Alistair Oh estaba saliendo de la aduana cuando sus enemigos le tendieron una emboscada.
—Bonjour, tío.
Ian Kabra apareció por su derecha.
—Que tengas un buen vuelo.
Alistair giró hacia la izquierda, pero Natalie Kabra le cerró el paso.
—Yo en tu lugar no intentaría escapar, tío Alistair —dijo ella amablemente—. Es increíble que me las haya arreglado para atravesar un aeropuerto con tantas armas.
Llevaba en las manos una muñeca china con un vestido de satén azul. Era ya demasiado mayor para jugar con algo como aquello, pero había conseguido engatusar a los guardias de seguridad.
—¿Qué es eso? —preguntó Alistair, tratando de mantener la calma—. ¿Una arma? ¿Una bomba?
Natalie sonrió.
—Espero que no tengas que averiguarlo. Lo dejaríamos todo patas arriba.
—Sigue caminando, tío —sugirió Ian, siendo tan sarcástico como pudo—. No me gustaría levantar sospechas.
Cruzaron la terminal con paso veloz. Alistair tenía el corazón a punto de estallar. Podía sentir el Almanaque del pobre Richard en el bolsillo de su chaqueta, golpeando contra su pecho a cada paso.
—Entonces —preguntó el anciano—, ¿cuándo habéis llegado?
—Oh, hemos viajado en nuestro jet —explicó Ian—; utilizamos una pista de aterrizaje privada donde la seguridad es mucho más… relajada. ¡Hemos venido sólo para darte la bienvenida!
—Sois muy amables —dijo Alistair—. Pero yo no tengo nada que pueda interesaros.
—Eso no es lo que hemos oído —respondió Natalie—. Entréganos el libro.
Alistair sintió que se le secaba la garganta.
—¿Cómo sabéis…?
—Las noticias vuelan —explicó la muchacha—. Tenemos contactos.
—Natalie —dijo Ian en tono brusco—, te agradezco tu ayuda, pero a partir de ahora seré yo quien hable. Tú sostén la muñeca.
Ella frunció el ceño, y su linda cara ya no parecía tan bonita.
—Hablaré cuando me apetezca, Ian; madre y padre dijeron que…
—¡Me da igual lo que hayan dicho! ¡Yo estoy al mando!
Natalie parecía preparada para gritarle de nuevo, pero se tragó la ira. A Alistair no le gustaba demasiado el modo en que estrujaba la muñeca. Imaginaba que el aparato tendría un gatillo en algún lado y no quería descubrir qué efecto ocasionaba.
—Estoy seguro de que no queréis provocar ninguna guerra entre ramas —dijo el anciano, tratando de parecer diplomático—; con una sola llamada telefónica puedo conseguir ayuda desde Tokio hasta Río de Janeiro.
—Igual que nosotros —respondió Ian—, y he leído la historia de mi familia, tío. La última vez que nuestras ramas se enfrentaron, no le fue demasiado bien a la tuya, ¿verdad?
Alistair siguió caminando mientras pensaba detenidamente. A veinte metros de distancia, había un puesto de seguridad con un gendarme. Si consiguiese distraerlos…
—Como la explosión de Siberia en 1908 —le dijo a Ian—. Sí, eso fue impresionante, pero esta vez hay mucho más en juego.
—Exacto —afirmó Ian—, así que entréganos el libro antes de que tengamos que lastimarte, viejo.
Natalie se rió.
—Si te escuchases a ti mismo, Ian. En serio.
Su hermano frunció el ceño.
—¿Qué has dicho?
«Cinco metros para llegar al gendarme, mantén la calma», pensó Alistair.
—Oh, nada —le respondió Natalie a su hermano despreocupadamente—, sólo que aburres a las cabras. Sin mí, ni siquiera podrías asustar a este patético anciano.
La expresión de Ian se endureció.
—Pues claro que podría, pequeña inútil.
Natalie se paró delante de Alistair, haciendo frente a su hermano, y el anciano se dio cuenta de que aquélla era su oportunidad. Caminó hacia atrás y después hacia un lado y, antes de que los Kabra se diesen cuenta, ya estaba delante del gendarme hablando lo más alto que podía.
—¡Merci, queridos sobrinos! —gritó a los Kabra—, pero vuestros padres se van a preocupar, id saliendo vosotros que yo voy en seguida. Tengo que hacerle un par de preguntas a este oficial, creo que me he olvidado de declarar mi fruta fresca en la aduana.
—¿Fruta fresca? —dijo el oficial—. Monsieur, eso es muy importante. ¡Venga conmigo, por favor!
Alistair se encogió de hombros como pidiendo disculpas a los Kabra.
—Por supuesto, tío. No te preocupes. Te aseguro que nos veremos más tarde. Vamos, Natalie —dijo Ian pronunciando el nombre de su hermana entre dientes—. Tenemos que hablar.
—¡Ay! —exclamó la muchacha cuando él la agarró del brazo para conducirla a un lugar más recogido, donde no pudieran verlos.
Alistair suspiró aliviado. Él siguió con gratitud al gendarme de vuelta a la aduana, donde después de veinte minutos de preguntas e inspección de maletas, Alistair se acordó, quelle surprise!, de que después de todo, no llevaba fruta fresca. Él fingió ser un anciano confundido y el irritado oficial de aduanas lo dejó marcharse.
De nuevo en la terminal, Alistair sonrió satisfecho. Ian y Natalie Kabra podían ser unos oponentes mortales, pero aún eran unos niños. El anciano nunca había permitido que unos jovencitos como ellos fuesen más astutos que él. No cuando su propio futuro y el futuro de su rama estaban en juego.
Dio una palmada en el Almanaque del pobre Richard y comprobó que aún se encontraba a salvo, en el bolsillo de su chaqueta. Alistair dudaba de que cualquier otro equipo supiese más que él sobre las treinta y nueve pistas. Después de todo, él había estado espiando a Grace durante años, descubriendo su propósito. Sin embargo, había aún muchas cosas que no podía entender… secretos que esperaba que Grace hubiese contado a sus nietos. Pronto lo averiguaría.
De momento, había empezado con buen pie. Ahora ya sabía el significado de la primera pista: la resolution de Richard S. Soltó una carcajada al pensarlo. Ni siquiera Amy o Dan habían conseguido averiguar el verdadero significado de eso.
Siguió su camino por la terminal, manteniendo los ojos bien abiertos por si acaso los Kabra seguían cerca, pero parecían haber desaparecido. Salió del edificio y, mientras arrastraba sus maletas hacia un taxi, una furgoneta violeta se paró delante de él.
Las puertas correderas se abrieron por uno de los lados del vehículo y una voz animada de hombre dijo:
—Muy buenas.
Lo último que Alistair Oh vio fue un puño enorme que iba directamente hacia su cara.