque, en la edad eléctrica, no tiene sentido decir que un artista se ha adelantado a su tiempo. Nuestra tecnología también está adelantada a su tiempo, siempre que contemos con la capacidad de reconocerla por lo que es. Para prevenir todo hundimiento innecesario en la sociedad, el artista tiende ahora a trasladarse de su torre de marfil a la torre de control de la sociedad. Así como en la edad eléctrica la educación superior ha dejado de ser una presunción o un lujo para convertirse en una necesidad básica del diseño operacional y productivo, el artista resulta indispensable en el modelado, análisis y comprensión de la vida de las formas y estructuras creadas por la tecnología eléctrica.
Las víctimas de la nueva tecnología siempre han murmurado tópicos sobre la impracticabilidad de los artistas y de sus fantasiosas preferencias. Pero, en el siglo pasado, llegó a aceptarse comúnmente que, en palabras de Wyndham Lewis: «El artista siempre se encuentra escribiendo una detallada historia del futuro porque es el único consciente de la naturaleza del presente». Ahora, para la supervivencia del hombre, es necesario el conocimiento de este simple hecho. Es antiquísima la facultad del artista para esquivar el mazazo de una nueva tecnología en cualquier época y contener esa violencia con pleno conocimiento. También antiquísima es la incapacidad de las víctimas, que no pueden esquivar la nueva violencia, para reconocer la necesidad de artistas. Premiar y hacer famosos a los artistas también puede ser una manera de hacer caso omiso de su labor profética y de prevenir la aplicación precisa de ésta a la supervivencia. El artista es aquel que, en cualquier campo, científico o humanístico, capta las implicaciones de sus acciones y de los nuevos conocimientos de su tiempo. Es un hombre de conciencia integral.
El artista puede corregir las proporciones de los sentidos antes de que el golpe de una nueva tecnología haya entumecido los procedimientos conscientes. Puede corregirlos antes de que empiecen el entumecimiento, la inseguridad subliminal y la reacción. Si esto es cierto, ¿cómo podría presentarse la cuestión a los que están en condiciones de poder hacer algo al respecto? Si hubiera incluso la más remota posibilidad de que este análisis fuese cierto, nos aseguraría un armisticio global y un período de recapitulación, Si es cierto que el artista dispone de la facultad de prever y evitar las consecuencias de los traumas tecnológicos, ¿qué vamos a pensar, entonces, del mundo y de la burocracia de la «apreciación artística»? ¿No llegaría a parecerse de repente a una conspiración para hacer del artista un fanfarrón, un frívolo o un relajante muscular? Si los hombres pudiesen dejarse convencer de que el arte es un preciso conocimiento por adelantado de cómo vérselas con las consecuencias psíquicas y sociales de la próxima tecnología, ¿no se harían todos artistas? ¿ü emprenderían una cuidadosa transcripción de las nuevas formas de arte en mapas de navegación social? Siento curiosidad por saber qué pasaría si el arte fuese reconocido de repente por lo que es, es decir, una información exacta acerca de cómo reorganizar nuestra psique para adelantarnos al próximo golpe de nuestras facultades extendidas. ¿Dejaríamos, entonces, de ver las obras de arte como el explorador puede ver el oro y las gemas utilizados como adornos por gentes sencillas y no alfabetizadas?
De todos modos, el arte experimental indica al hombre las especificaciones exactas de la violencia contra su psique proveniente de sus propios antirritantes o tecnología. Esas partes nuestras que proyectamos en forma de nuevos inventos son intentos de contrarrestar o neutralizar las presiones e irritaciones colectivas, Pero el antiirritante suele resultar más molesto que el irritante inicial, como una toxicomanía. Y aquí es donde el artista puede enseñarnos a «fluir con el puñetazo» en lugar de «recibirlo en la barbilla», Sólo puede repetirse que la historia del hombre es un registro de «encajar en la barbilla».
Hace mucho tiempo, Emile Durkheim expresó la idea de que las tareas especializadas siempre escapaban a la acción de la conciencia social. En este aspecto, parece ser que ¡el artista es la conciencia social y que es tratado como corresponde! «No tenemos arte», dicen los balineses, «sólo hacemos las cosas lo mejor posible».
La metrópoli moderna está creciendo desordenada e inútilmente tras el impacto del automóvil. En respuesta al desafío de las velocidades del ferrocarril, los suburbios y las ciudades jardín llegaron demasiado tarde o justo a tiempo para convertirse en un desastre automovilístico. Una ordenación de las funciones regulada para una serie de intensidades resulta intolerable bajo otra intensidad. Y una extensión tecnológica del cuerpo diseñada para aliviar el excesivo esfuerzo físico puede dar lugar a un estrés psíquico tal vez mucho peor. La tecnología especializada occidental trasladada al mundo árabe en los últimos tiempos de Roma desató una furiosa descarga de energía tribal.
Las técnicas de diagnóstico, parcialmente sospechosas, que hemos empleado para determinar la verdadera forma e impacto de un nuevo medio no difieren mucho de las preconizadas por Peter Cheyney en la literatura policíaca. En You Can’t Keep the Change (Collins, Londres, 1956), escribe:
Para Callaghan, un caso no era sino un grupo de personas, de las cuales algunas —todas— proporcionaban información incorrecta o mentían porque las circunstancias las obligaban o empujaban a ello.
Pero el hecho de que tenían que mentir, de que tenían que dar información falsa, requería una reorientación de sus propios puntos de vista y vidas. Tarde o temprano se agotaban o se descuidaban, Entonces, y sólo entonces, podía el investigador poner el dedo en un hecho que lo llevaría a una posible solución lógica,
Es interesante notar que el éxito en mantener las apariencias acostumbradas y respetables sólo puede lograrse con un zafarrancho frenético entre bastidores. Después del crimen, después de haberse asestado el golpe, sólo puede mantenerse la fachada de costumbre con un reajuste rápido de los accesorios. Lo mismo ocurre en nuestra vida social cuando nos golpea una nueva tecnología, o en nuestra vida privada, cuando tenemos una experiencia intensa, y por lo tanto indigesta, y el censor actúa de inmediato para entumecernos ante el golpe y preparar nuestras facultades para que puedan asimilar la intrusión. Las observaciones de Peter Cheyney sobre cierta literatura policíaca dan otro ejemplo de entretenimiento popular que funciona como modelo simulador de la realidad.
La más obvia «cerrazón» o consecuencia psíquica de cualquier tecnología nueva tal vez sea simplemente su demanda. Nadie quiere coche mientras no los hay, y a nadie le interesa la televisión antes de que haya programas. Este poder de la tecnología para crear su propia demanda no es independiente del hecho de que la tecnología sea en primer lugar una extensión de los sentidos y del cuerpo. Cuando se está privado del sentido de la vista, los demás sentidos asumen, hasta cierto punto, el papel de la vista. Pero la necesidad de emplear todos los sentidos disponibles es tan apremiante como la respiración, hecho que explica la compulsión de dejar encendida más o menos continuamente la radio o la televisión. La compulsión de uso continuo es independiente del «contenido» del programa, público, y de la vida sensorial, privada; da testimonio del hecho de que la tecnología forma parte de nuestro cuerpo. La tecnología eléctrica está directamente relacionada con nuestro sistema nervioso central, por lo cual es ridículo hablar de lo que el público quiere» que se toque con sus propios nervios. Sería como preguntar a la gente de una metrópoli urbana qué tipo de vistas y sonidos preferirían tener a su alrededor. Una vez que hemos entregado los sentidos y el sistema nervioso a la manipulación privada de personas dispuestas a arrendar nuestros ojos, oídos y nervios, no nos queda en realidad ningún derecho. Arrendar los ojos, los oídos y el sistema nervioso a intereses comerciales equivale a entregar el discurso común a una empresa privada o a dar en monopolio la atmósfera de la tierra a una compañía. Algo parecido ha pasado con el espacio exterior, y por las mismas razones por las que hemos alquilado nuestro sistema nervioso a diversas corporaciones. Mientras sigamos adoptando la actitud de Narciso de pensar que las extensiones del cuerpo están realmente ahí fuera y son de verdad independientes de nosotros, seguiremos acogiendo todos los desafíos tecnológicos con la misma pirueta sobre una piel de plátano y la misma caída.
Arquímedes dijo una vez: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo». Hoy en día, habría señalado nuestros medios eléctricos y dicho: «Me apoyaré en vuestros ojos, oídos, nervios y cerebro y el mundo se moverá al paso que quiera marcar». Hemos alquilado esos «puntos de apoyo» a corporaciones privadas.
Arnold Toynbee dedicó gran parte de su A Study of History al análisis de los tipos de desafíos a los que se enfrentaron una gran variedad de culturas a lo largo de muchos siglos. Especialmente relevante para el occidental es la explicación de Toynbee de cómo los cojos y los tullidos reaccionan frente a su incapacidad en una sociedad de guerreros en activo: se especializan, como Vulcano, herrero y armero. ¿Y qué hacen comunidades enteras cuando son conquistadas y sometidas? Se valen de la misma estrategia que el cojo en una sociedad de guerreros. Se especializan y se vuelven indispensables para sus conquistadores. Muy probablemente, fueron la larga historia humana de esclavitud y el colapso en la especialización como antiirritante los que ataron los estigmas de servidumbre y pusilanimidad a la figura del especialista, incluso en los tiempos modernos. La capitulación del occidental ante su tecnología, con su creciente demanda de especialistas, siempre ha parecido una especie de esclavitud a muchos observadores de nuestro mundo. Pero la fragmentación resultante fue voluntaria y entusiasta, a diferencia de la estrategia consciente de especialización de los cautivos sometidos por las armas.
Está claro que la fragmentación, o especialización, como técnica para obtener seguridad bajo la tiranía y la opresión, conlleva un peligro concomitante. La adaptación perfecta a cualquier entorno sólo se logra con una dedicación absoluta de las fuerzas y energías vitales, que equivale a una especie de término estático. Incluso los cambios leves en el entorno de los muy bien adaptados los sorprende desprovistos de recursos para enfrentarse a nuevos retos. Ésta es la difícil situación en que se encuentran los representantes de la «sabiduría convencional» en cualquier sociedad. Han colocado toda su seguridad y categoría en una única forma de conocimiento adquirido, de modo que, para ellos, la innovación no supone novedad, sino aniquilación.
Otro tipo de desafío afín al que siempre han debido enfrentarse las culturas es el simple hecho de una frontera, o muro, al otro lado de la cual se encuentra otra sociedad diferente. La mera existencia contigua de dos formas distintas de organización genera bastante tensión. De hecho, éste fue el principio de las estructuras artísticas simbólicas del siglo pasado. Toynbee observa que el desafío de una civilización yuxtapuesta a una sociedad tribal ha demostrado una y otra vez que la sociedad más simple «presencia la desintegración de su economía e instituciones fundamentales por el diluvio de energía psíquica generado por la civilización» de la sociedad más compleja. Cuando dos sociedades coexisten en proximidad, los retos psíquicos de la más compleja actúan como una explosiva liberación de energía en la más simple. Para encontrar abundantes indicios sobre este tipo de problemas, no hace falta mirar más allá de la vida de los adolescentes en un centro urbano complejo. Así como los bárbaros fueron empujados a una inquietud furiosa por el contacto con civilizados, colapsándose en migraciones en masa, el adolescente, obligado a compartir la vida de una ciudad que no lo acepta como adulto, se colapsa en una especie de «rebelión sin causa». Antiguamente, al adolescente se lo compensaba con un aplazamiento. Estaba preparado para esperar. Pero, desde la televisión, el anhelo de participar ha acabado con la adolescencia y en todos los hogares norteamericanos hay un muro de Berlín.
Toynbee es muy prolífico en ejemplos; cita una gran diversidad de retos y colapsos y es particularmente hábil en señalar los frecuentes y fútiles intentos de recurrir al futurismo, o al arcaísmo, como estrategia de encuentro con los cambios radicales. Pero suspirar por los tiempos del caballo o esperar impacientemente la llegada del vehículo ingrávido no son respuestas adecuadas al desafío del automóvil. Sin embargo, estas dos formas uniformes de mirar, atrás y adelante, son formas comunes de evitar las discontinuidades de la experiencia actual y sus demandas de inspección y aprobación sensibles. Sólo el artista dedicado parece tener el poder de encontrarse con la presente actualidad. Toynbee apremia, una y otra vez, a la estrategia cultural que consiste en la imitación del ejemplo de los grandes hombres. Por supuesto, esto ubica la seguridad cultural en el poder, no de la voluntad, sino de la percepción correcta de las situaciones. Cualquiera podría mofarse de que se trata de la consabida fe británica en el carácter antes que en el intelecto. Aunque, dada la capacidad infinita del hombre para hipnotizarse a sí mismo hasta quedar inconsciente en presencia de un reto, podría debatirse que, para la supervivencia, la voluntad resulta tan útil como el intelecto. Hoy necesitamos además la voluntad de estar excesivamente informados y conscientes.
Amold Toynbee da un ejemplo de encuentro efectivo con la tecnología renacentista y de control creativo de ésta, al demostrar cómo la recuperación del parlamento medieval descentralizado salvó la sociedad inglesa del monopolio del centralismo que se apoderó del resto del continente. En The City in History, Lewis Mumford cuenta el extraño relato de cómo las ciudades de Nueva Inglaterra pudieron seguir el patrón medieval de ciudad ideal al poder prescindir de las murallas y combinar el campo y la ciudad. Cuando la tecnología de una época empuja muy fuerte en una dirección, la sabiduría bien puede pedir un empuje compensador. No puede acogerse la implosión de energía eléctrica del presente siglo con una explosión, o expansión, pero sí con la descentralización y flexibilidad de múltiples centros pequeños. Por ejemplo, la afluencia masiva de estudiantes en las universidades no es una explosión sino una implosión. Y la estrategia necesaria para recibir esta fuerza no es ampliar la universidad, sino crear numerosos grupos de facultades autónomas en lugar de la planta universitaria centralizada que se desarrolló según las líneas de los gobiernos europeos y de la industria del siglo XIX.
Del mismo modo, los excesivos efectos táctiles de la imagen de televisión no pueden ser solucionados con meros cambios en la programación. Una estrategia con imaginación basada en un diagnóstico correcto prescribiría un enfoque estructural o uno con la profundidad correspondiente al existente mundo visual y alfabetizado. Si persistimos en enfocar convencionalmente estos desarrollos, nuestra cultura tradicional será barrida como lo fue la escolástica en el siglo XV 1. Si los escolásticos, con su compleja cultura oral, hubiesen comprendido la tecnología de Gutenberg, habrían creado una nueva síntesis de la educación oral y escrita en lugar de desaparecer del mapa y de dejar que la página meramente visual asumiera la dirección de la empresa didáctica. Los orales escolásticos no recogieron el nuevo reto visual de la imprenta, por lo cual la explosión, o expansión, resultante de la tecnología de Gutenberg supuso, en muchos aspectos, un empobrecimiento de la cultura, como empiezan ahora a explicar historiadores como Murnford. En A Study of History, al considerar «la naturaleza del crecimiento de las civilizaciones», Arnold Toynbee no sólo abandona el criterio de ampliación como criterio de verdadero crecimiento de una sociedad, sino que afirma: «Más a menudo, la expansión geográfica es concomitante a un verdadero declive y coincide con un período de «problemas» o con un estado universal, siendo ambas condiciones etapas de declive y de desintegración».
Toynbee expone el principio de que los períodos de problemas o de cambios rápidos dan pie al militarismo y es el militarismo el que produce imperios y expansiones. El antiguo mito griego según el cual el alfabeto engendró el militarismo ("el rey Cadmus sembró dientes de dragón de los cuales surgieron hombres arrnados») llega mucho más lejos que la exposición de Toynbee. De hecho, «militarismo» no es sino mera descripción vaga y no análisis de la causalidad. El militarismo es una especie de organización visual de las energías sociales que es a la vez especializada y explosiva, y por ello resulta redundante decir, como hace Toynbee, que tanto puede crear grandes imperios como causar colapsos sociales. Pero el militarismo es una clase de industrialismo o concentración de grandes cantidades de energías homogeneizadas en unos pocos tipos de producción. El soldado romano era un hombre con una espada. Era un trabajador experto y un constructor que empaquetaba y trataba los recursos de muchas sociedades y los mandaba a casa. Antes de la maquinaria, las únicas fuerzas de trabajo masivas eran los soldados o los esclavos. Como señala el mito griego de Cadmus, el alfabeto fue el mayor procesador de hombres para la vida militar homogeneizada que conoció la Antigüedad. El período de la sociedad griega que según Herodoto estuvo «plagado de más problemas que las veinte generaciones anteriores» fue una época que, desde nuestra alfabetizada retrospectiva, parece uno de los siglos más importantes de la humanidad. Fue Macaulay quien observó que la vida en los tiempos que más emocionantes parecen a la lectura no debía de resultar muy agradable. El período posterior a Alejandro Magno vio el helenismo expandirse en Asia y preparar el camino para la futura expansión romana. No obstante, fueron los siglos en los que se desmoronó la cultura griega.
Toynbee señala la curiosa falsificación de la historia por la arqueología, en la medida en que la supervivencia de muchos objetos materiales del pasado no dice nada de la calidad de vida ni de la experiencia cotidiana de cualquier época dada. Durante todo el período de declive romano y griego, se producen continuas mejoras técnicas en las artes de la guerra. Toynbee comprueba su hipótesis cotejándola con los desarrollos de la agricultura griega. La empresa de Salón, que apartó a los griegos de una agricultura diversificada para hacerles seguir un programa de productos especializados para la exportación, tuvo consecuencias felices y dio lugar a una gloriosa manifestación de energía en la vida griega. En la fase siguiente de esta presión especialista, que dependió en gran parte de la mano de obra esclava, se produjeron espectaculares incrementos de la producción. Pero los regimientos de esclavos tecnológicamente especializados que trabajaban la tierra acabaron con la existencia social de los pequeños terratenientes y agricultores libres y condujeron al extraño mundo de las ciudades y poblaciones romanas, atestadas de parásitos desarraigados.
En mucho mayor grado que la esclavitud romana, la especialización de la industria mecanizada y la organización de mercado han planteado al occidental el reto de la manufactura por monofractura, o de emprender «paso a paso» todos los procesos y operaciones. Éste es el reto que ha impregnado todas las facetas de nuestras vidas y nos ha permitido expandirnos tan triunfalmente en todas las direcciones y esferas de actividad.