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Cuando salí de la cabina de inmersión, Og ya estaba junto a la puerta, esperándome.

—¡Bien hecho! —me dijo, abrazándose a mí con fuerza—. ¡Muy bien hecho!

—Gracias, Og.

Todavía me sentía algo mareado, y me temblaban las piernas.

—Varios ejecutivos de GSS han llegado mientras tú estabas conectado —me informó—. Además de los abogados de Jim. Todos te esperan arriba. Como supondrás, están todos impacientes por hablar contigo.

—¿Tengo que hablar con ellos ahora mismo?

—¡No, claro que no! —Se echó a reír—. Ahora todos trabajan para ti, recuérdalo. Haz esperar a esos cabrones todo lo que quieras. —Se acercó más a mí—. Mi abogado también está ahí arriba. Es un buen tipo. Un perro de presa. Él se asegurará de que nadie te tome el pelo.

—Gracias, Og —le dije—. Le debo una.

—Tonterías. Soy yo quien tiene que darte las gracias. Hacía décadas que no me divertía tanto. ¡Qué bien lo has hecho, hijo!

Miré a mi alrededor, inseguro. Hache y Shoto seguían en sus cabinas de inmersión, desde donde celebraban unas ruedas de prensa improvisadas online. Pero la cabina de Art3mis estaba vacía. Me volví hacia Og.

—¿Sabe dónde ha ido Art3mis?

Og me sonrió y me hizo una seña.

—Por esas escaleras, la primera puerta que encuentres. Ha dicho que te esperaría en el centro del laberinto de setos. Es un laberinto fácil de recorrer, o sea que no creo que tardes mucho en encontrarla.

Salí al exterior y entrecerré los ojos para adaptarlos a la luz. El aire era tibio y el sol ya estaba alto. No se veía ni una nube en el cielo.

Hacía un día radiante.

El laberinto de setos cubría varias hectáreas de tierra y se extendía desde la fachada trasera de la mansión. Los cipreses de la entrada estaban recortados imitando la puerta de un castillo al que se accedía por una verja abierta. Las densas paredes de arbustos que formaban el laberinto tenían una altura de tres metros, por lo que resultaba imposible ver por encima, incluso si te ponías de pie en alguno de los bancos instalados a lo largo del jardín.

Entré en él y pasé varios minutos caminando en círculo, confundido, hasta que al final me di cuenta de que su trazado era idéntico al de Adventure.

En cuanto lo supe, tardé solo unos minutos en encontrar el gran claro que se abría en el centro. Allí había una fuente grande en cuyo centro se alzaba una escultura de piedra de los tres dragones con forma de pato de Adventure. Cada uno de ellos escupía un chorro de agua por la boca, en vez de fuego.

Y entonces la vi.

Estaba sentada en un banco de piedra y observaba la fuente. Me daba la espalda, y tenía la cabeza inclinada hacia delante. El pelo largo, negro, le resbalaba por el hombro derecho. Veía que apoyaba las manos en el regazo.

No me atrevía a acercarme más. Finalmente, me armé de valor para dirigirme a ella.

—Hola —dije.

Ella levantó la cabeza al oírme, pero no se volvió.

—Hola —oí que decía.

Y era su voz. La voz de Art3mis. La voz que me había pasado tantas horas escuchando. Y eso me dio el valor para seguir avanzando.

Rodeé la fuente y no me detuve hasta que me encontré frente a ella. Al notar que me acercaba, ella volvió la cara a un lado para no mirarme, y para mantenerme fuera de su campo de visión.

Pero yo sí podía verla a ella.

Y era igual que en la foto que había visto. El mismo cuerpo rubensiano. La misma piel pálida y pecosa. Los mismos ojos castaños, el pelo negro azabache. El mismo rostro bonito, redondo, con la misma marca de nacimiento. La diferencia era que ya no intentaba ocultarla con el flequillo largo. Llevaba el pelo recogido, peinado hacia atrás, para que pudiera verla.

Esperé en silencio. Pero ella no alzaba la vista.

—Eres exactamente como imaginaba. Preciosa.

—¿De verdad? —preguntó ella en voz baja.

Se volvió despacio para mirarme, para verme poco a poco, empezando por los pies y alzando la vista hasta llegar a mi cara. Cuando nuestros ojos se encontraron, me sonrió, nerviosa.

—¿Pues sabes una cosa? Que tú también eres como siempre creí que serías: feo como el culo.

Nos echamos a reír y casi toda la tensión que se respiraba en el ambiente se disipó. Entonces nos miramos a los ojos durante lo que me pareció una eternidad. Me di cuenta de que era la primera vez que lo hacíamos.

—No nos hemos presentado formalmente —dijo—. Soy Samantha.

—Hola, Samantha. Yo soy Wade.

—Me alegro de conocerte en persona por fin, Wade.

Dio una palmadita al banco, y me senté a su lado.

Tras un largo silencio, me preguntó:

—¿Y qué va a pasar ahora?

Sonreí.

—Vamos a usar toda la pasta que acabamos de ganar para dar de comer a la gente de todo el planeta. Vamos a hacer del mundo un lugar mejor, ¿no?

Ella sonrió.

—¿Ya no quieres construir una inmensa estación interestelar llena de videojuegos, comida basura y sofás cómodos para encerrarte en ella?

—También estoy dispuesto a eso —respondí—, si eso significa que voy a pasar el resto de mi vida contigo.

Me dedicó una sonrisa tímida.

—Eso habrá que verlo. Acabamos de conocernos.

—Estoy enamorado de ti.

A Samantha empezó a temblarle el labio inferior.

—¿Estás seguro de lo que dices?

—Sí. Estoy seguro porque es verdad.

Volvió a sonreírme, pero me di cuenta de que, al mismo tiempo, estaba llorando.

—Siento mucho haber roto contigo —dijo—. Haber desaparecido de tu vida. Es que…

—No digas nada. Ahora entiendo por qué lo hiciste.

Ella pareció aliviada.

—¿Sí?

Asentí.

—Hiciste bien.

—¿Lo crees en serio?

—Hemos ganado, ¿no?

Esbozó una sonrisa, y yo se la devolví.

—Oye —le dije—. Podemos ir todo lo despacio que quieras. Cuando me conozcas mejor verás que soy un buen chico.

Se echó a reír y se secó las lágrimas, pero no dijo nada.

—Y no sé si te he comentado que soy muy, muy rico —añadí—. Claro que tú también lo eres, o sea que supongo que eso no será un gran punto a mi favor.

—No hace falta que sigas vendiéndote, Wade —dijo ella—. Eres mi mejor amigo. Mi persona favorita. —No sin cierto esfuerzo, me miró a los ojos—. Te he echado mucho de menos, ¿sabes?

Sentí como si se incendiara mi corazón. Armándome de valor, tomé su mano. Permanecimos allí sentados un rato, de la mano, recreándonos en aquella sensación tan rara de tocarse de verdad.

Al poco, ella se inclinó hacia mí y me besó. Y yo sentí lo que todas aquellas canciones y poemas me prometían que sentiría. Maravilloso. Como atravesado por un rayo.

Y entonces pensé que, por primera vez desde que tenía memoria, no sentía el menor deseo de regresar a Oasis.