Una tarea en provecho de la humanidad

Sally se despertó triste, con una opresión en el pecho. Sin embargo, la mañana era cálida, clara y brillante, más propia de abril que del mes de noviembre, con unas finas nubecillas en el cielo azul y despejado. Desayunó huevos, tostadas y tocino con Isabel y se marchó a Muswell Hill, dejando a Chaka con ella.

Mrs. Seddon, que vivía en Cromwell Gardens, era una agradable señora de unos cuarenta años. Invitó a Sally a pasar al saloncito y se mostró encantada de saber que su alumna, Miss Lewis, se encontraba en Londres.

—¡Era una niña tan lista! Espero que venga a visitarme… Bueno, ¿en qué puedo ayudarla, Miss Lockhart?

Sally tomó asiento. Era una suerte que no hubiera traído consigo a Chaka, porque no habría cabido allí. En el sofá, repleto de almohadones de ganchillo, apenas quedaba espacio libre, de manera que Mrs. Seddon se sentó frente a la mesa en la ventana salediza, bajo una enorme aspidistra. Toda la habitación estaba profusamente cubierta de telas; sobre el sofá había tres paños bordados, y dos manteles distintos sobre la mesa; había pañitos de adorno en el alféizar de la ventana y un mantelito con borlas en la repisa de la chimenea; incluso la jaula del pájaro tenía un faldoncito con volantes. En la pared colgaba un paño con una frase bordada: «Quédate en casa, mi amor, y descansa: las personas hogareñas son más felices».

Sally depositó el bolso en el suelo y empezó a hablar.

—Estoy buscando información sobre una empresa llamada North Star Castings. Una clienta mía perdió el dinero que invirtió en una empresa que al parecer tiene relación con North Star, y estoy intentando aclarar el asunto. Tengo entendido que su hermano trabajaba para esta empresa.

Mrs. Seddon frunció el entrecejo.

—Bueno, yo quisiera saber… ¿Es un asunto para un abogado, Miss Lockhart? Dígame, ¿trabaja usted por su cuenta? ¿Viene en nombre de otra persona?

—Represento a mi clienta —dijo Sally, un poco a la defensiva ante el tono inquisitivo de Mrs. Seddon—. Trabajo por mi cuenta como asesora financiera.

Mrs. Seddon parecía preocupada.

—Pues no sé, la verdad —dijo—. Nunca he oído… —No acabó la fiase, y apartó la mirada, un poco confundida.

—¿Se refiere a una mujer que sea asesora financiera? También es nuevo para la mayoría de la gente. De hecho, así es como conocí a su alumna, Miss Lewis. Y mi clienta, la que perdió su dinero, era también una maestra, como usted. Si me explica lo que sabe acerca de North Star Castings, es posible que pueda ayudarla a recuperarlo. ¿Le parece tan extraño?

—Bueno… La verdad es que no sé por dónde empezar. ¿Extraño? Pues supongo que sí. Mi hermano Sidney, Mr. Paton, se quedó totalmente abatido. De hecho; todavía está sin trabajo… Mire, Miss Lockhart, esto es difícil de explicar. Yo misma no estoy segura de entenderlo. Si me pongo a divagar, páreme, por favor.

—Dígame todo lo que se le ocurra. No se preocupe si no lo dice de manera ordenada.

—De acuerdo. Bueno, pues mi hermano, creo que esto es importante, es sindicalista. Un socialista. Pero es un buen hombre, y hasta mi marido, que vota a los conservadores, está de acuerdo en eso. Sólo que Sidney tiene su especial punto de vista, y a lo mejor eso le ha influido. No lo sé.

»Es un obrero manual, hace calderas. O lo era, vaya, en Walker & Sons Locomotive Works. Pero la empresa no marchaba bien; no había pedidos, ni nuevas inversiones… esas cosas. Esto fue… hace dos o tres años. Bueno, pues los dueños vendieron el negocio a otra empresa. Entonces se trajeron a un nuevo gerente; era sueco o danés, o algo así. Y el hombre empezó a despedir a los trabajadores. Fue un asunto muy raro. No parecían interesados en obtener nuevos encargos, se limitaban a acabar los pedidos y a despedir a los trabajadores.

—¿Su hermano perdió el empleo?

—Al principio no. Era un excelente obrero, uno de los mejores de la empresa. Fue uno de los pocos que llegaron hasta el final. Pero ¿sabe?, no estaba a gusto. Era todo muy extraño… Ese joven gerente se había traído a un equipo de Londres, y a algunos extranjeros. Iban por allí tomando notas, lo anotaban todo. Quién hacía esto, por qué hacía lo otro, qué hacía a continuación, cuánto tardaba. Y no sólo eran notas sobre el trabajo, también anotaban cosas personales: dónde vivían, a qué iglesia acudían, a qué sociedades y clubes pertenecían, circunstancias familiares… todo eso.

»Esto, por supuesto, no les hizo gracia a los sindicatos. Pero no podían hacer nada si no recibían encargos. Sin embargo, había algo raro; el gerente y sus amigos extranjeros estaban siempre allí, tomando notas, celebrando reuniones, midiendo y dibujando esquemas, vigilando… Se veía que había mucho dinero detrás, pero no llegaba a los trabajadores.

»Un día, el pasado mes de mayo, convocaron una reunión. Todos los trabajadores que quedaban fueron invitados a asistir. Fíjese que no fueron requeridos, sólo invitados. Y eran precisamente los que habían sido observados más de cerca. Lo sabían todo acerca de ellos; desde el alquiler que pagaban hasta el número de hijos que tenían, todo estaba escrito.

»Así que los trabajadores, los últimos cien que quedaban, se reunieron en un salón que la empresa había alquilado. No era una reunión de pie en el patio, nada de eso; estaban todos sentados y había bebida y comida. Nunca habían visto nada parecido. Resultaba tan extraordinario que mi hermano no se lo podía creer.

»Pues bueno, cuando estaban todos reunidos, llegó el gerente con sus amigos y empezó a hablar. Recuerdo las palabras de Sidney cuando me lo contó, lo mucho que me impresionaron. Dijeron que la empresa estaba a punto de realizar el desarrollo más grande y revolucionario de su historia. No recuerdo los detalles, pero Sidney me dijo que se había sentido tremendamente emocionado, y lo mismo les ocurrió a los demás. Fue casi una experiencia religiosa, comentó Sidney. Y es curioso que lo dijera él, precisamente, ya le diré por qué. Fue como revivir los mítines de Moody o de Sankey, dijo. Al acabar el discurso, todos aquellos hombres estaban dispuestos a dar su vida por trabajar allí.

Mrs. Seddon hizo una pausa. Miraba el fuego de la chimenea con el entrecejo fruncido.

—¿Y qué iban a hacer? —preguntó Sally—. Después de un discurso así, supongo que no se limitarían a seguir fabricando locomotoras. ¿Explicaron cuáles eran sus planes?

—No, en aquel momento no. Era un discurso acerca del glorioso futuro de paz y prosperidad que les esperaba, de una grandiosa tarea en beneficio de la humanidad, cosas así. Si firmaban en aquel mismo momento, tendrían un trabajo garantizado para toda la vida, y una pensión, cómo no, y también nuevas viviendas que les proporcionaría la empresa. Oh, y a cambio de todas esas ventajas (y algunas más, porque también les ofrecieron un seguro de asistencia médica), debían renunciar a pertenecer al sindicato y comprometerse por escrito a no hacer huelga.

»Bueno, pues la mayoría se lo tragó y firmó. El contrato también obligaba a mantener la boca cerrada; ignoro si esto es totalmente legal, pero según Sidney había allí un abogado que daba explicaciones. Sólo más tarde se dio cuenta de cuán extraño había sido todo.

»Algunos hombres mostraron más cautela, y Sidney fue uno de ellos. Preguntaron si podían disponer de un par de días para pensárselo. Por supuesto, dijo el gerente, no querían obligar a nadie. Eran libres de elegir. Tenían una semana para pensárselo, les dijo, pero a la empresa le disgustaría perderlos, porque eran los mejores trabajadores disponibles. ¿Se da cuenta, Miss Lockhart? Los halagó.

»Así que mi hermano volvió a su casa y habló con su mujer. Media docena de hombres hicieron lo mismo, pero al día siguiente casi todos firmaron sin pestañear. El sindicato intentó disuadirlos, pero ¿qué podían ofrecer a cambio de lo que prometía la dirección de la empresa? Y entonces Sidney habló con un amigo suyo del Instituto Literario y Filosófico de los Trabajadores, quien le contó que corría el rumor de que la dirección se había interesado por otra empresa de la zona, conocida como Furness Castings. Querían unir las dos empresas, y ésta era la gran tarea que beneficiaría a toda la humanidad y traería paz y prosperidad al mundo entero.

»Pero ocurre que mi hermano es un pacifista, Miss Lockhart. No soporta la violencia ni los combates de ningún tipo. Ha sido educado en la Iglesia Metodista, como yo, pero después de casarse se sintió atraído por los cuáqueros. No llegó a convertirse, o a convertirse en un hermano, como dicen ellos. Supongo que por eso los miembros de la dirección no se dieron cuenta, o se hubieran deshecho de él mucho antes. Porque Furness Castings puede sonar inocente, pero fabrica pistolas y cañones. Es una fábrica de armamento.

»De manera que mi hermano dijo que no, gracias; le pagaron una indemnización, y desde entonces no ha vuelto a trabajar. Y eso es todo. Ahora las dos empresas se han fusionado; Furness Castings y Walker & Sons se han convertido en North Star Castings. Y eso es todo lo que sé.

Sally tenía ganas de aplaudir. Era la, primera noticia precisa sobre las actividades de Bellmann: la fabricación de pistolas, armas, cañones…

—Mrs. Seddon, me ha sido usted de gran ayuda —dijo—. No sabe hasta qué punto me ha ayudado. Otra cosa: ¿no le mencionaría su hermano un artefacto denominado autorregulador Hopkinson?

La mujer dudó.

—Si lo hizo, no me acuerdo —dijo—. No solíamos hablar de maquinaria… ¿Qué es?

—No lo sé. Es una de las cosas que tengo intención de averiguar. Me pregunto si… podría ir a ver a su hermano para hablar con él. ¿Dónde vive?

—Le anotaré su dirección. Pero…, no sé, Miss Lockhart, tal vez no debería haberle contado esto. Al fin y al cabo, no es asunto mío…

—Nadie le pidió que lo mantuviera en secreto, Mrs. Seddon. Y aunque lo hubieran hecho, dudo de que hubiese sido legal. La gente sólo lo pide cuando está metida en un asunto turbio. Opino que su hermano hizo lo correcto, y me gustaría hablar con él del asunto.

Mrs. Seddon abrió la tapa de un pequeño escritorio, mojó la pluma en el tintero y escribió en una tarjeta el nombre y la dirección de su hermano.

—Su situación económica no es muy buena ahora —dijo dudosa—. Comparada con él, yo estoy en una buena situación. Mr. Seddon es jefe de administrativos en la empresa Howson & Tomkins, los tratantes de madera, así que no tenemos problemas económicos. Y mi hermano es mayor que yo… Lo que intento decirle, me parece, es que provengo del mismo lugar que él, y no lo he olvidado. Éramos pobres, pero en nuestra casa no faltaban los libros y las revistas —publicaciones como Household Works—, así que en casa había respeto por la lectura, ganas de aprender. Es algo que siempre he tenido, por eso enseñé en la escuela dominical. Y no sé qué haría Sidney sin el Instituto… Oh, estoy desvariando. Lo único cierto, Miss Lockhart, es que este asunto no me gusta. Hay algo raro, y no sé qué puede ser. Aquí tiene la dirección…

Le entregó la tarjeta a Sally.

—¿Tendrá cuidado, verdad? —le dijo—. Oh, ya entiendo que usted conoce su trabajo. Escribiré a Sidney y le hablaré de esto. Pero reconozco que estoy intranquila. ¿No se meterá en problemas?

Sally le prometió que tendría cuidado, y regresó a Burton Street

***

No estaba segura de si debía entrar, pero no tardó en decidirse. Dentro, el ambiente era de confusa actividad, porque los yeseros entraban y salían del nuevo estudio, los cristaleros no habían llegado todavía, y Webster discutía enfurecido con el capataz del equipo de decoración. Sally se encontró con Frederick, que salía del antiguo estudio con unas placas fotográficas en la mano.

—Hola —dijo él en tono indiferente.

—He ido a ver a Mrs. Seddon —dijo Sally en el mismo tono—. Me parece que ya sé a qué se dedica North Star Castings. ¿Estás muy ocupado?

—Sólo he de llevar estas placas a Mr. Potts. Jim está en la cocina.

Sally atravesó la tienda y encontró a Jim sentado en la cocina, mirando ceñudo un montón de papeles y un tintero. Al ver a Sally, apartó los papeles y se volvió hacia ella.

—¿Cómo va todo, Sal?

—Te lo explicaré en cuanto regrese Fred… ¿Qué tal el diente?

Jim hizo una mueca.

—Estropea mi belleza natural, ¿no? —dijo—. No me duele demasiado, pero se me siguen cayendo pedacitos de diente. Debo admitir que no me importaría darle otro puñetazo en la nariz a ese matón…

—Bien, ¿y qué has descubierto? —dijo Frederick mientras entraba y cerraba la puerta de la cocina a sus espaldas.

Sally les explicó lo que Mrs. Seddon le había contado. Cuando acabó, Jim dejó escapar un largo silbido.

—¡De manera que eso es lo que pretende! —dijo—. Quiere transportar las armas en vagones de tren…

—No estoy segura —dijo Sally—. Walker & Sons fabricaba locomotoras, no vagones de tren. Y el autorregulador Hopkinson suena como si tuviera algo que ver con el vapor. Uno de nosotros debería ir allí y averiguarlo. Tengo la dirección de Mr. Paton. —Miró a Frederick—. ¿No podrías tú…?

Frederick no respondió inmediatamente.

—Supongo que podría —dijo al fin—. Pero ¿por qué yo? Tú eres la persona más indicada, porque has hecho el primer contacto. Además, sabes mucho más que yo de armamento.

Sally se ruborizó.

—Pero no soy tan hábil como tú hablando con la gente. Hay mucha labor de… investigación; hablar con la gente y descubrir cosas. Tú lo haces mejor que yo. Eres muy bueno. Tienes que hacerlo tú.

Sus palabras tenían un doble sentido, y confió en que su mirada fuera lo suficientemente expresiva. Le ardían las mejillas, pero miraba a Frederick directamente a los ojos. Él asintió con un gesto y miró el reloj.

—Las diez y media —dijo—. Jim, ¿puedes pasarme la guía Bradshaw?

La guía de ferrocarriles Bradshaw le informó de que en poco más de media hora saldría un tren de King’s Cross. Jim fue a buscar un coche de alquiler mientras Frederick metía algunas cosas en una bolsa. Mientras tanto, Sally resumió por escrito lo que le había explicado Mrs. Seddon y anotó la dirección de Mr. Paton. Luego se quedó con el lápiz en el aire, dudando, pero antes de que pudiera escribir una línea más, Frederick regresó con su abrigo y su sombrero. Sally dobló el papel y se lo entregó.

—¿Qué día es hoy? ¿Jueves? Pondré a alguien a investigar, a ver si descubre algo más. Estaré de vuelta el sábado, supongo. Adiós.

Eso fue todo lo que dijo.

—Mr. Blaine se está volviendo loco ahí dentro —comentó Jim cuando regresó—. Me parece que le echaré una mano con los encargos; no tengo nada que hacer. Luego pensaba visitar a Nellie Budd, para ver si ha recobrado el conocimiento, la pobrecilla. ¿Te gustaría acompañarme?

—Yo iré al archivo de patentes —dijo Sally—. No sé cómo no se me ha ocurrido antes. Sea lo que sea ese chisme Hopkinson, tendrá una patente.

—¿En serio crees que tiene algo que ver con la North Star? Bueno, supongo que todo afloró en el trance de Nellie Budd. Mira, se me acaba de ocurrir una cosa. Ya sé que Miss Meredith es costurera, pero sabe hacer trabajo de oficina, y estoy seguro de que se siente como un trasto inútil; se culpará a sí misma por no hacer nada y pondrá nervioso a todo el mundo. Bueno, bueno, retiro eso, ya sé que no es justo. Pero podría encargarse de ayudar a Mr. Blaine, ¿no? Así mataríamos dos pájaros de un tiro. El pobre diablo no se volvería loco y ella nos echaría una mano y se sentiría útil. ¿Qué te parece?

En lugar de responder, Sally se levantó y le dio un beso.

—Bueno, esto es mejor que un golpe en el hocico —dijo Jim.

—¿Cómo dices?

—Un ósculo en el pico. Buena idea, entonces, ¿no te parece? Pasaré a verla antes de ir al hospital. Puede que así se olvide de Mackinnon.