Laura

Nunca pude entender aquella forma de aceptar las cosas…

No sé si no soporta la compasión y fingió que no le daba importancia, o que, en el fondo, prefería quedarse aquí, como los otros. Como Benjamín, que pudo ser un buen médico y se volvió al pueblo a ser poco más que un curandero; o como Ramón de Castedo, al margen del mundo del arte, encerrado en su casa solariega, pintando como un aficionado…

Fuera de aquí Paco pudo llegar a ser un buen arquitecto, de esos que hacen grandes proyectos, grandes obras. Durante mucho tiempo yo no me atreví a regalarle ningún libro de arquitectura porque me parecía que era como meter el dedo en la llaga. Pero resulta que tiene una espléndida biblioteca con las publicaciones más recientes. Me lo contó Maíta. Desde hace años tiene el encargo de su padre de comprarle todo lo que vea sobre grandes arquitectos. «Aunque sea en finlandés», me dijo.

Pero él no se ha hecho una casa. Siempre quiso ésta, ya de niño le gustaba. A veces se arrimaba a las paredes de piedra y las acariciaba como si fuesen algo vivo. Le gustaba el brillo de la cantería al sol y el color verde de la cara que da al norte… Ahora lo tiene muy cuidado y la huerta la ha llenado de frutales, de árboles que le dan fruta y sombra en el verano…

¡De pronto me sentí tan vacía! ¡Todo lo mío me pareció tan inútil!… Lo vi a él tan centrado, rodeado de los suyos, su madre tan satisfecha, los hijos tan formales, y los nietos dando alegría a la casa…

Era esto lo que en el fondo siempre quiso. No digo que no le doliese renunciar, pero también a mí me dolió marcharme. Es cuestión de decidir lo que uno prefiere. Y él prefirió esto, como Benjamín, como Ramón de Castedo…