Salí a la calle y el frío fue el primero en saludarme.

Me quedé unos instantes apoyada en la pared, pensando en lo extraño que era estar un sábado a solas, rodeada únicamente por la noche de una ciudad a la que ya amaba.

Me abroché la chaqueta, metí las manos en los bolsillos y comencé a caminar en dirección al reloj. La pista era muy clara.

Llegué y me desilusioné al ver que la reja ya estaba cerrada. Miré alrededor, pero nada. Recordé aquella primera noche…

Saqué el móvil y busqué otra pista: «Fuiste una estatua cuando aún podías moverte».

No estaba muy segura, pero aquello me sonaba a la leyenda del beso. Ese fue mi siguiente objetivo.

Y caminé sin saber que aquella noche lo hacía con los papeles intercambiados: yo seguía una pista y a mí me perseguía una sombra.

* * *