—Pasó hace ya muchos años, pero lo sigo viviendo en mi memoria como si fuera ayer, sobre todo cada vez que subo aquí arriba y me siento en este mismo escalón desde el que la vi caer… En el mismo escalón desde el que veo a mi padre cuando, tras perderse por las calles, vuelve a casa; desde el mismo escalón desde el que, hace unos días, te vi entrar a ti, desde el que hoy te he estado observando.
Bajé la mirada, avergonzada.
—Aquel día, mis padres estaban hablando en esa habitación de ahí atrás mientras yo permanecía sentado aquí. Mi misión era avisar a mi hermano si ellos bajaban, porque él, como tantas otras veces, se había metido en la sala de los relojes, una sala en la que teníamos prohibido entrar.
A los pocos minutos comencé a oír gritos en el interior de la habitación. Mis padres discutían como nunca los había oído discutir. La puerta estaba cerrada y aun así era capaz de escuchar insultos, reproches y mil cosas más que me duele recordar.
»Y en un instante sucedió todo.
»La puerta se abrió de golpe y mi madre salió corriendo… y no me vio, no se fijó en que uno de sus hijos estaba sentado en este mismo escalón.
»Tropezó conmigo clavando su rodilla en mi espalda, y al caer intentó apoyar todo su cuerpo en una vieja barandilla de madera, que se rompió al momento.
»Y ella cayó, y calló para siempre.
»Aquel día pensé que huía de mi padre, pero con el tiempo he comprendido que seguramente huía de ella misma. Después supe que llevaba un secreto en su interior, de esos que por fuera parecen transparentes, pero te van manipulando por dentro. Y aquel día… aquel día mi padre lo había descubierto todo.
Tragué saliva.
—Cuando él salió de la habitación y comenzó a bajar, ya era tarde. En mi vida he visto una cara de terror así, jamás he visto una expresión de tristeza tan desproporcionada, tan marcada en un rostro. Aún hoy en día, cada vez que le observo, me doy cuenta de que esa expresión continúa ahí.
»Mi madre cayó desde aquí y acabó justo ahí abajo, en el ramo de flores, un ramo de flores que mi padre se encarga de cambiar cada día. Eso nunca se le olvida.
Silencio.
—Mi hermano estaba abajo jugando con uno de los relojes, pero no con uno cualquiera, sino con uno que jamás debería haber llegado a aquella mesa. Aquel reloj era un regalo para mi madre, pero no de su marido. En cuanto mi hermano oyó el sonido de la muerte contra el suelo, salió de inmediato dejando también caer el reloj que llevaba en la mano. Tiempo y vida se detuvieron a la vez.
En ese momento, se le escapó una lágrima que se limpió disimuladamente con el brazo.
—Mi padre llegó abajo, se tiró sobre ella y se quedó allí, inmóvil, gritando como jamás he visto gritar a un hombre. No se movió ni siquiera cuando mi hermano comenzó a pegarle, a insultarle… no se movió cuando llegó la policía… no se movió cuando el médico intentó apartarlo… De hecho, aún hay noches que cuando llega de sus infinitos paseos por la ciudad, se tumba ahí junto a ella, junto a esas mismas flores. Ahora sé que ese día comenzó a morir él también.
»Mi padre la quería con locura, lo era todo para él, la adoraba… pero cada vez le dedicaba menos tiempo. Poco a poco, se fue aislando en esa sala de ahí abajo. En aquellos días pensamos que la culpa era de esos malditos relojes, pero al cabo de un tiempo, mucho después de lo sucedido, me di cuenta de que no lo había hecho a propósito. Aquellos fueron los primeros años de una enfermedad que aún no estaba diagnosticada: se iba olvidando de cosas, y casi siempre de nosotros.
»Mi padre, a pesar de esos primeros olvidos, conocía de memoria todos los relojes que tenía en la casa, y un día encontró ese. Un precioso y caro reloj de bolsillo de mujer.
»Él, evidentemente, pensó lo peor, así que subió aquí arriba, llamó a mi madre y supongo que en esa habitación ella lo confesó todo, confesó que llevaba un tiempo viéndose con otro hombre. Y quizás muerta de vergüenza, quizás por las amenazas de él, quizás, quizás, quizás… salió huyendo.
Mientras escuchaba aquella historia no podía evitar pensar en mi propia situación, en las coincidencias, como si dos mujeres, a tantos años de distancia, vivieran los mismos momentos.
—Lo peor de todo es que durante muchos años pensé que el culpable de su muerte había sido yo. Sí, ya sé que salió corriendo, pero si yo no hubiera estado aquí sentado, si no hubiera tropezado conmigo… quizás habría bajado la escalera, habría huido a la calle durante unas horas, habría vuelto, habrían hablado… y seguramente aún podría abrazarla.
Sus ojos empezaban a llenarse de cristales.
—Y luego está él; él, que ya no está. Y es que mi madre murió hace ya muchos años, pero mi padre… mi padre lleva demasiado tiempo muriéndose.
* * *