A mí este árbol no me dará nada: ni fruta, ni sombra, no lo sabes tú bien. Pasarán años hasta que dé una flor, hasta que alguien se pueda sentar bajo él y decir: «Qué bien huele».
Yo no lo veré. Lo disfrutarás tú, lo disfrutarán tus hijos y tus nietos, siempre a tu lado, alrededor de ti como ramos de olivo; la recompensa para el buen hijo que no abandonó a sus padres. Serán los tuyos quienes, en algún atardecer de verano, paseando por estas tierras que fueron de mis abuelos, se darán cuenta de lo bien que huelen las magnolias…
Quiero plantarlo sola, Paco, no te ofendas. Es un gesto simbólico, compréndelo…
Tienes razón, va a quedar torcido. Hacen falta dos, igual que para tener un hijo. Solamente los libros los puede escribir uno solo…
Prefiero que tú lo sostengas y yo echaré la tierra. Mantenlo bien derecho que allá voy…
Quedó bonito, ¿a que sí?… Ahora me alegro de haberlo hecho contigo, Paco. Me lo vas a cuidar, eh. ¿Prometido?…
Adiós, Paco. Cuida del magnolio…