Laura recoge la mesa mientras su marido se acaba, de un solo trago, un café que por supuesto no ha preparado. Murmura un hasta mañana y escapa hacia su habitación.

Alicia se lleva a su hija a la cama, le pone el pijama y la esconde entre las sábanas. Allí, sentada a su lado, mano con mano, le leerá algún cuento hasta que, poco a poco, se la lleve el sueño.

Y tras esas rutinas, vendrá la otra, la que dos mujeres realizan cada noche sobre un mismo sofá, con una taza de té.

—¡Qué extraño!

—¿Qué ocurre?

—Nada, que he llamado a mi marido y no me lo coge, a estas horas.

—Bueno, igual se estaba duchando, ¿quién sabe?

—Sí, puede ser, después le vuelvo a llamar, pero es extraño.

Me di cuenta de que allí estaba yo, hablando de mi marido como si nada hubiera pasado, como si mis encuentros con Marcos fueran simplemente parte de otra realidad, de un mundo que no era el mío, como si todo lo que pasara por las noches en aquella ciudad le estuviera ocurriendo a otra persona y no a mí.

—Me encanta este programa —me sorprendió mi tía.

—¿Cuál?

—Este que va a empezar ahora, ese donde cada uno de los invitados cuenta su historia, hay cada cosa increíble. —Sonrió.

—Ah, ya… pero sabrás que en la tele no todo es cierto, ¿verdad?

—¿A qué te refieres?

—Por ejemplo, el otro día hicieron un reportaje sobre actores cuyo trabajo consistía en ir saliendo en varios programas de esos de tertulias.

—¿Ah, sí?

—Sí, y me hizo mucha gracia una mujer que había aparecido en un programa como ninfómana, en otro como una esposa celosa, en otro como una madre que ya no podía más con sus hijos… y lo mejor de todo es que ni está casada, ni tiene hijos, ni nada de nada…

—Cómo nos engañan…

—No, tía, cómo nos dejamos engañar.

En ese momento sonó mi móvil.

Me levanté corriendo.

—¿Hola?

—¿Estás ahí?

—¿Hola?

—¿Alicia?

—Sí, sí…

—Sí, espera un momento que vaya a la cocina.

—¿Qué es todo ese jaleo?

—Nada, que he invitado a unos amigos a ver el fútbol y justo en el momento en que te he llamado han metido un gol.

—¡Ah, vale!

—Bueno, ¿y qué tal todo por ahí?, ¿qué tal la niña…?

Fue una conversación más breve de lo normal, pues noté que, a pesar de tener su oreja en el móvil, sus oídos estaban en el partido. Nos despedimos como siempre: con un beso y un te quiero.

Colgamos y volví al sofá junto a mi tía, que se reía viendo la tele.

Estuve junto a ella un rato, hasta que llegaron los anuncios.

—Tía…

—Dime.

—Me voy a dar una vuelta, ¿vale?

—Te gusta la ciudad, ¿eh?

—Me encanta.

—Disfruta.

Me puse la chaqueta, miré a mi tía y le di las gracias en voz baja. Le di las gracias por pasar de puntillas sobre mi intimidad sin preguntarme nada de esa otra vida que llevaba.

* * *