A esa misma hora —mientras Alicia cena junto a sus compañeros— en el interior de un cine, una mano rodea unos hombros que parecen estar hechos de ilusión. Ella ni siquiera sabe el título de la película, pero aun así desea que nunca acabe. Y mientras, él se detiene mirando el brillo de esos ojos azules que aparecen y desaparecen al compás de las imágenes de la pantalla.

Ella piensa en cómo ha cambiado toda su vida en tan sólo una semana. Cómo ha cambiado la situación con su acosadora. No sabe exactamente qué ha ocurrido, pero está segura de que las amenazas, los expedientes, las charlas con los tutores, las expulsiones… eso no ha servido para nada. Sabe que ha debido ocurrir otra cosa, algo relacionado con aquellas heridas en el cuello y el extraño corte de pelo, pero es incapaz de adivinar quién le pudo hacer eso.

Piensa también en aquellos días que miraba la muerte desde arriba, desde unos puentes que atravesaban un río que reflejaba el rostro de su tristeza. Piensa en aquel valor repentino, en aquel arranque de valentía durante el que pensó enfrentarse a ella. Sabe que no habría sido capaz de hacerlo.

La película acaba y ellos hacen lo que nunca han hecho: se quedan allí sentados, mirando los créditos a la espera de que nunca vuelvan a encender las luces. Ella sólo piensa en el ahora, como los niños. Y ese ahora está ocupado por él; por las caricias que sus manos dibujan en su cuello, por el suave aliento a menta que se le acerca en ese mismo instante, por los labios que rozan su boca mientras cierra los ojos…

Fuera llueve.

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