Capítulo 20

William McIntyre llegó a su cita justo a tiempo.

Salió del ascensor y se dirigió al mirador de la Torre Eiffel. Después de la lluvia del día anterior, el aire estaba limpio y fresco. París brillaba bajo sus pies como si el agua se hubiese llevado todos sus oscuros secretos.

—No se han fiado de ti —dijo el hombre de negro.

—No —admitió William.

Su amigo sonrió.

—Aprenden rápido.

William McIntyre trató de controlar su enfado.

—Podría haber sido peor.

—Podría haber sido mucho mejor. Tendremos que vigilarlos más de cerca, ¿no crees?

—Ya me he encargado de eso. —William McIntyre sacó su teléfono móvil y entonces le mostró la pantalla a su colega: el último número que había marcado pertenecía a Viena, la capital de Austria.

El hombre de negro silbó.

—¿Estás seguro de que es prudente?

—No —admitió William—, pero sí necesario. La próxima vez no puede haber ningún error.

—Ni un solo error —confirmó el hombre de negro.

Los dos hombres, juntos, observaron la ciudad de París, que se extendía bajo sus pies: una ciudad con diez millones de personas que ignoraban totalmente que el destino del mundo pendía de un hilo.