Laura

¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo la alegría? ¿Hasta cuándo el orgullo?

¡Cuántos habrán pensado que fue una cuestión de cama! Yo les dejé que lo pensaran, pero no es verdad, nunca lo fue; en eso, mucho mejor contigo, ya ves, aquel placer tan real, tan concreto como el olor de las manzanas que rodaban por el suelo y como el roce de la arpillera.

Con Fernando era otra cosa, que no tenía que ver con el cuerpo, o quizá sí, pero de una forma más sutil. A mí me bastaba con estar a su lado. Me pasaba horas mirándolo mientras él hacía ejercicios en el piano. No escuchaba la música, lo miraba a él: su cara, sus manos, sus gestos; aquella forma de inclinar la cabeza y de cerrar los ojos, y de abrirlos para comprobar que yo seguía allí, adorándolo en silencio; su sonrisa… Quizás por eso no quería tener hijos: necesitaba toda la atención para él.

Yo era feliz protegiéndolo, sintiéndome importante en su vida. «Eres el orden para mi desorden», solía decir, y creo que sí lo fui: secretaria, amiga, amante, enfermera, criada… El orden para su desorden, como antes lo había sido Giovanni. Cuando me conoció, le dijo a Fernando: «Tu hai fatto una buona scelta», sin rencor, con una tristeza serena que entonces no entendí. Lo quiso mucho, sin duda. ¡Cómo se puede inspirar tanto amor y dar tan poco a cambio!…

Los árboles inútiles, como este magnolio, que nunca veré florecer.

El amor no es gusto, ni admiración, ni buen entendimiento, ni cariño. No necesita del objeto para mantenerse vivo, crece con las dificultades, con la ausencia, con la distancia, y la muerte no puede destruirlo…

El amor es algo que nosotros inventamos para vivir. Lo dijo Machado:

Todo amor es fantasía;

él inventa el año, el día,

la hora y su melodía;

inventa el amante y, más,

la amada. No prueba nada

contra el amor, que la amada

no haya existido jamás.