Llueve sobre una noche de vuelta a casa.
Llueve en el exterior de un coche cuyos cristales amenazan con convertirse en el tipo de ventana al que uno nunca desearía asomarse.
Llueve también sobre un hombre que camina por la orilla de una pequeña carretera, mirando hacia las luces que de pronto se acercan y de pronto también lo abandonan; a la espera de encontrar algún recuerdo que le ayude a distinguir la ruta perdida. A la espera, quizás, de recordar lo que ignora que ha olvidado.
Camina despacio, arrastrando los pies sobre un charco continuo, arrastrando la vida sobre un futuro ahogado en el olvido. Camina con las manos en los bolsillos sin saber si están huecos o sólo vacíos. Camina entre luces y lluvia, entre frío y miedo, entre avisos de claxon que sólo consiguen asustarlo aún más.
Unas luces se acercan, pasan y, tras un ruido amargo de frenos, se detienen sobre el asfalto mojado.
Un hombre ha parado de golpe, y aún le tiemblan las piernas sobre los pedales. Sus faros, que a la vez son los ojos del coche, acaban de iluminar una figura perdida en la noche que confirma sus peores miedos. Mira de nuevo, ahora ya por el retrovisor, el reverso de un hombre que continúa un camino, cualquiera.
Deja el coche en medio de la carretera, enciende las luces de emergencia y sale a una noche que no deja de llorar. Y corre, olvidando que hay más coches en la carretera, olvidando que ha dejado el suyo en marcha; corre hacia quien continúa caminando sin mirar atrás.
En apenas unos segundos consigue alcanzarlo.
Se detiene justo a su lado.
Ambos se miran, cara a cara, con el agua difuminando unos rostros que bajo la noche son difíciles de adivinar: sólo uno de ellos es capaz de reconocer al otro.
—Me he perdido.
—No te preocupes —le tranquiliza mientras le pone su mano en el hombro.
Ambos caminan ahora juntos hacia el coche: uno con la mirada perdida en la lluvia, el otro con las lágrimas golpeando el suelo. Son pasos largos, porque, a pesar de que avanzan en metros, desandan en recuerdos.
Le abre la puerta y le ayuda a entrar; el hombre se deja hacer. Le coloca lentamente el cinturón, cierra y se queda fuera, apoyado sobre el coche, intentando reunir el coraje suficiente para volver a entrar y ponerse a su lado.
* * *