Todo sucedió pasada la una del mediodía, aunque yo no me enteré hasta una hora más tarde, cuando salí de clase y me encontré a varios de mis compañeros mirando fijamente la televisión en la sala.
—¡Por fin, ya hacía falta algo así! Ya estamos hartos de corruptos… —exclamaba el profesor de literatura, famoso en el instituto porque cada vez que llegaba nuevo material: folios, cuadernos, bolis… se llevaba un poco de todo a casa. De hecho, se había comprado el mismo modelo de impresora que había en la sala para así poder coger los cartuchos de tinta del instituto.
Me acerqué y me senté junto a ellos.
En ese momento aparecía una imagen aérea de la plaza del ayuntamiento, en la que se distinguían varios furgones policiales y unas cuantas ambulancias.
—Pasamos a nuestra corresponsal —dijo la presentadora del informativo—. Hola, Irma. ¿Puedes darnos más detalles de lo que ha ocurrido?
—Bien, Mónica, pues lo que en principio parecía un pleno más, con las habituales protestas en el exterior del edificio, se ha convertido en una auténtica batalla campal en la que han resultado heridos varios concejales, uno de ellos en estado muy grave, tanto que incluso se teme por su vida.
—Pero… ¿qué ha pasado exactamente?
—En realidad, aún es todo muy confuso. Varios testigos han comentado que los manifestantes consiguieron romper el cordón policial y entraron en tromba en el interior. Pero de lo ocurrido dentro aún se sabe muy poco.
—Se supone que habrá grabaciones de las cámaras de seguridad del salón de plenos, pues según tengo entendido se retransmiten en directo.
—Sí, nos han comunicado que van a iniciar la revisión de las imágenes.
—Bien, Irma, muchas gracias, seguimos en contacto por si hay nuevas noticias. Como ven ustedes, la información es todavía muy confusa, pero en cuanto tengamos cualquier novedad volvemos a realizar la conexión.
Recogí mis cosas, me despedí de los compañeros y me dirigí a la guardería a por mi hija.
Pasé cerca del ayuntamiento y vi que allí comenzaba a acumularse muchísima gente.
—Tía, ya estoy aquí —le dije mientras entraba.
—¡Hola, Alicia! ¡Hola, pequeña! Vamos, la comida ya está lista. ¿Te has enterado de lo que ha pasado, verdad?
—Sí, algo he oído en el instituto, menuda se ha liado, ¿no?
—Sí, pero ya hacía falta algo así. Pon los platos y los cubiertos, que esto ya está.
Nos sentamos a la mesa, atentas a las nuevas noticias que seguían llegando a través de los informativos.
En ese instante se podían ver las imágenes filmadas por un videoaficionado. En ellas se observaba como una multitud conseguía romper —quizás con demasiada facilidad— el cerco policial que hasta ese momento los retenía en el exterior del ayuntamiento.
Una multitud que, al grito de «Corruptos, corruptos, devolvednos nuestro dinero» o «Sois la vergüenza del país», conseguía acceder al pleno justo minutos antes de que se aprobara el aumento de impuestos.
En un primer momento, los manifestantes, nada más entrar, se habían mantenido a un lado sin dejar de gritar e increpar a los políticos. La tensión crecía, a la espera de que saltara la chispa, y saltó.
Todo se descontroló cuando uno de los concejales los increpó diciéndoles una frase que seguramente pasará a la historia: «Iros a casa, vagos, perroflautas». Una frase que por si no se entendía bien, se mostraba subtitulada en el vídeo.
A partir de ese momento, las imágenes mostraban a una multitud descontrolada que comenzó a golpear a todos los allí presentes, ensañándose en especial con el concejal autor de la frase. En el vídeo se podían ver imágenes de auténtico pánico: golpes, gritos, lágrimas, peticiones de auxilio… Entraron los refuerzos policiales y se cortó la grabación.
—Tras los incidentes —continuaba el presentador—, nos indican que varias personas han sido detenidas y que seis concejales han sido heridos. Dos de ellos de gravedad. El que presenta peor pronóstico ahora mismo está siendo intervenido de urgencia debido a un politraumatismo craneal.
Mi tía y yo permanecíamos calladas, sin poder apartar los ojos del televisor.
* * *