Y llega el viernes.

Un viernes que dos niñas van a tardar en olvidar.

Ha sonado el timbre y montañas de energía escapan hacia el fin de semana. La misma energía que le falta a una niña que vive una vida que cada día es menos suya.

Sale a la calle sin despedirse de nadie. Simplemente siguiendo su camino a casa.

Apenas ha avanzado unos metros cuando lo ve: él.

Opta por cambiar de acera, se saca el móvil e intenta disimular tocando con sus dedos una pantalla que está apagada. Aun así, el destino la encuentra.

Dani también cruza la calle para situarse frente a ella, a esa distancia desde la que ya no se pueden esquivar los suspiros.

Y ahí, en el exterior del instituto, a la vista de todos y —lo más importante— de todas, ambos continúan hablando mucho más de lo esperado. Es su mente, convertida en alfil, la que intenta apartar a un corazón transformado en peón. Y aun así, a pesar de la desigualdad de las consecuencias, es el segundo el que parece estar ganando la partida. Tanto que, sin esperarlo, unen sus manos.

Allí.

Delante de todos.

Delante de todas.

En la acera, frente a su instituto, un viernes, bajo unas nubes que se van apartando para que el sol pueda observarlo todo…

Y ahí, justo en ese momento, Marta siente el amor, pero no el que se intuye a solas en una habitación, sino el otro, el real, el que te hace flotar sólo con el tacto.

Deja de pensar en todo para concentrarse únicamente en los sentimientos. No es momento para plantearse si esos segundos van a poder compensar la posterior condena. Se mantiene ahí sabiendo que está actuando con la inconsciencia de un kamikaze.

A escasos metros, apoyada sobre uno de los muros exteriores del instituto, otra niña mira la misma escena con la venganza afilada. Como una mercenaria de los sentimientos que va a trabajar simplemente por orgullo.

Si por ella fuera, saldría a por Marta en ese mismo instante, la cogería del cuello y la golpearía con rabia, con odio, con violencia… Pero no puede porque Dani también está ahí.

Y ve cómo se van juntos, y ella los persigue. Ve como cruzan una calle, y otra, y otra… y llegan hasta la puerta de su casa. Y ahí, con sus manos aún unidas… se dan un beso en los labios.

El mismo beso que entra como un aguijón en las entrañas de quien en ese momento, a unos pocos metros, hierve de odio.

Marta sube a casa entre nubes. Saluda a su padre, le da un beso a su madre y se mete en la habitación.

Es tras la comida, en la siesta, tumbada sobre su cama, cuando comienza a ser consciente de que las mismas nubes sobre las que ha volado son víspera de una tormenta. Sabe que a partir de ahora va a ser el miedo quien tutele sus movimientos.

Piensa en el lunes y se echa a temblar.

Y tiene razones para hacerlo, pues será un lunes que no podrá olvidar.

* * *