—Aquel accidente lo destrozó todo, no sólo la vida de mi madre, sino la relación con mi hermano.

Ahí me puse nerviosa, a la espera de confirmar mis sospechas.

—Mi hermano y yo habíamos sido siempre uña y carne. En cada recuerdo de mi infancia lo veo ahí, conmigo, ayudándonos, cubriéndonos, haciendo mil cosas juntos… Pero a partir de aquel día todo cambió. Fue un proceso lento, casi imperceptible, pero también imparable. Ambos vimos aquel accidente de distinta forma. Él, Marcos —y ahí me puse a temblar—, decidió que el culpable había sido mi padre, que nuestra madre estaba muerta por su culpa, porque últimamente no le hacía caso. Recuerdo que, a veces, cuando discutían, le llegaba a decir cosas como que era un asesino… Quizás porque era más joven, quizás porque el accidente le pilló en una época difícil, quién sabe. El caso es que con los años nos fuimos alejando, hasta el día en que salió por la puerta y nos dijo un hasta luego que supe era un adiós. ¿Y sabes qué? Lo echo tanto tanto de menos… Cuando estoy aquí, a solas, cuando estoy frente a mi padre recordando nuestra infancia… Lo echo tanto de menos…

»Sé que sigue por ahí, imagino que hoy, como tantas otras veces cuando nuestro padre se pierde, es él quien lo ha traído hasta casa. Quiero pensar que nos quiere, pero a su manera…

»Con el tiempo he descubierto que cada uno de nosotros podemos elegir cómo ver las cosas, que no hay una realidad, sino muchas. Un espectador de lo sucedido podría pensar que la culpa fue mía, por estar ahí sentado; o de mi hermano, pues fue él quien me mandó aquí arriba a vigilar; o de mi padre, por no haberle hecho a mi madre el caso necesario; o de ella, por haberle engañado; o de la barandilla por haberse roto… Y después está la gente que sin haber visto nada opina de todo, la gente que aburrida de su propia vida intenta inventar otras, y lo que es peor, las destroza.

Comencé a notar la rabia en su rostro.

—En realidad, a mi padre no sólo lo hundió lo que ocurrió ese día, ni una enfermedad que ya comenzaba a manifestarse, a mi padre lo hundió la gente. Toda esa gente que lo declaró culpable sin más, lanzando rumores de todo tipo. Se dijo que nos maltrataba, que por las noches nos pegaba, que la empujó a propósito por las escaleras… Todo mentira, todo falso. Y así, gracias a esos rumores, comenzó a perder clientes, ya nadie le traía a reparar relojes. Poco a poco, aquel hombre que un día fue el espejo en el que fijarme, se fue quedando sin trabajo y sin amigos; se fue apagando por fuera y, sobre todo, por dentro.

»Creo que aquel darse por vencido dio alas a una enfermedad que comenzó a hacerse aún más fuerte. Un día olvidaba las llaves, o la chaqueta, o ponerse los zapatos, o ponerse el pijama cuando se iba a dormir… y así, día tras día, hasta que olvidó cómo volver a casa y tuvimos que ponerle una pulsera identificativa.

* * *