XVIII

No creo que fuese una prueba. Si lo fuese tendría que haberse quedado conmigo.

No entienda mis palabras como un gesto de vanidad. Es que no me puedo creer que con otro le fuese mejor que conmigo aquel día. Además ella me lo dijo: que conmigo mejor que con su marido. Dos veces, en distintas ocasiones, me lo dijo. No creo que lo dijese si no fuera verdad.

Una prueba no era. Ella estaba firmemente decidida a marcharse. El hecho de acostarse conmigo no iba a cambiar sus planes. Tampoco creo que fuese algo espontáneo por completo. Alguna vez habíamos subido juntos al hórreo, pero no era algo habitual. Y aquella tarde ella me lo pidió: «Ven conmigo. Ayúdame a escoger unas manzanas».

Al entrar respiró hondo y exclamó: «¡Qué bien huele!». Dio unas vueltas sobre sí misma con los brazos abiertos, como si bailase o como si quisiera abrazar el aire y se dejó caer sobre unos sacos vacíos. «Se está bien aquí», dijo. Y me hizo un gesto para que me sentase a su lado…

Estoy convencido de que me llevó allí para hacer el amor conmigo. Y sólo le veo una explicación: quería hacerlo. Igual que quería meter el dedo en el nido de los pájaros. Quería saber lo que se sentía, y, si los huevos se malograban, peor para ellos; se trataba de su experiencia, de su necesidad de vivir algo desconocido y apetecible. Sabía que estaba mal, que iba a casarse con otro, que yo iba a sufrir, pero no le importaba.

Acostarse conmigo y desaparecer después sólo sirvió para hacerme más dolorosa la separación, para constatar que, también en ese aspecto, perdía a alguien especial, alguien con quien no tenía que preocuparme de hacer las cosas bien, porque todo salía por sí solo…

Hechos el uno para el otro. Desde luego se puede ver así, y he de decirle que yo mismo lo pensé durante algún tiempo. Es muy cómodo no preocuparte de tu pareja en la cama, que tú puedas ir a la tuya y que eso le guste. Pero dar placer, saber que el placer de la mujer depende de ti, es también una forma de placer. Y con Laura no fue así. Laura se bastaba a sí misma…

Ni yo mismo lo tengo muy claro, pero lo pensé cuando me dijo que conmigo mejor que con su marido y cuando le dijo a usted que se pasaba horas mirándolo a él. Si tanto le gustaba mirarlo, también le gustaría en la cama, y, si allí no iban las cosas bien, tenía que ser porque él no respondía a su apasionamiento o porque… en fin, no me gusta entrar en detalles en estas cuestiones, pero creo que me entiende. Con Laura no hacían falta florituras, bastaba con seguir su ritmo y aguantar hasta el final para que se sintiese satisfecha. Al menos en mi caso y aquella vez fue así. Tampoco eso quiere decir que tuviese que ser de la misma manera siempre. Con Marisa, ya le he contado, una vez cogí el autocar para ir a verla, cuando ya mi padre estaba muy enfermo, y lo hice porque tenía ganas, desde luego, pero sobre todo, creo, para demostrarle que yo también podía tomar la iniciativa. Y desde esa vez las cosas entre ella y yo cambiaron en la cama. Quizá con Laura pasase lo mismo, pero con Laura todo son quizás, y, si me tengo que limitar a lo que viví aquella tarde, mi experiencia fue que no hice yo el amor con ella; lo hizo ella conmigo. Mientras sucedió no me di cuenta, pero tuve mucho tiempo para pensarlo, y esa sensación de haber sido…

¡Manipulado no, por Dios! Estamos hablando de Laura. Entre ella y yo no podía haber manipulación. Lo que quiero decir es que aquello fue como lo de sacarme a bailar en la fiesta del Carmen, o lo de venir a buscarme a casa para que la acompañase aquí o allá. Ella tomaba las decisiones y yo la seguía sin rechistar. Así que aquello fue un episodio más. Entonces no lo veía tan claro, pero comprenda que con los años, y habiéndose ido como se fue, no resulte muy satisfactorio para mí…

La única explicación que le encuentro es que sentía curiosidad, ganas, como con el nido…

Lo que se dice guapo, no era, pero algún atractivo tendría cuando Marisa, que tenía experiencia, y mi mujer, que tenía tanto donde escoger, y hasta Laura quisieron acostarse conmigo. Pero ¡cualquiera sabe por qué lo hacen! Las mujeres en esto son muy caprichosas, más que los hombres. Lo que nos gusta a nosotros es bastante claro y elemental, pero lo que gusta a una mujer, no. Nunca se sabe…

¿Un regalo? No, no creo que fuese un regalo. No creo que lo hiciese para agradecerme «los servicios prestados»…

Entiendo lo que quiere decir, pero no creo que fuese ésa la razón. No sé si Laura se lo dijo o si se le ha ocurrido a usted. Es posible que Laura necesitase un pretexto ante sí misma. Cuando cogió el nido no buscó pretextos, pero no es igual un pájaro que una persona. Ella sabía que yo iba a sufrir y tenía que justificarse. Por agradecimiento uno no se acuesta, sobre todo cuando sabe que después va a irse y a dejar al otro con la miel en los labios…

¿Qué idea tiene usted de lo que yo sentía? ¿O qué idea tenía Laura para pensar que entregándose a mí una vez podía satisfacerme? Laura no era el capricho de un día que se sacia con una buena follada. Yo quería a Laura para mí, para siempre, para hacer el amor, desde luego, pero también y sobre todo para hablar, para compartir con ella mi vida como había hecho a lo largo de tantos años…

Rencor no le guardo, pero agradecimiento tampoco. Ni siquiera fui el primero. Ella se acostaba ya entonces con su novio. Y no fui yo quien tomó la iniciativa aquella tarde, no le pedí algo que ella se sintiese obligada a darme, por compasión o como recompensa por tantos años de devoción. No. Yo no le pedí nada. Fue ella la que me buscó a mí…

Yo me senté a su lado y entonces ella me acarició el pelo, me quitó una hoja, algo que tenía enredado, y me hizo una caricia. Primero en el pelo, después me pasó los dedos por las cejas y por los labios y acercó su boca a la mía… y desde ese momento ya no recuerdo lo que yo hice o lo que hizo ella. Nos quitamos la ropa el uno al otro, nos revolcamos por el suelo, rodamos sobre la fruta y sobre las tablas rugosas… Varios días después yo seguía teniendo la boca hinchada y el cuerpo lleno de moraduras y rasguños. Supongo que ella también.

Yo tenía poca experiencia. Nunca me ha gustado ir de putas, así que sólo me había acostado con dos o tres chicas de los alrededores y con Marisa, la maestra. Con ella aprendí lo poco que sabía. Pero la verdad es que no lo pude poner en práctica, ni falta que hizo…

Quiero decir que Marisa me enseñó lo que tenía que hacer para darle gusto a una mujer. Ahora han cambiado mucho las cosas yse habla de eso hasta en las revistas del kiosco. Antes no era así y uno aprendía con la práctica y poniendo buena voluntad. A no ser que tuvieras la suerte de encontrar a una mujer que te desasnara, como me pasó a mí. Yo siempre le he estado agradecido, pero en aquella ocasión, con Laura, las cosas fueron de otro modo…

Pues, verá, no sé cómo explicarme. Marisa me decía: «Despacio, siempre sin prisas», ésa era la regla de oro…

Yo también creo que es una buena regla, al menos a mí me ha dado buenos resultados… excepto con Laura. Con Laura fue como si nos empujase un vendaval. Ni siquiera recuerdo si fueron tres o cuatro las veces que lo hicimos, porque se me mezclan los recuerdos y siempre con la misma sensación de ansia. Sólo la última vez fue con algo más de sosiego, al menos pude mirarla y ver su cara y su cuerpo mientras la abrazaba… Pero no conservo una imagen nítida: el sol entraba por las rendijas de las tablas y brillaba sobre su piel blanca, en franjas de luz y sombra. No hablamos, sólo nos besábamos y nos acariciábamos, y una caricia llevaba a otra y a otra, hasta el final, y enseguida vuelta a empezar. No sé cómo decirle. Fue como cuando tienes mucha sed y por fin puedes beber, y no piensas «tengo que beber despacio para que no me haga daño, o para disfrutar del agua»; no piensas nada, bebes y bebes, y paras un momento para respirar y sigues bebiendo. Pues algo así. El caso es que, según lo que Marisa decía, aquello tenía que haber salido mal, a Laura no tenía que haberle gustado. Pero le gustó. Por eso le digo que con las mujeres nunca se sabe…

¿A mí?… Verá, lo de la sed creo que no es un mal ejemplo. Yo he trabajado en el campo, cuando mi padre estaba enfermo y yo me ocupaba de todo. Y hay veces en las que estás muerto de sed y casi no te das cuenta, porque quieres acabar cuanto antes y se te ha acabado el agua y no quieres perder tiempo yendo a sacarla del pozo. Y cuando por fin bebes no se puede decir que sea placer lo que sientes. Yo debía de estar muerto de ganas de Laura, pero no me daba cuenta, no me lo planteaba así. La necesitaba, pero, desde que ella se fue a Madrid a estudiar, fui asimilando que no iba a ser para mí, fui renunciando a ella, sin ser muy consciente de que lo hacía. Aun antes de saber que tenía novio y que se iba a casar. Y en el aspecto físico jamás me permití ningún avance. Por timidez, en parte, supongo, y en parte por orgullo; no podría soportar que ella me rechazase. Así que, entre unas cosas y otras, aquella salida suya en el hórreo me desbordó por completo, me dejé arrastrar por lo que sucedía, pero en el fondo siempre con la sensación de que era un adiós, de que aquello no iba a cambiar lo que ella quería hacer, que era irse…

No puedo separar lo que sentía entonces de lo que sentí momentos después: una mezcla de pena, de desesperación, de impotencia. Elia se iba, se iba para siempre, para vivir con otro hombre y yo no podía hacer nada por evitarlo. Y ese dolor estaba ya latente, en cierto modo, en las caricias del hórreo.

Tampoco se puede decir que fuese una experiencia negativa, o desagradable. Si le he producido esa impresión es porque me he explicado mal. Lo que sucede, comparándolo con lo que viví junto a otras mujeres, es que, en el caso de Laura, junto al placer estaba el dolor, mientras que en los otros casos sólo fueron sensaciones o vivencias placenteras…

Reduciéndolo a las otras dos mujeres con quienes tuve una relación larga, le diré que con Marisa, desde el primer momento, tuve muy claro que era una cuestión de gusto. Después, con el tiempo, nos cogimos cariño, como es natural. Ella me quería, y yo a ella; con los años se convirtió en una persona importante en mi vida, que sentí mucho perder. Pero no estábamos enamorados…

No, no creo que ella lo estuviese tampoco. Nunca se planteó que entre nosotros hubiera otra cosa que lo que había, incluso cuando Isabel murió. Y no era una cuestión de edad, ella era poco mayor que yo…

En fin, si se empeña, puede creer que yo fui su amor imposible, como Laura fue el mío… Pero ¡por qué se empeña en llevarme la contraria!…

Pues muy bien, digamos entonces que yo no estaba enamorado y que ella quizá lo estaba, y que yo fui un egoísta que no me preocupé para nada de sus sentimientos, ¿le gusta más así?… Ya no sé lo que le estaba contando. Con tanta interrupción me hace perder el hilo…

Con Isabel fue perfecto… Con ella tuve la sensación, que no había tenido antes y que no he vuelto a tener, de poseer a una mujer, de hacerla mía… Supongo que esto a usted le sonará a machismo. Como a mi hija Maíta, si me oyese…

En algunas cosas creo que tiene razón: yo comprendo que es muy injusto que a un hombre se le permita y hasta se le alabe lo que se critica en la mujer, me refiero a tener relaciones, experiencia. Pero, mire usted, se lo digo con toda sinceridad, como le hablo a mi hija: si yo me entero de que uno de mis chicos casados anda por ahí con mujeres, me disgusto, y pondría lo que estuviese de mi parte para traerlo al redil. Pero, si fuese una hija, el disgusto sería mucho mayor porque en ellas no lo veo como una aventura, o como una debilidad, sino como algo mucho más serio. Yo, en el fondo, y por más que me hablen de igualdad, sigo pensando que cuando una mujer casada se mete en malos pasos no es por darse un gusto sino porque algo va mal, realmente mal, en su matrimonio. Estoy convencido de que todavía hoy la mayoría de las mujeres no se acuestan por puro gusto sino por razones más, más…

Sí, más serias, y más complejas…

Sexo a cambio de amor. Es posible. Se acuestan para que las quieran. Maíta también me lo dijo, y a ella le parecía mal, una estupidez, dijo, porque los hombres sólo dan sexo por sexo.

Maíta para algunas cosas es muy obcecada; en todo ve discriminación y se equivoca. No es verdad que los hombres den sólo sexo a cambio de sexo. Si uno se acuesta con una mujer y le va bien con ella, acaba cogiéndole cariño, aunque al comienzo no se lo tenga. Creo que es algo bastante habitual. Y, por otra parte, hay cosas de éstas, de hombres y mujeres, que han sido de una determinada manera durante mucho tiempo y que no se pueden cambiar de la noche a la mañana, ni siquiera en una generación…

Me refiero a lo de preferir a una mujer que sólo ha sido tuya, que sólo se ha entregado a ti. No hablo de una solterona a quien nadie ha querido, digo una mujer como Isabel, que podía haber escogido a quien le diese la gana. Le sobraban pretendientes, pero me quiso a mí, a mí solo. Es algo muy especial, créame, y, si un hombre es como debe ser, a esa mujer la respetará y tendrá con ella consideraciones que no tiene con otras para quienes ha sido uno más en una lista de hombres…

Al revés no es lo mismo. Ya conoce el refrán: un hombre aspira a ser el primer amor de una mujer, y una mujer a ser el último amor de un hombre. Durante siglos ha sido así; en el hombre se estima la experiencia, no importa cómo la ha adquirido. No digo que esto sea justo. Mi hija dice que esta forma de pensar es consecuencia de un dominio masculino, que impuso lo que a los hombres les resultaba más beneficioso. Es posible que sea así, yo lo admito, pero esto sigue vigente para mucha gente, hombres y mujeres. Y que a algunas personas como usted o mi hija les parezca mal, no impide que sea así…

Van cambiando, de acuerdo, y hasta empieza a estar mal visto decir estas cosas, pero, créame, yo lo digo y muchos lo piensan, hombres y mujeres, aunque no lo digan…

Bien, pues le estaba diciendo que hay mujeres de un solo hombre, y hay otras de muchos hombres, siempre las ha habido. No es que sean mujeres de vida airada, sino que se acuestan por gusto. Y está muy bien. Los dos, el hombre y la mujer, disfrutan acostándose, lo hacen con discreción, y aquí no ha pasado nada. Era el caso de Marisa. Pero hay mujeres, o por lo menos las había antes, que sólo se entregan a un hombre cuando se enamoran y quieren compartir su vida con él. Con una mujer así uno tiene la sensación de poseer realmente a una mujer, de hacerla suya. No veo yo que sea tan difícil de entender. Un alpinista arriesga la vida por ser el primero en llegar a la cumbre de una montaña, y sin llegar a eso: si una mañana usted sale de su casa y ve la nieve limpita, como yo la he visto muchas veces en el campo, ¿no le apetece pisarla?…

¡No! No creo que una mujer se ensucie por haber tenido relación con varios hombres. Estoy intentando explicarle las cosas y usted me sale con esa pata de banco. O entra en razón o aquí se acaba el cuento…

Mire, métase esto en la cabeza, usted, mi hija y todas las feministas del mundo: si es para echar un polvo, a un hombre le da igual que una mujer se haya acostado con uno o con un ciento. Pero si es para vivir con ella, para estar juntos y formar una familia, cuantos menos, mejor. Y si él es el único, miel sobre hojuelas. Y esto que le digo va a misa…

No me enfado. Pregunte lo que quiera y diga lo que quiera. Le dije que iba a contestarle y voy a hacerlo. Pero no tergiverse mis palabras, ni quiera llevarme a decir cosas que no pienso ni siento…

Lo que quería que entendiese es que la relación con mi mujer fue para mí muy satisfactoria y que me sentía unido a ella de una forma especial y con una responsabilidad especial, porque también ella se había entregado a mí como ninguna otra mujer lo hizo. Y esto que le digo no debe de ser tan raro porque, mire usted por dónde, mi hija Maíta, que siempre ha sido tan moderna, ha venido a topar con alguien como su padre: un hombre que no quiere separarse de su mujer porque ella, como mi Isabel, confió en él, se entregó a él y sólo a él en cuerpo y alma y para siempre…

No me busque las vueltas y dígame las cosas directamente. Desde luego que entre esas consideraciones con mi mujer estaba la de serle fiel. Yo he sido un casado fiel, con la única excepción de Marisa, a la que veía de Pascuas a Ramos y sin que Isabel lo supiese nunca…

Si Isabel hiciese con un hombre lo que yo hacía con Marisa me parecería muy mal, pero estoy seguro de que ella sólo lo haría si no me quisiese, si estuviera harta de mí…

No, por gusto Isabel no lo haría. Isabel, no. Yo la conocía bien, y por gusto no lo haría. Entiéndame también usted a mí, haga el esfuerzo de ponerse en mi lugar. Póngase en el punto de vista de un hombre, de lo que un hombre ha sentido desde que tiene uso de razón, de lo que todo el mundo sentía a su alrededor, menos cuatro feministas como mi hija Maíta…

Si Isabel se llegara a enterar de lo mío con Marisa, rompería con Marisa, sin dudarlo. Sé que eso la entristecería, pero ella sabía que nuestra relación sólo podía mantenerse de esa forma. Yo no era alguien esencial en su vida; era un amigo con el que se acostaba, nada más…

Dígalo: soy un cabrón. Es lo que está pensando. Seguramente mi hija lo piensa también. Pero quiero decirle una cosa: soy un cabrón que está diciéndole la verdad. Yo sé que no hice bien engañando a Isabel. Sé que no fui justo con mi mujer, que abusé de su confianza, que no correspondí como debía a su amor, a su devoción por mí… Pero hay una cosa cierta: yo a Isabel no la dejaría por nadie. Ni siquiera por Laura. Ni siquiera. Y esa firme decisión de seguir siempre a su lado me hacía sentirme libre para pequeñas escapadas como las de Marisa.

Todos hacemos cosas mal y componendas con nuestra conciencia. Todos. Ya ve mi Maíta, viviendo con ese hombre casado. Ni está bien, ni es congruente con sus ideas. Pero vive, lo acepta y no lo deja ni le exige una ruptura… Y usted también habrá hecho algo que no está bien, y habrá intentado arreglarlo de la mejor manera posible. Algo que tiene que ver con los grandes errores sin remedio, con los errores que uno se niega a reconocer. No se sobresalte. Yo no voy a hacerle preguntas…

Sabe más el diablo por viejo que por diablo. Y nadie se pasa media vida dándole vueltas a una historia si esa historia no le toca muy de cerca. ¿Otro vasito de vino?

Como prefiera. Quizá debería quedarse hasta mañana. Se ha hecho un poco tarde. ¿Ya da por terminado su trabajo?…

En ese caso la acompañaré hasta el coche. Conduzca con cuidado. Hasta llegar a la carretera general hay unas curvas muy malas, ya se habrá dado cuenta.

Mire, aún se ve el magnolio recortado contra el cielo… Precioso… Laura ya sabía que no lo iba a disfrutar. Creo que eso sí que fue un regalo. Un regalo que me dio mucho trabajo. Pero ha valido la pena.