Después de comer, mientras mi tía recogía la mesa y preparaba un té, yo me fui con mi hija para que durmiera un poco la siesta. Cayó en unos minutos.
Mientras dormía, la miré, pensando qué futuro íbamos a dejarle, pensando en que algún día tenía que estar orgullosa de todas esas personas que estaban saliendo a la calle para intentar crear una sociedad mejor.
Me levanté y me dirigí al sofá. Allí, me senté junto a mi tía, para seguir viendo las noticias.
Fuimos cambiando de cadena y en prácticamente todos los informativos la noticia de cabecera era la misma.
—Alex —decía el presentador—, tenemos conexión de nuevo con Toledo. ¿Tienes algún testigo?
—Sí, aquí, a mi lado hay un hombre que esta mañana estaba en el pleno.
—¿Podría decirnos qué ha pasado?
—Bueno, ha ocurrido lo que ya tardaba en ocurrir, ha ocurrido que la gente hemos tomado el poder, que les hemos dicho a esos sinvergüenzas que ya estamos hartos, pero no con pancartas y pitos, porque eso ya lo intentaron los del 15M y ni puñetero caso les hicieron. Esta vez lo hemos hecho de otra forma.
—Sí, bueno… pero… —Se veía que el presentador lo estaba pasando mal, era en directo—. Pero hay varios heridos y un concejal en estado muy grave, ¿sabía usted eso?
—Lo realmente grave es que tengamos a tantos políticos corruptos en los ayuntamientos y a ninguno en la cárcel.
—Bien, bueno… muchas gracias, devolvemos la conexión.
Me giré hacia mi tía, que seguía embobada mirando el televisor, y pude distinguir una pequeña sonrisa en sus labios.
—Esto tenía que ocurrir tarde o temprano —me dijo.
—Sí —contesté.
—De todas formas, es muy fácil siempre culpar a los demás, pero todos hemos contribuido un poco para llegar a esto, ¿eh?
—¿A qué te refieres?
—Mira, Alicia, yo, en mis tiempos… ya parezco la abuela Cebolleta. —Comenzamos a reír—. Bueno, cuando yo era más joven, recuerdo que íbamos ahorrando cada mes algo de dinero para cuando vinieran las vacas flacas, y si llegaba el verano y no había dinero para irnos de vacaciones, ¿sabes lo que hacíamos?
—¿Qué?
—Pues nos quedábamos en casa, ¡qué vulgaridad!, ¿verdad? Sí, Alicia, sé que eso ya no se lleva, que hoy en día, aunque no tengas un euro, hay empresas que te permiten pagar un crucero a plazos.
Tomó un sorbo de té.
—O si no, los Reyes. Aún recuerdo, y no hace tanto, que me parecía una barbaridad comprar un regalo de esos que venían con el temido letrerito de «más de 5000 pesetas», en cambio, ahora, con esto de la crisis, sale a la venta una de esas consolas de más de 300 euros y hay que hacer cola porque se agotan.
Tuve que asentir.
—Y no hablemos de los conciertos o los partidos de fútbol. A veces oigo cosas como que las 100 000 entradas, cuyo precio oscila entre 30 y 120 euros, se han agotado en pocas horas. ¿Pero cómo es posible?
En ese mismo instante, mientras las plazas y calles de varias ciudades se van llenando de gente, en miles de casas del país se palpa el susurro de una pequeña victoria.
Ningún informativo se atreve a decirlo claramente, pero es evidente que la policía ha sido, por primera vez, demasiado permisiva con los manifestantes. Quizás porque bajo esos uniformes hay personas hartas de defender a los corruptos y atacar a los inocentes.
Laura y Alicia continúan allí, a la espera de nuevas noticias, cuando, de pronto, la mayoría de cadenas interrumpen su programación para emitir en directo la comparecencia del presidente del gobierno. Una comparecencia que, como comenzaba a ser habitual, en lugar de hacerla en persona, la da a escondidas, tras un televisor de plasma que hace las veces de preservativo ante el arma más peligrosa de la democracia: las preguntas.
—Hoy hemos sufrido un grave ataque a las instituciones de este país, es decir, hoy se ha cruzado un límite que no se debería cruzar nunca. Hoy se ha recurrido a la violencia, y eso no nos lleva a ningún lugar. Tenemos un balance de diez representantes de los ciudadanos que han resultado heridos de diversa consideración, es decir, varios de ellos han tenido que ser hospitalizados.
»Desde el gobierno damos ánimos a los heridos y a sus familias en estos momentos duros, con especial mención a uno de ellos, que permanece en cuidados intensivos.
»Aún no sabemos exactamente cómo ha ocurrido todo, es decir, estamos pendientes de las investigaciones que se están llevando a cabo. Pero no les quepa duda de que llegaremos hasta el fondo del asunto y de que encontraremos a los responsables…
En ese momento, en una casa de cualquier otra ciudad, un hombre ve la televisión y piensa que, a pesar de los heridos, esto es lo que le hacía falta al país, piensa que esos anónimos ciudadanos acaban de dar el primer golpe al que sin duda se ha convertido en el cáncer de esta democracia: los propios políticos.
En otra casa de otra ciudad, un jubilado recuerda otros tiempos, tiempos en que la gente salía a la calle a reclamar sus derechos, tiempos en los que finalmente ganaba el pueblo, tiempos en los que los políticos eran servidores de los ciudadanos y no al revés. Sonríe, le cae una lágrima y se siente de nuevo orgulloso de las personas.
En otra ciudad, tres chicas jóvenes que comparten piso ven la tele y le hacen un gesto con sus dedos índices al presidente. Son tres de las mejores investigadoras de su promoción, tres mentes brillantes que trabajan en proyectos que podrían salvar vidas en un futuro, proyectos que se van a cancelar por falta de presupuesto. Un presupuesto que se podría cubrir simplemente con una parte del dinero robado.
En una gran casa de las afueras, una mujer no deja de llorar. Su marido, que esa misma mañana había salido sonriendo al ayuntamiento, está ahora debatiéndose entre la vida y la muerte en la cama de un hospital. Ha ido a casa a coger algo de ropa y ha abrazado a sus hijos diciéndoles que no pasa nada, que todo saldrá bien. Dos niños que no pueden dejar de lloran al oír noticias de que su padre se está muriendo. No acaban de entender eso de que unos hombres han entrado en el ayuntamiento y le han pegado.
Y esa tarde de martes, en varias partes del país se inicia un pequeño efecto llamada, haciendo que ciudadanos salgan espontáneamente a las calles.
* * *