En ese mismo instante, Alicia oye un ruido en la parte de arriba de la casa.
Un hombre baja por las escaleras, un hombre que observa cómo su padre está parado, de pie, junto a una mujer.
Un hombre que, al ver a su padre en ese estado, se pregunta si han sido suficientes las veces en las que le ha dicho «te quiero». Sabe que hace ya tiempo que cada te quiero es siempre el primero y a la vez el último, porque las conversaciones sólo duran un instante; hace ya tiempo que las cosas son más difíciles, los recuerdos más difusos y las miradas más ausentes.
Respira.
Llega al patio y se dirige a la sombra para quitarle la gabardina que lleva.
Lo hace con delicadeza, como si tuviera miedo de quebrar un cuerpo que parece estar construido a base de derrotas.
Lo coge de la mano y lo acompaña hacia una puerta.
Entran y dejan allí, a solas, a una Alicia que continúa perdida.
* * *