La agarra del cuerpo arrastrándola hacia el interior del callejón como si fuera un simple muñeco, con violencia, con una rabia que lleva acumulada desde el pasado. Por un momento se le olvida de que es poco más que una niña.

La tira contra el muro, le sujeta el cuello con una sola mano mientras con la otra saca unas tijeras que se quedan a unos centímetros de su rostro.

—Intenta mantener la cabeza quieta, no te muevas, no vaya a ser que estas tijeras acaricien tu cara —le susurra a una chica que permanece inmóvil.

Las abre y, con un movimiento rápido, le corta un trozo de su melena, y después otro, y después otro… Y los cabellos van cayendo al suelo a la misma velocidad que el valor que se le escapa por dentro.

Acaba, observa el grotesco resultado, guarda las tijeras y la mira con unos ojos verdes que ella no olvidará en la vida.

Silencio.

La agarra de nuevo del cuello y, con la otra mano, le introduce la punta de la pistola en la boca.

Y ella comienza a temblar como nunca antes lo ha hecho, como un sonajero zarandeado por el miedo. No sabe qué hacer frente a una situación así, quizás porque hasta ahora ella nunca ha estado a ese lado del enfrentamiento.

—¿Sabes…? —le susurra al oído—. Esto no está pasando. Esto no está pasando porque nadie se creerá que ha pasado, será un secreto entre tú y yo, ¿de acuerdo…? ¿De acuerdo? —Ella asiente con la cabeza—. ¿Te das cuenta de lo que ocurre cuando las fuerzas se descompensan? Mira, hay momentos en los que el diálogo, la mano izquierda, los puntos de encuentro y todas esas cosas están muy bien, pero hay otros en los que hay que actuar de esta manera —le dice mientras juega con el cañón de la pistola entre sus dientes.

Silencio.

—Verás, hay una chica, Marta creo que se llama, que está perdiendo las ganas de vivir, y eso me pone triste. ¿Y sabes qué? No me gusta estar triste.

Silencio.

—Tengo la esperanza de que, a partir de ahora, esa chica recupere las ganas de vivir, que pueda ser feliz sin tener que estar temiendo a cada momento que alguien le haga daño. Por eso he querido tener esta charla contigo, para asegurarme de que, a partir de ahora, va a poder vivir tranquila. ¿Me entiendes?

Ella asiente de nuevo.

—Perfecto —contesta el policía.

Y con calma, retira la pistola de su boca y la mano de su cuello. Un cuello que comienza a sangrar por los mismos lugares en los que Marcos tenía clavadas sus uñas.

—Bueno, pues ya está, recuerda que es importante saber guardar un secreto.

Y la niña sale del callejón lentamente, con los miembros rígidos, con una mano sujetándose el cuello y con la otra palpando su cabeza. Comienza a correr, quizás como nunca lo ha hecho en su vida.

Marcos se aleja, arrepintiéndose al momento de haberla tratado así. Pero sabe que hay ocasiones en que la violencia, bien administrada, es la forma más rápida de arreglar las cosas.

Marcos se aleja con el recuerdo de aquel pequeño cuerpo que encontraron en el fondo de un pozo… Desde entonces se ha estado preguntando si sus padres, si los profesores, si él, si la policía, si sus amigas… si alguien podría haber hecho algo más para salvarle la vida. En esta ocasión no quiere volver a preguntárselo, por eso ha actuado.

* * *