La madre de Lketinga se muestra feliz de que todo haya salido bien. Dice que ahora ha llegado el momento de planear la tradicional boda samburu. Además, necesitamos nuestra propia manyatta, pues, tras la boda, ya no podemos seguir viviendo en la suya. Como estoy cansada de las sempiternas visitas a oficinas públicas, abandono la idea de una verdadera casa y pido a Lketinga que busque mujeres que nos construyan una manyatta grande y bonita. Iré a buscar ramas con el todoterreno, pero no puedo construir yo sola la cabaña. Como recompensa, les ofreceremos una cabra. Poco tiempo después cuatro mujeres, entre ellas sus dos hermanas, nos construyen nuestra manyatta. Quiero que tenga dos veces el tamaño de la de su madre y que sea también más alta para que yo pueda casi ponerme de pie dentro de ella.
Las mujeres ya llevan diez días trabajando. Estoy impaciente por poder mudarme. La cabaña tendrá cinco por tres metros y medio. Primero se colocan gruesos postes para marcar los contornos. Luego se atan entre ellos ramas trenzadas de mimbre. El interior lo distribuimos en tres recintos. Inmediatamente junto a la entrada se encuentra el hogar. Encima, cuelga un soporte para las tazas y las ollas. Tras metro y medio sigue un tabique trenzado. Detrás de él, una mitad es para mi darling y para mí. En el suelo colocamos una piel de vaca, encima una estera y encima de esta la manta de lana a rayas que traje de Suiza. Sobre nuestra yacija colgaremos el mosquitero. Enfrente de él hemos previsto un segundo petate para dos o tres invitados. Al fondo, en la cabecera, habrá un perchero para mi ropa.
La estructura de nuestra supercabaña está ya terminada, solo falta conseguir el revoque, es decir las boñigas. Pero como en Barsaloi no hay vacas vamos a Sitedi donde vive el hermanastro de Lketinga. Allí cargamos de boñigas nuestro todoterreno. Tenemos que hacer tres viajes hasta que tenemos boñigas suficientes.
Dos tercios de la cabaña se revocan desde dentro con estiércol, que se seca rápidamente con el fuerte calor. Un tercio y el tejado se revocan desde fuera para que el humo pueda salir a través del tejado poroso. Resulta emocionante ver cómo se va construyendo la choza. Las mujeres extienden el estiércol con las manos desnudas y se ríen de mí al ver que arrugo la nariz. Cuando todo esté terminado habrá que esperar una semana para entrar a vivir, porque para entonces el estiércol se habrá vuelto duro como la piedra y habrá perdido todo su olor.