¿Mis hijos?… Tengo ocho, ya le dije, y veinte nietos. No sé qué decirle de ellos. Son sanos, gracias a Dios, trabajadores, listos, guapos, y sensatos; buena gente. La única un poco conflictiva es Maíta; se ha divorciado dos veces y… bueno, ahora eso es normal, pero es la única que ha roto su matrimonio, y por partida doble. Y no tiene hijos. Y es la única que a mí me ha dado preocupación. No porque hiciese nada malo, pero la sentía diferente a los otros, y tan independiente que me daba miedo que le fuesen mal las cosas. Aun ahora. Es ingeniera y está bien situada, económicamente y socialmente. Colabora conmigo, en mi sociedad, pero por su cuenta tiene también mucho trabajo, demasiado trabajo, me parece a mí. Pronto tendrá cuarenta años y no me gusta que esté sola. Le pareceré un antiguo o un machista, pero no pienso así porque ella sea chica; la soledad no es buena para nadie, y Maíta no tiene trazas de ir a formar una familia, ni siquiera de emparejarse de una forma estable…
¿Yo? Lo mío es diferente, no se puede comparar. Yo me quedé viudo con cincuenta y cinco años y con los ocho hijos…
Pues sí, en todos estos años, después de faltar Isabel, alguna relación sí tuve. Pero ¿no quería que le hablase de los chicos?…
Bien, pues a lo que íbamos. Yo tengo la sensación de que se criaron solos y eso es porque Isabel se encargaba de todo mientras fueron pequeños. Creo que ya se lo dije: andaba siempre con un niño encima, igual que de pequeña con la muñeca de trapo. A mí me daba miedo que se me cayesen de los brazos, pero ella los llevaba como si fuesen una parte de su cuerpo. Y no fueron niños guerreros. Ella era tranquila y les comunicaba su tranquilidad. Y se ocupaba de todo. Si estaban enfermos, llamaba al médico y les daba las medicinas y se quedaba a su lado por las noches y ponía un papel rojo en las bombillas cuando tenían sarampión y les leía cuentos. Y también se ocupaba de las vacunas. Nunca tuvieron ninguna enfermedad importante. Sólo cosas de niños.
No piense que a mí no me gustaba estar con ellos o que no me preocupaba cuando se ponían con fiebre. Pero yo trabajaba mucho, fuera de casa, quiero decir. Tenga en cuenta que fueron años duros. Yo no soy arquitecto, y ahora no importa porque tengo una sociedad, y ahí están tres de mis hijos, dos que son arquitectos y otro que es delineante, y Maíta, y alguna otra gente de fuera de la familia. Pero en aquellos años yo empecé a hacer casas y chalés con un arquitecto que lo único que hacía era firmar y cobrar. Había que trabajar mucho y moverse mucho para tirar para delante, porque lo que quedaba en limpio de tanto trabajo era muy poco. Y el dinero de los primeros años era de mi suegro y yo no quería vivir de prestado, así que lo de los hijos, todo el cuidado y la organización de la familia era cosa de Isabel…
Sí, ella siempre me apoyó en mi trabajo y nunca me hizo de menos. En ningún sentido. Cuando nos casamos, la que tenía dinero era ella, y ella fue la que le pidió a su padre las tierras que daban a la playa para que yo pudiera hacer allí los chalés. Y nunca dijo «mi dinero» o «mis tierras».
Le pidió primero como dote un terreno para una casa de verano y, cuando el padre le dijo que podía disponer de él, Isabel no me dijo que le hiciese una casa, me dijo que su padre nos lo había regalado y que a ver qué se me ocurría a mí con aquel pedazo de tierra.
Yo le hice la casa, porque sabía que a ella le gustaba tener un chalé cerca del mar. Mientras que a mí lo que me gustó siempre fue el Pazo, a ella le tiraba más lo moderno, los grandes ventanales y las terrazas. Se la hice como a ella le gustaba y fue como un reclamo. Apenas lo había acabado cuando ya dos inmobiliarias querían comprar los terrenos de alrededor. Y ahí empezó mi lucha con ellas, porque yo quería conseguir dinero, pero no especulando con terrenos. Yo quería hacer casas. Hacerlas yo y a mi manera. Y no fue fácil conseguirlo…
La carrera no la estudié porque en aquel momento tenía demasiadas cosas de las que ocuparme. Y cuando tuve ya el dinero, cuando le pude devolver a mi suegro lo que había invertido y ganaba lo suficiente para encarar la vida con tranquilidad, entonces mi hijo mayor estaba acabando su carrera y Maíta también. Ya no valía la pena.
La que me ha dado la murga durante años ha sido Maíta. Los otros no. Francisco, el mayor, me dijo un día: «Te cambiaba la carrera por la mitad de las ideas que tú tienes en la cabeza».
Es muy buen chico, nunca tuvo celos, ni de los hermanos ni de mí. Que a veces oye uno cosas que te ponen los pelos de punta: hijos que odian al padre porque les hace sombra, o a la madre… pero más frecuentemente al padre…
Sí, «matar al padre»… Después de lo que le he contado debe de estar pensando que a mí no debería sorprenderme ni horrorizarme, pero yo lo veo muy diferente. Mi padre nunca se interesó por nada de lo que yo hacía o de lo que a mi madre le interesaba. Nunca movió un dedo para hacernos la vida más agradable, en fin, ya le he contado. Y yo me he desvivido para que a mis hijos no les faltase de nada. Y nunca hice un comentario desdeñoso sobre sus proyectos, ni se me ocurrió reñirles cuando suspendían. El mayor estudiaba todo lo que podía, y si algún día se iba de juerga, pues me parecía natural, era joven y necesitaba esparcimiento. Pero si, con todo lo que he hecho por ellos, me envidiaran o me odiaran porque a mí se me ocurren ideas que a ellos no se les ocurren, me parecería mal, injusto…
Mi hijo mayor es un buen arquitecto técnico, pero no es… no sé cómo decirlo… no se le ocurren ideas nuevas. Él es el primero en admitirlo. En una ocasión quise encargarle a él un proyecto, sin intervenir yo, por no influirlo. Y él me dijo que no, que si lo hacía yo saldría mejor. Y entonces, sin ánimo de molestarlo, por Dios, le juro que lo hice sólo porque pensaba que quizá estaba cortándole las alas al adelantarme a hacer los proyectos, le dije: «Y cuando yo falte ¿qué vas a hacer?». Una pregunta estúpida, nadie es indispensable en este mundo. Así que, nada más hacerla, me arrepentí y esperaba que me dijera algo como «ya nos arreglaremos» o cosa semejante. Y me dejó colgado porque dijo: «Cuando tú faltes, yo me limitaré a repetir lo que tú has hecho»…
No, no lo dijo con resignación ni con resentimiento. Lo dijo como si dijese: «Hay una gotera en el tejado» o «ya han madurado las cerezas», ¿comprende?, como un hecho natural, que es así y que no tiene vuelta…
Vocación no se puede decir que haya tenido, pero nadie lo empujó a hacerlo. Si no hubiera querido, habría podido estudiar cualquier otra cosa.
Maíta dice que, igual que arquitecto, podría ser abogado o veterinario y que lo haría con el mismo entusiasmo, es decir, ninguno. Ella siempre suelta las cosas así, de la peor forma. Dice que lo único que le gusta de verdad en la vida es la música y que en todo lo demás es un ganapán. Lo hace porque es bueno y trabajador, pero no le interesa nada. Por eso no tiene ambición, ni celos…
Verá, Maíta pretende que su madre se empeñó en que Paquito fuese arquitecto y que yo la dejé hacer, y que al chico nunca lo animé en lo que hacía bien, que era tocar cualquier instrumento que se le ponía a su alcance.
A mí me ha venido muy bien que fuese arquitecto y me alegré cuando a los diecisiete años me dijo que quería serlo. Pero le aseguro que cuando vi el esfuerzo tan grande que le costaba la carrera, que no descansaba ni en las fiestas ni en los veranos, lo cogí un día y le dije que yo me ganaba la vida sin necesidad de ser arquitecto y que él también podría hacerlo. Y el chico ni lo consideró. Terminó la carrera porque le dio la gana.
Mire, es muy difícil acertar con los hijos. Uno pone la mejor voluntad y creo que eso es lo único que vale. Es posible que lo hayamos empujado a hacer algo para lo que no está especialmente dotado. Una de las gracias que hacía Francisco cuando aún no hablaba, cuando sólo decía «papá», «mamá» y poco más, era decir que quería ser «titeto». Isabel le preguntaba «¿qué va a ser mi niño cuando sea mayor?». Y el niño decía: «Titeto»… Está claro que al niño solo no se le hubiera ocurrido, pero de ahí a forzarlo va un largo trecho…
A mí tampoco me forzó nadie. Sólo Maíta me dio la tabarra, ya le digo. Y Laura también, a su manera. Mi mujer, igual que mi madre, nunca me dijo nada de eso. Mi madre al principio, cuando se planteó si yo me iba o me quedaba aquí, estaba dispuesta hasta a ingresar en una residencia, en un asilo, para no ser un impedimento para mi carrera. Pero después, cuando ya empecé a trabajar, pensaba que yo era lo mejor del mundo, mucho más listo que el arquitecto que me firmaba los proyectos, y que no necesitaba hacer nada más en la vida. No volvió a hablar de que estudiase Arquitectura.
Supongo que a Isabel le hubiera gustado que tuviera el título. Y a mí, y a cualquiera. A nadie le amarga un dulce. Y estaba además el aspecto práctico. Si yo fuese arquitecto no tendría que pagarle a otro por firmar y hacer el paripé de que opinaba sobre los proyectos. En ese sentido entiendo que Isabel animase al chico a hacer la carrera. Así todo quedaba en casa. Y con los otros hermanos vino rodado: tienes el estudio en marcha, ven que sus compañeros acaban las carreras y no tienen dónde meterse, y entonces ellos se suben al carro de la familia. Si lo mira desde fuera parece que los hubiésemos programado: dos arquitectos, un delineante, una ingeniera y un abogado, pero le puedo asegurar que los chicos lo escogieron libremente porque veían que a los veinticinco años iban a estar ganando ya dinero y podrían independizarse o casarse si les apetecía…
Gelo, que es el otro arquitecto, no se calienta la cabeza; es más vivalavirgen que su hermano. Lo que quiere es ganar dinero y no meterse en complicaciones. Su ideal en el trabajo es hacer un prototipo y venderlo cien veces. ¿Se ha fijado usted en las paradas del autobús con la marquesina doble? Es un diseño nuestro. Lo hicimos porque él se empeñó, y la verdad es que ha dado más dinero que otras obras mucho más importantes.
El diseño propiamente dicho fue mío, porque ya le he dicho que a ninguno de los dos se les da bien. Pero la idea fue de Gelo. A mí nunca se me hubiera ocurrido hacer una parada de autobús, y mire que miles de veces he pensado que estaban mal hechas y que habría que hacer algo para que la gente no se mojase en invierno ni se achicharrase en verano. Pero no me veía yo tratando con los ayuntamientos, ¿comprende? Y eso a Gelo se le da de maravilla. Como arquitecto trabaja poco, pero siempre está gestionando proyectos nuevos: cabinas para la playa, chiringuitos, kioscos de prensa, gasolineras…
¿Las chicas? Sólo a Maíta y a Merche, que es farmacéutica, les tiraba estudiar. Las otras dos hicieron Magisterio, por hacer algo, porque su madre quería que todas tuviesen un medio de vida independiente, pero no ejercen. Una ha puesto una tienda de ropa y la otra le ayuda al marido, que es médico.
Todos están bien, a todos se les ve contentos y felices con sus familias. La única que me preocupa es Maíta, ya le dije, en ese sentido no le han ido bien las cosas. Y también de otro modo me preocupa el mayor, Francisco. A veces lo veo tocando la guitarra o un piano que compró para sus hijos y… no sé, no sé si lo hemos hecho bien.
Ha aprendido música, ya de mayor, en sus ratos libres, y a su mujer le ha compuesto una canción, y se la ha grabado en un disco. Ella se llama Elisa como la de Beethoven, y él le ha puesto de título a la canción Para mi Elisa. A mí se me saltaban las lágrimas cuando la oí y pensé que, quizá sin querer, lo hemos empujado a hacer algo que no es lo suyo. Quizá viva mejor así, quiero decir con más dinero y más comodidades que si fuese músico, pero pienso en cómo hubiera vivido yo si no hubiera podido hacer casas…
Triste no está. Yo lo veo contento con su familia y con el dinero que gana. Los ratos libres los dedica a oír música; tiene una habitación reservada para eso, con los aparatos más modernos y mejores. Y él toca y hasta compone, ya le he dicho. A mí siempre me pareció aquello una afición y no un trabajo o una vocación. O quizá no quise verlo hasta que Maíta me lo dijo. Aunque, por otra parte, lo sigo viendo como un entretenimiento. ¿Cómo le diría? Yo no pude ser arquitecto, pero empecé haciendo gallineros y garajes, lo que me encargaban, y acabé haciendo todo lo que me salió de… En fin, quiero decirle que si mi hijo quisiera de verdad ser músico habría acabado siéndolo…
Hace falta carácter, sí. Y también estar acostumbrado a luchar con las dificultades. Estos chicos lo han tenido todo muy fácil. Son buenos chicos, pero no son luchadores. La única que se ha ido por ahí a batirse ella sola el cobre ha sido Maíta. Yo estoy encantado de que todos los demás se hayan quedado por aquí, pero hay que reconocer que, aparte del cariño que nos tuvieran, aquí les resultó todo mucho más fácil, tenían el camino trillado. A Francisco es posible que su madre lo haya empujado en cierta forma a hacer esa carrera que yo no pude hacer, pero sólo con que hubiera dicho «quiero ser músico y no arquitecto» yo no lo habría violentado a hacer algo que no quería.
Lo de ser músico es un poco fuerte, reconózcalo. Es posible que al comienzo le hubiera hecho estudiar también algo más práctico, aunque no fuese más que Magisterio o idiomas, por lo menos hasta ver si valía para la música. Pero puede creerme que yo no iría en contra de la vocación de un hijo. Y, sin embargo, él ha obligado a los suyos a estudiar piano. Y eso me lleva a pensar que no ha tenido verdadera vocación, porque alguien que se ha visto forzado a estudiar una carrera que no le gusta no repite el error con sus hijos. Y él sí los ha obligado. De los tres que tiene, la única que toca bien es la chica, que es profesora de Música, pero los otros dos hicieron los cursos a trancas y barrancas, abominaban del piano, pero mi hijo erre que erre con que habían de acabar la carrera. El pequeño cuando acabó le dio a su padre el diploma diciéndole: «¡Ahí tienes tu título!». Y el mayor no dijo nada, pero debía de pensar lo mismo. Hicieron Derecho y están preparando oposiciones, y ninguno de ellos ha vuelto a tocar, que yo sepa. El único que toca el piano que compró para ellos es mi hijo…
Frustrado, lo que se dice frustrado, a mí no me parece que esté. Lo de sentirse frustrado es muy subjetivo, y lo de pensar que alguien lo está, también. Laura a mí siempre me ha visto como una persona frustrada, pensaba que yo no había llegado a desarrollar todas mis posibilidades porque me faltó en el momento de la juventud la base que da la carrera. Y Maíta piensa lo mismo, lo sé. Sin embargo, Isabel, no. Para ella el título de arquitecto era algo social, que económicamente podía favorecerme, pero no creía que con él fuese a ser mejor de lo que era, que a ella le parecía lo mejor del mundo, ya le he dicho. Y eso, aunque sea vanidad, es muy agradable, y hasta necesario para hacer bien el trabajo: que crean en uno, que no lo estén comparando siempre con un modelo superior e inalcanzable…
Maíta con la carrera hizo lo que le dio la gana, como con todo. Por eso creo yo que le duran tan poco sus relaciones…
Sí, por eso y porque no aguanta nada. Si algo no le gusta, no transige, y eso no es bueno para las parejas…
Yo no digo que sea la mujer la que tenga que aguantar, entiéndame bien. Digo que para convivir hay que transigir…
¿Con Isabel?… Con Isabel yo no tuve que transigir en nada. Ella compartía mis gustos y nunca criticó mis decisiones y a mí no me molestaban las suyas. Lo de la casa y los chicos lo llevaba perfectamente…
No estaba pensando en Isabel cuando lo dije. Pensaba en Laura.