Durante el fin de semana que se acercaba tenía que corregir unos cuantos trabajos para el lunes; entre eso y que mi marido iba a estar en la oficina prácticamente todo el sábado, decidimos que la niña y yo nos quedábamos en Toledo.

El viernes, tras la siesta, pasé toda la tarde con mi hija, yendo de parque en parque, disfrutando de una vida que crecía minuto a minuto, de una infancia que se le —me— escapaba por momentos. Acabamos sobre las siete, yo agotada y ella con ganas de mucho más.

A las nueve había quedado con varias profesoras para tomarnos una caña y cenar algo por ahí. Era la primera vez que salía con ellas, en realidad era la primera vez que salía por Toledo con alguien que no fuera Marcos.

Estuvimos tomando copas y hablando de varias cosas hasta que una de ellas, la más joven, al ver a un camarero se metió en el terreno sexual.

—Y hablando de tíos, ¿os habéis fijado en el policía que últimamente está en la puerta del instituto?

—¡Que si me he fijado! —contestó otra—, a mí me chorrea todo cada vez que lo veo.

—¡Hala, pero qué bestia eres! —Todas comenzamos a reír.

—No, en serio, qué buen polvo tiene, ¿eh?

—Sí —contestó una chica pelirroja a la que yo no conocía de nada—. ¿Y dónde se encuentran hombres así?

—¿Hombres cómo? —preguntó Carolina, mirándome de reojo.

—Así, que a esa edad, porque ese tío debe pasar ya de los cuarenta, se conserven tan, tan bien.

—Bueno, pues ahí, en la puerta del instituto —contestó una chica rubia, amiga de Carolina.

Y todas continuamos riendo.

—No, en serio, porque yo no sé vuestros maridos, pero el mío, el pobre lo intenta, pero esa barriga ya no hay quien se la quite, y de músculos, poco, poco, poco… —replicó, haciendo un gesto con los bíceps—. Pero eso sí, lo quiero tanto…

—Sí, sí, tú mucho hablar, pero si se te presentara la ocasión con el policía ese, ¿qué?

—Bueno, algo rapidito…

Y todas continuamos riendo. Carolina y yo incluidas.

* * *