De todo aquello hace ya varios meses y, aún a pesar del tiempo transcurrido, parte de mi mente continúa viviendo entre aquellas calles; continúa ocultando un secreto que en determinados momentos me cuesta mantener en silencio.

Cada día —y ya llevo tantos— despierto intuyendo que he estado llorando, sobre todo por esas pequeñas lágrimas que se me escapan incluso antes de abrir los ojos. Despierto recordando las semanas que pasé en aquella ciudad que me hizo descuidar el presente.

Todo empezó como un juego… y al final se convirtió en una realidad que aún no sé dónde esconder. Comencé perdiéndome en las calles de una ciudad y acabé haciéndolo en las líneas de mi vida; podría decirle que cambié todo porque en mi mundo hacía tiempo que no cambiaba nada; podría decirle que la fuerza de los sentimientos fue más intensa que la de los remordimientos; podría decirle que en aquella ciudad me enamoré de nuevo, que durante aquellos días volví a sentir mariposas en el estómago… Podría decirle tantas cosas como ahora me callo… tantas verdades como ahora me trago…

Y así va pasando mi vida, entre momentos en los que consigo no pensar en ello y otros en los que me hundo, en los que me pregunto si alguna vez volveré a sentir algo así. Momentos en los que asumo que nuestra relación se ha anclado en la estabilidad, que la pasión ya no remontará el vuelo simplemente porque no nos quedan ni las intenciones. Momentos en los que utilizamos el cansancio como excusa para disfrazar el desencanto y el sueño para evitar el contacto.

Durante este tiempo he compartido lo sucedido con alguna que otra amiga y eso me ha permitido descubrir que no soy la única; que hay muchas más personas que, como yo, esconden secretos bajo el sofá. He descubierto que hay tantos y tantos tipos de parejas: unas que son felices y se les nota; otras que no, pero lo disimulan; unas que viven juntas sin estarlo y otras que desean llegar a casa para tenerse; parejas que se engañan físicamente y otras sólo con el pensamiento; parejas jóvenes que arrancan con la misma ilusión que ya han perdido las que llevan más tiempo; parejas que aun teniendo la oportunidad la han rechazado y otras que, sin buscarla, la han probado; parejas que se estrenan cada día y otras que averiguan que con la edad llega el frío, la distancia y la apatía… pero bueno, al fin y al cabo, eso es la vida.

Y así, sigo adelante yo con la mía. Una vida en la que me levanto por las mañanas con la cabeza en otro lado; en la que disfruto viendo crecer a mi hija junto a mí, junto a mi marido; en la que trato de ser feliz con lo que tengo, manteniendo en silencio un secreto para no perderlo; en la que nos acostamos a destiempo: él siempre tarde y yo casi siempre primero; en la que intento no pensar en el futuro… porque, sinceramente, no sé si cambiaré de rumbo.

Hay momentos en los que me gustaría volver a encontrarme con aquel gato que me acompañó una noche por las calles para preguntarle qué camino he de seguir…

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