Hasta el final, polvo enamorado.
Se lo dijiste a don Gumersindo, al amigo de siempre, que querías descansar al lado de mamá, y los ojos se te pusieron alegres.
Yo pensé que te encontrabas mejor y abrí la ventana para que disfrutaras de los rayos de sol y del olor de las rosas que se abrían. «Mira qué buen día hace», te dije como una boba. Y tú sonreíste: «Es un día maravilloso».
Yo tardé en darme cuenta de que era por ella. No tenías pena de morirte y de dejarme a mí aquí tan sola. Tú no creías en otra vida, no ibas a verme nunca más, era la despedida para siempre.
Y en ese instante supremo lo que te unía a ella fue más fuerte que lo que te unía a mí. Te fuiste contento, papá, porque al fin ibas a juntarte con tu mujer, porque en el nicho te esperaba ella: unos huesos y un poquito de polvo…