Los procesos de las brujas de Salem comenzaron en marzo de 1692 con la detención de Sarah Good, Sarah Osburne y Tituba, que confesó su «crimen». Sarah Osburne murió en la cárcel en mayo de 1692.
Diecinueve personas fueron ahorcadas y un hombre, Gilles Corey, fue torturado hasta la muerte.
El 21 de febrero de 1693, sir William Phips, gobernador real de la Bay Colony, envió un informe a Londres sobre el tema de la brujería. Hacía referencia al destino de una cincuentena de mujeres que todavía permanecían en las cárceles de la colonia y pedía permiso para abreviar sus sufrimientos. Hecho que se realizó en mayo de 1693 cuando las últimas acusadas gozaron del beneficio de un indulto general y fueron puestas en libertad.
El reverendo Samuel Parris abandonó el pueblo de Salem en 1697 después de una larga querella con sus habitantes a propósito de salarios atrasados y leña nunca remitida. Su mujer había muerto el año anterior alumbrando a un hijo, Noyes.
Hacia 1693, Tituba, nuestra heroína, fue vendida por el precio de su «pensión» en la cárcel, de sus cadenas y de sus grilletes. ¿A quién? El racismo, consciente o inconsciente, de los historiadores es de tal envergadura que ninguno lo recuerda. Según Anne Petry, una novelista negra americana que también se apasionó por el personaje, Tituba fue comprada por un tejedor y acabó sus días en Boston.
Una vaga tradición asegura que fue vendida a un traficante de esclavos que la condujo de nuevo a Barbuda.
En cuanto a mí, le he ofrecido el final que me gusta.
Conviene advertir que el pueblo de Salem se llama hoy en día Danvers y que fue en la ciudad de Salem donde tuvieron lugar la mayor parte de los procesos, pero no el histerismo colectivo, que debe su reputación al recuerdo de la brujería.