Capítulo 4

Dan se sentía algo mareado, como aquella vez que había comido veinte paquetes de caramelos. No podía creer cuánto dinero acababan de tirar por la borda.

Desde muy pequeño, había soñado con hacer cualquier cosa que sirviese para que sus padres se sintiesen orgullosos. Sabía que estaban muertos, por supuesto, casi no se acordaba de ellos. Aun así… pensaba que si lograba hacer algo sorprendente (algo incluso mejor que completar la colección de jugadores de béisbol de todos los tiempos, o convertirse en un señor de los ninjas), de alguna manera, sus padres lo sabrían y estarían orgullosos de él. Esta competición para convertirse en el Cahill más importante le parecía una oportunidad perfecta.

Además, le gustaban los tesoros y había sido genial ver la cara completamente roja de la tía Beatrice cuando, dando un portazo, se fue de la habitación hecha una furia.

Ahora, en el Gran vestíbulo tan sólo permanecían los miembros de los siete equipos y el señor McIntyre.

Tras un silencio tenso, el abogado dijo:

—Pueden abrir los sobres.

RAS RAS RAS

La pista estaba escrita en letras negras sobre un papel de color crema. Decía:

—¿Eso es todo? —chilló Mary-Todd—. ¿Nada más que eso?

—Doce palabras —murmuró Eisenhower Holt—. Eso son…

Empezó a contar con los dedos…

—Unos quinientos mil dólares por palabra —añadió Alistair Oh—, dado que tu familia ha renunciado a cinco millones de dólares. Lo mío ha sido una ganga, cada palabra me ha costado sólo cien mil dólares.

—¡Vaya estupidez! —exclamó Madison Holt—. Necesitamos más datos.

—Richard S. —musitó Ian—. A ver, ¿quién podría ser esa persona? —Miró a su hermana y los dos se sonrieron como quien comparte una broma privada. Dan sintió ganas de atizarles.

—Un momento, por favor —dijo el padre de Jonah frunciendo el ceño—. ¿Todo el mundo tiene la misma pista? Porque mi hijo exige material exclusivo, está en su contrato estándar.

—Las treinta y nueve pistas —respondió el señor McIntyre— son los pasos esenciales que les llevarán a conseguir su objetivo y son las mismas para todos los equipos. La primera de ellas, que acaban de recibir, es la más simple de todas.

—¿Simple? —dijo Alistair Oh arqueando las cejas—. Voy a odiar las difíciles.

—De todas formas —continuó el señor McIntyre—, hay muchos caminos para desvelar cada pista. Varias señales y secretos han sido enterrados para que ustedes los encuentren, pistas de pistas, si quieren llamarlos así.

—Me está entrando dolor de cabeza —se quejó Sinead Starling.

—Pueden proceder como consideren más oportuno —señaló el señor McIntyre—. Pero recuerden: todos persiguen el mismo final y sólo un equipo lo alcanzará. El tiempo es oro.

Irina Spasky dobló su pista, la metió en su bolso y salió de la habitación.

Alistair Oh frunció el ceño.

—Parece que a la prima Irina se le ha ocurrido algo.

Los trillizos Starling juntaron las cabezas y, como si una idea los iluminara al mismo tiempo, se levantaron tan rápido que tiraron sus sillas y salieron corriendo.

El padre de Jonah Wizard llevó a su hijo a una esquina. Tuvieron una discusión acalorada y su padre mandó un par de mensajes de móvil.

—Me largo —dijo Jonah—. Nos vemos, tíos. —Y se marcharon.

Con ése, ya eran tres los equipos que se habían marchado, y Dan aún no tenía ni idea de qué quería decir la pista.

—Bien —dijo Ian Kabra estirándose perezosamente, como si tuviese todo el tiempo del mundo—. ¿Estás lista para dejar en ridículo a nuestros primos americanos, querida hermana? —Natalie sonrió—. Cuando quieras.

Dan trató de hacerles la zancadilla cuando pasaron, pero ellos esquivaron su pierna ágilmente y siguieron su camino.

—¡Está bien! —anunció el señor Holt—. ¡Equipo, a formar!

El clan Holt echó a correr. Su pequeño y robusto pit bull Arnold ladraba y saltaba a su alrededor como si intentase morderles la nariz.

—¿Adónde vamos, papá? —preguntó Hamilton.

—No lo sé. ¡Pero todos se están yendo! ¡Hay que seguirlos!

Marcharon a paso ligero hacia el exterior del Gran vestíbulo, donde sólo quedaban Amy, Dan, Alistair Oh y William McIntyre.

—¡Madre mía! —suspiró Alistair. Con aquel traje negro y la corbata de seda, a Dan le recordaba a un mayordomo. Un mayordomo que escondía un secreto. Sus ojos parecían sonreír, aunque sus labios lo trataron de ocultar—. Creo que voy a dar un paseo por el campo para reflexionar sobre esto.

Dan se sintió agradecido al verlo marchar. Alistair parecía el más amable de todos, pero aun así, era un competidor. El chico miró fijamente la pista otra vez, más frustrado que nunca.

Resolution, letra pequeña, Richard S. … No lo entiendo.

—No puedo ofrecerles ninguna ayuda con la pista —explicó el señor McIntyre esforzándose por mostrar una ligera sonrisa—. Pero a su abuela le habría gustado verles aceptar el reto.

Amy movió la cabeza.

—No tenemos ninguna oportunidad, ¿verdad? Los Kabra y los Starling son ricos; Jonah Wizard es famoso; los Holt están cachas y Alistair e Irina parecen tan… no sé… tan desenvueltos, tan de mundo. Dan y yo…

—Ustedes tienen otros talentos —dijo el señor McIntyre terminando la frase de Amy— y estoy seguro de que los descubrirán.

Dan releyó la pista. Pensaba en cromos de béisbol, cartas y autógrafos.

—Se supone que tenemos que encontrar a un tal Richard —sugirió—. Pero ¿por qué su apellido sólo tiene la letra S?

Los ojos de Amy se concentraron en el papel.

—Un momento, recuerdo haber leído que hacia el año 1700 la gente solía hacer eso. Utilizaban una sola letra cuando querían ocultar sus nombres.

—Así que… —dijo Dan— ¿yo podría decir que A. tiene la cara como el culo de un mandril y tú no sabrías de quién estoy hablando?

Amy le dio una colleja.

—¡Ay!

—Niños —interrumpió el señor McIntyre—, ya tienen bastantes enemigos como para ponerse a pelear entre ustedes. Además —miró su reloj de bolsillo dorado—, no tenemos mucho tiempo y hay algo que debo decirles, algo que su abuela quería que supiesen.

—¿Un consejo privilegiado? —preguntó Dan esperanzado.

—Una advertencia, joven Dan. Todos los Cahill, si es que saben que lo son, pertenecen a una de las cuatro ramas más importantes de la familia.

Amy se levantó rápidamente.

—¡Sí, de eso me acuerdo! La abuela me lo contó una vez.

Dan frunció el ceño.

—¿Cuándo?

—Un día que pasamos la tarde en la biblioteca charlando.

—¡A mí no me lo dijo!

—¡A lo mejor es que no estabas escuchando! Hay cuatro ramas: la Ekaterina, la Janus, la… Tomas y la Lucian.

—¿De qué rama formamos parte nosotros?

—No lo sé —Amy miró al señor McIntyre buscando ayuda—, ella sólo mencionó los nombres, pero no me dijo a cuál pertenecíamos.

—Me temo que no puedo ayudarles con eso —respondió el señor McIntyre, pero Dan notó por su tono de voz que estaba escondiendo algo—. Sin embargo, niños, hay otra… otra cuestión interesante que deberían conocer. Además de las ramas Cahill, existe un grupo que les puede dificultar bastante la búsqueda.

—¿Ninjas? —preguntó Dan entusiasmado.

—Algo mucho menos tranquilo —añadió el señor McIntyre—. Puedo decirles muy poco acerca de ellos, confieso que sólo sé el nombre y algunas historias inquietantes, pero deben tener cuidado con ellos. Ésta fue la última advertencia de su abuela, ella me hizo prometer que se la daría a ustedes si aceptaban el desafío: «Tengan cuidado con los Madrigal».

Dan sintió un escalofrío en la espalda, aunque no entendía por qué. El nombre Madrigal sonaba bastante perverso.

—Pero, señor McIntyre, quién…

—Muchacho —interrumpió el anciano—, no puedo decirles nada más. Ya me he apartado bastante de las reglas de la competición con lo que he dicho hasta ahora. Prométanme que no se fiarán de nadie, por favor, es por su propia seguridad.

—Pero ¡si ni siquiera sabemos por dónde empezar! —protestó Amy—. ¡Todos los demás han salido corriendo como si supiesen qué hacer! ¡Necesitamos respuestas!

El señor McIntyre se detuvo y cerró su carpeta de cuero.

—Debo volver a mi oficina. Muchachos, tal vez su manera de averiguarlo sea la misma que la de los otros equipos. ¿Qué hacen normalmente cuando necesitan respuestas?

—Leer un libro —respondió Amy—. ¡La biblioteca! ¡La biblioteca de Grace!

Se apresuró a salir del Gran vestíbulo. Normalmente, Dan no solía correr entusiasmado cuando su hermana sugería ir a una biblioteca, pero esta vez sí lo hizo.

La biblioteca estaba junto a la habitación de Grace, a un nivel inferior que el resto; era un gran salón rodeado de estanterías llenas de libros. A Dan le resultó sobrecogedor volver ahí sólo con Amy, especialmente porque Grace había muerto en la habitación de al lado en su enorme cama con dosel. Él esperaba encontrar las habitaciones ensombrecidas, con sábanas cubriendo los muebles, como se ve en las películas, pero la biblioteca estaba iluminada, ventilada y alegre como siempre lo había estado.

A Dan no le pareció normal: Grace se había ido, así que la mansión debería estar oscura y deprimente, más o menos tal como se sentía él. Miró fijamente la silla de cuero que había junto a la ventana y recordó aquella vez en la que estaba allí sentado jugando con una magnífica daga de piedra que había sacado de una vitrina y su abuela se le acercó tan sigilosamente que él no se dio cuenta hasta que ella estuvo justo delante. En lugar de enfadarse, se arrodilló a su lado. «Esa daga es de Tenochtitlán —le dijo—. Los guerreros aztecas las llevaban a los rituales de sacrificio y con ellas cortaban aquellas partes de sus enemigos donde ellos creían que residía el espíritu de lucha». Le mostró lo afilada que estaba la cuchilla y después lo dejó solo. No le había dicho que tuviera cuidado ni se había enfadado con él por coger cosas de su vitrina, sino que había actuado como si su curiosidad fuese completamente normal, incluso admirable.

Ningún adulto había entendido a Dan así de bien. Pensando ahora sobre todo eso, Dan se sentía como si alguien le hubiese cortado parte de su espíritu.

Amy empezó a buscar entre los libros de la biblioteca y Dan intentó ayudarla, pero no tenía ni idea de qué estaba buscando y en seguida se aburrió. Hizo girar el viejo globo terráqueo de mares marrones y continentes de colores extraños; se preguntaba si conseguiría derribar muchos bolos con él. Entonces vio algo en lo que nunca antes se había fijado, una firma bajo el océano Pacífico:

Grace Cahill, 1964.

—¿Por qué firmaría Grace el mundo? —preguntó.

Amy lo miró.

—Ella era cartógrafa, exploraba tierras y trazaba mapas. Fue ella misma quien construyó ese globo terráqueo.

—¿Y tú cómo lo sabes?

Amy puso los ojos en blanco.

—Porque yo escuchaba sus historias.

—¡Ah! —Esa idea nunca se le había ocurrido a Dan—. Y ¿qué lugares exploró?

—Todos —respondió una voz de hombre.

Alistair Oh estaba en la entrada, apoyado en su bastón, sonriéndoles.

—Vuestra abuela exploró todos los continentes, Dan. Cuando cumplió veinticinco años, sabía hablar seis idiomas con fluidez, manejaba con la misma destreza una lanza, un bumerán o un rifle y era capaz de orientarse por casi todas las ciudades más importantes del mundo. Conocía mi ciudad natal, Seúl, mejor que yo mismo. Después, por razones desconocidas, volvió a Massachusetts para establecer su hogar. Una mujer de misterios, así era Grace.

Dan hubiera querido oír más sobre las habilidades de Grace con el bumerán, ¡sonaba genial! Pero Amy se alejó de la estantería. Estaba muy colorada.

—Alistair, ¿qué quieres?

—No te detengas por mí, no voy a interferir.

—Oh, pero… aquí no hay nada —murmuró Amy—. Yo esperaba… no sé, encontrar algo que no hubiese visto antes, pero ya los he leído casi todos. En realidad aquí no hay tantos libros y en ellos no hay nada sobre Richard S.

—Queridos niños, ¿me permitís haceros una sugerencia? Creo que necesitamos aliarnos.

Dan sospechó de él inmediatamente.

—¿Y por qué querrías aliarte con unos niños?

El anciano se rió entre dientes.

—Sois jóvenes e inteligentes y veis el mundo de una forma más moderna que yo. Por mi parte, tengo recursos y edad. Tal vez no esté entre los Cahill más famosos, pero yo cambié el mundo a mi humilde manera. Sabéis que mi fortuna viene de mis inventos, ¿verdad? ¿Sabíais que el burrito para microondas lo creé yo?

—¡Vaya! —exclamó Dan—. Eso es asombroso.

—No hace falta que me deis las gracias. La cuestión es que tengo recursos a mi disposición y vosotros no podéis viajar solos alrededor del mundo, ya sabéis. Necesitáis que os acompañe un adulto.

«¿Alrededor del mundo?»

Dan no había pensado en esa posibilidad. Ni siquiera le habían dejado ir a la excursión de la pasada primavera a Nueva York porque había echado caramelos en el refresco light de la profesora de francés. La sola idea de que la pista podría llevarlos a cualquier lugar del mundo hizo que se sintiera algo mareado.

—Pero… no podemos ayudarnos mutuamente —señaló Amy—, somos dos equipos distintos.

Alistair extendió los brazos y explicó:

—No podemos ganar los dos, pero este desafío puede llevarnos semanas, tal vez incluso meses. Hasta entonces, seguro que podemos colaborar unos con otros. Después de todo, somos familia.

—Entonces ayúdanos —dijo Dan—, aquí no hay nada sobre Richard S. ¿Dónde buscamos?

Alistair golpeó el suelo con su bastón.

—Grace era una mujer con muchos secretos, pero le encantaban los libros, le gustaban muchísimo. Tienes razón, Amy, es extraño que haya tan pocos aquí.

—¿Crees que tenía más libros? —Entonces Amy se llevó la mano a la boca en señal de asombro—. ¿Quizá una biblioteca secreta?

Alistair se encogió de hombros.

—Ésta es una casa muy grande, podríamos dividirnos y buscar.

Entonces Dan se dio cuenta de algo, uno de esos pequeños detalles en los que normalmente se fijaba. En la pared, en lo alto de la estantería, había un blasón de yeso como el de la entrada principal de la mansión, una C elaborada rodeada de escudos más pequeños: un dragón, un oso, un lobo y un par de serpientes enroscadas en una espada. Probablemente lo había visto un millón de veces, pero nunca se había fijado en que encima de cada uno de los pequeños escudos había una letra tallada en el centro: E, T, J y L.

—Buscad una escalera —dijo.

—¿Qué? —preguntó Alistair.

—Es igual, no hará falta —respondió Dan y empezó a escalar por la estantería tirando libros y adornos.

—Baja de ahí, Dan —protestó Amy—, ¡te vas a caer y te romperás el brazo otra vez!

Dan había llegado al blasón y veía lo que tenía que hacer. Las letras tenían un color más oscuro que el resto de la piedra, como si las hubiesen tocado muchas veces.

—Amy, ¿cuáles eran esas cuatro ramas?

—Ekaterina —respondió ella—, Tomas, Janus y Lucian.

—Ekaterina —repitió Dan mientras pulsaba la E—, Tomas, Lucian, Janus.

Cuando pulsó la última letra, la estantería se desplazó hacia adelante y Dan tuvo que saltar para evitar convertirse en un sándwich de libros.

En el lugar que había ocupado la estantería se abría ahora el oscuro hueco de una escalera, que se dirigía hacia abajo.

—Un pasadizo secreto —dijo el tío Alistair—. Dan, estoy impresionado.

—Puede ser peligroso —añadió Amy.

—Es cierto —afirmó Dan—, las damas primero.