Comenzamos a bajar las escaleras.

Llegamos al patio.

—Arriba, en la terraza, te he dicho que por Toledo hay perdidas cinco marcas… Las otras dos están aquí, en esta casa. Ven.

Continuamos descendiendo por unas estrechas escaleras hasta una sala en la que yo ya había estado.

Entramos y me mantuve a la espera, rodeada por todos aquellos relojes que parecían estar jugando con el tiempo.

—Ayúdame un momento —me dijo.

Se subió a la mesa y cogió el extremo de un gran panel de madera. El mismo sobre el que estaba pegado el corcho de donde colgaban todas las frases. Yo cogí del otro extremo y entre los dos lo dejamos en el suelo.

Me quedé con la boca abierta. Allí, esculpidos sobre la pared, aparecían de nuevo esos dos corazones.

—Lo cierto es que lo descubrí por casualidad, pues hacía años que había dejado de buscar esa última marca. Un día estaba limpiando un poco todo esto y, sin querer, tropecé y le pegué un golpe… y cayó al suelo. A saber cuántos años llevaba esto colgado en esa pared.

—Pero… aquí… ¿por qué?

—Verás, en ese momento, cuando lo vi, caí en la cuenta de que esto que parece una bodega en realidad fue antiguamente un aljibe. Pregunté a un hombre que lo sabe casi todo de la ciudad y me confirmó que hace muchos años, antes de que se reformara la fachada, en la puerta hubo un símbolo de esos con forma de bola que lo indicaba.

—Vaya, entonces quien hizo estas inscripciones conocía muy bien la ciudad.

—Sí, bastante.

—Así que aquí…

—Sí, se supone que aquí mi madre y su amante también se unieron. Es posible que ese mismo día él le regalara ese maldito reloj que lo desencadenó todo. Es posible que ella, entre los nervios y la pasión del encuentro, se lo dejara olvidado sobre esta misma mesa… siempre he pensado que quizás por eso es la última marca.

Silencio.

—Entonces, si no llega a ser por la casualidad, nunca lo hubieras encontrado.

—No, seguramente no.

—Pero… ¿por qué no se lo has dicho a tu padre? ¿Por qué dejas que siga buscando esta marca?

—Mira, Alicia, la misma tarde en que lo descubrí estuve a punto de decírselo, pero… ¿sabes qué? Habría cometido un gran error. En el estado en que está mi padre, no sabes el bien que le hace seguir paseando por Toledo, seguir teniendo ilusión por algo, aunque sea por buscar una marca que seguramente ni recuerda para qué la busca… Es posible que se lo diga y que ni siquiera sepa de lo que estoy hablando, pero también es posible que se lo diga y, en uno de esos momentos de lucidez que tiene, se dé cuenta de que la búsqueda ha acabado. Tengo miedo de que llegue el día en que se niegue a salir a la calle y se quede por aquí sentado, sin hacer ya nada, sin recuerdos, como un niño.

—¿Como un niño?

—Sí, Alicia, porque, ¿sabes lo que es un hombre sin recuerdos?… Un niño.

Suspiré.

Subió otra vez las escaleras hasta el patio y yo le seguí en silencio. En ese momento, sin pensarlo, me surgió una pregunta.

—Perdona… una última cosa, ¿por qué todas las marcas tienen la misma fecha?

—Ya… yo tampoco lo entendía al principio, hasta que un día él confirmó mis sospechas. Él y mi madre se conocieron un 22 de octubre de 1984.

—¿Él? ¿Quién? ¿El otro hombre?

—Sí, Alicia, el otro. Un hombre que, al igual que mi padre, sigue paseando también cada noche por esta ciudad. Pero con una diferencia, él mantiene intactos los recuerdos.

Me miró y noté en su rostro que ya no deseaba contarme nada más, que aquella conversación había terminado.

Nos despedimos dándonos de nuevo la mano.

Salí a la calle.

Respiré.

Comencé a caminar.

* * *