Mientras Marta regresa a casa, en otra parte de la ciudad, una niña con el orgullo —y un diente— roto sigue obsesionada con la venganza.

No puede quitarse de la cabeza la imagen de ese beso en plena calle. Cada vez que lo piensa aprieta los puños y, con un odio cercano a la demencia, jura darle su merecido.

No lo hará en el instituto porque allí ya no es tan fácil, lo hará a solas, como aquella primera vez en el callejón.

Piensa de nuevo en ese beso y se muerde la lengua, y se muerde la rabia, y se muerde hasta las encías.

* * *