Martes.

Nada más llegar al instituto, cuando estaba dejando mis cosas en la sala de profesores, se acercó Carolina para decirme que el director quería que fuera a su despacho.

—¿Problemas? —le pregunté.

—Ha venido la madre de la niña.

—¿De Marta?

—No, de la otra.

—¿De la otra?

—Sí, de la que empujaste sobre los lavabos.

—Uff, bueno, pues vamos allá.

—Te acompaño.

Abrimos la puerta y comenzamos a caminar por un pasillo que a esas horas estaba totalmente desierto.

—Alicia —me dijo mientras se detenía.

—Sí…

—Mira, como profesional tendría que aconsejarte que confesaras toda la verdad, pero como amiga que me considero, te recomiendo que lo niegues todo. Recuerda que no había cámaras y que será tu palabra contra la suya. Si dices que la empujaste, despídete. Vivimos en un país donde la ley está hecha para los delincuentes, así que no vayas de víctima…

Llamé a la puerta y entramos.

Y allí, junto al director, la niña y su madre.

—¿Es esta? —le preguntó.

—Sí, esta es mamá, esta es la que me empujó contra el lavabo.

—¡Se te va a caer el pelo, hija de puta! —me gritó una madre enfurecida.

—Bueno, bueno, calma —dijo el director—, vamos a ver qué ha ocurrido.

Y allí, en aquel despacho, me convertí en fajador de insultos y amenazas. No se llegó a las manos, pero estuvimos a punto cuando les dije que yo no había tocado a su hija. Les dije que cuando yo entré al baño, ella y dos más estaban intentando meter la cabeza de otra niña en el váter, una niña a la que previamente le habían golpeado en la cara.

—¿Y este diente roto? —gritó la madre mientras le abría la boca a su hija.

—Pues no sé, ya les digo que cuando entré se estaban peleando.

—Mentira, mamá, está mintiendo —gritó la niña.

—Mi hija no miente, zorra, más que zorra —gritó también la madre—. Mi hija no miente.

Zorra, ahí estaba, aquello lo explicaba todo, aquella simple y a la vez triste palabra explicaba todo lo que aquella niña vivía y oía en casa. Zorra, y las sombras en un callejón oscuro.

Estuvimos más de veinte minutos inmersos en una discusión estéril. Fue significativo que en ningún momento se preocuparan por el estado de la otra niña, de la que de verdad había sido agredida, eso no le importaba a nadie.

Finalmente, viendo que aquello no iba a ningún lado, el director dijo que la reunión había acabado.

—Esto no quedará así, te denunciaremos, y al instituto también. —Y se fueron mientras la niña, a pesar de faltarle medio diente, sonreía.

* * *