—Vamos, te invito a un café.

—¿Aquí?

—No, vamos fuera, y así te calmas.

Salimos, cruzamos la calle y nos metimos en una cafetería cercana.

—Lo has hecho muy bien, Alicia.

—¿Muy bien? ¿Está bien mentir?

—Sí, si quieres seguir trabajando aquí. Es así de triste, pero hemos llegado a un punto en que los niños tienen demasiado poder. Hemos ido de un extremo al otro.

—Ya, pero lo único que yo hice fue defender a una niña.

—Sí, agrediendo a otra.

—¿Qué? Si sólo la aparté.

—Sí, esa era tu intención, pero el resultado fue un diente roto. Mira, Alicia, llevo aquí ya varios años, conozco a esa niña desde que iba a cursos anteriores, y te puedo asegurar que a su madre no la había visto hasta hoy. Eso ya dice mucho.

—Vaya…

—Hay padres que no se preocupan por sus hijos en todo el año, a los que les da exactamente igual si estudian o no, si aprenden algo o vienen a pasar el rato. Padres para los que su mayor preocupación es que el niño no esté molestando en casa, que haya un lugar donde dejarlos, pues suponen una molestia en su vida, en sus trabajos, en sus hobbies… Padres que ven esto como una guardería en donde poder aparcarlos.

—Uff, qué triste.

—Sí, Alicia, y es que al igual que tener un piano no te convierte en pianista, tener un hijo no te convierte en padre. Ah, y lo peor de todo es cuando intentamos hacer alguna huelga o manifestación porque la educación se va al garete. ¿Cuántos crees que nos apoyan? ¿Cuántos padres crees que vienen a las manifestaciones?

—¿Pocos…?

—Menos aún, dicen que es cosa de los profesores, ¿qué te parece? Cuando la mayoría de las veces lo que pedimos son cosas para mejorar la educación de sus hijos. Es increíble.

* * *