Aquella tarde hicimos el amor tres veces y cada vez mejor. Fue algo parecido a cuando tienes mucha hambre y con los primeros bocados te precipitas, casi ni los saboreas, aunque si sientes el placer de saciar un deseo acuciante, casi doloroso por su intensidad. Y después viene un disfrute más sereno, más consciente del propio placer, un descubrimiento de los matices, un paladear despacio, sin prisas, los manjares preferidos.
Acabamos totalmente desnudos, con la ropa perdida entre las manzanas, los albaricoques y las mazorcas de maíz, placenteramente hartos y cansados; satisfechos.
Pero aquello no varió mis planes, y Paco lo sabía.
Caía ya el sol y estábamos casi a oscuras. Dijo: «Te vas mañana».
No era una pregunta, era la confirmación de algo ya sabido. Le dije que sí con pena y con vergüenza, como quien acaba de recibir un regalo maravilloso y no tiene nada con que corresponder.